Mi escasamente estimado señor Lesmes:
Me dirijo a usted tras leer sus nada edificantes declaraciones, en las que arremete contra todo aquel que se ha atrevido a poner en tela de juicio la bochornosa sentencia del caso de “La Manada”, ya se trate de juristas, políticos (no de derechas, por supuesto) o simples ciudadanos, como es el caso de quien suscribe. Y tomo la decisión de redactar esta misiva, que de antemano sé que va a tener una vida tan efímera como inútil, como mero arrebato y descarga de la destemplanza que algunos personajes públicos generan en mí desde hace mucho tiempo con sus desafortunadas manifestaciones (solo me refiero aquí a las declaraciones públicas, como la suya, señor Lesmes, y no a otros lamentables aspectos como las mentiras, los latrocinios y los turbios manejos que tiñen y ensucian la vida pública. Eso es harina de otro costal y requiere tratamiento aparte). Comienzo mi carta contemplando la imagen que acompaña a la noticia que ha provocado mi impulso epistolar. Al observar ese rostro (al que la barba canosa que oportunamente se dejó usted hace cinco años confiere un toque de severidad y rectitud, al menos aparentes); esa toga tan planchada; esa sobria corbata negra (ligerísimamente ladeada para dar una pincelada humanizadora al conjunto); ese elegante collar de san Raimundo de Peñafort (al alcance de tan pocos seres humanos), tengo la impresión de que usted estaba predestinado a ser lo que es: un jurista respetable y respetado. Usted nació para alcanzar cotas inaccesibles al común de los mortales. Por eso, comprendo que nos hable con esa altanería despreciativa, con ese aire de superioridad enojada con que se habla desde el púlpito o desde la tribuna a los insignificantes seres normales, o sea, inferiores. Eso es lo que percibo contemplando su imagen. Claro que luego me he parado a leer con atención sus palabras y, al analizar lo que usted tiene el atrevimiento de decir, mi mente se ha despejado (como la de un borracho al que se da a oler amoniaco) y he conseguido rebajarle a usted a su auténtica dimensión, es decir, a la de un señor que estudió Derecho (probablemente con muy buenas notas), ganó unas oposiciones, estuvo en lugar adecuado en el momento adecuado y tuvo los amigos y apoyos adecuados para llegar a ser un gurú del mundo judicial (en su vertiente más politizada) y se concede a sí mismo el privilegio de mirar al resto de la ciudadanía con esa condescendencia propia de la gente poderosa. Pero, con todo el golpe de efecto que procura su supuesta sabiduría jurídica, se equivoca usted, y mucho, señor Lesmes. Tiene usted abundantes confusiones, de las que no le considero ignorante sino, por el contrario, displicentemente despreciativo. Se las enumeraré desde mi ignorancia de, en su opinión, paleto jurídico.
Reciba un respetuoso pero nada afectuoso saludo de un ciudadano de a pie. |
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