Leo con una mezcla de aburrimiento y desconfianza la decisión del candidato socialista a presidir la Comunidad de Madrid, el gris y aburrido Tomás Gómez (impresión personal e intransferible, por supuesto), de comenzar a elaborar la lista de candidatos del PSOE para las elecciones de mayo. Como él, lo mismo estarán haciendo sus contrincantes de los demás partidos, léase PP e IU, que son los únicos que cuentan. ![]() Y, a la vista de su estrategia y sus argumentos para ir colocando determinados nombres en los primeros puestos –o sea, aquellos que, además de salir elegidos con toda certeza, van a contar algo en las misiones más destacadas de gobierno o de oposición (en el caso del PSOE más bien lo segundo que lo primero, me temo)–, siento cómo me va subiendo una incontenible sensación de tedio y hastío. No puedo remediarlo. Si, en vez de tratarse del PSOE, se tratara de leer la estrategia de elaboración de las listas del PP, además de estos dos sentimientos, seguramente añadiría otros: horror, rabia impotente y profunda irritación (no creo que sea preciso aclarar la causa). El líder de la candidatura va eligiendo a las personas que van a “acompañarle” en la campaña y en la siguiente legislatura, y coloca en los ocho o diez primeros puestos a determinados miembros del partido en función de tres principios esenciales: - Fidelidad, presente (demostrada) y futura (previsible), a la persona del líder - Grado de amistad personal (en escala ascendente-descendente) con el líder - Coincidencia programática con el líder - Supuesto tirón mediático según opinión del líder, pero sin hacerle sombra a éste A partir del puesto 8 o 10 de la lista, se van imponiendo necesariamente otros criterios, de los que citaré unos pocos: - Dar satisfacción a todas las corrientes y movimientos existentes dentro del partido - Evitar rencillas innecesarias entre personas influyentes dentro del partido - Cumplir con las exigencias del guión en materia de igualdad de género Del número veintitantos en delante de la lista, los criterios de determinación de candidatos pueden entrar en terrenos tan complejos, farragosos y nada claros (obligaciones de amistad, devolución de favores, compra de voluntades), que es preferible no tratar de incluirlos dentro de grupos o categorías para no caer en lo que podría considerarse como fabulación. Si vemos mi subrayado, queda claro (y es, por supuesto, mi opinión) que lo que priman los intereses del líder, en tanto que cabeza visible del partido, y los intereses, recovecos, artificios e intrigas del partido mismo, sea este del color que sea. En cambio, no me cabe duda de que los ciudadanos desearían ver una lista de personas en las que se hubiera podido determinar con prístina claridad su idoneidad para representar a sus conciudadanos sobre la base de unas cualidades entre las que deberían destacar las siguientes: - Preparación y conocimientos adecuados para asumir tareas de gobierno del municipio, la comunidad autónoma o la nación - Experiencia demostrada en algún campo relevante de los que abarca la gobernanza (educación, sanidad, finanzas, medio ambiente, sociología, urbanismo…) - Trayectoria profesional con una honestidad intachable - Capacidad de comunicación (escrita y oral) a fin de ser capaz de trasladar a la ciudadanía y de defender en la cámara ideas, propuestas y proyectos - Línea ideológica claramente definida y expuesta (naturalmente, dentro de la línea ideológica del partido en cuyas listas se presentara) Me conformaría con todo lo anterior, cualquiera que fuera el sexo y la edad de la persona en cuestión. Pero sé que es mucho pedir. No, no es mucho pedir: ¡es un imposible! Tengo el firme convencimiento de que entre los militantes de los partidos, hay gente con estas características. Lo que también tengo meridianamente claro es que para estar en las listas, lo que prima no son las segundas, sino las primeras características: fidelidad incuestionable; alineamiento con un sector o un clan dominante; capacidad de adulación; disposición a acatar y obedecer…) En los últimos tiempos se habla de forma insistente de la muerte de las ideologías. ¡Qué barbaridad! Es como si, de repente, quisieran igualarnos a todos y meternos en un mismo saco. Si existiera ese saco, sería el de los consumidores dentro del sistema de mercado. Ahí nos veríamos todos aunados, igualados, uniformados y obedientes. ¡Pues claro que siguen existiendo las ideologías! Hay gente que defiende la pena de muerte; luego estamos los que la condenamos. Hay otros que creen que el libre mercado es