EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

El Valle de la Vergüenza

24/10/2019

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​Siempre me negué a visitar el Valle de los Caídos Ni siquiera tuve que hacerme un firme propósito de ello. Es que la sola idea de pisar aquel suelo que, estando manchado con el sudor y la sangre de miles de presos republicanos, había sido elegido por Franco para perpetuar su memoria como un pequeño faraón fascista, me provocaba un rechazo que hacía innecesario ningún tipo de argumento para justificar lo que, para mucha gente, era tan solo una muestra de mi proverbial cabezonería.
      Hoy, cuando todo el mundo sigue con ávido interés los acontecimientos de la exhumación del genocida, vienen a mi mente una serie de ideas que pueden parecer inconexas, pero que vienen provocadas por los hechos que ocupan las pantallas de los televisores de todo el país.
      Mi visión del Valle de los Caídos se apoya básicamente en dos imágenes que vienen a mi mente de forma absolutamente espontánea: la primera, la de los presos republicanos obligados a trabajar en la construcción del que había de ser el monumento a mayor gloria de su máximo enemigo. No entraré a debatir acerca del número exacto de estos presos, porque el mero intento de hacerlo implica aceptar la repugnante justificación que dan los llamados “historiadores” franquistas de que estos presos fueron a Cuelgamuros “por propia voluntad” para redimir pena a través del trabajo. Por supuesto que se acogieron a la redención de penas, faltaría más…, pero lo cierto es que fueron explotados en régimen de esclavitud no solo por el régimen, sino por las empresas a las que se dio la concesión de las obras, cuyos propietarios, empresarios franquistas y sin conciencia, se hicieron de oro aprovechando una mano de obra prácticamente gratuita. 
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       La segunda imagen es la de un Franco orondo y satisfecho de sí mismo, fajín de “generalísimo” con borlas incluido, visitando las obras en compañía de su “encollarada” Carmen, de la que las malas lenguas dicen que no se quitaba las perlas ni para dormir.
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       Discrepo del nombre Valle de los Caídos. Es evidente que Franco quiso, con este nombre, ennoblecer lo que no era sino una sucia vileza. Trató de vender la construcción de un monumento a su megalomanía como si fuera un complejo funerario en honor de todos los caídos, cualquiera que fuera el bando en el que hubieran luchado. ¡Falso! En primer lugar, porque para satisfacer esa farsa, el régimen se encargó de llevar a enterrar a Cuelgamuros cientos de muertos republicanos, desenterrados sin permiso de sus familias (ahí no tuvo que intervenir el Tribunal Supremo), amén de cientos de cadáveres sin nombres ni apellidos. Es la mayor fosa común de España. Y, en segundo lugar, al convertir Cuelgamuros en su propio mausoleo faraónico, le quitaba toda la razón de ser al nombre de Valle de los Caídos, pues Franco no fue un caído, sino que, por desgracia, murió en su propia cama. A este espantoso complejo solo le cuadraría ser conocido como el Valle de la Vergüenza, o el Valle de la Ignominia.
       La exhumación llega demasiado tarde. Lo cierto es que no debería haber sido necesaria. Un dictador genocida nunca debe ser receptor de honores, sino de oprobio y, luego, olvido. Permitir que se le enterrase en el monumento faraónico que él mismo se mandó construir constituyó una de las mayores afrentas que podía recibir un país que quería construir una democracia. Que esa afrenta no fuera resarcida de inmediato, tan pronto como llegó al poder un partido de izquierdas, constituyó un innecesario agravio añadido. Pero, a la vista de la deriva del partido socialista con el paso de los años, no cabe asombrarse. Unos lo justificarán alegando el temor a una involución (en aquella época se hablaba de “ruido de sables”), pero no es descabellado sospechar que lo que faltó fue convicción democrática, pues el PSOE estuvo en el poder 14 años seguidos. Son muchos años. Y tampoco se adoptaron otras medidas igualmente necesarias, como la denuncia del Concordato con la Santa Sede.
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        ¿Qué se va a hacer con el Valle de la Ignominia? Esta es otra idea que me ronda, tras leer ayer la noticia de que el Gobierno (en funciones) se plantea sacar de la abadía a los frailes benedictinos que la ocupan y manejan. Reconozco que en un primer momento aplaudí sin titubeos esta idea. Esta congregación, que ocupa gratis –y recibiendo subvenciones estatales–, una propiedad perteneciente al Patrimonio Nacional, se ha convertido en los últimos meses en un auténtico dolor de cabeza para el gobierno como consecuencia de la aplicación en España (país laico, dicen) del Derecho Canónico (ciencia jurídica cuya finalidad es estudiar y desarrollar la regulación jurídica de la Iglesia católica). Pues bien, hecha esta salvedad que demuestra, una vez más, la complacencia del Estado con la Iglesia Católica como consecuencia de la pervivencia del Concordato, seguí leyendo la noticia y me enteré de que el gobierno (en funciones) no se plantea desacralizar la abadía, sino entregarla al arzobispado de Madrid, con el que mantiene conversaciones más fluidas. Una vez, más un gobierno que se autoproclama socialista pierde una ocasión de oro para demostrar que España es un país laico. ¿Por qué poner en manos del arzobispado lo que es un bien del Patrimonio Nacional, es decir, de todos los españoles, ya sean católicos, musulmanes, evangélicos, agnósticos o ateos? Hay muchas propuestas para el futuro del Valle de la Infamia. Convertirlo en un Museo de la Memoria de lo que nunca debe volver a ocurrir en España es la propuesta que tiene mayor beneplácito. Pero, además, debería ser un museo del horror que significó el franquismo, en línea con el que hay en Santiago de Chile, donde, sobre todo, se exalta la dignidad de las víctimas de la dictadura. Pero, ¿podemos aspirar a eso en una España que ha sido incapaz de condenar, ni siquiera de conceder la extradición a Argentina, de un execrable y sádico torturador como Billy el Niño?
