EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

España no hay más que una

8/10/2019

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España no hay más que una
ya lo puede usted decir,
y el que quiera convencerse,
¡ay!, que se venga aquí a vivir,
¡España no hay más que una!
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     Así era el estribillo de una canción inventada hacia 1940, creo que por Pepe Blanco, un tonadillero habitualmente acompañado a dúo por una tal Carmen Morell, que hizo furor en la España de la posguerra con sus músicas ramplonas y sus espantosas letras, que iban de lo chabacano, que no popular (“cocidito madrileño”), a la pura exaltación de lo fascistoide y patriotero, como el caso de la canción presente, titulada Sombrero en mano entró en España. Decía la primera estrofa Sombrero en mano entró en España / y al verla se descubrió…, y uno, que está siempre a la que cae, se siente tentado de decir, “pero, hombre, si llevaba el sombrero en la mano, ya no podía descubrirse”.
     Somos muy dados los españoles –me incluyo en el plural pese a que no me identifico con el hábito que aquí defino– a confundir el patriotismo con el patrioterismo. De por sí, ya el término patria hace que me chirríen los mecanismos de defensa intelectual. No sé si influyen en ello los términos lúgubres y sombríos del famoso poema de Espronceda que dice:
Oigo, patria, tu aflicción
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón
      No lo sé. Es posible. Pero ciertamente, el término patria no despierta en mí sentimientos de exaltación, de amor encendido por una tierra y una lengua, de orgullo por un patrimonio vallado, todas esas cosas que, al parecer, encienden el corazón de mucha gente y les llevan al lagrimeo emocionado, sino más bien todo lo contrario: me trae el recuerdo de guerras (me da lo mismo que sean defensivas u ofensivas, en todo caso siempre hay enfrente otro “enemigo” que también tiene una “patria”), odios, muerte, resentimiento, desconfianza, recelo...
     Y ello es así –repito, en mi caso– porque no concibo el concepto de patria si no es contraponiéndolo a todos los demás conceptos de patria que ocupan las mentes y los corazones de las gentes de otros lugares del mundo. Es más, no podría existir dicho concepto si no fuera por contraposición, por comparación, por contraste, por enfrentamiento. Existen las patrias porque existen otras patrias. Existen las patrias porque existen las barreras, las fronteras. Existen las patrias porque se ganaron o se perdieron guerras. O incluso porque unos señores revestidos de poder por la gracia de dios firmaron un tratado y se repartieron unos territorios con sus respectivos súbditos incluidos.
      Las patrias, y no me refiero a las “patrias chicas”, sino a las grandes, las que tienen ejército, aduanas, embajadores de otros países, bandera, himno y toda la parafernalia excluyente y policial, no son sino una versión ampliada, expandida, de las pequeñas patrias primitivas, o sea, las tribus, las agrupaciones de individuos que ocupaban un pequeño territorio y lo defendían a vida o muerte frente a las otras tribus vecinas que podían robarles su alimento o sus hembras. Las primitivas tribus formaban una “patria” por necesidad de supervivencia, como hacen las manadas de animales salvajes.
      Es evidente que, con el paso del tiempo, los seres humanos fueron desarrollando sus capacidades intelectuales. Aprendieron a plasmar en forma escrita sus sonidos ya articulados, o sea inventaron la escritura. Desarrollaron ideas sobre el mundo y sobre sí mismos y hasta se inventaron un dios (o varios dioses), con lo que dieron vida a la filosofía y hasta a la metafísica. Descifraron el significado de los sonidos articulados de las gentes de otras tribus y aprendieron a hablar como ellos. Y eso les sirvió para comunicarse y viajar negociando, comprando y vendiendo. Lo malo es que todo lo anterior, que podía haber servido para anteponer los valores humanos de aceptación, comprensión y aceptación del otro fueron barridos por los vicios de la imposición, el enfrentamiento y la crueldad con el otro. Y todo se fue al garete porque prevaleció el sentido de la tribu, solo que ahora con territorios más extensos. Y nacieron las fronteras y con ellas los odios, las envidias, el miedo al otro, y, como resultado de todo lo anterior, las guerras, la destrucción, la muerte, consecuencias inevitables de las “patrias”, esas que son, cada una de ellas, la madre a la que hay que defender y por la que hay que luchar, si preciso fuera, hasta la muerte, hasta la última gota de sangre. ¡Qué idiotez!
