EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Apreciaciones críticas

de un homo contemplans

De hipocresías varias

11/8/2013

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Un desayuno de trabajo
          La actividad en los despachos de la comisión de Economía de la Unión Europea es escasa en estos primeros días de agosto. Dicen que en la Europa más septentrional el trabajo no cesa con las vacaciones estivales, que eso es cosa de los países periféricos del Mediterráneo, donde la gente es de naturaleza perezosa y duerme todos los días la siesta, incluso en invierno, sin el menor rubor. De hecho, una publicación tan seria y respetada como Times ilustró esta indolente actitud meridional en sus páginas, con fotos de dos mozos pamplonicas tumbados en un  banco durmiendo la cogorza, y aunque el más tonto sería  capaz de darse cuenta de la falsedad de la imagen mostrada, a los europeos del norte la ocurrencia les hace gracia y les reafirma en sus arraigados prejuicios. 
          Por los pasillos de la Comisión, estos días el movimiento es mucho menor que unas semanas atrás y hasta los teléfonos suenan solo ocasionalmente. En el despacho alfombrado y provisto de sillones mullidos y armarios de maderas nobles del Comisario Olli Rehn se respira una paz lujosa, como de clase business. Entra en el despacho la jefa de secretarias y le tiende unos papeles: “Es el informe del FMI sobre España, señor Comisario”. “Otra vez España, qué pesadez de país”, se queja Rehn, que estaba escuchando a Mahler mientras firmaba perezosamente unos papeles elaborados por algún ayudante y revisados por algún asesor de su departamento. “Gracias, señorita, leeré el informe y prepararé una declaración oficial. Diga a los asesores que están de turno que mañana por la mañana tendremos un desayuno de trabajo para decidir la postura de la Comisión. Pida que sirvan un desayuno continental en la sala de juntas a las 9 de la mañana”.  
          La reunión del día siguiente es breve. Dura el tiempo que cuesta engullir unos huevos con  bacon, una ensalada de frutas y café o té con bollería. “Creo, señor Comisario, que la única vía posible es apoyar la recomendación del FMI, o sea, una reducción de salarios”. Rehn mira a su asesor con rostro grave mientras engulle un trozo de cruasán con mermelada de ciruela. “Cierto, hay que hacer llegar un mensaje claro a los españoles, y es que tienen que aprender a vivir de forma austera…” “Yo diría que de forma aún más austera, Comisario”. Solo se escucha el tintineo de las cucharillas removiendo el azúcar en las tazas de fina porcelana. “Los españoles no pueden pensar en seguir viviendo de las ayudas de la Unión, que, por otra parte, ya han ido a parar a los bancos en apuros”, apunta un segundo asesor. “Bien, recomendaremos el 10 por ciento de reducción de salarios. Es un porcentaje que a los trabajadores les dejará suficiente para vivir con modestia pero sin pasar excesivos apuros ni, por supuesto, hambre”. El Comisario Rhen se queda pensativo. Una idea está surgiendo en su mente de nórdico calvinista moralizante. Una idea que vendrá a dar peso moral a la recomendación que va a hacer a España en la rueda de prensa que está convocada para dentro de un par de horas. “A esa recomendación, hay que añadir una severa advertencia. Quienes no acepten este nuevo sacrificio por el bien del país en su conjunto, deberán cargar con la responsabilidad del enorme coste social y humano: desempleo endémico, sufrimiento de los parados, miseria creciente y desesperanza de la juventud”.  Termina la frase con un suspiro de autosatisfacción al tiempo que toma un trozo de piña con nata. Al recoger los papeles y meterlos en la cartera, ve un extracto bancario y recuerda que tiene que entrar en su cuenta para ver el saldo que tiene después de que le hayan ingresado su salario de julio, alrededor de 30.000 euros. Camino de la rueda de prensa, el Comisario Rehn piensa que esa cifra sería suficiente para que tres familias de trabajadores españoles vivieran todo un año. Pero el pensamiento le dura escasos segundos, se lo quita de la cabeza como quien se sacude una mota de polvo de la chaqueta. 