       El lamentable espectáculo de la exhumación. Hoy, las cadenas de televisión han tenido la excusa perfecta para ser, una vez más, lo que acostumbran a ser: transmisoras de espectáculos baratos, en los que prevalece el morbo por encima de la información digna y veraz. Ciertamente, no podían dejar pasar lo que, con ese lenguaje grandilocuente al que nos tienen acostumbrados, constituía un “acontecimiento extraordinario que sellaba una etapa histórica de capital importancia para el futuro de nuestra democracia” y bla bla bla… Entiendo que la exhumación del genocida era la noticia del día. Pero, aun siendo consciente de mi exageración, pregunto ¿debía ser la única notica del día? Hoy las cadenas de televisión han vuelto a convertir a Franco en el protagonista de la jornada, y no en el malo de la película. Han puesto bajo el foco de atención de toda España a Franco y a sus descendientes, que, en otros ámbitos geográficos y políticos, o estarían exiliados o andarían escondidos para no ser reconocidos por la gente. Y allí estaban todos ellos, acompañados por la ministra de Justicia, quien, al parecer, debía asistir como Notaria mayor del Reino. ¿No valía la presencia de cualquier otro notario para dar fe de lo que estaba pasando? ¿Tenía que haber una presencia institucional del Estado? ¿Era necesario que las cámaras de TV siguieran minuto a minuto el lentísimo recorrido del coche fúnebres hasta su entrada en el cementerio de Mingorrubio? ¿Era preciso que nos fueran señalando desde lejos la presencia de tal o cual nieto o nieta del dictador? ¿Era imprescindible saber cuántos cientos de ramos de flores habían llegado al Valle de la Ignominia? ¿Había que tratar la exhumación del cadáver de Franco como si fuera una boda o una gala cinematográfica a la que no se ha permitido asistir a la prensa?
Como ejemplo de ese periodismo barato, engañoso, manipulador, quiero terminar esta crónica con el ejemplo que ha colgado hoy en Twiter Sergio Mesa Galván, Secretario de Comunicación del Partico Comunista de España. Se puso en contacto con él un periodista de La Sexta para plantearle algo “inaudito y vergonzoso”. Pero, en vez de explicarlo en estilo indirecto, copio a continuación de forma resumida la conversación colgada por Sergio Mesa, que no tiene desperdicio. Y, aunque lo parezca, no es una broma; es una triste realidad:
      Periodista La Sexta -  Hola, te llamo porque estamos preparando la cobertura para la exhumación de Franco y queríamos preguntaros si vais a seguirla en algún bar. Queremos sacar a militantes del PCE celebrándolo. Es que la derecha tiene bares como Casa Pepe o La Oliva, y nos gustaría dar la otra visión. Con gente vuestra brindando y tal…
          Sergio Mesa -  No, mira, lo siento, el PCE no va a organizar ninguna celebración.
     Periodista La Sexta – Oye, ¿y no podríais reunir a militantes en un bar para que les grabemos brindando?
        Sergio Mesa - Oye, ¿para qué programa de la Sexta trabajas? ¿Es para alguno de humor?
        Periodista La Sexta -  No, no, es para los Informativos de La Sexta
      Sergio Mesa - Mira, sé que va a haber una concentración en Sol. Si vais a grabar allí, podría serviros para el “marco” que andáis buscando. Pero ya te aseguro que el PCE no está organizando nada en absoluto.
       Periodista La Sexta – No, es que lo de Sol es ya tarde para los Informativos. ¿No sabes en qué bares se junta la gente del PCE con banderas republicanas y ambiente “rojo”?
         (Fin de la conversación)
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España no hay más que una

8/10/2019

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España no hay más que una
ya lo puede usted decir,
y el que quiera convencerse,
¡ay!, que se venga aquí a vivir,
¡España no hay más que una!
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     Así era el estribillo de una canción inventada hacia 1940, creo que por Pepe Blanco, un tonadillero habitualmente acompañado a dúo por una tal Carmen Morell, que hizo furor en la España de la posguerra con sus músicas ramplonas y sus espantosas letras, que iban de lo chabacano, que no popular (“cocidito madrileño”), a la pura exaltación de lo fascistoide y patriotero, como el caso de la canción presente, titulada Sombrero en mano entró en España. Decía la primera estrofa Sombrero en mano entró en España / y al verla se descubrió…, y uno, que está siempre a la que cae, se siente tentado de decir, “pero, hombre, si llevaba el sombrero en la mano, ya no podía descubrirse”.
     Somos muy dados los españoles –me incluyo en el plural pese a que no me identifico con el hábito que aquí defino– a confundir el patriotismo con el patrioterismo. De por sí, ya el término patria hace que me chirríen los mecanismos de defensa intelectual. No sé si influyen en ello los términos lúgubres y sombríos del famoso poema de Espronceda que dice:
Oigo, patria, tu aflicción
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón
      No lo sé. Es posible. Pero ciertamente, el término patria no despierta en mí sentimientos de exaltación, de amor encendido por una tierra y una lengua, de orgullo por un patrimonio vallado, todas esas cosas que, al parecer, encienden el corazón de mucha gente y les llevan al lagrimeo emocionado, sino más bien todo lo contrario: me trae el recuerdo de guerras (me da lo mismo que sean defensivas u ofensivas, en todo caso siempre hay enfrente otro “enemigo” que también tiene una “patria”), odios, muerte, resentimiento, desconfianza, recelo...
     Y ello es así –repito, en mi caso– porque no concibo el concepto de patria si no es contraponiéndolo a todos los demás conceptos de patria que ocupan las mentes y los corazones de las gentes de otros lugares del mundo. Es más, no podría existir dicho concepto si no fuera por contraposición, por comparación, por contraste, por enfrentamiento. Existen las patrias porque existen otras patrias. Existen las patrias porque existen las barreras, las fronteras. Existen las patrias porque se ganaron o se perdieron guerras. O incluso porque unos señores revestidos de poder por la gracia de dios firmaron un tratado y se repartieron unos territorios con sus respectivos súbditos incluidos.
