Leía hace un par de días un excelente artículo de Juan Ramón Capella, que me pasó un buen amigo y que había aparecido en el diario infolibre. Hacía el autor una cruda exposición de la degradación y decadencia de Estados Unidos, a la que ha ido llegando a lo largo de muchas décadas hasta caer en el abismo de envilecimiento al que lo ha conducido el último presidente. Al pasarme el artículo, mi amigo hacía el siguiente comentario: "¿Por qué decimos que los sistemas ruso y chino no son democráticos?" La pregunta podía ampliarse así: "¿Acaso el sistema estadounidense --y el conjunto de sistemas occidentales-- lo son?"
El problema no consiste en acusar de carencias democráticas a Rusia y China, o, por el mismo hilo argumental, a Irán, Corea del Norte o Yemen del Sur. El problema radica en nuestro empecinamiento en considerar a EEUU (o a la mayor parte de miembros de la UE) países democráticos, cuando no lo son. No lo han sido nunca. Al menos nunca lo han sido si nos atenemos a la etimología de la palabra "democracia" e incluso a nuestra interiorización de lo que este concepto realmente significa. "Democracia" es un término tan manoseado --tanto el sustantivo como el adjetivo-- que cualquier régimen, cualquier sistema político, lo coloca en su ideario, en su Constitución en sus leyes sin sentir el menor rubor. Incluso Franco, que denostó abiertamente de la democracia, como algo funesto que había que exterminar, al final de su régimen, sucumbió a la tentación y la incluyó en sus propuestas políticas, denominándola "democracia orgánica". ¡Manda huevos! Se apropió de la palabra la Unión Soviética. Hasta la incluyó en sus siglas la RDA alemana. La utilizó con todo descaro la Sudáfrica del apartheid. Pero, ¡ojo! se la apropiaron, como si la hubieran inventado ellos, los americanos de los Estados Unidos de la esclavitud (y de la posterior segregación racial), los Estados Unidos de la caza de brujas, los Estados Unidos promotores de golpes de Estado en todo el mundo. El problema fundamental es que la democracia constituye un concepto utópico (que nunca se ha cumplido y nunca se cumplirá). La razón radica en la naturaleza del ser humano. Los seres humanos (yo diría que de manera mayoritaria) somos incapaces de organizarnos y comportarnos de forma respetuosa, solidaria, generosa, comprensiva, justa, coherente, como para conformar una sociedad auténticamente democrática. Y me estoy refiriendo a gente normal, o sea, razonable. Luego están los otros, una minoría (pero no tan pequeña) compuesta por gente brutal, egoísta, malévola, avariciosa, perversa, resentida, envidiosa, corrupta, cínica (añade los adjetivos que quieras, que existir, existen). ¿Acaso alguien cree de verdad que algún tipo de sociedad, institución, país..., puede constituirse como una auténtica democracia? Lo más parecido a una sociedad democrática fue la sociedad ateniense, en el siglo VI a.C., que fue una democracia directa, en la que todos los ciudadanos participaban de las decisiones políticas y que todos los cargos públicos eran elegidos por sorteo entre el conjunto de los ciudadanos. Pues bien, hasta esta sociedad fue solo democrática en parte, pues cuando digo "todos los ciudadanos" he olvidado añadir "libres", pues los extranjeros y los esclavos quedaban postergados y carecían de derechos. La democracia es una entelequia. O sea, una situación perfecta e ideal que solo existe en nuestra imaginación o, como mucho, en nuestros deseos. Leo estos días numerosos comentarios de personas que viven en otras comunidades autónomas –en especial en zonas rurales de la llamada España vaciada– que critican acerbamente la cobertura que los medios han dado a la nevada que estos días pasados cayó sobre Madrid y de la que aún sufrimos las consecuencias, pues, pasados cinco días de la nevada, somos muchos los que estamos todavía inmovilizados en nuestras casas. Admito que, en principio, comprendo y comparto su queja/enfado/denuncia/cabreo/indignación (los comentarios leídos caben en uno de los mencionados estados emocionales), pues es verdad que gran parte de las zonas geográficas de donde proceden los mencionados comentarios sufren cada año situaciones parecidas, si no peores, que se saldan con una o dos noticias en los telediarios y la prensa. Ahora bien, aun coincidiendo en el fondo con lo dicho en estos comentarios, quiero salir al paso de lo que, en caso de no matizarse, queda como