![]() “¡Buenos días, señor, buenos días, señora!” Ahí están puntualmente, cada día, desde hace ya muchos meses. Se han convertido en una estampa inconfundible. Su voz suena idéntica en todos los casos, como lo es su saludo: “Buenos días, señor, buenos días, señora”, y su despedida: “Adiós, gracias, señor; adiós, gracias, señora”. En su mano, el mismo instrumento de trabajo: un ajado ejemplar de la revista La Farola de la que jamás les he visto vender un ejemplar. ¿Para qué? ¿A quién le interesa? Todo el mundo sabe que lo que quieren es una pequeña ayuda para ir tirando. Son los negros de la puerta de los supermercados. ![]() Salieron de su país un día como otro cualquiera, cargado de sol, de moscas y de desesperanza. Abu, Ali, Mammoud, Alia, Fatima…, en unas ocasiones nombres sin rostro ni alma escritos en una fría lista oficial; en otras, rostros sin nombre y también sin alma, sin familia, sin pasado… ¡sin futuro! El día que salieron de sus poblados polvorientos, su corazón ilusionado latía a ritmo inusualmente acelerado. Pronto esa ilusión se vería truncada, aunque ellos aún no lo sabían, ni siquiera lo intuían. A unos les esperaba una vieja embarcación de aspecto poco tranquilizador pese a haber sido recientemente repintada; a otros, una larga travesía por el desierto y por países en guerra en los que una vida humana vale menos que un plato de comida, y si se trata de una mujer, lo mismo, pero con violación incluida. Y pese a ello, acometían la aventura con un anhelo hecho de ilusión y esperanza. Detrás quedaba todo: su infancia, sus aldeas, sus recuerdos, sus familias –en ocasiones sus hijos–, el paisaje de toda una vida... Y detrás de una esquina, mostrando su colmillo retorcido tras una sonrisa de avaro indecente, se escondían los desalmados que les habían cobrado sumas inconcebibles en África por permitirles jugarse la vida en el Atlántico o en el Estrecho a bordo de una endeble patera que les iba a permitir, quizás, llegar a España, a Europa…, ¡al paraíso terrenal! Ahora, la mayoría de ellos ha encontrado acomodo a la puerta de Mercadona, de Ahorra Más, de Opencor…, de todos los supermercados y centros comerciales de la capital. Son legión, pero se han repartido el terreno de forma metódica y ordenada. Son tremendamente disciplinados…, y educadísimos. Saludan a todos los clientes que entran y salen de los distintos establecimientos en los que han situado sus “puestos de trabajo”. Se limitan a saludar. Ni se molestan en ofrecer La Farola; la llevan en la mano como una innecesaria justificación. Sólo alguno de ellos, además de saludar, insiste en pedir “una ayudita por favor” con tono lastimero. Siempre tienen una sonrisa en el rostro. Cuando las señoras salen con demasiadas bolsas, acuden solícitos y se ofrecen para llevarlas hasta el coche. En esos casos, la propinilla no se limita a la calderilla recibida en los cambios; en estos casos, suelen caer un par de euros (¡medio bocata!). Poca gente va más allá de devolver el saludo y alargar la mano, displicente, para depositar unas monedas. Los hay que ni les devuelven el saludo. Los ignoran. Son accidentes del paisaje, parte del mobiliario urbano… Pocos tratan de traspasar su negra epidermis y adentrarse en su mundo. “Ah, ¿pero esta gente sufre, tiene sentimientos? ¿Acaso no les basta con tener un techo bajo el que dormir y un a o dos comidas aseguradas cada día? Seguro que con eso están mejor de lo que estaban en su tierra.” Y siguen con sus vidas de buenos ciudadanos cristianos occidentales sin prestar ni medio segundo más a asunto tan intrascendente. Para el ciudadano medio, satisfecho de sí mismo, biempensante y bien comido, sería inconcebible siquiera imaginar que tras esas sonrisas –en su opinión rastreras y puramente mendicantes– se ocultan mecánicos, sastres, ingenieros, contables, padres, hijos, hermanos, tíos, amigos, o sea, seres humanos con vidas reales, con sufrimientos, con esperanzas, con amor. Sólo me preocupa que, a fuerza de acostumbrarnos y pasar del asunto, estemos contribuyendo a crear un subproducto social formado por unos seres humanos que den por buena la situación en la que viven, unos seres que ya no se cuestionen el hecho de haberse convertido –muy en contra de su voluntad y de su deseo– en pedigüeños profesionales carentes de otros horizontes, de otras