          Ya ha terminado la rueda de prensa. Los periodistas han tomado buena nota de sus recomendaciones, que coinciden con las opiniones de la señora Lagarde, su buena amiga. Ha respondido dos o tres preguntas de los periodistas con el tono firme, seguro y pausado de quien se sabe en posesión de la verdad pero, sobre todo, con el tono de las personas que exponen doctrinas y recomendaciones cuyas consecuencias no les afectan personalmente, el tono con el que hablan quienes tienen las riendas del poder en la mano: ministros, banqueros, obispos… Y es que Olli Rehn, en efecto, tiene cara y gesto de obispo (podría ser católico, protestante, anglicano o calvinista, todos son parecidos), sobre todo cuando aprieta con firmeza los labios para ofrecer a su interlocutor una sonrisilla de hipócrita bondad clerical.  Terminada la rueda de prensa, siente que ha cumplido con su deber. Europa necesita que se apliquen criterios serios, aunque sean dolorosos, pero que se apliquen sobre todo a esos países soleados y cercanos a África que durante tanto tiempo han vivido del cuento y de la ayuda de los países ricos y trabajadores. Este último pensamiento es fruto del rencor que le produce su  déficit de vitamina D por la escasez de sol de su Finlandia natal. Al recoger sus papeles tras la rueda de prnesa, el Comisario Rehn se siente satisfecho, consciente de que al día siguiente su foto aparecerá en primera plana de toda la prensa europea. Al pensarlo, lleva inconscientemente la mano al nudo de la corbata y comprueba que, en efecto, estaba impecablemente en su sitio. Ahora, se sube al Audi oficial y le pide al chófer que le lleve al restaurante Chai Gourmand, en el elegante barrio de Gembloux, donde tiene un almuerzo con varios dignatarios europeos… ¡del Norte, por supuesto! Reclina la se  beza sobre el respaldo del asiento y se relaja, imaginando, goloso, el menú de 125 euros que va a tomar por cuenta de la Comisión,  mientras el coche avanza por las calles ajardinadas de los barrios residenciales de Bruselas. Serán quince o veinte minutos de merecido descanso. Ha sido un día agotador.
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Olli Rehn
          Nota          Todo lo anterior, salvo la recomendación hecha por el Comisario Rehn, es pura ficción, pero en absoluto alejada de la realidad. Ni siquiera voy a molestarme en hacer un comentario crítico respecto a esta (nueva) indecente desfachatez del FMI y de la UE. La noticia se comenta por si sola. Que nadie se extrañe ni se lamente si un día se produce un brote de comprensible violencia. Yo, la pasada noche, soñé que, con mi propia mano, provocaba una inmensa y abrasadora lengua de fuego que dejaba calcinadas las oficinas de ambas instituciones financieras, y cuando me desperté me sentía profundamente satisfecho, pese a que mi satisfacción duró lo que tardé en darme cuenta de que solo era un sueño.
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Fantasmas oportunos
 Todos los gobiernos tienen un almacén polvoriento lleno de fantasmas, sobre el que dirigen el aire del ventilador cada vez que se sienten angustiados por su incapacidad para resolver un problema o salir de un  atolladero. Los fantasmas son de gran utilidad, pues distraen mucho la atención de la ciudadanía, que es de lo que se trata cuando un gobierno quiere que deje de pensar en algo concreto que al gobierno de turno le resulta incómodo o amenazante. Los fantasmas son de muy diversa índole, pero los que dan mejor resultado son los que despiertan poderosos sentimientos de amor-odio por algo o alguien, en especial frente a un gran colectivo considerado antagónico por la mayoría de los ciudadanos (movimientos nacionalistas, países extranjeros, grupos religiosos radicales, competidores de cualquier naturaleza…).
          En España hay un fantasma que los gobiernos han agitado con variado pero incuestionable éxito durante décadas, aunque el gran promotor de este fantasma fue el régimen de Franco, que tuvo muchos y provechosos fantasmas. Me refiero a Gibraltar, ese pequeño grano enquistado en el culo de la península desde que las luchas dinásticas entre las casas de Habsburgo y Borbón culminaron en  el Tratado de Utrecht hace ahora exactamente 300 años. Lo cierto es que se trata de uno de esos granos que, con el paso del tiempo, acaban por no doler, y ya ni se notan, pero que una inoportuna rascada vuelve a la vida con insufrible prurito.
