EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

El árbol solitario

28/8/2011

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Esto de hoy es una "expansión" poética, una huida de la fea realidad, que quiero compartir humildemente con vosotros. Este pequeño poema me lo inspiró el árbol que veis más abajo, en medio de un páramo estremecedor, a medio camino entre Son del Puerto (zona minera de Teruel) y Mezquita de Jarque (primer pueblo del Maestrazgo turolense). Podría ser un árbol o un hombre que va por libre en este mundo que, mal que nos pese, nos ha tocado vivir. 
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Sopla el viento y no logra doblegarlo.
Anclado está en el suelo,
su  morada y sustento,
hecho de arcilla y roca
y cal y arena, todas sustancias nobles.
No sabe de pensiles,
de estanques o de flores.
Solo tiene la lluvia para calmar
su sed de mil estíos.
Y tiene los matojos que aroman su vivienda,
y algunos campos yermos
y hasta unas piedras blancas
Cuerpo enjuto, mas no penséis endeble,
se agarra a sus raíces –sus verdades–
que le transmiten todo el saber preciso.
No más certezas quiere, ni más poder ansía,
que el horizonte todo para saciar su vista
y el cielo abierto al roce de sus ramas.
Si el sol ataca fiero consciente de su fuerza,
se queda como ausente,
simulando un silencio tierno de hojas transparentes,
y espera la llegada
de estrellas bienhechoras
y de una luna blanca, que lama las heridas
de su dolido tronco,
para volver a revivir con la alborada.
Y seguirá en su sitio al final de los tiempos,
callado y apacible,
expuesto a la intemperie en medio de la nada,
sintiendo en sus leñosas venas
cómo asciende hasta sus verdes hojas
la acción vigorizante de la savia.
Dejadle estar: ¡silencio!
No alteréis su paz, no necesita de vosotros.
Pasad de largo, ¡no digáis nada!

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Frente al árbol solitario, dominando desde una pequeña colina la soledad agreste del páramo, me topé de repente con este viejo corral abandonado.
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Buena parte de las piedras que cercan el humilde edificio techado han ido desertando, igual que abandonan su puesto los dientes de esos viejos que no saben de implantes ni ortodoncias, y que muestran sus bocas como las deja la naturaleza con el paso de los años. Pero el corral mantiene casi incólume su tejado, un detalle de innata coquetería, la misma con que esos viejos campesinos arrugados, sin dientes y apoyados en sus bastones, todavía se ladean la boina un poco del costado que más acostumbraba a favorecerles en tiempos de mayor galanura y parecen decir: “¡Yo fui guapo mozo!”
El viejo corral permanece en su sitio, indiferente a cuanto acontece en un mundo que le es ajeno. Un mundo hecho de cosas para él sin sentido –valores bursátiles, famas efímeras, prisas, empujones, inútiles consumos, ambiciones estériles– se pierde al otro lado de un horizonte hecho de nubes y tierras pardas por las que antaño pasaban pastores trashumantes. Fueron tiempos que quedaron grabados en su memoria de piedra y barro, cuando manos duras y curtidas levantaron sus paredes y colocaron sobre su estructura las tejas que aún hoy parecen decir: “¡Por aquí no pasará la lluvia ni el granizo!”.
Tiene el corral una sólida memoria de tiempos mejores, de tiempos en que rara vez faltaba el fuego en el hogar y las migas de pastor en el caldero; en que cada primavera parían las ovejas sobre lecho de pajas y el recinto se llenaba del suave balido de los corderos, y en las noches de luna llena aullaba el lobo. Nunca faltaba una voz recia echando una jota al viento. Y en los atardeceres suaves de mayo, con el soplo de ese viento que mete calor en las venas, sus piedras han sido testigos del triste remedo de amor de un pastor con una oveja o con una mano diestra en calmar el ardor del varón.
Y, desde tiempos sin registro oficial pero remotos, esos recuerdos lo mantienen vivo. Lejos de él, al otro lado del horizonte, han pasado y caído dinastías reales, han sucumbido imperios, ha habido guerras sangrientas, persecuciones crueles, matanzas execrables... En ese mundo lejano se han alcanzado éxitos extraordinarios y se han padecido miserias extremas; la ciencia ha logrado avances fascinantes y se han aniquilado poblaciones enteras con una sola bomba; algunas gentes buenas han entregado sus vidas para ayudar a otros seres humanos, mientras otras gentes malas han seguido matando en el nombre de algún dios; avispados emprendedores han creado bellos y lujosos lugares de recreo y reposo, al tiempo que otros (o los mismos) empresarios ponen a diario todo su empeño en destrozar paisajes y aniquilar la Tierra.  Mientras, el corral ha seguido y seguirá impertérrito, firmemente asentado sobre su colina, viendo pasar las nubes, que son, a días, su sola compañía y solaz.
Y, no lo olvidemos, tiene al viento, que acaricia sus piedras abrasadas. Ah, sí, y, a poca distancia, tiene al árbol, que, de vez en cuando, le hace un guiño de complicidad. 
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