      Todo lo que acabo de escribir es, en realidad, un mero preámbulo. ¿Adónde quiero llegar con tanta palabrería? A algo muy sencillo que resumo en una pregunta. ¿Por qué, cuando llegan nuevas elecciones, los partidos se lanzan a una utilización abrumadora y agobiante de la palabra España? ¿Por qué se empeñan en repetirme una y otra vez la palabra España? ¿Acaso creen que nos hemos vuelto tontos y hemos olvidado dónde vivimos? En periodo electoral, lo que deberían hacer los partidos sería explicar clara y honestamente su programa, lo que quieren hacer, los proyectos que desean desarrollar, las leyes que se proponen implantar, el dinero que van a necesitar para conseguirlo, de dónde van a obtenerlo, cómo van a ocuparse de la sanidad y la educación, qué tratamiento van a dar al problema de la inmigración, qué políticas sociales desean aplicar, qué piensan hacer para recuperar el dinero “adelantado” a la banca para salvarla de la ruina, etcétera. Pero hablar de España me parece superfluo, innecesario, tramposo.
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      Cuando un político se llena la boca con la palabra España, pienso que lo hace por una de estas tres cosas: 1. Porque quiere disimular el hecho de que no tiene nada interesante o importante que decirme. 2. Porque las cosas que podría decirme son inaceptables, inasumibles o infumables. 3. Porque quiere venderme la burra, es decir, trata de llevarme a la conclusión de que si no estoy de acuerdo con lo que dice es porque no soy patriota.
      Si partimos de la base de que, en principio, toda alusión a un país –nos estamos en nuestro caso centrando en España– cobra sentido solo si se hace como contraposición o comparación a otras entidades de naturaleza similar (Francia, Alemania, Indonesia…), de rango superior (UE) o que aspiran a serlo (Cataluña), habrá que aceptar que no constituye –o no debería constituir– el núcleo de los programas electorales y, por extensión, de sus proclamas y eslóganes. De lo contrario, lo normal es que nos refiramos a los ciudadanos de ese país, ya sea en general o de forma concreta a ciertos sectores del mismo: trabajadores, jubilados, menores, mujeres, agricultores, inmigrantes, parados… Si no, ¿de qué estamos hablando?, ¿de España como problema (esto ya lo hizo Laín Entralgo); de España como unidad de destino en lo universal (esto ya lo hizo Franco); de España como respuesta de todos los males y bastión de la civilización cristiana occidental (esto ya lo han hecho Menéndez Pelayo y todos los “intelectuales” católicos de derechas) …?
      Parece obvio pensar que lo que los ciudadanos necesitan saber acerca de los partidos –y para ello no es necesaria la monserga de mítines, pasquines, folleto y carteles– es qué piensan hacer para atajar los males creados por los propios partidos; como se plantean sanear la vida pública, corrompida por la avaricia, deshonestidad y falta de vergüenza de una gran mayoría de sus dirigentes; qué medidas van a adoptar para impulsar una limpieza y agilización del sistema judicial, que tanto nos deshonra; qué van a hacer para limpiar las cloacas gubernamentales y policiales; qué medidas y leyes tienen intención de implantar para poner fuera de la ley a los apologistas del genocidio franquista; cómo piensan acabar –si es que piensan hacerlo–  con la connivencia de legisladores y gobernantes con las altas esferas del poder económico; cuáles van a ser sus disposiciones fiscales para hacer que todo el mundo pague sus impuestos de acuerdo con sus ingresos, incluida la Iglesia, institución que debería quedar relegada a sus cuarteles de oración tras una oportuna denuncia del Concordato; qué opinan –dando una opinión sincera y no una meditada mentira para dilatar el tema en el tiempo y dejarlo morir– de la tan necesaria reforma de la Constitución, que incluya una pregunta a la ciudadanía acerca de su deseo de continuar viviendo en una monarquía trasnochada e impuesta o de transformarse en una República.
      Me echo a temblar, cuando nuestros políticos se llenan la boca de España y la escupen en esperpénticas bocanadas de pseudopatriotismo casposo, porque, cuando lo hacen, o bien están queriendo usar la palabra como arma arrojadiza, o están camuflando sus carencias, sus vacíos, su insustancialidad o, lo que es peor, sus verdaderas (malas) intenciones.
