Siempre me negué a visitar el Valle de los Caídos Ni siquiera tuve que hacerme un firme propósito de ello. Es que la sola idea de pisar aquel suelo que, estando manchado con el sudor y la sangre de miles de presos republicanos, había sido elegido por Franco para perpetuar su memoria como un pequeño faraón fascista, me provocaba un rechazo que hacía innecesario ningún tipo de argumento para justificar lo que, para mucha gente, era tan solo una muestra de mi proverbial cabezonería. Hoy, cuando todo el mundo sigue con ávido interés los acontecimientos de la exhumación del genocida, vienen a mi mente una serie de ideas que pueden parecer inconexas, pero que vienen provocadas por los hechos que ocupan las pantallas de los televisores de todo el país. Mi visión del Valle de los Caídos se apoya básicamente en dos imágenes que vienen a mi mente de forma absolutamente espontánea: la primera, la de los presos republicanos obligados a trabajar en la construcción del que había de ser el monumento a mayor gloria de su máximo enemigo. No entraré a debatir acerca del número exacto de estos presos, porque el mero intento de hacerlo implica aceptar la repugnante justificación que dan los llamados “historiadores” franquistas de que estos presos fueron a Cuelgamuros “por propia voluntad” para redimir pena a través del trabajo. Por supuesto que se acogieron a la redención de penas, faltaría más…, pero lo cierto es que fueron explotados en régimen de esclavitud no solo por el régimen, sino por las empresas a las que se dio la concesión de las obras, cuyos propietarios, empresarios franquistas y sin conciencia, se hicieron de oro aprovechando una mano de obra prácticamente gratuita. La segunda imagen es la de un Franco orondo y satisfecho de sí mismo, fajín de “generalísimo” con borlas incluido, visitando las obras en compañía de su “encollarada” Carmen, de la que las malas lenguas dicen que no se quitaba las perlas ni para dormir. Discrepo del nombre Valle de los Caídos. Es evidente que Franco quiso, con este nombre, ennoblecer lo que no era sino una sucia vileza. Trató de vender la construcción de un monumento a su megalomanía como si fuera un complejo funerario en honor de todos los caídos, cualquiera que fuera el bando en el que hubieran luchado. ¡Falso! En primer lugar, porque para satisfacer esa farsa, el régimen se encargó de llevar a enterrar a Cuelgamuros cientos de muertos republicanos, desenterrados sin permiso de sus familias (ahí no tuvo que intervenir el Tribunal Supremo), amén de cientos de cadáveres sin nombres ni apellidos. Es la mayor fosa común de España. Y, en segundo lugar, al convertir Cuelgamuros en su propio mausoleo faraónico, le quitaba toda la razón de ser al nombre de Valle de los Caídos, pues Franco no fue un caído, sino que, por desgracia, murió en su propia cama. A este espantoso complejo solo le cuadraría ser conocido como el Valle de la Vergüenza, o el Valle de la Ignominia. La exhumación llega demasiado tarde. Lo cierto es que no debería haber sido necesaria. Un dictador genocida nunca debe ser receptor de honores, sino de oprobio y, luego, olvido. Permitir que se le enterrase en el monumento faraónico que él mismo se mandó construir constituyó una de las mayores afrentas que podía recibir un país que quería construir una democracia. Que esa afrenta no fuera resarcida de inmediato, tan pronto como llegó al poder un partido de izquierdas, constituyó un innecesario agravio añadido. Pero, a la vista de la deriva del partido socialista con el paso de los años, no cabe asombrarse. Unos lo justificarán alegando el temor a una involución (en aquella época se hablaba de “ruido de sables”), pero no es descabellado sospechar que lo que faltó fue convicción democrática, pues el PSOE estuvo en el poder 14 años seguidos. Son muchos años. Y tampoco se adoptaron otras medidas igualmente necesarias, como la denuncia del Concordato con la Santa Sede. ¿Qué se va a hacer con el Valle de la Ignominia? Esta es otra idea que me ronda, tras leer ayer la noticia de que el Gobierno (en funciones) se plantea sacar de la abadía a los frailes benedictinos que la ocupan y manejan. Reconozco que en un primer momento aplaudí sin titubeos esta idea. Esta congregación, que ocupa gratis –y recibiendo subvenciones estatales–, una propiedad perteneciente al Patrimonio Nacional, se ha convertido en los últimos meses en un auténtico dolor de cabeza para el gobierno como consecuencia de la aplicación en España (país laico, dicen) del Derecho Canónico (ciencia jurídica cuya finalidad es estudiar y desarrollar la regulación jurídica de la Iglesia católica). Pues bien, hecha esta salvedad que demuestra, una vez más, la complacencia del Estado con la Iglesia Católica como consecuencia de la pervivencia del Concordato, seguí leyendo la noticia y me enteré de que el gobierno (en funciones) no se plantea desacralizar la abadía, sino entregarla al arzobispado de Madrid, con el que mantiene conversaciones más fluidas. Una vez, más un gobierno que se autoproclama socialista pierde una ocasión de oro para demostrar que España es un país laico. ¿Por qué poner en manos del arzobispado lo que es un bien del Patrimonio Nacional, es decir, de todos los españoles, ya sean católicos, musulmanes, evangélicos, agnósticos o ateos? Hay muchas propuestas para el futuro del Valle de la Infamia. Convertirlo en un Museo de la Memoria de lo que nunca debe volver a ocurrir en España es la propuesta que tiene mayor beneplácito. Pero, además, debería ser un museo del horror que significó el franquismo, en línea con el que hay en Santiago de Chile, donde, sobre todo, se exalta la dignidad de las víctimas de la dictadura. Pero, ¿podemos aspirar a eso en una España que ha sido incapaz de condenar, ni siquiera de conceder la extradición a Argentina, de un execrable y sádico torturador como Billy el Niño?
