De vez en cuando, abandono mi autoimpuesto ayuno estival en materia de política y me asomo a las noticias, lo que me permite comprobar que todo sigue más o menos igual para nuestra desgracia. Voy a centrarme –y a compartir con aquellos de vosotros que decidáis leerme– en tres aspectos concretos de mi desolador recorrido periodístico, un recorrido que me ha convencido de que mi anterior aislamiento era, en el fondo, una decisión inteligente.
Me anima mi querida y jovencísima amiga Carolina --excelente periodista y actriz de dulce voz-- a dar mis impresiones sobre una película, Las nieves del Kilimanjaro, que tuve el placer de ver gracias a su recomendación, pues, de no ser así, es posible que me la hubiera perdido. Ni siquiera me atrevo a insinuar que esto que escribo se parezca en absoluto a una crítica, labor que respeto pero por la que no siento especial simpatía. Creen algunos críticos (muchos)que su trabajo –y su opinión– es tan importante, si no más, que el objeto de su análisis. Yo solo pretendo, sin la menor pretensión, contar las sensaciones que la cinta dejó en mí, y lo hago respondiendo a la estimulante incitación de Carolina.
|
|