          Cada vez que un gobierno se ha sentido incómodo por amenazado por acontecimientos internos, ha echado mano del fantasma de Gibraltar. Cualquier excusa es buena para sacar Gibraltar del almacén de los fantasmas: que un miembro de la familia real británica ha visitado el Peñón; que se ha producido un enfrentamiento de un barco pesquero español con la policía gibraltareña de costas; que una patrullera de la guardia civil se ha adentrado en aguas jurisdiccionales británicas, o viceversa… Saltan de inmediato las alarmas patrióticas y, durante una o dos semanas, se llenan las primeras páginas de los diarios nacionales de vibrantes declaraciones henchidas de ardor patrio que inflaman los pechos de los españoles –a  veces, incluso de españoles nada sospechosos de ser de derechas de toda la vida–, que enarbolan furibundos la bandera nacional y corean indignados consignas de odio y resentimiento contra la pérfida Albión.
          Vayamos por partes. No es que yo defienda a los británicos, que, en lo tocante a su política exterior,  son capaces de provocar la inquina del ser más equilibrado; en otras palabras, saben lo que hay que hacer para –usando un lenguaje soez pero de enorme plasticidad– tocar los cojones de la comunidad internacional. Pero el gobierno español –el actual y otros anteriores– tiene un arte especial para usar oportunamente determinados asuntos de índole “dignidad española herida” y hacer que la gente se olvide de lo que realmente importa.
          Cosas que todos sabemos:
          -  que los llanitos son andaluces acogidos a una bandera de conveniencia;
          -  que a los gibraltareños no les interesa que Gibraltar sea español porque dejarían de disfrutar de las enormes ventajas fiscales de que disfrutan en la actualidad;
          -  que Gibraltar, por su tamaño, no puede tener una economía real propia, pues no puede producir nada;
          -  que, como consecuencia de lo anterior, salvo unos pocos empresarios de hostelería que pueden ganarse la vida honradamente, la dedicación profesional de los gibraltareños es, a todas luces, sospechosa: contrabando, blanqueo de capitales, juego (legal e ilegal)…
          -  que al gobierno británico le interesó Gibraltar en otros momentos (sobre todo durante la 2ª guerra mundial) por su posición geoestratégica, pero que ahora no le reporta ninguna ventaja, pese a lo cual no está dispuesto a hacer ninguna concesión por el coste político que, en unas elecciones, tendría el hecho de haber cedido a las pretensiones de los españoles, que, después de todo, son esos morenitos que viven al lado de Marruecos,
          -  etcétera…
          Todo lo anterior hace muchos años que lo sabemos. Y, seamos honestos, a los españoles, en términos generales, todo eso nos importa un rábano. Lo único que es realmente importante es que Gibraltar sea –y eso lo saben y lo han sabido todos los gobiernos españoles desde Franco hasta Rajoy– la cueva de Ali Babá del blanqueo de dinero, la evasión fiscal y los negocios turbios. Y eso sería muy fácil de combatir, si hubiera una verdadera voluntad de hacerlo, sin necesidad de crear un ambiente “bélico” en la prensa. Pero sería enormemente interesante saber cuántos personajes y personajillos íntimamente relacionados con el PP, con el gobierno de Rajoy, con Francisco Correa y sus secuaces, con la propia casa real, con respetados banqueros y empresarios ¡¡¡españoles!!! utilizan Gibraltar como base para sus operaciones fraudulentas y para ocultar dinero al fisco.
          Así que, ahora que el caso Bárcenas le está quemando el culo al gobierno, Rajoy ha vuelto a abrir el almacén de los fantasmas y le ha ordenado a Margallo que airee nuestras viejas rencillas, reclamaciones, y aspiraciones. Todo ello dentro de un orden, porque hay que llevar la pelea verbal entre socios hasta un límite que resulte aceptable en la Unión Europea. Pero, de momento, Mariano ha cogido el fusil de madera, ha hinchado el pecho y, al ritmo de la banda de infantería, va cantando a pleno pulmón:
          “Ardor Guerrero vibre en nuestras voces
          y de amor patrio henchido el corazón,
          entonemos el himno sacrosanto
          del deber, de la patria y el honor, ¡honor!”
          Eso no quiere decir que los ciudadanos inteligentes y sensatos deban seguir el ritmo ni unirse a la bravuconada.

1 Comment
Jorge
11/8/2013 20:05:00

Grandes los dos, muy grandes... Me ha encantado el uso de la ficción en el primero. Muy elocuente!

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