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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Un entrevistador para un Papa

3/9/2021

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       Tengo mi blog en vía muerta. Debe de ser cosa del calor, que provoca pereza e induce a la vagancia. ¿Qué, si no? Hace falta a veces el empujoncito de una noticia, un comentario, una foto…, nada excesivamente llamativo ni espectacular, para sacarnos del marasmo mental.
       En esta ocasión ha sido una noticia con foto de eldiario.es. La foto muestra a Francisco I sentado frente al periodista de la COPE Carlos Herrera. El titular es suficientemente llamativo como para hacer que me detenga a leer y analizar la noticia: El Papa: "Yo no sé si España está reconciliada con su propia historia, sobre todo con la del siglo pasado"
      Como lo que ofrece eldiario.es es un breve resumen de la entrevista, busco en Internet el texto íntegro, pues sé por experiencia que las entrevistas resumidas pueden –y suelen– ser engañosas. He encontrado la entrevista reproducida en su integridad en la revista Ecclesia (¿dónde si no?) y la he leído detenidamente, sobre todo para ver qué nivel de “carga” y que intencionalidad llevaban las palabras del jefe de la iglesia católica en sus referencias a España.

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Empezaré por decir que la elección de Carlos Herrera para realizar la entrevista me parece, de entrada, toda una declaración de intenciones. En un parrafito que aparece al final de la entrevista, Eva Fernández Huéscar, corresponsal de COPE en Roma y Vaticano dice:  “Sería ingenuo caer en el argumento fácil de que el Santo Padre ha concedido una entrevista a COPE porque pertenece a la Conferencia Episcopal”. No, qué va… Herrera ha sido elegido por su ecuanimidad, su veracidad, su equilibrio ideológico, porque nunca ha sido proclive a soltar en los micrófonos toda clase de improperios, insultos, acusaciones falsas, ni tampoco dardos y venablos envenenados. Al comenzar a leer la entrevista me preguntaba –en uno de mis absurdos delirios– si se atrevería a ser con “su” Papa un poquito incisivo --no digo agresivo, eso nunca– para salvar las apariencias de objetividad periodística. Una vez más pequé de ingenuidad. No escarmiento.
Ya en las primeras preguntas y respuestas asoma el estilo y las maneras de lo que, a todas luces, es puro toreo de salón. Advierto de que el tema de España se toca muy al final de la entrevista. Por lo tanto, voy a ir desgranando los temas abordados en el orden en que aparecen.
Sale de inmediato a colación el estado de salud de Francisco, recientemente sometido a una importante operación de colon, y la agotadora actividad de los viajes, con el desgaste que estos suponen para alguien convaleciente, hasta el punto de que alguien hubiera incluso podido pensar en una jubilación anticipada. Para dar idea del tono adoptado por el entrevistador –más cercano del devoto creyente que del periodista independiente– no puedo resistirme a ofrecer textualmente la pregunta formulada por Herrera al respecto (el subrayado es mío: “¿Teme Su Santidad que una de las cosas más insistentes con las que los medios, esencialmente italianos, le distinguen a usted, Santo Padre, es que cuando se pone en duda la salud del Papa muchos piensan en (…) el me voy a casa, no puedo más...?” Hay olor a incienso en la pregunta.
En su respuesta, Francisco nos explica, de forma indirecta, cuáles son sus fuentes de información sobre la marcha del mundo. Dice: “… yo leo un solo diario acá en la mañana, el diario de Roma. Lo leo porque me gusta el modo de titular que tiene, lo leo rápido y punto, no entro en el juego. Televisión no veo. Y recibo, sí, el informe más o menos de las noticias del día…” O sea, que el Papa “no entra en el juego”, solo lee los titulares. Ah, que conste que, además, no ve la televisión. Pero, eso sí, para mantenerse bien informado le pasan a diario un resumen de las noticias del día, redactado, por supuesto, por personal vaticano. Me pregunto si, con la lectura de ese informe entre misas, audiencias, reuniones y demás zarandajas papales, tendrá Francisco una idea cabal del mundo en el que se desarrolla la vida de sus fieles católicos distribuidos por todo el mundo y sumidos a menudo en situaciones límite: campos de refugiados, muertos en bombardeos, niños enfermos y hambrientos, mujeres violadas en solitario o en manada o asesinadas por sus parejas, ahogados en el mar huyendo de persecuciones y miserias de todo tipo. Bergoglio es inteligente y supongo que sabrá leer entre líneas.