inquietudes, de otras esperanzas… Sería la materialización palpable de la más profunda alienación y de la total renuncia de estos hombres y mujeres a su condición y su identidad. ![]() La mujer, esa erótica pieza de adorno Caí hace poco en mitad de un partido de baloncesto televisado. No sé quiénes eran los contendientes ni la importancia de lo que había en juego. Pero me consta que los equipos eran españoles y que jugaban en España. En toda mi vida, sólo he asistido a un partido de baloncesto en directo. En televisión, he visto trocitos de partidos. No es que no me parezca un deporte interesante y lleno de belleza plástica. Lo es. Creo que mi falta de interés se deriva de mi complejo de persona que, con la llegada de las nuevas generaciones, se ha quedado “bajita”. Sí, debe de ser puñetera envidia. Pero volvamos a lo que interesa de mi instantánea. A mitad del partido y para mi sorpresa –pues yo pensaba que estas pendejadas eran cosas de los estadounidenses–, saltaron a la cancha un grupo de chicas escasamente vestidas y desbordantes de vitalidad y alegría que, al ritmo de una música que a mí me sonó muy discotequera (aunque es posible que alguno de mis amigos lectores de mi blog me tome el pelo –que no tengo– y me diga que de música discotequera, nada de nada), se pusieron a dar saltos, hacer cabriolas, mover el cuerpo en posturas imposibles, alzar brazos y piernas, hacer flexiones, brincar –todo ello sin dejar de sonreír, como si la felicidad estuviera a punto de hacer estallar sus corazones–, en un espectacular despliegue de destreza entre gimnástica y danzarina. Por un momento, pensé que era un alarde publicitario de algo que se anunciaría después; pero no, parece ser que estas chicas son las “animadoras” de los partidos de baloncesto masculinos (no sé si también lo son en los femeninos, o si en estos últimos,en vez de “animadoras” hay “animadores”, que sería lo justo. ![]() Sacado de mis falsas suposiciones, me quedé helado al enterarme de que esto se hace en todos los partidos oficiales; que todos los equipos tienen su conjunto de “coristas” deportivas para animar y entretener al público, no sé si mayoritariamente masculino, aunque lo sospecho. Pero lo que colmó por completo mi estupor fue saber que, con todas las movidas feministas que hoy día abundan por doquier, a veces incluso hasta el hartazgo, como es el caso de la insufrible “corrección política” que se traduce en las odiosas y aberrantes expresiones lingüísticamente de “compañeros y compañeras; trabajadores y trabajadoras; vascos y vascas; españoles y españolas; etc., etc.”, no haya habido una manifestación de mujeres (no haría falta que fueran feministas radicales, sino simplemente mujeres inteligentes) para protestar por lo que considero una utilización insultantemente machista de la figura de la mujer como espectáculo de entretenimiento. No estoy en contra de que las mujeres participen en espectáculos de danza (que es puro entretenimiento), sino de que lo hagan como relleno casposo de un partido de baloncesto masculino, en el que pintan menos que la Tomasa en los títeres. Habíamos quedado en que las mujeres eran mucho más que una colección de culos espléndidos. ¿O no? ![]() Monólogo al paso de la custodia (Monólogo absolutamente inédito, "leído" en la mente de la señora Cospedal, actual presidenta de Castilla La Mancha. Reservados todos los derechos.) ![]() Lo sé. Voy a ser portada en los periódicos. “Cospedal asiste a la procesión del Corpus con mantilla y peineta”. ¡Pues claro! ¡Como debe ser! ¿Qué se pensaban? ¿Qué iba a cortarme un pelo? ¡De eso nada, monada! Yo, más española que ninguna. ¿O acaso deben quedar la mantilla y la peineta para la duquesa de Alba, que está hecha unos zorros, la pobre? ¿O sólo están bien si se las pone la reina? Pues a la reina, con todo respeto, yo le gano a española por los cuatro costados, que ella, después de todo, no deja de ser griega, ¡nos ha jodido! Antes de salir de casa, al verme en el espejo, he comprendido que el mundo se está abriendo de par en par ante mí. Voy a ser la política más admirada del país: joven, guapa (no me sirven las falsas modestias), inteligente, moderna a la par que tradicional, con un carrerón por delante. De momento, presidenta de Castilla-La Mancha, pero la cosa no va a quedar ahí. Hay algunas –y no quiero dar