EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Chulos

12/1/2018

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         En España, tradicionalmente, han tenido éxito los chulos. En nuestro ibérico suelo no hemos dominado la técnica de la ironía fina de tipo británico. Aquí nos ha tirado más la gaita destemplada  y el desplante castizo.  El chulo, obviando el significado de proxeneta (el macarra es la quintaesencia, la versión nobiliaria, del  chulo de barrio), es el tipo maleducado que alardea de su desfachatez –sobre todo si siente seguro o con cierto poder, aunque sea mínimo, sobre la persona a la que se enfrenta–, o sea, es como el gallito del corral, el que más fuerte cacarea, el que sabe dar a cualquier comentario la respuesta más insultante y agresiva con media sonrisa de suficiencia, como solicitando el aplauso idiota de su público complaciente.
            El chulo ha tenido incluso su canción popular:
“Pichi,
Es el chulo que castiga…”
              Es el protagonista que en la canción se jaleaba a sí mismo diciendo con casposa socarronería:
“Anda, y que te ondulen 
con la 'permanén', 
y si te sofocas 
¡tómalo con seltz”
             Pues bien, en España ha habido y sigue habiendo mucho chulo y, en ocasiones incluso, mucha chula. En España, tradicionalmente, han tenido éxito los chulos. En nuestro ibérico suelo no hemos dominado la técnica de la ironía fina de tipo británico. Aquí nos ha tirado más la gaita destemplada  y el desplante castizo.  El chulo, obviando el significado de proxeneta (el macarra es la quintaesencia, la versión nobiliaria, del  chulo de barrio), es el tipo maleducado que alardea de su desfachatez –sobre todo si siente seguro o con cierto poder, aunque sea mínimo, sobre la persona a la que se enfrenta–, o sea, es como el gallito del corral, el que más fuerte cacarea, el que sabe dar a cualquier comentario la respuesta más insultante y agresiva con media sonrisa de suficiencia, como solicitando el aplauso idiota de su público complaciente.Se los puede encontrar en toda clase de profesiones –algunos incluso sin profesión conocida, pues no han tenido tiempo de ilustrarse– y de estratos sociales, pues la chulería viene en el individuo como una especie de tara que no se detecta hasta que ya es muy tarde para corregirla.
                El chulo tiene dos escenarios de comportamiento: el primero es cuando tiene público y se siente seguro, en cuyo caso la víctima de sus alardes verbales y gestuales –el chulo suele gustarse más si puede adornarse con gestos, como un torero de salón– puede ser cualquier persona; el segundo escenario se produce cuando el chulo se enfrenta a una sola persona, sin testigos; este escenario requiere que la víctima de sus baladronadas esté en situación de cierta indefensión –no necesariamente por inferioridad intelectual, pues eso sería pedir demasiado, dada la a veces mediocre condición cultural del chulo–, sino simplemente por encontrarse en necesidad de ayuda, o porque el chulo ocupa un puesto que le otorga un cierto poder de decisión, aunque sea mínimo, sobre la persona a la que intenta humillar.
            Podemos encontrar a este último tipo de chulo detrás de la ventanilla de un organismo oficial, de una consulta médica, tras un micrófono que él mismo sostiene y administra, conduciendo un autobús o vistiendo algún tipo de uniforme que le confiera un mínimo de “autoridad”. A algunos españoles, una gorra en la cabeza siempre les ha impresionado, no digamos si la gorra va acompañada de unos galones, aunque en estos solo destaquen las palabras “Vigilante de Seguridad”. Si, para mayor seguridad, se ve protegido por la distancia física, digamos que hablando por teléfono, y tiene la absoluta garantía de que no le pueden partir la cara, el chulo disfruta de la situación óptima para hacer alarde de todo su repertorio.
          Este fue el caso que pudimos conocer el otro día cuando, en Asturias,  un empleado de atención telefónica del 112 –teléfono cuya misión, supuestamente, es solucionar los problemas y dificultades en que se pueda encontrar cualquier ciudadano– se permitió putear (no encuentro mejor sinónimo en el diccionario) a cinco chavales descerebrados (pongo el adjetivo para curarme en salud) que se adentraron con un 4x4 en la carretera del Angliru sin la ropa de abrigo adecuada y pidieron ayuda urgente porque llevaban cinco horas atrapados en la nieve. Mantuvieron –y, afortunadamente, grabaron– la conversación que mantuvieron con un funcionario del 112, y, al escuchar su conversación, mi sentimiento fue pasando del pasmo a la indignación profunda oyendo el ejercicio de chulería con  que dicho funcionario les trató por el mero hecho de haber cometido una imprudencia. Si una persona pagada con dinero público para ayudar a otros ciudadanos se permite el lujo de tratar a esos ciudadanos –en situación de desprotección y máxima necesidad– con el desprecio, la chulería y la falta de respeto que mostró el teleoperador asturiano del 112, esto quiere decir que algo muy profundo falla en los esquemas mentales (sociales, políticos, humanos, culturales) de muchos españoles. Y hago esta consideración porque revisando los tuits y comentarios que se escribieron al respecto, pude constatar que eran mayoría quienes no condenaban al chulo sino que volcaban toda su indignación para censurar con auténtica saña a los cinco descerebrados. Esto habla de la cultura de la autoridad y el castigo, aquello que tanto le gustaba al dictador: “El orden antes que la justicia”.
        ¿Dejarían estos mismos ciudadanos implacables sin ayuda al montañero que ha quedado colgado en una pared de escalada por haber decidido practicar un deporte de riesgo? ¿Recomendarían que no acudiesen los bomberos a rescatar a un conductor que ha quedado atrapado tras chocar con un árbol cuando circulaba a 180 km/h? ¿Dejarían desasistida a una persona que ha sido arrastrada al mar por una ola cuando había carteles visibles advirtiendo del peligro de acercarse a la orilla? ¿Recomendarían que no se diera asistencia médica a quien sufre una insuficiencia respiratoria producida por su hábito de fumar, sabiendo que el tabaco mata? ¿Serán por casualidad estos mismos ciudadanos los que cuando una chica es atacada por un miserable violador le preguntan si llevaba la ropa adecuada o si se ha resistido cerrando debidamente las piernas?
            En el caso que nos ocupa, eran cientos los que anteponían el ensañamiento con el imprudente e irreflexivo a la ayuda humanitaria que debe darse a toda persona que está en riesgo extremo, en vez de condenar al chulo que los puteó y, luego, llegado el caso, recriminarles su imprudencia y, si es oportuno, hacerles pagar los costes de su rescate.
      Y esto tiene un preocupante punto de análisis, y es que refleja las posturas de muchos ciudadanos (y ciudadanas, que no todos eran hombres) de este país. Y los países son como los hacen la mayoría de sus hombres y sus mujeres.
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