Ayer, regresé a Madrid desde Calpe, con parada en Valencia para tomar una cervecita y aperitivo de calamares y almendritas en la Malvarrosa. Sentado en la terraza de uno cualquiera de sus antiguos chiringuitos, mire uno donde mire, el paisaje es una delicia, sobre todo en un mediodía primaveral de finales de marzo: a ambos lados, las esbeltas palmeras del paseo, con su silueta meridional, casi africana; al frente, la amplitud del horizonte del Mediterráneo, que cuando lo miro parece haberse quedado dormido, salvo por el continuo aunque mínimo batir de las olas en la arena; detrás, las casitas del Cabañal, esas preciosas construcciones (algunas intencionadamente abandonadas por unos propietarios avariciosos, ansiosos de unas plusvalías que ya nunca van a obtener) que quiere derribar “la edil de la dulce voz”, la que ama a Paco Camps, porque entorpecen su sueño faraónico (cleopátrico) de llevar una avenida “benidormiana” desde el centro de la ciudad hasta el mar. (¿Por qué será que, con tanta frecuencia, la falta de ética va acompañada de una lamentable ausencia de sentido estético? Esta pregunta cada cual puede interpretarla como le dé la gana, en el terreno de lo urbanístico o en lo personal: en cualquier caso, acertará.) Durante el viaje, puse música sin cesar. Un ratito Haendel; luego, Bach; a continuación, un poco de jazz con Charlie Parker; más adelante, Camarón, Enrique Morente, Alfredo Kraus, Barenboim, Piazzola... Lo importante, además de disfrutar de todos estos genios de la composición o la interpretación sin distinción de géneros musicales, era dar un acompañamiento musical a un delicioso día de sol y evitar oír las noticias yendo al volante, que uno nunca sabe cómo éstas pueden afectar a la ineludible atención que debe prestar como buen conductor ni cómo puede uno reaccionar al enterarse de ciertas cosas que ocurren en el diario devenir o al escuchar ciertas declaraciones, hechas –estoy convencido de ello– para entusiasmar a los incondicionales de la bronca y encabronar al resto. Yo suelo encontrarme en el grupo de estos últimos; debo reconocer que no soy de piedra. ![]() Pero hay cosas que son inevitables, sobre todo si uno tiene el mal hábito de comprar y leer todos los días el periódico y escuchar la radio. Os voy a hacer una confidencia. Y, habida cuenta de que esto es un blog de libre acceso, no os voy a exigir discreción al respecto, pues sería absurdo hacerlo. Hela aquí. Cuando me doy cuenta de que va a intervenir algún personaje de mi “galería de abyectos”, me acerco rápidamente al aparato de radio o al televisor y bajo el volumen o, incluso, llego a quitar completamente la voz. ![]() El grado de reducción del sonido varía en función de la intensidad de la náusea –física o moral– que el sujeto (o “la sujeta”) es capaz de provocar en mi ánimo o en mi organismo. Así, bajo mucho el volumen con Rajoy o Montoro; lo dejo prácticamente inaudible con Cospedal o Arenas; lo dejo mudo con González Pons, la Espe, Trillo, Soraya y algunos otros. Ahí va otra confidencia, que parece que hoy voy de saldo y liquidación. Cuando alguna vez he tomado la desagradable decisión de escuchar a Soraya atacando denodadamente al gobierno, abriendo mucho los ojos y la boca para decir algo que podría expresarse con mucho menos énfasis, no he podido evitar imaginar a un perro chihuahua ladrando “atronadoramente” a su virtual enemigo en un desesperado e inútil intento por parecer un doberman. Es una sensación absolutamente surrealista, pero no es más surrealista que el hecho de que ella sea la portavoz del principal partido de la oposición a todo un gobierno nacional, ¿no? ![]() Volvamos al asunto del que hablábamos (bueno, del que yo hablaba, que por influencia de los derroteros que está tomando el país, uno acaba hablando como si fuera el papa, con