nombres, Esperancita– que con decir cuatro gracias castizas, contar algún que otro chiste, decir maldades de todos los que le hacen sombra, espiar a sus propios compañeros –que me consta que los espió, la muy jodida– y controlar su televisioncita de mierda, piensa que va a dar el salto a la Moncloa. Y por mis muertos que no va a ser así. Si una mujer llega a La Moncloa, esa seré yo. La mantilla y la peineta, colocadas sobre la cabeza de una presidenta, imprimen carácter y ayudan a crear una imagen. Ya me lo dijo el otro día mi asesor: la imagen lo es todo. Lo que de verdad pienses, eso importa un rábano. Lo que uno piensa se lo debe quedar dentro, y sólo se debe decir lo que conviene en cada momento, lo que le gusta escuchar a la gente, lo que vende, lo que divierte, lo que . Me decía mi amigo Manolo que la mantilla es una reminiscencia de antiguas costumbres un poco pasadas de moda. ¿Y qué? A mí me importa un rábano la autenticidad religiosa, la fe y todas las demás zarandajas. Lo que importa –repito– es la imagen. La imagen de una presidenta joven, moderna, triunfadora y, pese a todo, tradicional. Hace tres o cuatro años, cuando nació Ricardito, me preguntaban en una entrevista: “¿Es usted creyente?” Claro, lo de la anulación de mi matrimonio y mi decisión de parir sin mediación directa de varón les parecía a todos una muestra de pérdida de la fe. Algunos confunden inseminación artificial con haber renunciado a follar. Pero así está bien, que a nadie le importa lo que cada una hace con su coño, ¿no? ¿Y qué coño –huy, cómo me repito– le importa a un periodista imbécil si yo creo o dejo de creer? Hoy toca estar al lado del señor obispo –que, por cierto, olía un pelín a sudor, con sus ropajes y este calor–, pues se le sonríe al señor obispo, y se le besa el anillo si es preciso. Nunca se sabe el apoyo que la iglesia te puede dar en un momento determinado. Y hoy también tocaba estar un poco a la sombra de Mariano. Pues vale, no importa: ¡a la sombre de Mariano! Ya veremos hasta cuándo. Mariano es majete. La verdad es que es bastante capullo, pero majete, buena persona. A veces le gusta dar la sensación de que es un duro, de que es malvado con el Gobierno. Pero todos sabemos que es un blandito. Lo que ocurre es que ahora conviene un blandito que sea capaz de repetir a diario ante los medios el argumentario que preparan en Génova los halconcillos de la ejecutiva. Como tiene ese aspecto de chico bueno de los jesuitas, la gente le va a votar a pesar de considerarlo un piernas. Porque en las encuestas de opinión, el pobre Mariano no levanta cabeza, no sube por encima del 4, ¡ni que le aspen! Pero hoy, cuando hemos salido al balcón estaba que no le cabía una paja por el culo. Nuestros votantes –claro, los del PSOE y los de IU no vienen a la procesión, a excepción del mamón de Bono, que parece que va rezando jaculatorias y santiguándose a cada paso, qué castigo de hombre–, digo, nuestros votantes nos han aclamado y han empezado a gritar: “¡Presidente, presidente!” y la salivilla se le salía por la comisura de la boca…, bueno es que se le hace siempre mucha saliva, por eso pronuncia las eses como las pronuncia…, pero yo creo que a la gente, lo que le apetecía gritar era: “¡Presidenta, presidenta!”, pero todo a su tiempo… De momento, al Barreda lo he barrido…, me encanta este juego de palabras… En fin, que ya estoy deseando quitarme la puta mantilla porque una de las horquillas que la sujetan me está jodiendo viva… ¡y tengo unas ganas de mear que no me aguanto! En fin, ya queda poco para que termine este coñazo –qué bueno que los pensamientos no se pueden leer– porque hace tiempo que ha pasado la custodia con la hostia. Por cierto, la Chacón se va a joder, que este año hemos recuperado el himno al paso de la custodia. ¡Y lo ha tocado una compañía de infantería!, no como el año pasado, que lo tocó la banda municipal que, entre nosotros, es una mierda. ¡Y la compañía le ha presentado armas con el oficial que estaba al mando levantando el sabe! ¡Jódete Chacón; jódete, Zapatitos! A ver qué dice la señora ministra. A ver si se atreve a meterle a alguien un puro por contravenir las ordenanzas de honores… ¡No hay huevos! Qué contenta estoy, estoy que reviento de gusto… ¡huy, cuidado, ahora tengo que poner la mejor sonrisa, que están ahí delante los de la prensa! |
|