Aprovechando el tema de los viajes, asoma una pregunta en la que parece que el intrépido Herrera va a entrar a saco. Le plantea al Papa cómo prevé que va a ser su encuentro con el primer ministro Orban en su visita a Hungría, y aprovecha para facilitarle la respuesta dando por hecho que no comparte algunos puntos de su programa de gobierno, especialmente lo relativo al cierre de fronteras. La pregunta final es “¿Qué le gustaría decirle si tuviese la ocasión de encontrarse con él a solas?” Uno esperaría la respuesta del cristiano, pero surge la respuesta del diplomático vaticano: “Yo no sé si me voy a encontrar con él. (…) Yo no voy al centro de Budapest, sino al lugar del Congreso Eucarístico, y hay un salón donde me reuniré con los obispos y ahí recibiré a las autoridades que vengan. (…) Al presidente lo conozco porque estuvo en la misa en Transilvania, esa parte de Rumanía donde se habla en húngaro, una misa preciosa en húngaro, y vino con un ministro. (…) Y una de las cosas que yo tengo es no andar con libreto: cuando estoy delante de una persona la miro a los ojos y dejo que salgan las cosas. Ni se me ocurre pensar en qué le voy a decir en el caso de estar con él, son una serie de futuribles que a mí no me ayudan. Me gusta lo concreto; lo futurible te enreda, te hace mal.” ¿Entendéis por qué de alguien que responde con evasivas se dice que se escurre como una anguila? Pues eso. Sabemos que Cristo echó del templo a los mercaderes, pero el Papa no quiere pronunciarse sobre el racismo o la xenofobia del húngaro.
El tema siguiente podría ser de gran calado: Afganistán. Uno se pregunta si Francisco querrá mojarse en este peliagudo asunto en el que, además de todas las lacras sufridas por este país y sus sufridos ciudadanos, asoma el fantasma del islamismo más radical. La pregunta de Herrera es suavecita, no vaya a ser que… “¿El Vaticano puede mover hilos diplomáticos para intentar que no haya represalias contra la población?”  Y la respuesta, como cabía esperar es un portento de prestidigitación verbal, que comienza por hacer una loa de la capacidad diplomática del Vaticano y del Secretario de Estado, el cardenal Parolin, para acabar diciendo refiriéndose al jefe de la diplomacia vaticana: “Estoy seguro que (Parolin) está ayudando, o al menos ofreciéndose”. Vaya, pues para este viaje no hacían falta tantas alforjas.  Eso sí, el Papa tranquiliza al lector de la entrevista con una afirmación muy de corte eclesial: “Y yo voy a tratar de pedir lo que pide siempre la Iglesia en los momentos de mayor dificultad y de crisis: más oración y ayuno. Oración, penitencia y ayuno, que es lo que en los momentos de crisis se pide”. ¡Pues estamos listos! Y los afganos, ni te cuento, con esa ayuda…
Después de unos cuantos amables intercambios sobre temas inocuos e intrascendentes acerca de los desengaños que Francisco ha podido tener en su vida (incluyendo una curiosa cita de Francisco de la letra de un tango), o sobre la existencia o no del demonio (o qué diablos puede ser el demonio si éste no existe), la entrevista entra, pero medio de puntillas, sobre el tema candente de la corrupción en el Vaticano con el caso del cardenal Becciu, con una afirmación que es una obviedad: “Yo quiero de todo corazón que sea inocente. Además, fue un colaborador mío y me ayudó mucho. (…) Además de la presunción de inocencia, tengo ganas de que salga bien. Ahora, la justicia es la que va a decidir”. ¿No es esto algo demasiado obvio? Faltaría más...
Atraviesa luego la entrevista una serie de territorios mucho menos interesantes, en especial para un no creyente, pues abordan temas muy específicos de la vida interna del catolicismo: la prohibición de la misa tridentina o la reforma de la Curia. Y en un momento dado, se enciende una luz roja: sale el arduo asunto de la pederastia, que daría para varias entrevistas. Tal como cabía imaginar, entrevistador y entrevistado pasan por encima de él de puntillas para no salpicarse los bajos del pantalón en el lodazal. Vienen luego temas inocuos, por su escaso interés para una entrevista que quiere ser “la entrevista definitiva” al papa Francisco, tales como la ecología o la situación de China. A estas alturas, a uno le quedan dos sensaciones: la primera es que, como dice el refrán, quien mucho abarca poco aprieta; la segunda es que uno, que se ha enterado de la entrevista por la reseña de eldiario.es, piensa que le han engañado y que el Papa no va a hablar de España.
No es así. En la siguiente pregunta, nuestro audaz entrevistador se adentra en el fragoso terreno de ¡Ejjpaña! ¿Y qué temas le interesa plantear a don Carlos Herrera, el sin par campeón microfónico de la derecha sin mácula? Dos: el de la reciente y diabólica ley de eutanasia y el del enfrentamiento entre españoles, creado –¡¡¡por supuesto!!!– como consecuencia del separatismo catalán.
