Ayer cedí a mi (en este caso, enfermiza) curiosidad y me quedé un buen rato viendo en directo la deposición que Rupert Murdoch y su hijo James hacían ante la comisión de medios de comunicación del Parlamento británico. (Hago un inciso para reconocer cuán útiles son algunas palabras polisémicas, pues en el caso que nos ocupa, con el término deposición, tanto podríamos estar refiriéndonos a la declaración pública propiamente dicha, hecha por ambos indeseables personajes, como a que dicha declaración se asemejó mucho a una evacuación de vientre realizada ante las cámaras de todo el mundo.) ![]() Es fascinante la cara dura de la que hacen gala estos tipos roqueños, ricos y poderosos. Con qué desfachatez mienten. Con qué desenvoltura fingen arrepentimiento, sinceridad, buenas intenciones, incluso humildad (y estoy parafraseando lo que dijo el padre, Ruperto, cuando afirmó que ayer fue el día en que se sintió más “humilde” en toda su vida, aunque probablemente quiso decir que fue el día en que se sintió más “humillado”, palabra de idéntico origen pero con muy distinto significado). ![]() Si estos personajes –desecho la idea de llamarlos señores– fueran putas o brujas de la Edad Media, habrían sido capaces de convencer a la propia Inquisición de que eran beatas y que tenían el himen más entero que Caperucita Roja antes de ser asaltada por el lobo. Con qué desenfado escurren el bulto, tiran balones fuera y culpan de todo lo malo que haya podido suceder –en ningún momento afirman que se han hecho cosas malas “a sabiendas”– a sus subordinados (que para eso les pagan lo que les pagan, para que asuman su culpa y la de sus amos y señores). Llegan a afirmar con el más increíble desenfado que era natural que la empresa aceptase pagar –sin rechistar ni exigir responsabilidades– millones de dólares en indemnizaciones por condenas judiciales en que habrían incurrido sus principales directivos, y que estos directivos no fueran ni siquiera cuestionados. Hago un inciso para aclarar que no siento la menor compasión ni simpatía por los directivos que se ven ahora obligados a inclinar la cerviz y asumir sus culpas y las de sus amos. En este mundillo (no sé por qué lo llamo mundillo y no mundejo, que suena mucho más despectivo), no entra nadie en plan de joven doncella inocente y engañada –mucho menos la señorita Rebekah Brooks, que no engaña a nadie con los rizos de su melena pelirroja–; todos los que trabajan con y para Rupert Murdoch saben con quién y para quién trabajan. ![]() política - medios de comunicación - dinero Tuve ayer la sensación de encontrarme ante actores consumados –¡lo que se ha perdido Hollywood!– pero también ante unas personas que se encuentran entre los seres más abyectos que cabe imaginar (¡¡¡y mira que tan solo en nuestro país hay unos cuantos!!!), eso sí con traje y corbata de Dior y que se mueven en limusina con chofer privado. Pero, dejando esas consideraciones personales aparte, lo que uno se plantea es la dificultad para limpiar el mundo de este tipo de basura. Me explico. Hay en este historia repugnante, tres lados que conforman un peligroso triángulo. No olvidemos que el triángulo, aunque no tenga dentro el ojo de dios (si lo tiene, ya estamos totalmente jodidos, y perdóneseme la vulgaridad de la expresión), es una figura geométrica que representa fuerza, poder, secretismo, exclusión... ¿Cuáles son los tres vértices de este triángulo al que me refiero? Muy sencillo: el poder político; el poder económico; y el poder mediático. ¡Siempre están juntos! Dependen unos de otros y establecen entre sí una perfecta simbiosis, aunque, de vez en cuando, se les pueda colar algún parásito. Se necesitan y atraen como las moscas y la mierda. Por eso, los Murdoch de este mundo tratan de llevarse bien con todo tipo de gobiernos. Y los gobiernos no quieren tener a los Murdoch como enemigos. Saben cómo se las gastan. No se detienen ante nada. Y si algún político sale respondón, se le hunde, se le machaca, se le sustituye. Por eso Murdoch es amigo de Cameron como lo fue de Blair. Y todos los políticos –Cameron, Blair, Brown, Aznar, Sarah Palin o Wen Jiabao– han buscado su proximidad y su apoyo; y todos ellos han aprendido a tolerar el olor a cloaca que despiden sus medios, escritos o audiovisuales. Debo decir que dudo mucho de la efectividad de las declaraciones parlamentarias de esta gentuza. Están obligados a comparecer, pero –obviamente– no están obligados a incriminarse ni a decir la verdad. Lo único que puede conseguir un interrogatorio intenso y riguroso (debería ser despiadado, tan despiadado como los métodos mafiosos de sus periódicos y canales de televisión), aparte de ponerlos en evidencia ante la opinión pública (humillarlos) es, en primer lugar, que sus propias contradicciones puedan conducir a una imputación legal y, en segundo lugar, que las acciones de sus empresas se desplomen y las conduzcan a la quiebra. Si esto llegara a suceder, habría dos consecuencias inevitables e igualmente indeseables: que ellos, los mafiosos, los capos, los delincuentes principales seguro que tendrían su dinero personal a buen recaudo y seguirían viviendo espléndidamente; y que su puesto en el mundo de la inmundicia (des)informativa sería ocupado por otro Murdoch. Por raro que pueda sonar, el mundo está lleno de seres con vocación de Murdoch, ya sean grandes tiburones depredadores bien instalados ya en el océano mediático-político-financiero, como Berlusconi, o pequeños aprendices de brujo, como, entre otros, los españoles Julio Ariza o Jiménez Losantos (estos últimos venderían