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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Con el patriotismo a cuestas

26/5/2018

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     Imagino que habrá múltiples razones que lo expliquen –algunas acierto a entenderlas mientras que otras escapan a mi perspicacia–, pero lo cierto es que cuando escucho las palabras “patria” y “patriotismo” me entran sudores fríos. Intuyo que la aberrante manipulación ideológica a la que se esforzó en someterme el nacionalcatolicismo dominante durante mis primeros veinte años de vida contribuyeron de forma decisiva a la negativa percepción que tengo de estos vocablos y, más aún, de sus diversas y nefastas significaciones.
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     Sea cual sea la razón, no puedo evitar que estas palabras se equiparen en mi mente a conceptos tan poco encomiables como tribalismo, estrechez mental, provincialismo reduccionista y hasta una cierta dosis de cutrez intelectual. Sé que esto puede sonar exagerado y hasta injusto, pero con lo dicho no hago sino manifestar de forma totalmente sincera un sentimiento, un impulso emocional.
En estos tiempos que vivimos se ha puesto muy de moda hablar de patriotismo. Incluso personas a las que, sin excesivo riesgo de cometer un enorme error, se podría definir como progresistas, andan estos días envueltas en alguna bandera y llenando su boca con la palabra patria con autentico fervor. Y casi nadie se da cuenta de que todo exceso de ardor patriótico conlleva de forma inevitable otra dosis no menor de rechazo y fobia por lo externo, por lo ajeno, por lo diferente. Porque, decidme quienes tenéis la paciencia de leerme: si debo defender a la patria, ¿de quién demonios debo defenderla? Sobre todo teniendo en cuenta que sus peores enemigos, me temo, los tiene dentro.
       Ayer mismo leía estupefacto unas declaraciones de quien otrora fuese destemplado izquierdista comecuras y azote de biempensantes, Alfonso Guerra, diciendo sin que se le moviera una sola pestaña: “Ha llegado el momento de que los progresistas se despojen de los prejuicios y proclamen su patriotismo”. Sigo preguntándome si este es el Alfonso Guerra que todos conocimos hace 40 años. Y lo peor de todo es que esa invitación a proclamar sin timidez el más profundo amor patrio no procedía de un análisis sereno y de un convencimiento sincero del valor intrínseco de la patria, sino de un arrebato en contra de otro “patriotismo” de sentido contrario: el de los independentistas catalanes. (Aclaro antes de seguir que me merecen idéntico poco respeto ambos patriotismos.)
     Lamentablemente, el concepto patriotismo se viene usando en los últimos tiempos con desconcertante desenfado en todos los medios. Y se usa con una única acepción, por cierto, que no es otra que la afirmación de la propia identidad “frente a los otros”. Y entrecomillo esta última frase, pues la preposición frente (RAE, contra o en contra de algo o alguien) es esclarecedora de lo que quiero decir. No es lo malo que se quiera buscar una exaltación de la propia identidad, una manifestación de orgullo por los (supuestos) valores de nuestra cultura y tradición, sino que se quiera hacer en detrimento de la cultura, las tradiciones y los (también supuestos) valores de los otros. Porque, si me siento orgulloso de mi nación (tribu) ¿no es acaso porque la considero mejor (superior) a las otras? En todo patriotismo hay implícito un oculto sentimiento de desprecio hacia los que no son “de los míos”.
       ¿Hay alguna forma de patriotismo que pudiera considerarse positiva, o al menos no negativa? Yo me voy a arriesgar a ofrecer una definición que, por supuesto, es perfectible. “El deseo de que mi país sea cada vez más justo, desarrollado, equitativo y democrático, de modo que pueda ser visto con admiración y respeto por otras comunidades nacionales, poniendo para conseguirlo todo el esfuerzo personal que sea necesario”. Como puede verse, esta definición está totalmente alejada de las habituales fanfarrias jactanciosas y falsos elementos decorativos como banderas, símbolos, eslóganes, himnos y trompeterías varias.
     Todo lo que antecede viene a cuento de la situación que vivimos estos días con la famosa sentencia del caso Gurtel. La Audiencia Nacional ha venido a poner en lenguaje jurídico lo que todos sabíamos hace mucho tiempo: que el partido que nos gobierna es un entramado criminal formado por chorizos, hampones y maleantes, y que su ocupación del gobierno de la nación es un cáncer que hay que exterminar a cualquier precio. Tienen ahora todos los grupos políticos una oportunidad de oro para demostrar su patriotismo. Si se declaran patriotas y afirman que lo que buscan y desean es lo mejor para el país, no tienen otra salida que renunciar a cualquier ventajismo, a cualquier maniobra estratégica, a cualquier tacticismo electoralista, y ponerse de acuerdo para acabar con la lacra que nos avergüenza como ciudadanos. Ha llegado el momento de ser patriotas, señores políticos. ¡Extirpen de una vez el tumor que nos corroe las entrañas! ¡Saquen a los ladrones de la cueva y limpien la imagen de la Patria!
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