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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Érase que se era un país...

21/2/2018

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      Érase que se era un país que había transitado –dicen que de forma modélica– de una dictadura de 36 años a una supuesta democracia moderna pero en la que el viejo dictador asesino instauró una anacrónica monarquía borbónica y en la que su flamante Constitución laica vivía amancebada y en bochornoso contubernio con un Concordato con la iglesia católica que despedía un insoportable tufillo a cera e incienso.
      Érase que se era un país que junto a una ciudadanía ejemplar, generosa, trabajadora y solidaria, convivía un número nada desdeñable de personas mostrencas, ignorantes, incultas, insolidarias y amantes de sentirse sometidas por el poder más corrupto; una ciudadanía, cercana siempre al 30%, que había heredado la afrentosa pasión por vivir encadenada, pues no en vano sus antecesores habían gritado en el siglo XIX aquello de “¡vivan las caenas!”.
      Érase que se era un país difícil de entender para la gente que lo observaba desde fuera y difícil de digerir para quien se veía obligado a vivirlo desde dentro. Un país que lo mismo organizaba desde la calle un poderoso movimiento popular de protesta y lucha capaz de meter el miedo en el cuerpo al sursum corda, que unos meses después volvía a elegir para que lo gobernase a una pandilla de mentirosos y ladrones desvergonzados, incluso con la ayuda inestimable del que otrora se definía a sí mismo como Partido Socialista.
      Érase que se era un país en cuya cultura afloraba por doquier la blasfemia. Mientras que en los países de tradición protestante, el solo hecho de usar la expresión JesusChrist!, si no constituye en sí misma un juramento deleznable, se considera de muy mal gusto, en la España católica del Concordato, no es nada infrecuente escuchar públicamente, como exclamación de enfado o de mero contratiempo, un sonoro ¡Me cago en Dios!
      Érase que se era un país donde la Iglesia Católica se mueve como pez en el agua (recibiendo subvenciones del Estado para pagar a su clero, dejando de pagar impuestos que los demás ciudadanos pagan “religiosamente”, inmatriculando, o sea, robando bienes inmuebles públicos (incluso mezquitas), viendo cómo instituciones civiles nombran a la Virgen alcaldesa perpetua o le imponen medallas de honor de la policía), pero donde esa Iglesia siente la afrenta de que se introduzcan las legislaciones más laxas y permisivas en materia de libertades sociales y sexuales (divorcio, aborto, matrimonio entre personas del mismo sexo…).
      Érase que se era un país de críticos lenguaraces, mordaces y sarcásticos, que habían hecho siempre de la libertad de expresión su bandera personal. Los españoles han podido, a lo largo de la Historia, pasar hambre, sufrir calamidades, sentirse sometidos, pero ha sido difícil hacerles callar. Los españoles han heredado una tradición contestataria, burlesca, irreverente, de personajes irrepetibles, únicos, como Quevedo con su lengua acerada; los hermanos Bécquer, que desnudaron a los Borbones en sus ilustraciones pornográfico-satíricas; Goya, con sus aguafuertes; Buñuel y su cine; o los cientos de dibujantes actuales o recientes que han hecho de la sátira auténticas obras de arte.
      Pero érase también un país que en un mismo día veía cómo la furia censora de sus gobernantes corruptos se imponía, en algún caso incluso a través de los tribunales, con tres decisiones que dejan al aire sus (escasísimas) vergüenzas democráticas. En el primer caso, una juez decidía el secuestro de un libro sobre el narcotráfico con diez ediciones en su haber, y lo hacía a petición de un exalcalde gallego del PP que se siente injuriado; en el segundo caso, la Feria ARCO retiraba toda una galería de fotos porque el artista que las ha realizado les había dado el título de “presos políticos de España; en el tercer caso, el rapero Valtònyc era condenado nada menos que a tres años de cárcel porque, según los tribunales, con sus leras había “injuriado a la Corona y enaltecido el terrorismo”. ¿No sentirá rubor don Felipe “el Preparado” de saber que por el supuesto delito de injuriarle a él y su familia, un hombre joven va a ir a la cárcel cuando su cuñado, por poner un ejemplo, campa a sus anchas por Suiza tras demostrarse que ha robado dinero público a espuertas?
      Érase que se era un país en el que, junto a acciones hermosas y heroicas, podían darse los hechos más absurdos, injustos y grotescos. Pero estas cosas no suceden por casualidad. Suceden porque tenemos en el poder a una banda de tarados, unos señores que no solo son corruptos, sino que no tienen empacho en actuar como lo que siempre han sido: los auténticos herederos de la infamia del franquismo. Unos señores que, como el exministro del Interior Fernández o su actual homólogo andaluz Zoido gustan de combinar la unción de la mañanera misa, con confesión y comunión, con un buen reparto de hostias (porrazos). Unos señores que sienten un disfrute especial poniendo mordaza a la gente. Piensan que el silencio es obediencia y acatamiento.
      Además,  en ese curioso país, las medidas se toman las más de las veces sin ton ni son, a la buena de Dios. Porque, dejando de lado la gravedad de penalizar la libre expresión de ideas y opiniones, ¿se han planteado los legisladores y gobernantes la ligereza y estupidez de sus decisiones? Pongamos por caso el libro Fariña sobre el narcotráfico. Se habían vendido diez ediciones del mismo. Lo han leído ya miles de personas. Se ha hecho incluso una serie de TV. No es novedad. El libro estaba ya casi en fase de retirada. Con esta decisión judicial, que durará al menos tres o cuatro meses, en cuanto el secuestro se levante, las ventas se van a multiplicar por diez. Yo mismo lo voy a comprar. Aunque solo sea, como dice el chiste, pa joder.
      En el caso de las fotografías de ARCO. Todos sabemos quiénes se han declarado a sí mismos “presos políticos” (independentistas catalanes, terroristas encarcelados, etc.). Unos estarán de acuerdo con ellos y dirán que lo son. Otros pensarán lo contrario. Retirar las fotos no va a cambiar las opiniones de nadie. Pero con ello se va a lograr algo que ni el artista ni la galería que lo presentaba habían esperado: se va a hablar de esas fotografías mucho más que si se hubieran quedado expuestas. Otra historia será decidir si una colección  de fotografías normales y corrientes ampliadas y puestas en una pared bajo el título general de "presos políticos de España" constituye una expresión artística. Ese es otro cantar, y ahora no es el momento de iniciar el debate.
      Por último, las letras del rapero. ¿Quién escucha y se sabe las letras de esas canciones? Un número insignificante de chicos jóvenes. ¿Hay alguien en su sano juicio que pueda estar de acuerdo con la condena a tres años de cárcel por injuriar a la monarquía o por decir cuatro burradas en una canción? Incluso si las cosas que se dicen en esas canciones son francamente de mal gusto, o hasta repugnantes. ¿La disconformidad o repugnancia da legitimidad para un castigo tan bestia en un país que tenemos a todos los ladrones de guante blanco sueltos por la calle y protegidos en algunos casos por esos mismos jueces y fiscales.
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​      En resumen, que este país no hay Dios que lo entienda. Y si llegamos a entenderlo, entonces es peor, porque es para salir de él por patas.
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