Siempre he detestado la caridad. Es un sentimiento cristiano mezquino, pues no consiste en otra cosa, sino en la autocomplacencia con que se regodea quien la ejerce, desde una posición de superioridad (generalmente económica) respecto de quien la recibe. Este, el receptor de la caridad, es mirado por la persona caritativa, con un mayor o menor grado de conmiseración despectiva y distante. Siempre he creído que la caridad era un mal sucedáneo de la justicia. Y, en ausencia de justicia, un repugnante sustituto del amor.
Regresar al lugar de nacimiento es hacerlo a la esencia de uno mismo, a la raíz de los recuerdos. Regreso muy a menudo a Zaragoza, de hecho, siempre que puedo. En esta ocasión, y por razones que no soy capaz de desentrañar, lo que redescubro de mi ciudad y de mi pasado me lleva, sin proponérmelo, a recorrer constantemente, como si se tratase de un bucle temporal, un túnel en el que presente y pasado se mezclan confusamente en un ir y venir de ideas, sentimientos e imágenes. Trataré de explicarme.
La religión se basa, pienso, principal y primariamente en el miedo. El miedo es el padre de la crueldad, y por tanto no es sorprendente que crueldad y religión han ido tomadas de la mano.
Bertrand Russell ¿Por qué no soy cristiano? Hay noticias que aparecen en las páginas interiores de El País con suficiente relevancia como para que nadie pueda acusar al periódico de no informar, pero con la discreción necesaria para evitar que tenga más eco del debido. Me refiero a la noticia que, hace dos días, llevaba el título siguiente: “El Supremo anula la expulsión aun juez que asesoró a un narco” Un lector algo distraído o apurado de tiempo dedicaría a este titular una mirada de soslayo y proseguiría la búsqueda de noticias más interesantes o de mayor entidad informativa. Al fin y al cabo, podría pensar como de pasada, es un asunto entre jueces. Incluso si leyera el subtítulo de la noticia –“el alto tribunal considera que el Poder Judicial superó el plazo de seis meses para investigarlo” –, es muy probable que no le prestase a aquella la debida atención. Después de todo, podría seguir pensando, el Supremo está tomando decisiones de carácter administrativo y normativo que nada tienen que ver con el común ciudadano.
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