He asistido a la manifestación (no hace falta que aclare cuál, me imagino). La asistencia, magnífica, sobre todo si se tienen en cuenta las fechas. No sabría dar cifras. Eso lo dejo para periodistas y politicastros. Yo he palpado el cabreo popular. La gente está saturada, harta..., ¡hasta los huevos! Y que me perdonen la féminas si les pido que se incluyan dentro del concepto aunque carezcan de los órganos susodichos; de hecho conozco muchas mujeres que tienen más huevos que la mayoría de los hombres, dicho sea en el tono más admirativo posible. Mi indignación, mi ira vehemente, la ha provocado la actuación de la Delegada del Gobierno, que entiendo que es quien establece, dirige y coordina la actuación policial cuando hay una manifestación, sobre todo si se presume que va a ser multitudinaria, como ha sido la de esta tarde y más si se teme que haya enfrentamientos con grupos opuestos. La señora Delegada del Gobierno ha actuado –y quiero expresarlo de la forma más cruda, breve, directa e inequívoca posible, si bien no la más literaria u ortodoxa–, repito, ha actuado como una gran hija de puta. Y me gustaría podérselo decir a la cara.
Me explico. Cuando una manifestación de este tipo, en que se exhiben pancartas y se lanzan consignas que a otra gente pueden no gustarles, se establece un sistema de seguridad y orden. Si se da la circunstancia que se daba hoy de que Madrid está tomado por miles de cuadrillas de muchachos y muchachas muy pulcros pero transidos de amor por su Cristo y deseosos de dar testimonio público de su fe, incluso a costa del “martirio” (esto último va de coña pero no tanto), las medidas de seguridad deben extremarse para evitar roces, encuentros problemáticos y enfrentamientos indeseados. Ya sabemos que la primera intención de la ínclita capulla que ocupa el puesto de Delegada del Gobierno fue evitar nuestra manifestación; luego, relegarla a un recorrido de tercer nivel; al final, tuvo que sucumbir a medias, permitiendo el acceso a Sol. Ella hubiera deseado que nos hubiéramos quedado en casa y que la manifestación se hubiera celebrado en octubre o noviembre ¡o nunca! Pero el día oportuno era hoy, justamente un día antes de la inoportuna visita del papa. Pero, naturalmente, como somos un país “aconfesional”, los espacios buenos: Cibeles,, la Puerta de Alcalá, Recoletos, Castellana, son espacios reservados para la iglesia, no porque seamos un país oficialmente católico, que no lo somos –qué va–, sino porque somos un país muy acogedor, muy desprendido, y nos gusta quedar bien con nuestros visitantes. Somos un país tan aconfesional que un montón de nuestros líderes políticos y judiciales manifiestan con orgullo y a bombo y platillo sus creencias religiosas, como, por poner solamente un ejemplo, el presidente del Supremo, quien afirma que “la única verdad está en el Creador” Si señora Delegada del Gobierno hubiera actuado correctamente habría hecho tres cosas fundamentales: 1. Establecer barreras para evitar en las horas inmediatamente anteriores a la llegada a Sol de la manifestación que los jóvenes iluminados de ardiente amor a Cristo y a su papa se adueñaran de casi toda la plaza (cuando quiere, la señora Delegada del Gobierno sabe muy bien lo que significa cerrar los accesos a Sol). 2. Facilitar el desarrollo de la manifestación, que estaba autorizada, para que ésta pudiera completar su recorrido sin obstáculos. 3. Vigilar en todo momento para que no se infiltraran provocadores en la zona ocupada por los manifestantes a fin de evitar posibles situaciones de violencia. La señora Delegada del Gobierno no ha hecho nada de eso, sino todo lo contrario. 1. Ha dejado Sol totalmente abierto a todos (y, hoy día, decir todos en Madrid es lo mismo que decir los grupos que han tomado la ciudad, que invaden el Metro y ocupan todos los espacios públicos). 2. En vez de facilitar el desarrollo de la manifestación, lo ha entorpecido y ha creado una gran confusión al colocar una fila de lecheras justamente delante del acceso a Sol por la calle Carretas, por donde desembocaba la manifestación. Así, los manifestantes, al llegar a Sol no sabían por dónde ir, y se ha tardado más de una hora en separar la manifestación de los grupos vaticanistas. 