la única respuesta válida para el desarrollo social y para el reparto de la riqueza; otros, sin condenarlo por completo, pensamos que en el libre mercado se producen unas desigualdades y unos abusos intolerables si no hay un control del Estado (siempre que al frente del Estado haya un gobierno decidido a velar por el interés de todos y no de unos pocos, siempre los mismos). Hay gente que quiere que el principio que rija a la sociedad se inspire en la religión; otros, la mayoría creo, defendemos que la religión debe defenderse como bastión de derecho individual, pero nunca como parámetro de valores generales, o sea, defendemos una sociedad laica respetuosa con las creencias de cada individuo. Para algunos, la importancia de su región, su nación o su grupo étnico está por encima de cualquier otra consideración política; somos muchos, en cambio, quienes defendemos un utópico universalismo, aunque nos conformaríamos con una Unión Europea que no se limitara a ser la estrecha y cicatera unión de bienes y capitales, sino la profunda unión de ciudadanos de Europa. Muchos viven de espaldas a la Naturaleza, destrozando o, al menos, despreciando su entorno, convencidos (como predican los predicadores del falso optimismo de la capacidad de regeneración de la propia Naturaleza, como Aznar, entre otros), la gente sensata, de la que me complazco en formar parte, vivimos con una honda preocupación por el destrozo que el hombre está causando en la Tierra y tratamos de adoptar unas mínimas reglas de respeto medioambiental.
En fin, no es preciso seguir enumerando razones para afirmar que las ideologías siguen existiendo. Quizás las características de las personas defensoras de unos u otros principios no coinciden con las pautas, cualidades y formas de pensar de los conservadores y progresistas de finales del siglo XIX, ni siquiera del siglo XX. A lo mejor se nos han quedado alicortos y poco imaginativos (probablemente obsoletos) los términos que usamos para encuadrar a las personas que nos alineamos en unos o en otros sectores ideológicos. En su día, los partidos y su funcionamiento tuvieron su razón de ser. Y lo cierto es que, de momento, no hemos sabido inventar otro modo de encauzar la vida política en democracia. No sé si es que carecemos de imaginación o que debemos conformarnos con lo que tenemos e ir introduciendo modificaciones, a fin de que lo que ha dejado de servir adecuadamente para la función para la que fue inventado –el sistema representativo de partidos– vaya evolucionando a formas más útiles para el ciudadano, que cada vez se aleja más –por puro desencanto y cansancio– de la política y de los políticos. Como primer paso, que aunque muy tímido estoy seguro que dentro de los partidos levantaría ampollas, considero absolutamente imprescindible introducir un sistema de las listas abiertas. Yo no quiero votar una lista dentro de la cual sé que, aparte de algunas personas valiosas y honestas, hay un montón de inútiles, calientasillas, buscavidas, ignorantes e inútiles. ¡Estoy harto! Quiero elegir personas, no listados sin rostro. Y quiero elegir personas de las que conozca su trayectoria, a quienes haya escuchado hablar (no gritar en mítines) y expresar sus ideas. Estas personas, a quienes los ciudadanos deberían poder votar directamente, podrían, por supuesto, pertenecer a un partido determinado, pero no depender de los intereses de ese partido para actuar como legisladores o gobernantes. Y, sin duda, debería abolirse la iniquidad del sistema d'Hondt, que es un sistema proporcional absolutamente injusto y que sólo favorece a los dos grandes partidos de cualquier país. Que no me digan como excusa que también lo tienen en otros países como Francia, Portugal o Suiza; responderé que también los tienen en Argentina o Guatemala, por poner un ejemplo, y mirad cómo les luce el pelo. Nunca un mal compartido debe servir como excusa para no corregirlo. Y que conste que lo que aquí digo, sirve tanto para el PSOE, que es con quien he empezado, como para IU, CiU, el PNV o Esquerra Republicana. Alguien dirá, ¿por qué dejas fuera del tintero al PP? La respuesta es clara: porque el PP, más que un partido es un club que defiende determinados intereses, sobre todo económicos, y en ese sentido actúan con más coherencia (la única incoherencia es cuando veo entre sus votantes a gente humilde). De vez en cuando, les sale un Cascos o una Esperanza, pero esos son los granos que pueden hacer erupción en cualquier cuerpo humano (o social). |
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