El primero de ellos lo plantea con una pregunta que constituye el mejor ejemplo de lo que no debe ser el periodismo: dar la respuesta (o insinuarla) en la pregunta. “Santidad, en España se ha legalizado la eutanasia, en función de lo que llaman el «derecho a una muerte digna». Pero eso es un silogismo falaz, porque la Iglesia no defiende el sufrimiento encarnizado, sino la dignidad hasta el final. ¿Hasta dónde el hombre tiene poder real sobre su vida? ¿Qué cree el Papa?”  ¿Para qué le pregunta si ya les está diciendo lo que opina la Iglesia?  Naturalmente, como cabía esperar, la respuesta del Pontífice no podía ser más lamentablemente tendenciosa, falsa y alicorta. “Estamos viviendo una cultura del descarte. Lo que no sirve se descarta. Los viejos son material descartable: molestan. No todos, pero vamos, en el inconsciente colectivo de la cultura del descarte, los viejos… los enfermos más terminales, también; los chicos no queridos, también, y se los manda al remitente antes de que nazcan” Cuando un tema de tanto calado se analiza desde la perspectiva de la fe, desde una visión teológica, surge el absurdo. La eutanasia, y esto lo debería saber el Papa, trata del derecho de todo ser humano a tener una muerte digna, y a que nadie le imponga una vida miserable y dolorosa. No se trata de “descartes”, ni de viejitos molestos. Evidentemente, con esa teoría de “lo que molesta”, el Papa mete en el mismo saco la eutanasia y el aborto y acaba ofreciendo una estúpida y meliflua anécdota (que ya me contaban a mí los frailes cuando era niño, y que reproduzco para mostrar el nivel al que puede llegar un hombre inteligente –como creo que es el Papa– cuando se reduce un tema profundo (filosófico) a la categoría de cuentecito para aleccionar a niños.
[“Yo quisiera recordar algo que en casa nos contaban. Que una familia muy buena con varios hijos y el abuelo vivía con ellos, pero el abuelo se va poniendo viejo y en la mesa comenzaba a babearse. Entonces, el papá no podía invitar a gente por vergüenza de su padre. Se le ocurrió poner una linda mesa en la cocina y explicó a la familia que desde el día siguiente el abuelo iba a comer en la cocina y así podían invitar gente. Y así fue. A la semana, llega a casa y encuentra a su hijito de 8 años, 9 años, uno de los hijos, jugando con maderas, clavos, martillos, y le dice: «¿Qué estás haciendo?». «Estoy haciendo una mesita, papá». «¿Para qué?». «Para vos, para cuando seas viejo». O sea, lo que se siembra con el descarte, se va a recibir después”.]
Y llegamos al tema candente. La actual situación de enfrentamiento político que se vive en España, situación que se ha ido generando a lo largo de los años como consecuencia de una fallida Transición, y que se ha visto avivada por la corrupción más escandalosa a todos los niveles gubernamentales sobre todo por el Partido Popular (aunque no solo), por la tolerancia judicial (y popular) con esta lacra, por la pervivencia de unas instituciones (sobre todo la militar  y la judicial) profundamente franquistas, y con el surgimiento de una ultraderecha cada vez más envalentonada, que ha avivado las cenizas con escasas brasas que quedaban del franquismo provocando una hostilidad social que ya casi no se recordaba desde los tiempos inmediatamente anteriores a la guerra civil.
No obstante, el señor Herrera tiene la respuesta a todo lo anterior. Y da la respuesta en la pregunta que le formula al Papa. “Santidad, vámonos a otro escenario. En la sociedad española, usted sabe que se han producido algunas fracciones y algunas fracturas concretas. El referéndum en Cataluña llevó a una situación particularmente delicada. Y usted ha dicho que el soberanismo es una exageración que siempre acaba mal. ¿Qué actitud cree que debemos adoptar ante un planteamiento de ruptura?” Y el entrevistador se queda tan ancho después de pronunciar semejante atentado a la decencia periodística. Queda claro de inmediato que Francisco no quiere entrar a saco en el asunto, pues es evidente que la entrevista va a tener una especial repercusión en España (y tan católicos son para él los catalanes como los andaluces), así que comienza dando unos capotazos de despiste hablando de otros casos de lucha por la independencia, por ejemplo, el caso de Kosovo, que se parece al catalán como una patata a una morcilla. Luego echa mano de un recurso eclesial infalible, y es hablar de reconciliación y de unión como hermanos y no como enemigos. Se pregunta el Papa si los españoles nos hemos reconciliado con nuestra propia historia. La pregunta tiene gracia. Para reconciliarse con la propia historia, lo primero que hay que hacer es conocerla, asumirla y condenar todo lo que sea condenable. Eso se hizo en Alemania con el nazismo. Eso no se ha hecho nunca en España, pero quizás el Pontífice no se ha enterado.