      Las patrias, y no me refiero a las “patrias chicas”, sino a las grandes, las que tienen ejército, aduanas, embajadores de otros países, bandera, himno y toda la parafernalia excluyente y policial, no son sino una versión ampliada, expandida, de las pequeñas patrias primitivas, o sea, las tribus, las agrupaciones de individuos que ocupaban un pequeño territorio y lo defendían a vida o muerte frente a las otras tribus vecinas que podían robarles su alimento o sus hembras. Las primitivas tribus formaban una “patria” por necesidad de supervivencia, como hacen las manadas de animales salvajes.
      Es evidente que, con el paso del tiempo, los seres humanos fueron desarrollando sus capacidades intelectuales. Aprendieron a plasmar en forma escrita sus sonidos ya articulados, o sea inventaron la escritura. Desarrollaron ideas sobre el mundo y sobre sí mismos y hasta se inventaron un dios (o varios dioses), con lo que dieron vida a la filosofía y hasta a la metafísica. Descifraron el significado de los sonidos articulados de las gentes de otras tribus y aprendieron a hablar como ellos. Y eso les sirvió para comunicarse y viajar negociando, comprando y vendiendo. Lo malo es que todo lo anterior, que podía haber servido para anteponer los valores humanos de aceptación, comprensión y aceptación del otro fueron barridos por los vicios de la imposición, el enfrentamiento y la crueldad con el otro. Y todo se fue al garete porque prevaleció el sentido de la tribu, solo que ahora con territorios más extensos. Y nacieron las fronteras y con ellas los odios, las envidias, el miedo al otro, y, como resultado de todo lo anterior, las guerras, la destrucción, la muerte, consecuencias inevitables de las “patrias”, esas que son, cada una de ellas, la madre a la que hay que defender y por la que hay que luchar, si preciso fuera, hasta la muerte, hasta la última gota de sangre. ¡Qué idiotez!
      Todo lo que acabo de escribir es, en realidad, un mero preámbulo. ¿Adónde quiero llegar con tanta palabrería? A algo muy sencillo que resumo en una pregunta. ¿Por qué, cuando llegan nuevas elecciones, los partidos se lanzan a una utilización abrumadora y agobiante de la palabra España? ¿Por qué se empeñan en repetirme una y otra vez la palabra España? ¿Acaso creen que nos hemos vuelto tontos y hemos olvidado dónde vivimos? En periodo electoral, lo que deberían hacer los partidos sería explicar clara y honestamente su programa, lo que quieren hacer, los proyectos que desean desarrollar, las leyes que se proponen implantar, el dinero que van a necesitar para conseguirlo, de dónde van a obtenerlo, cómo van a ocuparse de la sanidad y la educación, qué tratamiento van a dar al problema de la inmigración, qué políticas sociales desean aplicar, qué piensan hacer para recuperar el dinero “adelantado” a la banca para salvarla de la ruina, etcétera. Pero hablar de España me parece superfluo, innecesario, tramposo.
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      Cuando un político se llena la boca con la palabra España, pienso que lo hace por una de estas tres cosas: 1. Porque quiere disimular el hecho de que no tiene nada interesante o importante que decirme. 2. Porque las cosas que podría decirme son inaceptables, inasumibles o infumables. 3. Porque quiere venderme la burra, es decir, trata de llevarme a la conclusión de que si no estoy de acuerdo con lo que dice es porque no soy patriota.
      Si partimos de la base de que, en principio, toda alusión a un país –nos estamos en nuestro caso centrando en España– cobra sentido solo si se hace como contraposición o comparación a otras entidades de naturaleza similar (Francia, Alemania, Indonesia…), de rango superior (UE) o que aspiran a serlo (Cataluña), habrá que aceptar que no constituye –o no debería constituir– el núcleo de los programas electorales y, por extensión, de sus proclamas y eslóganes. De lo contrario, lo normal es que nos refiramos a los ciudadanos de ese país, ya sea en general o de forma concreta a ciertos sectores del mismo: trabajadores, jubilados, menores, mujeres, agricultores, inmigrantes, parados… Si no, ¿de qué estamos hablando?, ¿de España como problema (esto ya lo hizo Laín Entralgo); de España como unidad de destino en lo universal (esto ya lo hizo Franco); de España como respuesta de todos los males y bastión de la civilización cristiana occidental (esto ya lo han hecho Menéndez Pelayo y todos los “intelectuales” católicos de derechas) …?
      Parece obvio pensar que lo que los ciudadanos necesitan saber acerca de los partidos –y para ello no es necesaria la monserga de mítines, pasquines, folleto y carteles– es qué piensan hacer para atajar los males creados por los propios partidos; como se plantean sanear la vida pública, corrompida por la avaricia, deshonestidad y falta de vergüenza de una gran mayoría de sus dirigentes; qué medidas van a adoptar para impulsar una limpieza y agilización del sistema judicial, que tanto nos deshonra; qué van a hacer para limpiar las cloacas gubernamentales y policiales; qué medidas y leyes tienen intención de implantar para poner fuera de la ley a los apologistas del genocidio franquista; cómo piensan acabar –si es que piensan hacerlo–  con la connivencia de legisladores y gobernantes con las altas esferas del poder económico; cuáles van a ser sus disposiciones fiscales para hacer que todo el mundo pague sus impuestos de acuerdo con sus ingresos, incluida la Iglesia, institución que debería quedar relegada a sus cuarteles de oración tras una oportuna denuncia del Concordato; qué opinan –dando una opinión sincera y no una meditada mentira para dilatar el tema en el tiempo y dejarlo morir– de la tan necesaria reforma de la Constitución, que incluya una pregunta a la ciudadanía acerca de su deseo de continuar viviendo en una monarquía trasnochada e impuesta o de transformarse en una República.
      Me echo a temblar, cuando nuestros políticos se llenan la boca de España y la escupen en esperpénticas bocanadas de pseudopatriotismo casposo, porque, cuando lo hacen, o bien están queriendo usar la palabra como arma arrojadiza, o están camuflando sus carencias, sus vacíos, su insustancialidad o, lo que es peor, sus verdaderas (malas) intenciones.
