La máxima latina con la que abro mi post de hoy (que podría complementarse con el españolísimo refrán de “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, viene a cuento de un artículo, publicado en un periódico local cántabro, que alguien, con el claro propósito de meterme el dedo en el ojo (pues se trata de la persona con la que hace poco mantuve una tensa conversación telefónica que referí en un post anterior), me envía a mi correo electrónico. Lo cierto es que, a no ser por la intención provocadora del envío, lo más probable es que ni la persona autora del artículo (a quien no tengo el placer ni el disgusto de conocer) ni el contenido de éste me habrían hecho normalmente detenerme más de dos minutos en su lectura. Pero a mi débil y humana naturaleza le picó la curiosidad. Así que lo leí, y el artículo de marras suscitó en mí el deseo de comentarlo porque, a la postre, no tiene desperdicio. ![]() Mantengo una teoría según la cual cuando una persona comienza haciendo una exposición no solicitada de sus “supuestos” puntos de vista, valores o creencias, por lo general, o está exagerando o está mintiendo. Por ejemplo, cuando alguien afirma: “Yo respeto las ideas de los demás, pero…” o “No estoy en contra de que a España vengan indios o negros; sin embargo…”, es muy probable que nos encontremos ante un intransigente y un racista, respectivamente. El autor del artículo en cuestión, sin que nadie aparentemente parezca interesado en saberlo, nos cuenta –y esto constituye la sustancia de su escrito–, que, aun siendo ateo, él siempre marca la casilla de la iglesia católica en su anual declaración de la renta. A continuación pasa a explicarnos los distintos porqués de tan curiosa actitud (por lo demás, perfectamente respetable). Antes de hacer ningún comentario, os copio, con unos mínimos recortes que en nada menguan ni alteran el contenido esencial de lo publicado, pero que hacen su lectura más rápida. ________________________________________________________________ Si es reprochable empezar hablando de uno mismo, también será esclarecedor decir de entrada que mi pensamiento y mi vida discurren ajenos a los dioses, en general, y al Dios de los católicos en particular. No comulgué ni fui confirmado, me casé por lo civil, mis dos hijos no fueron bautizados y han estudiado en escuelas laicas, como su padre. (…) ¿A qué viene, entonces, mi chocante postura de destinar la X del IRPF a la Iglesia Católica? (…) 1ª. Ante las privaciones de muchos seres humanos, es natural fomentar la ayuda y la cooperación. (…) Ya sé que existen las recientes criaturas llamadas oenegés (sic), pero cómo negar el papel histórico de las misiones católicas y de Cáritas en ese terreno. No estableceré un ranking de altruismo, pero yo, siendo ateo, dudo que los recursos administrados por la Iglesia sean desdeñables o necesariamente sustituibles: voto por mantenerlos. 2ª. Para explicar la idea de Europa -y no digamos la de España- a un extraterrestre, sería imposible obviar el catolicismo. Entre nosotros, terrícolas, sería fatigoso desgranar su legado intelectual, arquitectónico, ético y artístico. Asistí recientemente a la misa dominical en un convento de clarisas, con su olor inefable a musgo e incienso. A mediodía, las monjas ocupan un coro, allá por el ábside; los fieles llenan la pequeña nave y el cura lee sugestivos textos, y lo hace bien, y por un momento me siento parte de algo más grande y más permanente que yo, algo que sosiega la respiración y atempera el pulso, sin necesidad de lapidar a nadie. (…) Voto por ese espíritu de paz y concordia, aunque yo no sea creyente. 3ª. Justo por no serlo, me parece inexplicable el furor obsesivo por bajar los crucifijos de los colegios. No veo qué daño causan los símbolos de una fe que no me asiste, pero sí ilustra mi paisaje histórico y emocional. Me espanta el fanático que se jacta de clausurar escuelas católicas o quemar frailes. No concibo que un absurdo revanchismo haga saludar a gobernantes infames como Chávez y ningunear al Papa, líder espiritual de muchos compatriotas. A mi juicio de ateo, es lógico y deseable que el Estado sea laico, pero sucede que España no lo es. Hay vida inteligente fuera del Estado, así que pongo la X para la Iglesia Católica, no vaya a ser que algún insensato la destine a construir mezquitas y tengamos que resucitar a