su alma –y hasta el culo, me juego mi modesta pensión– al diablo a cambio de convertirse en Murdochs por unas horas, pero les falta el dinero y, seamos honestos, la talla, porque hasta para ser delincuente de altos vuelos, hay que tener ciertas dotes, cierta inteligencia; no basta con ser un miserable). ![]() Hoy le ha tocado el turno de bajarse los pantalones ante el Parlamento al primer ministro Cameron. Como cabía esperar, ha derrochado grandes dosis de cinismo y nada despreciables dotes de actor, como los Murdoch. Ha vertido la bacinilla de los excrementos en quienes abusaron de su buena fe. Ha habido mucho ruido... ¡¡¡y pocas nueces!!! La diferencia con la comedia de Shakespeare es que, en ésta, los dos personajes que tienen la clave de la verdad, al final, se quitan la máscara y el público se entera de los enredos de la trama. En cambio, en la representación parlamentaria, al público nunca llegan a decirle la verdad, aunque el público siempre la sepa... o la intuya. ![]() Oh..., el amor... ¡con money! Como anécdota, lo más divertido (lo único divertido) de la sesión de ayer fue la impetuosa y boxística defensa (física) que la mujer de Ruperto hizo de su marido cuando éste fue “atacado” por un espontáneo con una bandeja de espuma, al que aunque no defendemos, entendemos a la perfección. La esposa del viejo magnate octogenario es una bellísima mujer de origen chino, de 43 años, que cuando conoció a Murdoch ya tenía, pese a su juventud, tres divorcios a sus espaldas. Pero conoció a Murdoch y éste, con su gracia personal, su estilo, su inteligencia, su personalidad, su palique..., la subyugó. Y, ya se sabe, cuando surge el amor, quiero decir el amor de verdad, el único, el que nos quita el sueño y la gana de comer, uno no debe resistirse. Y ella no se resistió. Hay gente malvada que piensa que esta mujer se casó con él por su dinero... Bah..., ¡bobadas! No hay más que verlos juntos para darse cuenta de que forman la pareja perfecta, que estaban hechos el uno para el otro. Seguro que ella, desde el fondo de su corazón enamorado, cree a pies juntillas en la inocencia de su marido. ![]() Pues bien, aunque para algunos parezca que no viene a cuento, deseo vehementemente destacar aquí que uno de nuestros más ilustres próceres patrios (bueno, aunque no sea preciso, aclararé que digo esto de coña) lleva varios años cobrando un sueldazo por ser miembro del Consejo de News Corp., la empresa matriz de todo el imperio empresarial de Murdoch. Y no es un sueldecito de nada. Cobra 156.000 euros al año más gastos de desplazamiento, representación, etcétera, etcétera. (Yo no gano ese dinero todos los días.) Habrá quien pueda decir que un consejero (en este caso de Aznar) no puede ser considerado responsable de los desmanes, atropellos y delitos que cometan los directivos de las empresas cuya gestión controla. Pues bien, quien diga eso miente o es tonto de capirote. El Consejo de Administración es el órgano que supervisa las actividades de la compañía. Y cuando se trata de una empresa cotizada, su deber es proteger a los accionistas, hasta al más pequeño. Esa es la responsabilidad de sus miembros, uno de los cuales es nuestro (dicen que) esclarecido Josemari Aznar. Entró a formar parte del emporio murdochiano en 2006, poco después de perder las elecciones. Para entonces, quienes leíamos algo de la prensa internacional y estábamos al tanto de las empresas que controlaban los medios de comunicación mundiales, sabíamos perfectamente quién era Rupert Murdoch. Yo, al menos, lo sabía. Y mis amigos. Y la gente que conozco de mi entorno. Sabíamos que era un empresario con mucha ambición y ningún escrúpulo. Claro que Aznar, tan obcecado por ponerse a la altura del cow-boy americano, quizás no se había enterado. Después de todo, una lumbrera, una lumbrera, no puede decirse que sea. ¡¡¡Pero ha tenido casi cinco años para enterarse asistiendo a las reuniones del Consejo de Administración!!! Se me plantea otra duda... ¿se enterará el expresidente de lo que se dice en esas reuniones? ¿o se queda in albis y le da vergüenza preguntar? La historia, quizás, dará la respuesta. _____________________________________________________________ ![]() Sacrificio personal (¿no suena a Opus Dei?) Cierro mi post con la noticia del día... ¡la dimisión de Francisco Camps! (Paco para los amigos). Vaya churro de decisión la que han tomado los peperos. Camps se aferra a su declaración de inocencia. ¡Vale! O sea, va a ir a juicio, que es lo que el PP quería evitar. ¡Maravilloso! Sus tres colegas de la charcutería se declaran culpables y aceptan pagar la multa (e insisto en que pagar, en este caso, equivale a declararse culpables). ¡Genial! O sea, que se lo ponen difícil a su exjefe para cuando llegue el juicio ante jurado popular, pues a cualquier jurado le resultará difícil entender que los otros tres se declaren culpables y Paquito el Chocolatero sea un ángel del señor al que le acusan de una infamia por pura maldad... ¡Vaya montaje! No había más que ver la cara de ese señor cartagenero que fue ministro de Defensa de Aznar (sí, sí, Trillo), que ha sido el muñidor de la estrategia judicial del PP, para ver que se le estaban revolviendo las tripas cuando Camps afirmaba con vocecita atiplada: ¡Inocente! ¡Inocente! (¡Pobre imbécil!) Este último y destemplado adjetivo me ha salido del fondo del alma. Porque el tipo, encima, a diferencia de los Murdoch, es un pésimo actor. En fin: R.I.P. |
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April 2022
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