       Desde Cs hasta VOX, pasando por el PP, por ir de la derecha a la extrema derecha y a la derecha fascista, la palabra España se repite incesantemente en sus discursos y sus mítines se llenan de banderas –constitucionalistas o del aguilucho– de himno (de Cara al sol si se trata de VOPX) y de canciones que lo mismo sirven para una concentración electoral que para unas fiestas de pueblo cuando el personal anda ya a punto del coma etílico, y me refiero al “Que viva España”. En esos mítines no interesan los programas, ni los proyectos políticos, solo interesa ¡España, España, España! La intención parece clara: que quede constancia de que quienes no están con ellos están contra España… o son la anti España. Exactamente lo mismo que decía Franco allá por 1936.
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       Curiosamente parece que el PSOE se ha contagiado de esa furia patriótica. No es que el PSOE no haya usado y abusado también de la palabra España y de la bandera a lo largo de las últimas décadas. De hecho, su énfasis en el patriotismo ha aumentado cada vez que temía verse sobrepasado por una derecha que ha sido siempre españolista sin sonrojo, sin malos rollos. Y que conste que no me estoy refiriendo a ese personaje funesto que ha acabado convertido en una especie de caricatura de sí mismo y que, el otro día, en un acto celebrado en Galicia, de cuya naturaleza no quiero acordarme, decía sin el menor rubor que “a Rajoy y a él cada vez son menos las cosas que les separan”. Sí, me refiero a don Felipe González, Isidoro cuando era militante socialista, no ya del PSOE, que eso creo que lo sigue siendo.
      Ahora el eslogan del PSOE para las elecciones ya no alude a conceptos como “cambio”, “unidad”, “progreso” o a expresiones como “juntos” o “contigo”. Ahora ha tomado el camino, trillado pero rentable, de la patria Ha visto que tiene que contrarrestar la agresión patriótico-sentimental de Casado o Rivera, que dicen idioteces muy sugerentes como “¿Izquierda o Derecha? España”. Sánchez y sus chicos se suben al carro españolista y nos lanza toda una teoría de la ciencia política resumida en cuatro palabras (una repetida), con una coma de separación: Ahora, Gobierno / Ahora, España. Me aterra pensar que, dejando de lado la banalidad del eslogan, éste encierra más de un punto que considero preocupante. ¿Quiere decir Sánchez con lo de "ahora, gobierno" que “ahora, sí”, que antes, no, pero que ahora está decidido a que haya gobierno? ¿Y por qué no lo hizo antes habiendo podido? ¿No requeriría eso una detallada y honesta explicación? Lo segundo, ¿están Sánchez y su equipo tratando de otorgar igualdad de peso y categoría al gobierno y al país? No, señor Sánchez, el gobierno es para todos los ciudadanos, pero el gobierno no es el país. El país abarca mucho más, y engloba a mucha gente que, ni de broma, se identifica con su gobierno. La utilización de la palabra España en su eslogan es un truco de trilero, para distraer al incauto lector con la bolita de la palabra España y que no se dé cuenta de cuál es el cubilete vacío que probablemente va a elegir con su voto.
      Para terminar de una forma grata este post, quiero hacer, como vulgarmente decimos en mi tierra, una comparanza. Todo esto de España y la españolidad y la madre patria es exactamente lo contrario de lo que hizo, por ejemplo, mi admirado y nunca olvidado Labordeta, cuando mostró su amor al país y a sus conciudadanos recorriendo todos y cada uno de los pequeños territorios de esto que hemos dado en llamar España, y lo hizo con el mismo fervor, con la misma emoción, con el mismo respeto tanto cuando estaba en los Picos de Europa, como en la sierra de Cazorla, el valle del Duero o los Pirineos catalanes por citar algunos de los lugares que tan magistralmente retrató. Y lo hizo sin mencionar para nada la palabra España. Demasiado sabíamos todos el nombre del territorio grande de todas las tribus que visitaba.
       Mi consejo. Cuando escuchéis un discurso, una proclama, una declaración, un eslogan y os deis cuenta de que se repite continuamente el nombre de España, tened mucho cuidado. Por usar una expresión poco fina, ¡es que os la quieren meter doblada!
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Viendo y viviendo el momento

1/10/2019

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Culpa achacable a Podemos
     He subrayado la necesidad de abandonar indebidas actitudes dogmáticas. Por ello, pese a que me declaro partidario, inscrito y votante de Podemos, comenzaré por considerar qué parte de culpa cabe achacarle al partido morado para que nos encontremos a punto de celebrar (qué palabra tan inoportuna) nuevas elecciones. Y la mejor forma de llevar a cabo tal consideración consiste, creo yo, en imaginar qué pudo haber hecho Podemos, y no hizo. Y solo hay una respuesta. En efecto, Podemos pudo haber aceptado la única salida que le dejó el PSOE de concederle un voto favorable ces decir, regalarle la investidura— sin exigir para ello nada a cambio. Seguro que ya hay quien trata de atajar mi argumento diciendo que Podemos podía haber aceptado la propuesta de una vicepresidencia y dos ministerios que le hizo el PSOE en un momento determinado. Es cierto. Pudo haberlo hecho. Más adelante, trataré de analizar todo ello cuando revise todo el supuesto “proceso de negociación” entre los dos partidos. De hecho, yo, a título particular, pienso que haber dado el voto a Sánchez sin contraprestación ninguna a cambio no habría sido una decisión excesivamente aciaga. Eso le habría permitido pasar abiertamente a la oposición, desde donde habría podido convertirse en una especie de mosca cojonera de un gobierno que, visto lo visto hasta ahora, no parece dispuesto a implantar medidas auténticamente de izquierdas y, por el contrario, trata de no soliviantar en exceso a los poderes fácticos, que todos sabemos cuáles son.