una mera pataleta. Y, ya se sabe, las pataletas se pasan y se olvidan. ¿Hay razones que justifiquen, o, al menos, expliquen esta “preeminencia” informativa de Madrid respecto al desastre natural que ha vivido buena parte de España? Voy a tratar de analizar las que considero más evidentes. Y voy a tratar de dejar de lado algo que, inevitablemente, es una realidad, y es que, nos guste más o menos, Madrid es la capital del país, y la paralización forzosa de su actividad afecta no solo a quienes viven en Madrid, sino, en buena medida, al resto de la nación. Hay una tendencia, hasta cierto punto lógica, a mirar a Madrid desde la periferia con un sentimiento en el que se mezclan la desconfianza, la suspicacia, el recelo, la animosidad… Es inevitable. El perro pequeño teme y recela del grande. Y le ladra con saña, mientras que el otro sigue su camino y pasa de él. Cuidado. Esto es una mera metáfora. Que nadie coja el rábano por las hojas. Desde la periferia, muchos tienden a mirar a Madrid –y a los madrileños– como si fueran la causa de todos sus males. Pero es algo normal. Si Felipe II hubiera decidido llevar la corte y la capital de España a Lisboa, ahora formaríamos un mismo país con Portugal y los españoles de la periferia detestaríamos Lisboa y a los lisboetas. Es ley de vida. Pero hay una razón fundamental para que se haya agigantado la información sobre las consecuencias de la nevada sobre Madrid, mientras que la información relativa a otros lugares que la han sufrido con idéntica intensidad haya aparecido en las pantallas de TV como de soslayo. Y es la ley del tamaño. Si se hunde una casa de dos pisos es noticia. Si se hunde un rascacielos es un notición. En el caso que nos ocupa, la nevada ha sido un desastre de tamaño espectacular porque, además de que ha dejado inmovilizada la vida ordinaria de casi cinco millones de habitantes, si contamos los vecinos de Madrid y las ciudades dormitorio que lo rodean, ha supuesto la paralización de toda la infraestructura logística y de comunicación que une Madrid con el resto de España, comenzando por el aeropuerto de Barajas, que, no lo olvidemos, aunque está en Madrid, es el principal punto de acceso a la península desde los principales aeropuertos internacionales. Y la paralización de Mercamadrid, que recibe las docenas de toneladas de mercancías esenciales que proceden de la España periférica, con lo que no solo sufren los madrileños, sino los agricultores, ganaderos, avicultores y pescadores de todo el país. Percibo en algunos de los comentarios leídos ese familiar runrún de antipatía, cuando no de abierta hostilidad, hacia Madrid y los madrileños (que, por cierto, no son los que elaboran y emiten las noticias sobre la nevada); esa especie de rencor que lleva décadas larvándose y que se puede resumir en algo así como que “Madrid es el lugar donde está el gobierno, la política y la corrupción, donde se nos roba lo que nos pertenece y nos dejan las migajas”. Es muy posible que en esa simplificación haya una parte importante de verdad. Pero es una simplificación. Y como toda simplificación, es un argumento simple…, o simplista. Suele seguir la anterior argumentación con una proyección de la inquina hacia los habitantes de ese lugar abyecto: los madrileños, que, por cierto, son en un altísimo porcentaje personas procedentes de la periferia que, por múltiples y muy variadas circunstancias, han terminado afincados en Madrid de por vida. Y además, contentos, pues, al ser una ciudad de aluvión, su inserción suele ser fácil, carente de los rechazos tan frecuentes en ciudades de la periferia que, por obvias razones, prefiero no señalar de forma individualizada. Cuando una ciudad como Madrid (y aclaro que un desastre climático de este u otro tipo podrían afectar con la misma intensidad a otras macrociudades, como, por ejemplo, Barcelona) sufre una situación como la vivida estos días, quienes de verdad la sufren en sus carnes no son las élites económicas, ni los dirigentes políticos; son las clases más desfavorecidas, los trabajadores que, pese a lo inclemente de la situación, siguen teniendo que apañarse como pueden para ir cada día a su trabajo. No quiero establecer comparaciones, que siempre son odiosas, pero estas son algunas de las situaciones que han experimentado muchos madrileños estos días: La cañada Real, abandonada a su suerte - Más de 4.000 personas de la Cañada Real, más de