Se hablaba estos días pasados del resquebrajamiento que se iba a producir en el PP como consecuencia de las luchas que iban a generarse entre las distintas familias ideológicas del partido por hacerse con la presidencia dejada vacante por Rajoy. Se mencionaban concretamente tres supuestos grupos ideológicos en el seno del PP: liberales, conservadores y democristianos. Lo más llamativo de la anterior afirmación es que si algo ha caracterizado a este partido a lo largo de los años ha sido, fundamentalmente, su carácter monolítico, la total, aunque aparente, carencia de fisuras en su estructura organizativa y jerárquica, y una manifiesta ausencia de debate ideológico. Soy de la opinión de que cuando en una organización social –cualquiera que sea su naturaleza– no hay debate de ideas, es porque no hay ideas o porque las opiniones, el pensamiento filosófico son asuntos secundarios; en otras palabras, aspectos sin los cuales se puede vivir, e incluso vivir mejor. En esto, el PP es el perfecto reflejo de lo que fue su mentor político, el dictador, quien convivió con todas las tendencias ideológicas (por supuesto, de derechas), las manipuló todas a su antojo y jamás creyó en ninguna de ellas. Vayamos por partes. La derecha, en sus distintas tendencias y matices, ha tenido sus ideólogos, es decir, personas que se molestaron en pensar y, posteriormente, en reflejar por escrito su pensamiento. En su formulación doctrinal, el liberalismo fue un pensamiento que inicialmente asentó sus principales líneas programáticas en las propuestas esenciales del inglés John Locke: derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada. Económicamente, el liberalismo se manifestaba contrario a toda forma de opresión y defensor de la libertad del individuo frente al Estado. Posteriormente, fue evolucionando y dejando de lado los aspectos más sociales para centrarse casi de forma exclusiva en la defensa de la total libertad económica (economía de libre mercado y no intervención reguladora del Estado). Esa tendencia se acentuó aún más hasta llegar al neoliberalismo, que es la seña de identidad del capitalismo más feroz. Los padres de esta línea de pensamiento fueron, sobre todo, el austriaco Hayek y el estadounidense Milton Friedman, y sus enseñanzas han sido adoptadas por los políticos más brutalmente neoliberales, como Reagan o Thatcher. Para hacerse una idea clara de cómo respiran los ideólogos de este movimiento, baste recordar lo que Friedrich Hayek le dijo a Pinochet en una de sus visitas a Chile: “Me siento más cerca de una dictadura neoliberal que de un gobierno democrático sin liberalismo". ¡Toda una declaración de principios! La segunda tendencia dentro de la derecha es el conservadurismo, movimiento que se caracteriza fundamentalmente por su frontal oposición a todo cambio social, político o económico que pueda considerarse radical. Su gran enemigo es el “progresismo”. En el terreno de la economía, son partidarios del proteccionismo frente al libre mercado. Si tenemos que cerrar este apartado de forma muy sucinta, podríamos añadir que los conservadores son fervientes partidarios del orden establecido (en lo privado y aún más en lo público) y también del nacionalismo, por mucho que en los tiempos que vivimos algunos nacionalismos periféricos se hayan prestado a un extraño maridaje (más bien contubernio) entre nacionalistas y supuestos izquierdistas radicales. No entraré en más detalles ni trataré de analizar las principales fracciones históricas de los conservadores españoles, o sea, los moderados, los reaccionarios o los regeneracionistas. Y llegamos al tercer grupo en que supuestamente se dividen los políticos y los militantes del PP: los democristianos. Si hubiera que definir clara pero brevemente esta tendencia política, yo diría que los democristianos son aquellos que intentan conciliar su vida pública con sus creencias, con su fe (ni que decir tiene que se trata de forma sistemáticamente de la fe católica). La política europea arroja múltiples ejemplos de lo alejados que los políticos democristianos han estado de Dios y lo cerca que han vivido del escándalo, la rapiña, la corrupción e, incluso, el asesinato (Andreotti/Aldo Moro). Es el grupo que, en sus programas, trata de acercarse un poco (muy poco) a unos planteamientos sociales, por aquello de la doctrina social de la Iglesia, pero lo hacen pensando más en la caridad que en la justicia, y usando esa sibilina ambigüedad que es propia de los representantes vaticanistas. Por