      Que a mí no me pareciese una idea del todo mala ni descabellada no quiere decir que fuera la respuesta idónea. Y ello por dos razones: la primera, que Podemos representa a casi cuatro millones de votantes, cuya ideología es de todos conocida (sobre todo es conocida de la derecha económica materializada en el IBEX y la banca), y desoír los deseos de transformación socioeconómica de dichos votantes sería de todo punto incomprensible y suicida. La segunda razón es que, le pese a quien le pese y por mucho que se quiera acusar a la cúpula directiva de Podemos de actuar con desprecio de las normas democráticas, Podemos se atiene siempre a una escrupulosa obediencia a las decisiones que, en las correspondientes consultas, toman sus miembros inscritos en una votación transparente. Y éstos habían dejado muy claro que, si el PSOE no aceptaba llegar a un pacto basado en una coalición (en el grado que fuera posible), Podemos debía abstenerse. Y eso es lo que hizo.
Culpa achacable al PSOE
      Comenzaré por decir que estoy convencido de que el PSOE no tuvo nunca la menor intención de alcanzar un acuerdo de coalición con Podemos. Lo que sí le ha interesado al partido socialista es que, a ojos de la población, quedase muy claro que quien creaba obstáculos, quien obstruía, quien anteponía sus “ambiciones” políticas a los intereses de la población, era Podemos. Para conseguirlo iba a contar con la valiosa, con la inapreciable colaboración de los medios de comunicación. Ya ocurrió en 2016, cuando se frustró la anterior posible investidura de Sánchez al desdeñar el pacto con Podemos y anteponer su incomprensible oferta de coalición con Ciudadanos (con generosa y espontánea oferta de una Vicepresidencia al “izquierdista neoliberal” Rivera, poniendo al partido morado en la tesitura de abstenerse o hacer el ridículo aceptando el papel de Cenicienta del cuento. Alguna lección debieron de aprender los militantes del PSOE, quienes la noche de las pasadas elecciones gritaron en Ferraz una consigna clara e inequívoca: “¡Con Rivera, no!”. Y si no era con Rivera, solo podía ser con Podemos, puesto que era la única formación que le ponía a Sánchez la presidencia al alcance de la mano.
Un paso adelante y dos pasos atrás
      Si la exigencia de sus votantes, emitida a gritos, le ponía a Sánchez en un brete, se trataba de disimular y de ir dando los pasos adecuados para que, al final, el resultado fuera el que tanto él como el resto de la cúpula del partido querían sin crear disensiones dentro del partido (pese a lo cual, me consta, ha habido deserciones y bajas de militantes, que no se han tragado el bulo del bloqueo podemita).
     Voy a intentar desglosar, un poco paso a paso, las distintas fases que ha atravesado este intrincado proceso. Parto de la base de que también estoy convencido —y habrá quien me diga, con razón, que esto es una opinión— de que el proceso que voy a detallar ha sido pensado y minuciosamente planteado por el asesor áulico de Sánchez, Iván Redondo, de quien sería como mínimo absurdo y aventurado sospechar que tuviera la más mínima tendencia política de izquierdas.
      Comienzo mi relato a partir del momento em que se inicia la campaña electoral.
  1.      Después de los debates, en los que Sánchez echa en cara a Rivera que le haya vetado públicamente, a pesar de lo cual no descarta abiertamente que no tenga intención de pactar con Cs, Sánchez concede una entrevista a El País, a dos días de las elecciones, y en ella repite que para él no hay ningún problema en que Podemos entre en un gobierno presidido por él.
  2.      Llega el resultado de las elecciones. El PSOE saca 123 escaños, el PP, 66; Ciudadanos, 57; y UP, 42. O sea, que PSOE+C'S suman más de 180 escaños, pero hay 2 problemas. El primero es que Rivera tiene vetado al PSOE. El otro surge la misma noche electoral. ¿En qué consiste?  Pues que los simpatizantes del PSOE que acuden a Ferraz a celebrar la victoria electoral le gritan a Sánchez el famoso "¡Con Rivera, no!"  (Cuentan —yo, al menos, así lo he leído, aunque no puedo constatarlo— que Sánchez quiso esa misma noche llamar a Rivera, pero que Iván Redondo le convenció de que era mejor jugar otras cartas, como así hizo y hemos vivido.) La sociedad progresista respiraba aliviada por haber podido impedir un gobierno de la derecha y esperaba que en cuestión de días se haría realidad un pacto PSOE-UP.
  3.      Pero, de repente, se produce el primer jarro de agua fría, cuando Carmen Calvo anuncia que la intención del PSOE es gobernar en solitario. ¿Cuál era la razón de ese anuncio del PSOE? Porque UP, desde el inicio de campaña, dijo que su objetivo era pactar un gobierno de coalición. ¿Para qué? ¿Para conseguir sillones, como dicen siempre sus detractores? No. Para asegurarse de que se hicieran realidad las promesas que había hecho el PSOE durante la campaña, pero, sobre todo, antes de la campaña, ya desde la oposición a Rajoy, consistentes en: 1. Derogar la reforma laboral (nunca intentado); 2. La promesa que Sánchez hizo a los militantes socialistas de modificar los estatutos del PSOE para incluir “la obligatoriedad de consultar a la militancia sobre los acuerdos de gobierno a alcanzar”, promesa nunca cumplida; 3. Modificar la Constitución para, más allá de una consulta Monarquía-República, modernizar la actual monarquía y eliminar privilegios como la “inviolabilidad” del monarca; 4. Derogar la Ley Mordaza (nunca más mencionada). 5. Imponer un impuesto extraordinario a la banca hacerle pagar parte de las pensiones, como compensación por los 77.000 millones de euros que costó rescatarla. 6. Paralizar la LOGSE y establecer un pacto educativo. 7. Denunciar los acuerdos con la Santa Sede (tuvieron 14 años para haber podido hacerlo y nunca lo intentaron). 8. Reformar el sistema de voto rogado para facilitar el voto de los españoles emigrados (nunca abordado). 9. Anular la modificación del artículo 135 de la Constitución para la que el propio Sánchez reconoce que votó a favor pero que reconoce que fue un error. 10. Acabar con las puertas giratorias (eso está por ver). 10. Crear un impuesto sobre las transacciones financieras (nunca abordado). 11. Proceder a la exhumación de los restos del dictador (lo único abordado y conseguido hasta ahora). Es evidente que la importancia y la magnitud de las mencionadas promesas exigiría, para que hubiera una mínima seguridad de que se van a cumplir, algo más que buena fe y confianza ciega por parte de un hipotético socio que le diera su apoyo para la investidura. Unidas Podemos, y esto me parece absolutamente lógico y coherente, quería un pacto de gobierno como forma de garantizar mínimamente que el PSOE cumpliera —en la mayor medida posible— con todas estas promesas. (Quiero dejar constancia de que conforme he ido escribiendo, iba visualizando vídeos de Pedro Sánchez prometiendo todo lo que he transcrito, y que no es una aproximación de mi mente calenturienta ni de mi mala fe. ¡Maldita hemeroteca!)