la mitad de ellas ancianos y niños, han estado viviendo con temperaturas bajo 0ºC sin luz, agua caliente ni calefacción. Estar ubicados en ese paraíso privilegiado llamado Madrid no les ha librado de la crueldad brutal de las compañías de energía eléctrica. Y que a nadie se le ocurra la burrada de decir que solo se trata de moros y gitanos. - Cientos de miles de trabajadores de los barrios obreros (Vallecas, Carabanchel, Villaverde, Coslada, Orcasitas, Vicálvaro, etc.) se han visto obligados a caminar sobre casi 50cm de nieve para llegar a sus trabajos y a viajar amontonados en el Metro, con riesgo evidente para su salud, a fin de llegar a sus trabajos, pues el capital no acostumbra a mostrar su solidaridad con ellos en los momentos difíciles. Como mucho, tiene la generosidad de "permitir" faltar al puesto de trabajo por causa del temporal de nieve, pero descontando los días faltados de la nómina. Enfermera del Gregorio Marañón llegando a trabajar - Centenares de trabajadores sanitarios se han visto obligados a multiplicar sus horas extra, a dormir en el lugar de trabajo e incluso a limpiar los accesos a consultorios y hospitales, pues la desidia, estupidez e incompetencia de las autoridades locales y regionales de este maravilloso enclave geográfico llamado Madrid no les permitió prever el desastre. Según el Sindicato de Enfermería, "miles de trabajadores han doblado o triplicado turnos ya que sus relevos no han podido acceder a los centros asistenciales y/o sociosanitarios y no podían dejar sin atención sanitaria a sus pacientes", esfuerzo sobrehumano a pesar del cual cientos de pacientes madrileños que esperaban operaciones quirúrgicas urgentes, han visto cómo se retrasaban las mismas sin fecha concreta, con riesgo evidente para su vida y su salud.
Se podrían añadir otros problemas que, aunque probablemente son compartidos por otras zonas de España afectadas por la borrasca Filomena, en Madrid adquieren un carácter colosal por las magnitudes que alcanzan. Por ejemplo, el hecho de que en la Comunidad de Madrid estos días docenas de familias han tenido que mantener en sus casas a sus familiares fallecidos porque las funerarias han suspendido no ya inhumaciones e incineraciones, sino incluso la recogida de cadáveres; o que se hayan tenido que mantener cerrados 42 centros que prestan servicio a menores de seis años con discapacidad, 153 centros de día para mayores, 185 centros de día para personas con discapacidad y 126 centros para enfermos mentales, cuyas familias, pese a la “bicoca” de vivir en Madrid han tenido que dar solución a este problema añadido y seguir yendo a trabajar. Afortunadamente para los ciudadanos que viven en Madrid, al menos en la capital, hay una cosa que no van a tener que lamentar, y son los daños causados por la borrasca de nieve en sus cosechas. El único espacio natural del que dispone la inmensa mayoría de madrileños se limita a una terracita con media docena de macetas. En fin, que, después de todo, Madrid no es más ni menos, mejor ni peor que cualquier otro lugar de España. Es, simplemente, mucho más grandes. Y cuando algo extraordinario ocurre en Madrid, inevitablemente se multiplica. Es, como decía al principio, como cuando se hunde un rascacielos: se habla del hundimiento mucho más que cuando se hunde una casa de dos plantas. ¡Sin malos rollos! Tras varias semanas de abandono de mi blog (¿dejadez?, ¿cansancio?), me dispongo hoy a romper ese silencio abrumado por lo acontecido ayer en Estados Unidos. La que fue cuna de la democracia se ha convertido en el lecho obsceno de una puta vieja y triste que ya ni se molesta en arreglarse un poco el pelo y darse un toque de maquillaje para seguir haciéndose pasar por una dama. El espectáculo de ayer en Washington, dejando a un lado su posible calificación jurídica (sublevación, levantamiento, rebelión) y obviando la incuestionable gravedad del hecho de que un presidente llamase a sus seguidores a la toma violenta de la sede parlamentaria, nos ofrece una imagen bochornosa de una sociedad en descomposición. Si revisamos lo sucedido en EE UU en los últimos cuatro años: - no se entiende que Trump no fuera destituido judicialmente tras demostrarse que había negociado con Putin la manipulación de las elecciones a través de las redes sociales, lo que, en circunstancias normales, constituiría un acto de alta traición; - cuesta entender que un presidente que