ejemplo, al hablar de economía y de la dicotomía “libre mercado/Estado regulador”, ellos afirman tajantes: “tanto Estado como sea necesario y tan poco Estado como sea posible”. Junto con los conservadores, los democristianos son los más fervientes defensores de la educación privada religiosa y de la aplicación de la moral católica a la vida pública, y, por tanto, enemigos acérrimos de avances sociales como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Como decía al principio, todas estas tendencias formaron la urdimbre política del país durante el franquismo, y sus representantes fueron sibilinamente usados por el dictador en función de su interés personal, que no era otro que mantener su poder omnímodo mediante el viejo principio de “divide y vencerás”. Podemos recordar algunos nombres de políticos de alguna de estas tendencias que, en su momento, fueron capaces de articular un pensamiento político razonado, aunque no lo compartamos en absoluto: Julián Marías, Joaquín Ruiz Jiménez (ministro franquista que acabó instalado en posiciones próximas al socialismo cristiano), Herrero de Miñón son nombres que vienen a mi mente a bote pronto. Por supuesto, cabría incluir en la lista a Manuel Fraga, personaje que me resulta francamente detestable en lo político y en lo personal, pero a quien no se le puede quitar el mérito de haber escrito una cincuentena de libros de historia, sociología y política, algo que resultaría inimaginable en alguien como Rajoy, por ejemplo, de quien solo tengo constancia de la publicación de un libro sobre sí mismo, titulado En confianza. Mi vida y mi proyecto de cambio para España, publicado por Planeta, libro que nunca osaría leer pues estimo demasiado mis neuronas. Viene a cuento todo lo que antecede por la mención que se ha hecho últimamente en la prensa de las supuestas “familias ideológicas” en que presuntamente se divide el PP. ¿Qué ideologías? O, por hacer una pregunta más simple, ¿qué ideas? ¿Alguien la leído un texto mínimamente argumentado y bien articulado sobre teoría política, escrito por alguien del PP? No solo eso. Seleccionemos un grupo cualquiera de miembros de este partido y tratemos de ver las diferencias ideológicas que los separan. No encontraremos ninguna. Me adelanto a quienes están con la escopeta preparada para dar el salto al primer descuido y diré que estoy hablando de diferencias en lo que respecta a su posicionamiento sociopolítico. Podrá haberlos más educados y agradables de trato y otros más soeces, groseros y burdos. Jamás se me ocurriría comparar, por poner un ejemplo, a García Margallo con Celia Villalobos o con Rafael Hernando. O a Ana Pastor (la presidenta del Congreso) con Esperanza Aguirre. Y, sin embargo, todos ellos comparten un mismo objetivo (el poder caiga quien caiga) idénticos afanes (el enriquecimiento a costa de lo que sea); un enemigo común (la izquierda, ya sea roja o rosa desvaído); una nostalgia (los tiempos pasados en que sus padres o abuelos prosperaban a la sombra de Franco). Analicemos los planteamientos programáticos del PP y veamos en cuál de las tradicionales tendencias ideológicas se posicionan. O mejor aún, hagámoslo a la vista de las políticas que han implantado durante su gobierno. Liberalismo ¿Podría afirmarse que el PP es un partido de corte liberal? Exclusivamente en lo que concierne a la economía. La única libertad que defienden con ahínco es la del individuo frente al Estado, es decir, aquella que significa: 1. reducción de impuestos; 2. eliminación de regulaciones y trabas administrativas; 3. potenciación de la empresa privada y disminución/eliminación del ámbito empresarial público (esto último no solo en el sector puramente industrial, sino también –como muy bien sabemos en España– en los terrenos de la educación y la sanidad. Esto nos lleva a la conclusión de que la postura del PP es abiertamente neoliberal, la versión más desvergonzada del capitalismo, la que impulsaron, entre otros, Thatcher y Reagan, la que, como los animales carroñeros, se alimenta y engorda especialmente en épocas de crisis. Pero, a diferencia de la corriente neoliberal stricto sensu, nuestros políticos del PP están siempre dispuestos a echarse en brazos del Estado para requerir y exigir la inestimable ayuda del dinero público cuando sus finanzas neoliberales no funcionan, en especial cuando se van al garete como consecuencia del latrocinio de los propios administradores empresariales. Tenemos recientes ejemplos de esta renuncia a sus ideales