  4.      Y comienzan las excusas para rechazar el pacto de gobierno. El primero es José Luis Ábalos, quien afirma lo siguiente respecto a las cifras de escaños: "No llegamos (PSOE + UP), es más, un gobierno de coalición podría restar". Solo suma los escaños de PSOE y UP (165), que, lógicamente, no dan mayoría absoluta. No cuenta con los apoyos prácticamente seguros de nacionalistas vascos y ERC. Como el PSOE se da cuenta de la incoherencia de este argumento, sale al día siguiente la señora Lastra y, en una entrevista en la Cadena Ser, dice que al PNV se le haría "cuesta arriba" apoyar un gobierno de coalición. Pero las cosas se tuercen porque el PNV sale inmediatamente en público a desmentir su veto a un gobierno de coalición PSOE-UP, con lo que esta primera excusa queda desmontada.
  5.      Llega la segunda excusa: Cataluña. Varios dirigentes socialistas hacen declaraciones en el sentido de que, para establecer un gobierno de coalición, no pueden producirse disensos en un tema capital, como es el de Cataluña.  Al día siguiente, en una demostración de lealtad institucional (que sus detractores nunca le reconocerán) Podemos hace una declaración oficial, afirmando que el partido está dispuesto a comprometerse a cumplir las exigencias del PSOE en asuntos de Estado. Segunda excusa desmontada.
  6.      Tercera excusa. Sale la señora Calvo a los medios a acusar a Pablo Iglesias de haber “exigido” una vicepresidencia a Pedro Sánchez. Como era simplemente un bulo inventado, es el propio Sánchez el que decide desmentir a su vicepresidenta (quien volverá a mentir descaradamente más tarde). Tercera excusa desmontada.
  7.      Como van pisando terreno quemado, Sánchez da el paso definitivo y, en una entrevista con Ferreras en La Sexta, afirma que él no quiere vetar a nadie, pero le pide públicamente a Pablo Iglesias que dé un paso atrás porque es el único escollo para llegar a un acuerdo. La señora Lastra había dicho dos días antes, en un nuevo ejemplo de contradicción del PSOE, que Pablo Iglesias no era un impedimento para alcanzar un pacto. Dos días después, para su Secretario General, la presencia de Iglesias en el gobierno sí era un impedimento. Y da dos razones: La primera —y esto constituye una acusación gravísima— porque dice que Iglesias no defiende la democracia (estoy viendo ahora mismo mientras escribo la grabación de esta afirmación). La segunda, porque dice que no respeta la independencia judicial (da ganas de reír que un dirigente del PSOE haga esta acusación, cuando ellos, siempre que han podido, lo mismo que el PP, han manejado a su antojo los nombramientos de la cúpula judicial, pero eso es harina de otro costal). Para sorpresa (inesperada y probablemente incómoda) del PSOE, Pablo Iglesias decide dar un paso atrás y renunciar a formar parte personalmente del gobierno. Cuarta excusa desmontada. (Curiosamente, al día siguiente sale a la palestra la señora Calvo a decir que el veto “no era a su persona”; ¿sería un veto a su peinado?)
  8.      Entre tanto tira y afloja, nos enteramos de una curiosa noticia: los diputados del PSOE que se abstuvieron y le dieron el gobierno a Rajoy, han mandado una carta a los diputados populares, pidiendo reciprocidad y les dicen que se abstengan para hacer presidente a Sánchez. Entre los firmantes, ¡cómo no!, están Ábalos y Lastra.
  9.      El PSOE le dice a Podemos que los ministerios de Defensa, Interior, Exteriores, Justicia y Hacienda están vetados. Podemos nuevamente acepta y cede.
  10. Llega la primera sesión de investidura y Pedro Sánchez, de forma ostensible, ningunea de forma insultante a su supuesto "socio prioritario", mientras pide la abstención a la derecha. A pesar de ello, UP no vota en contra. Simplemente se abstiene. Sé que hay mucha gente, sobre todo votantes socialistas, que criticaron duramente a Podemos por no dar su voto al PSOE. ¿Realmente alguien que no sea un fanático del partido socialista podía esperar semejante humillación gratuita?
  11. El PSOE, al fin, después de estar tres meses mareando la perdiz, cuando se aproxima la segunda sesión de investidura, decide negociar en 48 horas un gobierno de coalición. Pero lo primero que hace el Gabinete de Carmen Calvo, en un rasgo de deslealtad con el partido con el que se desea pactar, es filtrar a primera hora de la noche el primer documento de propuestas que presenta UP para empezar a negociar. Y lo peor es que la vicepresidenta manipula el documento y cambia la palabra “Propuestas” de Podemos por 'Exigencias". (La intención es evidente y no exige explicación especial.) Además, antes de que llegue el momento de la segunda votación, el PSOE incluye entre los ministerios vetados anteriormente el de Trabajo, aduciendo literalmente que Unidas Podemos es "inquietante para la CEOE" (es decir, que Sánchez antepone los deseos de los empresarios a los derechos de los trabajadores).