el plural mayestático). Quiero decir que, por mucho que se atenúe o elimine el volumen, o por mucho que ciertas cosas se lean en diagonal, siguiendo los métodos de la lectura rápida, al final uno se acaba enterando de todo. Es inevitable. Así, hoy, al despertar de nuevo en Madrid, he vuelto a tomar contacto con el mundo de la política, que, si siempre anda en aguas revueltas, ahora, con la cercanía de las elecciones de mayo, las aguas son ya turbias y altamente contaminadas. Han llamado mi atención, en el ámbito nacional, dos asuntos: el primero es la lucha antiterrorista y las acusaciones hechas a Rubalcaba por parte de los cañoneros del PP: Soraya (la de los feroces ladridos) y Gil Lázaro (mamporrero que, por las mañanas, actúa desde su escaño parlamentario y que, por las noches, hace bolos en algunos de los medios del ala más “progresista” del país, léase la COPE o Intereconomía; me pregunto cuánto cobra por su singular pluriempleo). Entiendo y defiendo que la oposición parlamentaria debe tener pleno derecho a criticar y atacar las políticas del gobierno, aunque yo no comparta ni de cerca ninguno de sus planteamientos (no los puedo compartir porque nunca jamás los ha expresado, quiero decir el PP). Es misión de la oposición oponerse, y eso forma parte del juego democrático. Otra cosa distinta es que, por un lado, utilice con descaro y osadía un doble rasero para medir la corrupción y, por otro, que eche mano sistemáticamente del tema de la lucha antiterrorista para acosar al gobierno. Esto último denota tal grado de indecencia, tal degradación moral, que sólo puede provocar repugnancia y rechazo en cualquiera que sea medianamente honesto. A título de ejemplo, y por no seguir con un razonamiento que, por innecesario, resultaría enojoso, adjunto más abajo documentos que expresan a las claras la postura del PP diametralmente opuesta a la que mantenía cuando Aznar era presidente y cuando calificó a ETA de Movimiento Vasco de Liberación. (Ni siquiera comento lo que en su día decía el incalificable y casposo Mayor Oreja.) Queda claro el respeto que la oposición tuvo con las actuaciones de Aznar. Y es a todas luces vergonzosa la hipocresía del PP y la derecha, que dijo unas cosas en 1998 y dice lo contrario ahora. Pero, para quien sepa leer, ya no es necesario tener una memoria privilegiada: los datos están ahí. Léanse con especial atención las frases dichas por las mismas personas en 1998-1999 y en 2007-2010. ![]() El segundo asunto que ha llamado mi atención tiene, una vez más, que ver con la justicia y con la iglesia, mis dos bestias negras. Ha dictaminado el Tribunal Constitucional que la Agencia de Protección de Datos no puede obligar a la iglesia católica a borrar de sus archivos, ficheros y documentos el nombre de quienes, haciendo libre y legítimo ejercicio de sus derechos como ciudadanos, han decidido apostatar. Me cuesta trabajo entender los “profundos” razonamientos jurídicos del alto tribunal. Suelo perderme cuando intento, no ya comprender, sino simplemente seguir sintácticamente el hilo de las sentencias judiciales. Se dice que el lenguaje jurídico se inventó para que el simple mortal no pueda entenderlo, y esta afirmación no me parece en absoluto descabellada. Pero, incluso si alguien puede llegar a convencerme de la impecable corrección jurídica de los argumentos aplicados por el Tribunal Constitucional para llegar a la, en mi opinión, tan aberrante conclusión, mi sentido común (que es fuente inagotable de verdades como puños, aunque puedan ser jurídicamente incorrectas o heterodoxas) me dice que esta sentencia es una burda estratagema para no plantear un enfrentamiento directo con la iglesia. ¿Cómo es posible que yo pueda obligar a un organismo, una empresa, una institución civil a que eliminen los datos que poseen sobre