don Juan de Austria. __________________________________________________________________ ![]() Bien, vayamos por partes. Punto número uno. Puedo aceptar que sigan existiendo Cáritas y otras organizaciones católicas dedicadas a ayudar a los más desfavorecidos. ¿Por qué no? Pero, del mismo modo que este señor plantea su argumento, podríamos proponerlo en sentido inverso. ¿Por qué son mejores las organizaciones católicas que las ONG laicas incluso para un ateo? No lo entiendo, a menos que nos esté ocultando parte de lo que piensa, y eso es trampa. ¿Acaso las primeras están mejor administradas o son más honestas? Por el lenguaje que utiliza, me dice el olfato que el autor del artículo juzga con rotundo desdén a las ONG laicas en general al definirlas como “las recientes criaturas llamadas oenegés”. Es más, las ONG laicas, al estar desprovistas de cualquier tipo de orientación religiosa, tienen más probabilidades de llegar a sectores más amplios de las sociedades a cuyo servicio dirigen su labor, sin otra consideración que las necesidades existentes. Sostengo por otra parte que las “misiones católicas” han hecho, a lo largo de la historia, muchas cosas buenas y también han cometido muchas barbaridades en su intento de “convertir” a los negritos y a los chinitos a la verdad de Cristo (recuerdo desde mi niñez con espanto y asco estas dos palabras en forma diminutiva); probablemente hoy día podemos encontrar a muchos misioneros (hombres y mujeres) que llevan a cabo una labor altruista muy encomiable en muchas partes del mundo, pero también me atrevería a asegurar que, en la mayor parte de los casos, su esforzado y desinteresado trabajo individual, sin tener en cuenta las creencias de los destinatarios de su dedicación, poco o nada tiene que ver con la iglesia del Vaticano y de los distintos arzobispados que gestionan Cáritas. Finalmente y por dar por terminado mi análisis del primer punto, si las organizaciones católicas están administradas por sus obispos y arzobispos, ¿por qué, en vez de solicitar dinero del Estado, no echan mano de los abundantes y generosos recursos que tiene la iglesia católica, comenzando por los tesoros del Vaticano, con cuyo valor de mercado se podría eliminar para siempre el hambre del mundo? ¿Para qué y para quién se conservan tan inmensas e insultantes riquezas? ¿Para honrar a dios? ![]() Paso al punto dos. No entiendo muy bien la necesidad de echar mano de un extraterrestre para entender la importancia del catolicismo en la historia de Europa. Puntualicemos. Yo diría la importancia del cristianismo, del que el catolicismo es una parte muy importante, aunque no siempre la que sale más airosa en un análisis objetivo. No creo que sea preciso recurrir a ejemplos concretos para poder afirmar, sin temor a caer en la parcialidad, que el catolicismo ha tenido páginas oscuras –profundamente negras, diría yo– en la historia de Europa (la expulsión de moros y judíos de España con la consiguiente apropiación de sus bienes; la noche de San Bartolomé, con la cruel matanza masiva de centenares de hugonotes mientras descansaban confiados; la vergüenza de los papas Borgia, con sus escándalos sexuales y sus asesinatos indiscriminados; la “santa” Inquisición, con las torturas y la quema en la plaza pública de quienes eran acusados de herejía o brujería, sin olvidar la cruenta persecución de quienes habían abrazado el protestantismo en España en el siglo XVI (a quien le interese, le recomiendo la lectura de El hereje, de Miguel Delibes); el posicionamiento vergonzoso del Vaticano, con el “aristocrático” Pío XII frente al nazismo alemán; la toma de postura de la iglesia española en la Guerra Civil, junto a Franco, bendiciendo los fusilamientos y haciendo causa común con la dictadura…). No he dado más que algunos ejemplos –probablemente los más conocidos y destacados– del devenir histórico de la iglesia católica en el continente europeo. Y me pregunto, ¿explicarle a un extraterrestre la importancia del catolicismo en la historia de Europa sería una forma de hacer apología o causar quebranto en su crédito? Afirma a continuación que, para nosotros “sería fatigoso desgranar su legado intelectual, arquitectónico, ético y artístico”. El legado arquitectónico y artístico no tiene discusión. Dudo mucho, en cualquier caso que el mismo sea fruto de la catolicidad, sino de