  12. Pablo Iglesias sube a la tribuna y acepta el veto al Ministerio de Trabajo a cambio de que les cedan las competencias en políticas activas de empleo. Sube a dar la respuesta Adriana Lastra y dice que las políticas activas de empleo están transferidas a las Comunidades. Esta afirmación es falsa. Hay una parte importante de las competencias que están transferidas a las Comunidades, pero otra parte fundamental sigue dependiendo del propio Ministerio. Además, si según el PSOE esas competencias están transferidas, ¿qué problema había en aceptar la oferta de Unidas Podemos?  Pero el PSOE se mantiene inamovible con la oferta que había hecho a Podemos, y que era la siguiente:
             -   Una Vicepresidencia sin competencias 
             -    Ministerio de Sanidad con la mayoría de competencias transferidas a las CCAA
             -    Dos subsecretarías reconvertidas en Ministerios.
                   -  Vivienda, dependiente de Fomento y Economía
                   -  Igualdad, dependiente de Presidencia
        En otras palabras: prácticamente ninguna competencia real
      Se trataba de mantener a Podemos alejado de toda posibilidad de influir en temas de auténtico calado político, sobre todo, tal como Podemos solicitaba, en el ámbito laboral.
      En ese momento del debate, (y esto se puede consultar porque está grabado) Unidas Podemos pide un receso para negociar. La señora Batet, presidenta del Congreso, avisa al PSOE de esta solicitud, pero Pedro Sánchez responde: "No, ni hablar". Y llega la votación. Pedro Sánchez pierde la votación. Pero lo más interesante, y esto es algo que cualquiera puede ver porque está grabado, es que Sánchez se levanta sonriente haciendo bromas y comentarios aparentemente divertidos con Carmen Calvo y Borrell. Parece que no haber sido investido no le ha causado la menor contrariedad.Hay dos temas que, para mí, quedan abiertos a discusión. El primero es si Podemos debió conformarse con lo que planteaba el PSOE, tras el esfuerzo público y evidente desarrollado por los diputados socialistas, incluido el propio Sánchez, para ningunear y humillar a su “socio preferente” en el Congreso de los Diputados. Queda esto abierto a la libre opinión de cada cual, según sus propio y respetable criterio. Habrá quien piense que la actitud de Podemos fue coherente, quien crea que fue obstruccionista. Cada cual es libre de opinar como desee.Pero lo segundo que, en mi opinión, queda claro es que el PSOE “se esforzó” por conseguir que Podemos no les diera su voto y que apareciese ante la opinión pública como el culpable del bloqueo. Pero el desarrollo de los acontecimientos parece demostrar que la actuación del PSOE fue una estrategia perfectamente urdida para conseguir un objetivo claro: ir a nuevas elecciones, apoyándose en dos ideas básicas: unas encuestas que les eran supuestamente favorables, y el desgaste que la “actuación” con Podemos le iba a causar al partido morado, desgaste del que se beneficiaría el propio PSOE.
      Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que un mismo político, es decir, Sánchez, pase en unas pocas semanas de definir a Podemos como su “socio preferente” para acabar afirmando que si Podemos hubiera conseguido estar en el gobierno, “no habría podido dormir por las noches”? ¿Era un ignorante y un irresponsable cuando pensaba lo primero? ¿O era un cínico buscando ofender gratuitamente cuando dijo lo segundo?
       Sobre todo, es digno de destacar que, según fuentes de la propia CEOE, el 8 de agosto, en un encuentro mantenido en la Moncloa, Pedro Sánchez le dijo al presidente de la patronal, señor Garamendi, que, aunque lo iba a intentar, veía imposible el acuerdo con Podemos si éste no renunciaba al Gobierno de coalición. O sea, que el PSOE solo estaba interesado en un acuerdo de tipo programático, pero con Podemos fuera del gobierno. Y eso significa que Sánchez y la cúpula del PSOE estuvieron mintiendo a sus militantes y a la ciudadanía en general.
      Los detractores de Unidas Podemos acusan a esta formación de una ambición desmedida. Y yo me hago la siguiente argumentación. Los partidos políticos —todos ellos sin distinción— se esfuerzan por alcanzar el poder, es decir, por gobernar. Si aceptamos que esa lucha por conseguir el poder es una aspiración legítima. ¿por qué cuando se trata de Podemos surgen de inmediato voces que descalifican a los representantes de dicho partido, los acusan de mostrar una ambición desmedida, y el término ministerio pasa a ser reemplazado por el más peyorativo de “sillón”? Y lo peor es que los propios políticos socialistas han hecho esta acusación a los políticos de Podemos. “Solo están interesados en conseguir ministerios”, han dicho en múltiples ocasiones, dando a entender que ocupar un ministerio es, simple y llanamente, conseguir un chollo, o sea, una aspiración digna y legítima para los socialistas, pero espuria y deleznable para los políticos de Podemos. Pero, ¿acaso no desean los del PSOE ocupar “todos” los ministerios? ¿Eso sí es comprensible?
      Pasan los días de la fallida investidura y Sánchez se va de vacaciones sin mostrar signos de preocupación, ni por su propio partido ni por la situación de desgobierno del país. Entre tanto, UP trabaja en el mes de agosto en un documento para intentar retomar las negociaciones. Rellena de competencias los ministerios ofertados por el PSOE y presenta un programa de gobierno de 100 hojas.
     El PSOE ni siquiera lo lee. Solo dos horas después de recibir el documento, emite un comunicado rechazándolo.