fue claramente derrotado en las urnas, y al que poco a poco van dando la espalda docenas de sus antiguos colaboradores, haya tenido en jaque al sistema judicial de un país como Estados Unidos por la sencilla razón de que a él le daba la gana; - suena disparatado y absurdo que un país que persigue con saña y ferocidad acciones perfectamente honestas y legales, pero que el sistema considera dañinas y peligrosas “para la seguridad nacional” (quizás alguien sobreentienda que hablo de Julian Assange), permita, con una pasividad sorprendente, que el propio presidente que convocó públicamente a sus seguidores para marchar sobre el Capitolio, no haya sido puesto de inmediato a disposición judicial por incitación a la rebelión violenta, eso sí, previamente esposado (acción que a los policías americanos les encanta ejecutar a la menor oportunidad); - por último, es realmente difícil de asimilar que un personaje inculto, ridículo, machista, racista, narcisista, con personalidad psicopática, pudiera ser elegido presidente del país más poderoso del mundo, y que durante cuatro años haya tenido en sus manos la seguridad de todo el Planeta. Por eso, los bochornosos acontecimientos que tuvieron lugar ayer, amén de ser una afrenta para la democracia –o lo que quede de ella en EEUU–, fueron un espectáculo triste, penoso, en el que fueron protagonistas unos miles de personajes que, por lo que las fotos que se transmitieron al resto del mundo dejan ver, constituyen la más deplorable muestra de un estrato social deprimido, ignorante, depauperado, al que Trump convenció de que él era la respuesta a todos sus males. Del mismo modo que Hitler convenció a buena parte del proletariado alemán más empobrecido de que el mal del país lo causaban los judíos y otros “parias” sociales, Trump puso en el ojo del huracán a todos los inmigrantes. Usó el lenguaje más convincente. Les dio un enemigo al que odiar.Haz clic aquí para editar. Joe Biden va a tener una tarea difícil. Afortunadamente, ha logrado dar un primer paso fundamental, con la conquista de los dos escaños del Senado. Nada de lo que intentase sería posible sin esa mayoría que acaba de lograr en Georgia. La sombra de Trump va a seguir azuzando a esas huestes de perdedores que conforman el lumpen social, moral e intelectual del país. La mayoría de ellos no tienen nada que perder. Y el peor enemigo es aquel al que no le importan las consecuencias de sus actos.
Todos los líderes del mundo occidental han condenado sin paliativos lo ocurrido en Washington. Esas condenas a la rebelión violenta han alcanzado de lleno personalmente al Presidente ya defenestrado. Y cuando digo condenas sin paliativos, quiero decir que nadie ha tratado de establecer paralelismos, comparaciones, equivalencias, similitudes. No. Todos han sido tajantes. Lo ocurrido ha sido una violación intolerable de todo principio democrático. ¡No! ¡Miento! Ha habido uno que sí lo ha hecho, aunque a éste no se le pueda catalogar como líder del mundo occidental, sino solo como cabecilla de un grupo político. Me refiero a Pablo Casado líder del PP, quien ha tenido la indecencia de querer comparar lo ocurrido ayer en Estados Unidos con las Marchas por la Dignidad, las que, bajo el lema de “rodea el Congreso”, fueron protagonizadas por parados, preferentistas, sindicalistas, desahuciados y colectivos sociales. Solo un miserable de la política como Casado es capaz de establecer semejante paralelismo entre una acción armada, brutal y violenta, con las manifestaciones pacíficas, aunque violentamente disueltas por la policía, que tuvieron lugar en Madrid en 2015. A los comentarios de personajes residuales de la política (y de la inteligencia) como Abascal o Arrimadas no voy a dedicarles ni un segundo de mi tiempo. --------------------------------------------------------------------------------------------------------- Al margen de lo anterior, esperaré con interés para ver en qué queda la llamada masiva hecha al vicepresidente Pence por gobernadores, senadores y congresistas de los dos partidos y profesores de universidad, para que invoque urgentemente la enmienda 25 para destituir a Trump. Un personaje así no puede seguir ocupando ese puesto. Nadie sabe las barbaridades que puede cometer en los 13 días que le quedan de presidencia. |
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April 2022
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