mí, aunque yo se los hubiera entregado inicialmente de forma voluntaria, y que, en cambio, no pueda exigir lo mismo de la iglesia, habida cuenta de que ésta los posee de forma espuria puesto que cuando me bautizaron lo hicieron sin mi consentimiento? La sentencia del Tribunal Constitucional ha creado una situación de desamparo jurídico para los miles de personas que querríamos hacer que desaparecieran nuestros nombres de los archivos eclesiales. Y, de paso, le otorga a la iglesia católica el derecho bastardo a utilizarme como socio numerario para justificar su importancia social y –probablemente también, aunque de esto no estoy seguro– a reclamar más dinero a la administración. ![]() Me gustaría apoyar la idea que alguien –lo lamento, pero no recuerdo quién era– lanzaba esta mañana, en el sentido de crear una plataforma para exigir al gobierno la creación de un listado oficial de todos los excatólicos que, habiendo sido bautizados, quieren que se sepa públicamente que ya no son miembros de la iglesia católica (porque ya no practican, porque han cambiado de fe religiosa o porque son agnósticos o ateos), pero que la iglesia les ha impedido –negándose abiertamente o poniéndoles toda clase de trabas– ejercer su derecho a apostatar. ![]() Cierro este post de hoy con una nota de humor. Han llegado a España los príncipes de Gales. ¡Qué honor! La verdad es que no he tenido tiempo –o el menor interés– para enterarme de cuál es el motivo de tan distinguida visita. En realidad, el heredero de la corona británica me ha parecido siempre un mequetrefe que se ha pasado la vida metiendo la pata (aunque su padre, Felipe, le puso el listón muy alto en ese terreno) y dando lecciones a todo el mundo sobre cualquier tema –arquitectura, economía, energía, urbanismo– sin tener ni idea de nada. Qué lástima que no sacara un poco de la humildad que parece que tuvo (al menos eso parece en la película El discurso del rey) su abuelo, Jorge VI, el tartamudo. Después de todo, a Carlos no lo trajeron a este mundo para pensar, sino para reinar, aunque está por ver si va a lograrlo, pues su matrimonio con doña Camila es algo que los más recalcitrantes conservadores dentro de la iglesia anglicana aún no le han perdonado. Yo no vuelo tan alto. Puede que la señora esposa del heredero sea un encanto (aunque ya es mala señal que esta mañana en el Mercado de San Miguel ambos pichoncitos hayan renunciado a tomar jamón pata negra de bellota y hayan preferido una bebida de yogur, ¡¡¡aaayyyyyy!!!), pero a la vista de la foto que acompaña este comentario (ved el gracioso vuelo de la falda, el donaire del bolso llevado al estilo de la reina Elizabeth II...), uno se pregunta cómo es posible que alguien en su sano juicio (en especial, alguien que se iba a la cama con Diana de Gales) le dijese apasionado a Camila, en una tórrida conversación interceptada por algún servicio secreto y divulgada por la prensa, que “le gustaría ser su támpax” para estar siempre dentro de ella. Para los más jóvenes o desmemoriados, está el recurso a las hemerotecas a fin de comprobar que esto no una invención. Por otra parte, si es poco imaginable que Camila inspire semejantes pensamiento erótico-higiénicos en un hombre, tampoco creo que para una mujer sea excesivamente motivador imaginar a don Carlitos colocado encima, jadeando y mirándola a una con los ojillos encendidos en medio de unas mejillas y una nariz rojas como pimientos morrones, en el marco sideral de sus orejas. Lo que acabo de escribir es una maldad. Pero, si las cabezas coronadas (o por coronar) no sirven para otra cosa, bien está que nos hagan reír un poco. La historia ha hecho que cambiaran las tornas. Sus antepasados tenían bufones. Ahora, ellos pueden ser en cierto modo los bufones de la sociedad. ¡Uy, perdón!
|
Archives
April 2022
|