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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

¿Es dios un neoliberal?

22/9/2020

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      No voy a entrar en profundas disquisiciones teológicas. No es mi campo de conocimiento ni tema de especial interés para mí. Pero, a la vista de como está el cotarro mundial, con incendios espantosos, inundaciones sobrecogedoras, huracanes devastadores, sequías espeluznantes; donde existen amplísimas zonas del mundo en las que impera el hambre y la miseria, aunque atemperados éstos por el fácil acceso a antenas parabólicas que permiten a esos seres malnutridos y explotados observar cómo se debe de vivir en otros lugares del planeta donde la gente sacia su hambre y su sed con riquísimos alimentos y donde disfrutan de casoplones del tamaño de sus poblados; con pandemias asesinas, causadas por un virus que, como dice el vicepresidente madrileño Aguado, no es, como él liberal, y tiene el mal gusto de atacar con idéntica furia a ricos y a pobres, o sea, sin hacer la debida distinción de clases y condiciones sociales, como haría un buen virus neoliberal; con ciudades, regiones y hasta países que, por alguna maldición extraña y no explicada por ninguna ciencia, se ven de repente gobernados por seres (no doy nombres) a los que, en circunstancias normales, se les permitiría, como mucho, realizar tareas subsidiarias y escasamente especializadas, que no exigieran mayor despliegue del intelecto que el que se necesita para pegar sellos, limpiar el asiento de una silla o sacar lustre a un par de zapatos sin estrenar; a la vista de todo ello, yo me pregunto ¿cómo es posible que los responsables de tanta catástrofe, de tanto dolor, de tanta miseria, de tanta muerte, apelen siempre a su firme creencia en la existencia de un Dios, que, como ellos afirman, apoyados en inútiles pero doctas teologías, es a un tiempo omnisciente, omnipresente y omnipotente? ¿Verdad que cuesta trabajo entender toda esta acumulación de superpoderes en un dios que rige los destinos de un mundo que está hecho una piltrafa, física y moral?
        Porque, vamos a ver, si ese dios (pongo dios así, en minúscula, porque lo contrario me da una incontenible risa floja) es realmente omnisciente, es decir, que sabe todo (sabe todo lo que pasa y por qué pasa), y es omnipresente (o sea, que no puede recurrir a aquello de que él estaba en Ávila cuando todo sucedió, o que no fue debidamente informado), y además es omnipotente (es decir, que puede hacer y deshacer a su antojo sin limitación alguna, pues nada escapa a su poder), y si ese dios, añado, ve todas las cosas que están pasando y se sienta a mirar tranquilamente sin hacer nada por evitarlas, como quien se sienta a tomar una cervecita y a fumar un cigarrillo mientras ve en la tele (dios no la necesita, claro, la tele) cómo arden miles de hectáreas, mueres millones de animales, pierden su hogar docenas de miles de familias, se ahogan miles de personas huyendo en barco de la miseria y la persecución, cientos de miles de mujeres son violadas o asesinadas, cientos de miles de niños son abusados o sodomizados por los que se definen como sus representantes y apoderados en la Tierra, y una porquería de virus microscópico y cabrón arrebata la vida de cientos de miles de personas, y, repito, ve todo esto sin inmutarse y sin que se le mueva una pestaña, habrá que concluir que ese dios en el que creen (o dicen creer) a pies juntillas los neoliberales, es un hijo de la gran puta, ¿no?
        Claro, luego salen teorías teológicas que tratan de poner parches para tapar estos agujeros por los que a algunas personas se les puede escapar la fe, que es como el pus con que puede estar infectado el intelecto. Es el caso de los seguidores del teísmo abierto, cuyos partidarios defienden una revaluación del concepto de la omnisciencia, la omnipresencia y la omnipotencia de Dios, afirmando que Dios no conoce el futuro “por completo”, que puede que no esté a la vez en todas partes y cuando se habla de su omnipotencia no hay que extraer el significado de este término de su contexto bíblico, ya que el significado de la palabra original de la que procede se perdió con el transcurrir de los siglos.
        ¿Veis cómo al final, los amantes de la teología –ya sea tradicional o de teísmo abierto– se parece mucho a los portaestandartes del neoliberalismo? Se trata siempre de ajustar nuestras creencias a la conveniencia de cada momento, de cada oportunidad. Pero yo, con trampas, no juego. O dios es omnipresente, omnisciente y omnipotente con todas las consecuencias, o sea, que asuma que podamos decir que es un hijo de la gran puta, o es que no existe, en cuyo caso los males del mundo son el fruto y resultado de la crueldad, la mezquindad, la codicia, la vileza de unos cuantos, una gran minoría; de la abulia, la insensibilidad y la indolencia cómplices de una parte importante del rebaño, que acepta cualquier cosa con tal de participar en una parte del festín; de la impotencia de una minoría que querría luchar contra todo ello –y lo intenta– pero carece de armas y bagajes suficientes; y de la fragilidad, la sumisión, la ignorancia y el miedo del resto. 
        Eso sí, cada uno es libre de elegir el dios que más le convenga.
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