![]() Me había levantado con el firme propósito de escribir hoy un post muy “literario”, queriendo significar, con este adjetivo, un post sin la menor intención política y con escasa carga ideológica. Me fui anoche a la cama asaltado por mil ideas que me apetecía desarrollar: recuerdos de infancia guardados y recuperados por algún estímulo proustiano; paisajes y lugares vividos y traídos a la memoria al hilo de una frase o una melodía; poemas leídos y recordados de repente en medio de un acogedor silencio; platos exquisitamente elaborados preparados por manos expertas y disfrutados en algunos de mis viajes… Cualquier cosa. Lo importante era alejarme del ruido mediático; de la visión de esas bocas que escupen odio, bocas tan abiertas que parecen fauces prestas al desgarro visceral de la víctima; de la letanía de abominaciones, ofensas y escupitajos morales; de los falaces fingimientos de honestidad, tan auténticos como virgo de puta… ![]() Mi decisión era firme. Con ella me he levantado esta mañana. Mi ánimo estaba en un punto intermedio entre lírico y bucólico (por la ventana entraba el ruido de la pajarería variopinta del pinar y lucía un sol tibio), muy adecuado para la creación de haikus. ![]() Todo ha ido bien hasta que he encendido el televisor (Los desayunos de la 1) para acompañar mi café con leche y mi tostada con aceite (¡craso eror!… lo de encender el televisor, claro). Eran las nueve en punto de la mañana. Mejor dicho, pasaban algunos minutos de dicha hora ominosa. En mitad de la tertulia y después de “analizar” una vez más hasta la náusea los entresijos, aciertos, errores, posibilidades, engaños, argucias y vericuetos, tanto diplomáticos como bélicos, en Libia, ha salido de la boca de la presentadora (pese al tema abordado en ese infausto momento, reconozco que es una buena profesional del periodismo) la siguiente pregunta: “¿Qué opináis de todo lo que está pasando con el caso Faisán?”. Me ha dado justo el tiempo de alcanzar raudo el mando a distancia para quitar la voz, pero no he podido evitar ver el mohín –entre satisfecho y malévolo– con que ha torcido el morrito alcanforado Victoria Prego, antes de –esto lo supongo, porque mi velocidad para pulsar el botón mute me ha impedido oírlo– entonar un enconado ataque al gobierno y una encendida defensa de las actuaciones de los jueces que llevan –o sea, manipulan– este absurdo y sospechoso caso; jueces amigos de su hermano, el magistrado de ideología franquista Adolfo Prego, presidente de honor del sindicato fascista “Manos Limpias”, grupúsculo demandante en una de las querellas contra Baltasar Garzón ¡¡¡de la que Adolfo Prego es instructor!!! (esto, explicado en un país “normal”, sería escandaloso o incomprensible, pero en España es moneda corriente, porque en este país, suceda lo que suceda, nunca pasa nada). ![]() Pero bueno, ¿es que todo el mundo se ha vuelto loco?, ¿es que no podría exigirse un mínimo de cordura y decencia?, ¿es que nadie va a dar el puñetazo en la mesa para acallar a tanto zafio desaforado? Vamos por pasos: Cuando se pone en marcha una negociación entre los representantes de la sociedad, llamémosla civilizada y honesta, y un grupo de delincuentes, es imposible imaginar que dicha negociación pueda desarrollarse con las pautas que se darían en una reunión entre caballeros con objeto de alcanzar un acuerdo honroso y satisfactorio para ambas partes. Toda reunión con delincuentes (terroristas de ETA, en el caso que nos ocupa) implica riesgos y dificultades. Y, sobre todo, hay que partir de una idea muy clara: puede que nos sentemos a la mesa de negociación limpios e inmaculados, pero será difícil que no nos levantemos cubiertos de mierda. ![]() Negociar con delincuentes nos obliga a abandonar nuestros principios y formas de actuar, y a pensar como delincuentes; de lo contrario, estaremos en clara desventaja. ¿Alguien se atrevería a sentarse a una mesa de póker, con el propósito de jugar limpio, sabiendo que los contrincantes son tahúres profesionales? Negociar con criminales equivale a bajar a las cloacas, meterse en el estiércol hasta la cintura y tomar todas las medidas necesarias para salir más o menos indemnes. Negociar con criminales es algo que nadie hace por gusto; lo que a toda persona bien nacida le apetece es meter a la gentuza en la cárcel. Cuando se negocia con delincuentes, se hace para evitar un mal mayor, para impedir el derramamiento de sangre o para acabar con él. Negociar con ETA no es plato de gusto para nadie. ¿Pero acaso alguien piensa que un padre o una madre a quien le han secuestrado a un hijo no negocia con los secuestradores lleno de asco y odio? Pero debe hacerlo, y hacerlo con la cabeza fría, por el bien de su hijo. Y debe saber jugar sus cartas y las cartas que intuye en manos de los bandidos. Cuando un gobierno negocia con terroristas, no está jugando a intercambiar cromos, no se plantea hacer concesiones deshonrosas a cambio de una tregua más o menos larga, o del cese definitivo de la violencia. Lo cual no quiere decir que no tenga que hacer alguna concesión. Los terroristas son perversos, son delincuentes, son asesinos, pero, desde luego, no son imbéciles. Por ello, cuando un gobierno negocia necesita tener tras sí el apoyo de todo el arco parlamentario, pues ese apoyo, a los ojos de los criminales, le da fuerza. Es uno de los pocos terrenos de la vida política en el que no caben medias tintas, ni recriminaciones, ni falsedades, ni aprovechamientos espurios. Porque nos la jugamos todos.
Yo no podía soportar las ideas de Aznar, ni su voz, ni su presencia… ¡ni siquiera su bigote! Todo en él me producía un rechazo insuperable. Pero nunca condené el hecho de que intentara negociar con ETA. Siempre me pareció lógico y legítimo. Y me habrá alegrado como español si hubiera sido capaz de llegar a un acuerdo que hubiera significado el final de la violencia en el País Vasco. Es evidente que, cuando un gobierno negocia con una banda criminal, tiene que ocultar datos, incluso es probable que tenga que mentir –o, como mínimo, callar o alterar la verdad– si el hecho de responder con la verdad pura y dura a las preguntas que le hace la prensa o algún grupo opositor en el Parlamento puede dañar las negociaciones o poner en peligro a los negociadores o a las fuerzas de seguridad del Estado. Es asimismo evidente que resulta de todo punto absurdo, y constituye un perfecto esperpento, que un juez –o cien jueces– decidan interferir en esa oscura y difícil labor de las cloacas del gobierno, e instruir un sumario –con gravísimas acusaciones a determinados servidores del Estado– con una clarísima intencionalidad política. Y todavía más apestoso y repugnante es que un señor de Galicia, con gafas, barbita, sonrisa tontuna y despacho de registrador de la propiedad, que quiere llegar a ser presidente del gobierno de España –sin haber aportado ni una sola idea al debate político, sino solo frases, ocurrencias y acusaciones de todo tipo– permita (sin que se le caiga la cara de vergüenza) que su partido saque tajada electoral de esta farsa, y que uno de sus parlamentarios se luzca a diario ante sus conmilitones con las más groseras y aberrantes acusaciones, insultos e injurias. Este país no tiene solución… ¡Al menos no tiene una solución fácil! ¡Yo no la imagino, no la intuyo! Solo me cabe pensar que sean los jóvenes quienes aporten alguna luz, alguna iniciativa, alguna propuesta ilusionante. ¡Y que sean ellos los que exijan –del modo que sea– que termine ya esta tocada de cojones! |
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