la religiosidad, unida a la creatividad, inteligencia y sensibilidad, del ser humano. El ser humano no ha dejado de crear belleza arquitectónica, pictórica, escultórica, literaria o musical en ningún momento de la historia del mundo, cualquiera que haya sido la creencia religiosa predominante. Por tanto, no es la iglesia católica quien debe atribuirse mérito alguno, sino el hombre (y la mujer). En cuanto al legado intelectual y ético, necesitaría muchas páginas –que superarían con creces la aceptable extensión de este post– para debatir sobre los aspectos negros de ese legado (fanatismo, oscurantismo, posturas acientíficas, inmoralidad …), que, en mi opinión, superan con creces a los aspectos positivos de los pensadores del catolicismo. En cuanto al cierre de su argumento, cuando nos manifiesta la serenidad y la paz que le transmiten las misas de las clarisas, con sus cantos, el olor a “musgo e incienso” y, lo que es peor, con la sugestiva lectura de textos que hace el cura, me quedo sin argumentos, porque él mismo ha hecho mi trabajo de crítica. Si esto fuera un juicio, y yo fuera el fiscal y él el abogado, tras esa frase en la que afirma que en esos momentos se siente “parte de algo más grande y más permanente” que él, yo le diría al juez: “Señoría, no tengo más preguntas que hacer”. Termino con el punto número 3. A este señor, que se dice ateo, le produce inexplicable “el furor obsesivo” por bajar los crucifijos de las paredes de los colegios. En primer lugar, no sé en qué entorno se ha movido para hablar de “furor obsesivo”. Por mi pasada (y ya lejana) experiencia como padre de alumnos de un colegio público, recuerdo la postura de los padres que exigíamos esa retirada de crucifijos como muy moderada y contenida en las formas, aunque firme en los principios. No se trata de bajar los crucifijos; es que nunca debieron subir a las paredes de los centros públicos de un país laico. Asegura el autor que los símbolos religiosos ilustran su paisaje histórico y emocional. El primer paisaje, el histórico, lo puedo comprender, aunque, como argumento, es absolutamente inane. Pero el segundo paisaje, el emocional, no puedo comprenderlo en un ateo convicto y confeso. Y eso que yo nado entre dos aguas, y un día me siento ateo para dudar al siguiente y sentirme agnóstico. Pero, a continuación, el articulista destapa sus verdaderas convicciones. Comienza con una frase lapidaria y tremendamente reveladora de sus auténticas creencias, las que realmente cuentan. Dice: “Me espanta el fanático que se jacta de clausurar escuelas católicas o quemar frailes.” ¡Toma ya! O sea que quien exige la retirada de crucifijos en lugares públicos no solamente es un fanático, sino que además presume de clausurar escuelas católicas y quemar frailes. Voy a tener que ir al psiquiatra para que me diga si, en el fondo, lo que a mí me gustaría sería coger a un franciscano o un capuchino y prenderle fuego por los cuatro costados. Realmente, no hay mejor truco que dejar que la gente hable y hable para que se le vaya calentando la boca y acabe diciendo disparates y revelando su auténtico “yo”. El cierre de la argumentación es tan disparatado que ya no necesita ningún análisis. Pasa de denostar el revanchismo a hablar de Chávez con la misma facilidad con que manifiesta su horror por las mezquitas.
En resumen, tengo la sensación de que nos encontramos ante un “nostálgico de tiempos pretéritos”; un defensor de la religión en los colegios (cuando dice que sus hijos asistieron a centros laicos probablemente quiere decir que asistieron a colegios en los que los frailes o las monjas llevaban ropas seglares, lo que ahora es bastante frecuente) y del mantenimiento de los crucifijos; un conservador de rancio abolengo; un épico abogado de los derechos de los católicos, pese a su “profundo ateísmo”; y un racista de tomo y lomo. Por último –y esto ya es una opinión muy personal–, tengo el convencimiento de que cuando la Parca venga a apretarle las clavijas con su velo negro y su guadaña, acabará sucumbiendo a “la paz y el sosiego” de las palabras de un cura que le hable de algo más grande que su pequeño ateísmo de andar por casa. Será verdad eso de que la muerte todo lo cura… ¡hasta ciertos ateísmos! |
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Junio 2017
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