3. Ha permitido (es decir, la policía no ha hecho nada por impedirlo) que grupos de jóvenes católicos ansiosos de ser vituperados, abucheados e insultados por amor a su Cristo, hayan atravesado las filas de la manifestación sujetando ostentosamente con la mano el crucifijo que llevan colgado al cuello. Evidentemente, la sangre no ha llegado al río porque la gente de la manifestación, pese a lo que piensan los curas, los obispos, la gente de la derecha e incluso algunos integrantes del gobierno (¡qué vergüenza!) es gente pacífica, respetuosa y no violenta. Pero podría haber ocurrido cualquier cosa, pues han sido actos de provocación pura y dura. Señor Rouco Varela, ¿podría usted afirmar sin temor a mentir o equivocarse que si un laicista que se atreviera a cruzar con una pancarta contra la iglesia católica por entre las filas de sus fieles durante una misa tendría asegurada su integridad física? ¿No es uno de los corderos de su rebaño el chico que asestó una puñalada a un jubilado que se manifestaba la semana pasada con una pancarta contra la iglesia? ¿No es uno de los corderos de su rebaño el mexicano que ha sido arrestado por la policía porque estaba incitando en Internet a cometer un atentado contra la manifestación para matar a 100 o 200 personas? ¿Dónde está la paz que predican sus curas? ¿Dónde está el respeto a las personas, que, según ustedes, son templos vivos de dios? ¿Dónde está el amor con el que tanto se les llena la boca de pitiminí? No, esas cosas no están en sus filas. Están en las filas de las personas laicas, agnósticas, ateas, librepensadoras, que no necesitan de dios para ser decentes, respetuosos y pacíficos Y usted señora Delegada del Gobierno, ¿a quién representa? ¿al gobierno socialista? ¿a usted misma? ¿ha actuado como lo ha hecho por cuenta propia o por mandato superior? Yo solo sé que he regresado a casa con un sentimiento de rabia difícil de contener. Porque yo iba a manifestar mi rechazo a cosas muy concretas: - que el gobierno financie la visita de un dirigente eclesiástico, sea de la fe que sea; - que el gobierno financie a la iglesia católica; - que exista un concordato estado-iglesia; - que el papa, los obispos y los curas en general puedan salir a la calle a criticar las leyes democráticamente establecidas por el Parlamento de mi país; - que la iglesia esté exenta del pago de algunos impuestos (IVA); - que la iglesia siga recibiendo ayudas enormes para colegios concertados (a los que muchos llevan a sus hijos por aquello de que son colegios “privados baratos”; yo quiero para la sociedad española una educación pública y laica de calidad; - que la iglesia trate de influir (y lo consiga) en los procesos políticos del país... Estas eran las reivindicaciones que yo llevaba a la calle. No tenía el menor interés en enfrentarme con una pandilla de niñatos sin formación ni preparación ni madurez mental que, de momento, son creyentes y practicantes (ya veremos en qué creen dentro de unos años) y que han venido a Madrid (a España, pues más de la mitad son extranjeros) a combinar sus posibles devociones con sus más que seguras aficiones turísticas. No hay más que verlos y oírlos en los andenes del Metro, cuando se encuentran un grupo de una nacionalidad a un lado y el de otra distinta al otro, y comienzan una pelea dialéctica a gritos (Italia-Italia-Italia, frente a México-México-México, como he oído esta tarde), gritos más parecidos a los de dos grupos de aficionados de equipos de fútbol rivales, que los gritos de dos grupos de un mismo equipo (el equipo de Benedicto 16). Yo no tenía el menor deseo de cruzar ni una sola palabra con estos grupos de niños que han salido de romería. Ni siquiera cuando han buscado abiertamente la provocación. Han desvirtuado mi acción política. La han abaratado. Y la culpable es evidentemente la policía. O sea, la señora Delegada del Gobierno. O sea, el señor Ministro del Interior. Mientras tanto, la presidente de la Comunidad se frota las manos de gusto. Y el señor regidor municipal, que no tiene un duro (un euro), se dedica a arrancar todas las flores de los parterres del centro de Madrid para plantar flores de color blanco y amarillo, los colores del Vaticano, y a pintar del mismo color las farolas. Pero no paga a los proveedores porque no hay dinero en el Ayuntamiento. Y lo de las flores y la pintura va a costar una pasta. Pero no importa. Tenemos que ser un país católico. O sea, un país de gilipollas. En resumen y una vez más: ¡¡¡manda huevos!!! |
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April 2022
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