Pero lo que más me ha llamado la atención y preocupado de lo que piensa el Papa de nuestra situación es la frase siguiente: “… creo que tiene que hacer (España) un paso de reconciliación con la propia historia, lo cual no quiere decir claudicar de las posturas propias, sino entrar en un proceso de diálogo y de reconciliación; y, sobre todo, huir de las ideologías, que son las que impiden cualquier proceso de reconciliación. Además, las ideologías destruyen.” Véase que he subrayado intencionadamente las frases que me parecen más preocupantes. ¿Huir de las ideologías? ¿Las ideologías destruyen? Exactamente eso es lo que Franco trató de inculcar en la mente de los españoles. Eso es lo que Franco quiso hacer: desideologizar al país, mantenerlo adormecido, obediente, temeroso, sin pensamiento. Y es cierto que hay ideologías que destruyen: el nazismo, el franquismo, el estalinismo… Pero las ideologías son imprescindibles en una sociedad viva y pensante. Por otra parte, se le podría plantear al Papa que las religiones, todas ellas, son una forma de ideología y que, para colmo, son ideologías impuestas, no adquiridas tras un proceso de lectura y de libre y personal reflexión.
Para terminar, trae el entrevistador a colación el tema de las migraciones (aunque lo que parece preocuparle a Herrera) es la inmigración a España y Europa. Y lo hace planteando una pregunta que se inicia con la siguiente afirmación: “El problema es que el revisionismo histórico haya pretendido inutilizar aquella reconciliación admirable en el mundo que fue la Transición española, que yo me imagino que ustedes la conocieron en Argentina y no será extraña para el Papa. El nacionalismo, el soberanismo ha sembrado Europa de muertos y de inmigrantes.” Decir que el nacionalismo y el soberanismo ha sembrado Europa de muertos e inmigrantes es de una falta de decencia, vergüenza y honestidad rayana en lo delictivo. Cualquier persona con un mínimo de inteligencia y de cultura sabe que los dos principales factores que han impulsado las migraciones han sido, por un lado, la miseria a la que el colonialismo occidental condujo a muchos países del tercer mundo apropiándose de sus riquezas naturales (África, Asia y Centroamérica, sobre todo), y, por otro, a la existencia de férreos regímenes dictatoriales con matices religiosos, raciales o meramente tribales (Siria, Afganistán, Congo, Irak…).
Entonces, Herrera, que quiere llevar el ascua a su sardina, y pensando en los “menas” y “manteros negros” que pululan por España y que a la ultraderecha la tienen amargada, pues los consideran el principio de nuestros males, le lanza al Pontífice las preguntas definitivas: “¿Qué pasa cuando el número de los que piden acogida supera las posibilidades de acogida de un país? ¿No debe haber fronteras? ¿Todos en cualquier parte, donde queramos y como queramos?” La respuesta de Francisco tiene la apariencia de ser positiva, incluso cristiana, y, tomando como ejemplo lo que hicieron en su momento los países nórdicos, dice que lo que hay que hacer con los migrantes es “no solo acogerlos, sino protegerlos y promoverlos, educarlos, o sea integrarlos”.  Pero surge entonces un dilema. ¿Hasta dónde tiene un país capacidad para hacer todo esto? ¿Quién decide dónde empieza y dónde termina esa capacidad? Y cuando un país decide que no tiene capacidad para más, ¿qué hace con los sobrantes? ¿Rechazarlos? ¿Expulsarlos? ¿Expulsarlos adónde? La respuesta del Pontífice nos deja todas esas preguntas sin una respuesta, con una peligrosa y cruel incógnita. “La migración es una ayuda en la medida en la que se cumplan nuestros pasos de integración. Esa es mi postura. Pero eso sí, un país tiene que ser muy honesto y decir: «Hasta aquí puedo»” Después, releyendo la postura del Papa, ha venido a mi mente la piadosa frase con la que los cristianos viejos respondían (yo oí con frecuencia esa frase en mi niñez) ante la insistente súplica de limosna de cualquier mendigo: “Dios le ampare, hermano”.
Termina la entrevista con unas cuantas consideraciones y anécdotas sin ningún interés especial, con toques sentimentales, familiares, personales del Pontífice, incluido el inevitable tema argentino del fútbol y, cómo no, el mismísimo Messi. Yo ya he hecho mi trabajo. Ahora que cada cual saque sus propias conclusiones. Yo, os lo aseguro, ya las he sacado.

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