       Desde Cs hasta VOX, pasando por el PP, por ir de la derecha a la extrema derecha y a la derecha fascista, la palabra España se repite incesantemente en sus discursos y sus mítines se llenan de banderas –constitucionalistas o del aguilucho– de himno (de Cara al sol si se trata de VOPX) y de canciones que lo mismo sirven para una concentración electoral que para unas fiestas de pueblo cuando el personal anda ya a punto del coma etílico, y me refiero al “Que viva España”. En esos mítines no interesan los programas, ni los proyectos políticos, solo interesa ¡España, España, España! La intención parece clara: que quede constancia de que quienes no están con ellos están contra España… o son la anti España. Exactamente lo mismo que decía Franco allá por 1936.
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       Curiosamente parece que el PSOE se ha contagiado de esa furia patriótica. No es que el PSOE no haya usado y abusado también de la palabra España y de la bandera a lo largo de las últimas décadas. De hecho, su énfasis en el patriotismo ha aumentado cada vez que temía verse sobrepasado por una derecha que ha sido siempre españolista sin sonrojo, sin malos rollos. Y que conste que no me estoy refiriendo a ese personaje funesto que ha acabado convertido en una especie de caricatura de sí mismo y que, el otro día, en un acto celebrado en Galicia, de cuya naturaleza no quiero acordarme, decía sin el menor rubor que “a Rajoy y a él cada vez son menos las cosas que les separan”. Sí, me refiero a don Felipe González, Isidoro cuando era militante socialista, no ya del PSOE, que eso creo que lo sigue siendo.
      Ahora el eslogan del PSOE para las elecciones ya no alude a conceptos como “cambio”, “unidad”, “progreso” o a expresiones como “juntos” o “contigo”. Ahora ha tomado el camino, trillado pero rentable, de la patria Ha visto que tiene que contrarrestar la agresión patriótico-sentimental de Casado o Rivera, que dicen idioteces muy sugerentes como “¿Izquierda o Derecha? España”. Sánchez y sus chicos se suben al carro españolista y nos lanza toda una teoría de la ciencia política resumida en cuatro palabras (una repetida), con una coma de separación: Ahora, Gobierno / Ahora, España. Me aterra pensar que, dejando de lado la banalidad del eslogan, éste encierra más de un punto que considero preocupante. ¿Quiere decir Sánchez con lo de "ahora, gobierno" que “ahora, sí”, que antes, no, pero que ahora está decidido a que haya gobierno? ¿Y por qué no lo hizo antes habiendo podido? ¿No requeriría eso una detallada y honesta explicación? Lo segundo, ¿están Sánchez y su equipo tratando de otorgar igualdad de peso y categoría al gobierno y al país? No, señor Sánchez, el gobierno es para todos los ciudadanos, pero el gobierno no es el país. El país abarca mucho más, y engloba a mucha gente que, ni de broma, se identifica con su gobierno. La utilización de la palabra España en su eslogan es un truco de trilero, para distraer al incauto lector con la bolita de la palabra España y que no se dé cuenta de cuál es el cubilete vacío que probablemente va a elegir con su voto.
      Para terminar de una forma grata este post, quiero hacer, como vulgarmente decimos en mi tierra, una comparanza. Todo esto de España y la españolidad y la madre patria es exactamente lo contrario de lo que hizo, por ejemplo, mi admirado y nunca olvidado Labordeta, cuando mostró su amor al país y a sus conciudadanos recorriendo todos y cada uno de los pequeños territorios de esto que hemos dado en llamar España, y lo hizo con el mismo fervor, con la misma emoción, con el mismo respeto tanto cuando estaba en los Picos de Europa, como en la sierra de Cazorla, el valle del Duero o los Pirineos catalanes por citar algunos de los lugares que tan magistralmente retrató. Y lo hizo sin mencionar para nada la palabra España. Demasiado sabíamos todos el nombre del territorio grande de todas las tribus que visitaba.
       Mi consejo. Cuando escuchéis un discurso, una proclama, una declaración, un eslogan y os deis cuenta de que se repite continuamente el nombre de España, tened mucho cuidado. Por usar una expresión poco fina, ¡es que os la quieren meter doblada!
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