EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Defensa de lo indefendible

7/6/2017

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 Haz clic aquí para editar. Cuesta trabajo entender las cosas que, a menudo, pasan por la mente de algunas personas. Y más aún cuesta entender que esas mismas personas, sin encomendarse a dios ni al diablo, expongan con absoluto desparpajo esas cosas que han pasado por su mente, esperando, con contumaz estulticia, que la gente las entienda y acepte.
Sé que los seres humanos somos con demasiada frecuencia contradictorios. Estamos hechos de una masa muy moldeable en la que se mezclan creencias –fraguadas en multitud de aprendizajes, lecturas, conversaciones y experiencias–, emociones, sueños, decepciones, deseos, anhelos y, por qué no, incluso fantasías y quimeras en ocasiones inconfesables o, al menos, inconfesadas.
​Nuestras contradicciones pueden resultar chocantes a ojos ajenos. Nosotros las entendemos muy bien, aunque nos cueste dios y ayuda explicarlas, si es que alguna vez lo intentamos con alguien que nos parezca merecedor de tal confidencia. Otra cosa es lo que acontece con esas contradicciones cuando afloran en la vida pública. Y no hablo de las grandes contradicciones que han llegado a nuestro conocimiento de ilustres personajes históricos pues, por lo extremado de su incoherencia y por el renombre del propio personaje, pasan a convertirse en parte del propio mito. No. Me refiero a pequeñas paradojas, disparates un poco ridículos que vienen a dejar a la persona que los manifiesta en una situación anómala, cuando no grotesca.
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​Hace algo más de un año, me sorprendió –por supuesto, negativamente– la decisión del alcalde de Cádiz, Kichi, de Podemos, de avalar políticamente el contrato alcanzado por Navantia para la construcción de cinco fragatas para Arabia Saudí. Cuesta entender –al menos, me cuesta a mí– que un político supuestamente progresista de izquierdas esté dispuesto a respaldar cualquier clase de acuerdo comercial –menos aún si se trata de la construcción de fragatas, barcos de indudable carácter militar– con una de las dictaduras más aberrantes, reaccionarias y crueles del mundo árabe. Afirmar que lo hace por el bien de los trabajadores y del empleo en su provincia da testimonio de un lamentable pragmatismo, muy próximo de aquel que en su día acuñó un tal Felipe González al afirmar aquello de “gato blanco, gato negro; lo que importa es que cace ratones”. Aquello, que ocurría en febrero de 2016, quedó para las crónicas políticas como una mera cuestión de pragmatismo “en favor de la creación de empleo”.
Pero hete aquí que de repente nos enteramos de que el Ayuntamiento de Cádiz, con los votos en contra tan solo de los dos concejales de Ganar Cádiz en Común, acaba de otorgar la medalla de oro de la ciudad a la (Santísima) Virgen del Rosario. Oír esta barbaridad y quedarme bizco fue todo uno. A la vista de mi asombro, un alma caritativa vino a despejar mis pobres entendederas y me informó de que el ínclito alcalde gaditano ya había aceptado unos meses antes el dudoso honor de que le concedieran la medalla de Hermano de la cofradía del Nazareno de la ciudad. Esto chocaba frontalmente con la idea que yo, en mi ingenuidad, me había hecho del tal Kichi, a quien había oído manifestar su “absoluto laicismo” durante la campaña electoral. Pero, naturalmente, uno está hecho a toda clase de incongruencias en este escenario político español, que es lo más parecido a un relato de desatinos y despropósitos.
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Incluso hasta aquí podríamos hablar de mi exceso de escrúpulos y admitir que el alcalde de Cádiz no pasa de ser un oportunista que antepone la compra de votos y voluntades, aunque ello implique abjurar de sus creencias. Lo malo es cuando veo salir de las profundidades de la caverna a tres preclaros dirigentes del partido morado para justificar con distintos –aunque igualmente absurdos– argumentos la actuación de su compañero andaluz. Iglesias, Espinar y Monedero han intentado sin éxito dar sustento al desatino de Kichi. Iglesias se atreve a decir que la decisión del alcalde gaditano fue “muy laica”, y se queda tan ancho. Espinar, simplemente, quedó en el más absoluto ridículo pues fue incapaz de hilvanar siquiera una mentira piadosa. En cuanto a Monedero, que es el único que trata de encadenar dos o tres ideas, solo consigue irritar al lector con una sarta de sandeces, que giran en torno al falaz argumento de que Kichi es el alcalde de todos los gaditanos, incluidos los creyentes que profesan una profunda devoción por la Virgen del Rosario. ¿No habíamos quedado en Podemos que solo se podía condecorar a personas, nunca a cosas y, mucho menos, a entelequias? ¿Es la Virgen del Rosario más merecedora de una medalla que la Virgen del Amor a la que concedió la medalla de la Policía el oscuro y diabólico Fernández Díaz, con escarnio y duras críticas --merecidas, por supuesto-- de Podemos?
Pablo Iglesias hace el papel de abogado defensor de lo indefendible y echa un oscuro borrón en su historial político. Ramón Espinar hace el ridículo cuando da muestras ante las cámaras de TV de no saber qué decir y, en lugar de asumir la parte que le corresponde de vergüenza y arrepentimiento, suelta lo que vulgarmente se llama “cuatro paridas”.  Monedero, por fin, va de ilustre pensador y construye un discurso lleno de falsedades, que cierra con estas frases plegadas de cinismo:  "Pero hoy, Kichi, es Alcalde de Cádiz y de todos los gaditanos. Y (…) hace bien en escuchar al pueblo en el momento concreto en el que vive el pueblo, que es el ahora. Porque en un mundo emancipado es verdad que o no habrá ni dioses ni vírgenes o habrá miles. Pero mientras tanto, gobernamos para el pueblo que está ahí. Y gobernamos sabiendo que no es lo mismo el poderoso que el humilde, aunque coincidan en algunos sitios. Kichi no es el alcalde de mañana. Es el alcalde de hoy. Y qué bueno que lo tiene claro. Y además, sin ayuda de la virgen, porque dios nunca abandona a un buen marxista”. Y se queda tan ancho (aclaro que la puntuación, acentuación y uso de mayúsculas de la cita son de Monedero).
No nos queda más remedio que aceptar que el mal que nos acecha en cada esquina es producto del ser humano. Que son los seres humanos los que hacen buenas o malas las instituciones, entre ellas, los partidos políticos. Pero yo pensaba (esperaba) que, en Podemos, eso tardaría más en aparecer. Que los errores y tropiezos que íbamos constatando aquí y allá eran más producto de la juventud e inexperiencia de sus dirigentes que temprana deformación "profesional"; incluso lo achacaba yo a su exceso de ímpetu renovador. Pero me temo que es algo más profundo. Que tres de los más visibles dirigentes del partido defiendan la infumable patochada del alcalde Kichi me deja muy, pero que muy preocupado por el simbolismo que encierra. 
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