neoliberales con el caso del rescate de la banca, que había quedado arruinada por el expolio realizado por los desaprensivos gestores bancarios. Conservadurismo ¿Es el PP un partido conservador? La pregunta parece innecesaria. El Partido Popular comparte una parte importante del cuerpo doctrinal conservador. En este terreno, los liberales dejan a un lado su amor por la libertad y se aferran a la idea de un Estado poderoso y fuerte. Son amantes del orden establecido, en especial del orden público, como garante de su permanencia en el poder. Su gran enemigo en este terreno es la libertad de expresión, que consideran una especie de reguero de pólvora que amenaza su seguridad, De ahí que en pleno siglo XXI, el PP haya recurrido a imponer una ley de restricción de libertades conocida como Ley Mordaza, que es digno exponente de un pensamiento anclado en el franquismo, del que se nutrieron la gran mayoría de sus representantes. El PP es partidario de ese pensamiento que puede resumirse en una frase clave: el orden antes que la justicia. Comparten asimismo con los conservadores tradicionales un fuerte sentimiento nacionalista, no periférico sino centralista. Son defensores de la unidad de España a ultranza, pero no una unidad consensuada, de responsabilidad compartida, armónica, pactada. No. Son más bien de la España Una, Grande y Libre. Sienten emoción lacrimógena con los himnos y las banderas, y estarían dispuestos –si pudieran, que, por ahora, no pueden– a llevar a la hoguera inquisitorial o al paredón de fusilamiento –la cárcel se les antoja placido castigo– a cualquiera que ose cuestionar su concepto de la patria (de hecho no se cohíben –lo han hecho en más de una ocasión– en soltar a sus hordas de antidisturbios a repartir leña a mansalva entre población díscola, sin distinción de género o edad). Democracia cristiana Algo tienen en el PP de esta corriente, en la medida que les resulta útil para mantener contenida y satisfecha a una masa de población que, en pleno siglo XXI y en el marco de una sociedad moderna, sigue viviendo sometida a la férula de la religión. Y digo lo de “mantener satisfecha” porque hay un importante porcentaje de población que sigue aferrada con recalcitrante intransigencia a sus creencias religiosas. Los políticos del PP han utilizado de forma espuria los aspectos más cercanos a la ortodoxia católica –el rechazo del aborto o del matrimonio entre personas del mismo sexo– como forma de azuzar a la población contra el Gobierno cuando ellos eran oposición. En este sentido, el PP ha actuado como un católico español tradicional, de los que incumplen la doctrina a la chita callando. La parte más positiva de la ideología cristianodemócrata, que era una aproximación cristiana a la justicia social, es la parte que menos le interesa al PP de este movimiento político, pues ellos son más partidarios de la caridad que de la justicia social. Vemos, pues, que si algo caracteriza a la derecha española es su carácter eminentemente ecléctico (en el sentido de acomodaticio). Eligen aquello que les conviene de cada ideología, lo que se traduce en la práctica en “lo peor de cada ideología” (libertad económica respecto del Estado al que usan como protector en caso de dificultad; imposición de la autoridad mediante la aplicación brutal en caso necesario del orden público; patrioterismo y oscurantismo religioso). A lo anterior hay que sumar la ya indisimulada defensa o, como mínimo, justificación del régimen anterior, postura que quieren disfrazar de hipócrita intento de reconciliación. Esa especie de eclecticismo acomodaticio les ha permitido vivir siempre en aparente armonía. La derecha no defiende ideas, sino intereses. Por ello, nada hace que surjan entre ellos profundas desavenencias, al contrario de lo que sucede desde tiempos inmemoriales en la izquierda. Los políticos de derechas no se muerden, no se atacan salvo cuando se dirimen intereses que los enfrentan. Y parece que eso es lo que está ocurriendo estos días con la herencia dejada por el funesto Mariano Rajoy. Por mucho que quieran revestir de dignidad ideológica sus peleas, es evidente que lo que los separa son las rencillas derivadas del reparto de poder. Los distintos bandos del PP están actuando como auténtica bandas mafiosas enfrentadas entre sí. Y todos estamos viendo –unos con temor, otros incluso divertidos– el brillo de las navajas.
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April 2022
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