El lamentable espectáculo de la exhumación. Hoy, las cadenas de televisión han tenido la excusa perfecta para ser, una vez más, lo que acostumbran a ser: transmisoras de espectáculos baratos, en los que prevalece el morbo por encima de la información digna y veraz. Ciertamente, no podían dejar pasar lo que, con ese lenguaje grandilocuente al que nos tienen acostumbrados, constituía un “acontecimiento extraordinario que sellaba una etapa histórica de capital importancia para el futuro de nuestra democracia” y bla bla bla… Entiendo que la exhumación del genocida era la noticia del día. Pero, aun siendo consciente de mi exageración, pregunto ¿debía ser la única notica del día? Hoy las cadenas de televisión han vuelto a convertir a Franco en el protagonista de la jornada, y no en el malo de la película. Han puesto bajo el foco de atención de toda España a Franco y a sus descendientes, que, en otros ámbitos geográficos y políticos, o estarían exiliados o andarían escondidos para no ser reconocidos por la gente. Y allí estaban todos ellos, acompañados por la ministra de Justicia, quien, al parecer, debía asistir como Notaria mayor del Reino. ¿No valía la presencia de cualquier otro notario para dar fe de lo que estaba pasando? ¿Tenía que haber una presencia institucional del Estado? ¿Era necesario que las cámaras de TV siguieran minuto a minuto el lentísimo recorrido del coche fúnebres hasta su entrada en el cementerio de Mingorrubio? ¿Era preciso que nos fueran señalando desde lejos la presencia de tal o cual nieto o nieta del dictador? ¿Era imprescindible saber cuántos cientos de ramos de flores habían llegado al Valle de la Ignominia? ¿Había que tratar la exhumación del cadáver de Franco como si fuera una boda o una gala cinematográfica a la que no se ha permitido asistir a la prensa? Como ejemplo de ese periodismo barato, engañoso, manipulador, quiero terminar esta crónica con el ejemplo que ha colgado hoy en Twiter Sergio Mesa Galván, Secretario de Comunicación del Partico Comunista de España. Se puso en contacto con él un periodista de La Sexta para plantearle algo “inaudito y vergonzoso”. Pero, en vez de explicarlo en estilo indirecto, copio a continuación de forma resumida la conversación colgada por Sergio Mesa, que no tiene desperdicio. Y, aunque lo parezca, no es una broma; es una triste realidad: Periodista La Sexta - Hola, te llamo porque estamos preparando la cobertura para la exhumación de Franco y queríamos preguntaros si vais a seguirla en algún bar. Queremos sacar a militantes del PCE celebrándolo. Es que la derecha tiene bares como Casa Pepe o La Oliva, y nos gustaría dar la otra visión. Con gente vuestra brindando y tal… Sergio Mesa - No, mira, lo siento, el PCE no va a organizar ninguna celebración. Periodista La Sexta – Oye, ¿y no podríais reunir a militantes en un bar para que les grabemos brindando? Sergio Mesa - Oye, ¿para qué programa de la Sexta trabajas? ¿Es para alguno de humor? Periodista La Sexta - No, no, es para los Informativos de La Sexta Sergio Mesa - Mira, sé que va a haber una concentración en Sol. Si vais a grabar allí, podría serviros para el “marco” que andáis buscando. Pero ya te aseguro que el PCE no está organizando nada en absoluto. Periodista La Sexta – No, es que lo de Sol es ya tarde para los Informativos. ¿No sabes en qué bares se junta la gente del PCE con banderas republicanas y ambiente “rojo”? (Fin de la conversación) |
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