    A la vuelta de vacaciones Pedro Sánchez decide llevar a cabo una serie de reuniones con la “sociedad civil”. Tras finalizar esas reuniones, el PSOE anuncia que el 3 de septiembre Sánchez presentará 300 medidas. En la presentación de estas medidas, Pedro Sánchez ofrece a UP unos puestos, fuera del Consejo de Ministros, llamados "altas responsabilidades en instituciones muy relevantes que complementan al Consejo de Ministros". La respuesta de Pablo Iglesias es pedirle a Pedro Sánchez una reunión personal entre los dos para intentar alcanzar un acuerdo que tenga más contenido que esos etéreos puestos de “alta responsabilidad”. La respuesta no la da Sánchez sino la señora Lastra, quien, desde la tribuna, le dice a Pablo Iglesias que “esto no va de machos Alfa" y rechaza la reunión entre los líderes políticos. Curiosamente, en esa misma sesión en la que Pedro Sánchez rechaza la invitación de Pablo Iglesias, el presidente en funciones le pide a Albert Rivera poder hablar con él. Una vez más, Pablo Iglesias cede. Llama a Pedro Sánchez y le ofrece un gobierno de coalición revisable al año, comprometiéndose a dar estabilidad presupuestaria y parlamentaria al gobierno, pase lo que pase. Sánchez la rechaza. Fin de la historia.
Aparición del “escondido”
     Fallida la investidura, anunciadas nuevas elecciones, con el electorado hastiado, cabreado, con el brote “espontáneo” de las primeras encuestas, en medio del aburrimiento, la desesperanza y el abatimiento generalizados, surge la voz de un nuevo “contendiente”, hasta ese momento callado: Errejón.
     Sé que este es tema de otro capítulo, pero no puedo dejar de hacer mención del mismo, aunque solo sea de pasada.
     Es curioso el tirón que tiene Errejón entre los críticos de Pablo Iglesias. Siempre se ha querido presentar como el muchacho serio, formal, responsable. Incluso en su portada del día 26 de septiembre, ABC ofrecía una foto a toda plana de Errejón, una foto muy bien elegida (rostro amable, sonriente, mirada inocente, casi infantil, y una leyenda lanzada como un dardo: “Errejón asalta el cielo de Iglesias”. Como vulgarmente se dice, a la derecha española más rancia se le hacía el culo pepsicola.
Imagen
      Podríamos entrar en disquisiciones largas, prolijas y posiblemente estériles acerca de quién fue el culpable de la escisión en Podemos y de la deserción de una serie de antiguos militantes que, o han abandonado el partido, o han quedado relegados a puestos sin relevancia, o se han alejado del núcleo de poder del partido. Simpatizo con Podemos pero no conozco las intrigas y tejemanejes internos, salvo lo que cuentan los medios a través de las declaraciones de unos y otros. Y esas declaraciones, las haga quien las haga, seguramente serán siempre interesadas. Sí me queda clara una cosa: en la famosa asamblea de Vistalegre 2, Iglesias tuvo el apoyo del 89% de los asistentes. Porcentaje que ningún otro político ha conseguido en una asamblea general. Errejón planteaba una estrategia política distinta —perfectamente legítima— pero que no tuvo el apoyo de la mayoría. Sus tesis políticas eran crear un Podemos posibilista y más moderado, más “transversal”, mientras que el Podemos que se impuso fue el más izquierdista de Iglesias. Pero esa fue la voluntad de los votantes. A partir de ese hecho, cada cual es libre de hacer las interpretaciones que considere pertinentes.
    Queda por ver en qué medida la aparición de Errejón en la escena electoral va a tener consecuencias notables en los resultados electorales:
  • ¿va a perjudicar a Podemos?
  • ¿va a perjudicar al conjunto de la izquierda?
  • ¿va a potenciar una posible coalición del PSOE con el partido de Errejón y Cs?
    Decidirse por una u otra posibilidad es tanto como hacer jugar a las adivinanzas. Mi impresión es que la aparente ingenuidad con que Errejón ha saltado a la palestra, levantando las manos y diciendo “A mí, que me registren, yo soy inocente”, es una cuidada puesta en escena. En un primer momento, alegó lo que siempre ha dicho de su actividad política, que a él solo le interesaba Madrid, y que su salto a las elecciones nacionales lo iba a hacer solo en esta Comunidad. Pronto se ha visto que no es así. De hecho, ya se sabe que se presenta en 16 provincias mediante coaliciones con grupos tan diversos como Compromís, Equo o la Chunta aragonesista.
     El día 23 de septiembre se celebró una asamblea de militantes de Más Madrid para decidir si iban a concurrir a las elecciones generales.  La pregunta que contestaron los asistentes era: “¿Estáis de acuerdo con seguir adelante con la presentación de una candidatura de Más Madrid en noviembre?” La respuesta fue unánime: “¡Sí!” Pero no olvidemos un detalle. Se hablaba de Más Madrid. No obstante, al día siguiente, lunes 24, Más Madrid ya anunciaba su acercamiento y posible coalición con Compromís.
    El martes 25, Errejón es aclamado por la asamblea de Más Madrid (unas 800 personas) como candidato incuestionable a la presidencia del Gobierno. Pero hete aquí que ya no se habla de Mas Madrid, sino de Más País. Ya se ha transformado el nombre. La candidatura, que estaba pensada exclusivamente para la Comunidad de Madrid, adquiere categoría nacional. Errejón va al copo. Y parece ser que han encontrado el nombre apropiado. Ya no puede ser Más Madrid. Ahora tiene que ser algo más grande, más ambicioso: Más País.
    Pero, amigos, no os lo perdáis. Indagando se encuentran cosas curiosas. Y resulta que el dominio web de Mas País se registró hace cuatro meses. En concreto, fue dado de alta el 29 de mayo de 2019, justo tres días después de las elecciones autonómicas. Es decir, que el inocente Errejón mentía, o al menos no decía la verdad, puesto que siempre insistió en que su ambición política se centraba en la Comunidad de Madrid. Pero parece ser que tenía perfectamente planeado irrumpir en la escena nacional. Era cuestión de esperar el momento oportuno. Quiso esperar para ver el resultado de las negociaciones poselectorales, frotándose las manos a la espera de un fracaso, como así ha sucedido. Era el momento que esperaba para salir a escena como el héroe anhelado por la ciudadanía “progresista” pero no demasiado izquierdista. Todo perfectamente calculado para intentar llevar a cabo la venganza contra su antiguo amigo y correligionario, y ahora enemigo irreconciliable.
      ¡Cosas de la política!
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