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de un homo civicus

La supuesta respetabilidad del creyente

4/1/2018

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 Haz clic aquí para editar.Siempre me ha causado asombro y un grado nada desdeñable de desprecio esa insoportable pátina de credulidad palurda de que está recubierto en todas sus expresiones sociales el pueblo estadounidense. Me refiero concretamente a esa genérica aceptación de que ser creyente es síntoma de buen comportamiento social, de honradez personal. Lo hemos visto miles de veces en toda clase de películas: el protagonista se manifiesta creyente y asiduo visitante de la iglesia --en cualquiera de sus variantes, a ser posible cristianas o, como mucho, judías, pues las mezquitas no cuentan como otorgantes de sello de rectitud moral-- si quiere demostrar en cualquier foro que es persona digna de confianza.
         Que esto ocurra en Estados Unidos es algo generalmente asumido, aunque nos parezca absurdo, pues no en vano el país norteamericano está considerado como el más cristiano del mundo, donde cada jornada legislativa del Congreso se inicia con una oración y donde se ha instituido un Día Nacional de la Oración. Un candidato a la presidencia puede ser blanco o negro (quedó demostrado con Obama), ser estadounidense de cuarta generación o tener padres o abuelos inmigrantes; ser hombre o mujer (Hillary Clinton estuvo a punto de lograr la presidencia). En cambio, no sería imaginable un presidente que se declarase ateo. Y quizás tampoco uno que se reconociera homosexual. Ateísmo y homosexualidad siguen siendo dos grandes tabúes de la sociedad estadounidense. Esto equivale a afirmar que en EE UU un ateo o un homosexual no pueden ser personas fiables y honradas. Si una persona une ambas condiciones, la cosa ya rayaría el límite de lo socialmente soportable.
       Siempre pensaba que, pese a los muchos defectos que nos adornan, los españoles podíamos presumir de tener actitudes para nada comparables a la santurronería estadounidense. Aquí somos más partidarios de la comparsa, de la charanga con Cristo o Virgen incluidos, de los capirotes de Semana Santa haciendo paradas en el bar de la esquina para echar unos tragos. Pero somos también, afortunadamente, el país de la heterodoxia, de la blasfemia, de los grandes pensadores y poetas ateos. Como decía un chiste popular, en España nos dividimos a partes iguales entre creyentes, no creyentes y "dudantes".
          Y hete aquí que hoy llegan a nuestro conocimiento datos concretos de la declaración ante el Supremo de don Oriol Junqueras. El buen líder republicano catalán, ansioso por conseguir su libertad, parece que se ha esforzado --sin éxito-- por demostrar a los magistrados su honradez, credibilidad y rectitud. Y, para ello, no ve mejor camino que declararse hombre de paz, amante del diálogo y, por supuesto, creyente.
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​         Aquí, en este punto, es donde se han sublevado todos mis demonios interiores y he alcanzado un nivel de irritación y un rebote más que mayúsculo. No me preocupa lo más mínimo la postura independentista del señor Junqueras. Por mí, puede independizarse de España y de toda Europa --o intentarlo-- tantas veces como lo desee. Pero no tolero que menosprecie mi inteligencia, mi honradez y mi credibilidad. Porque parece evidente que, si aporta ante el tribunal su condición de creyente como aval y garantía de buena conducta social, el señor Junqueras considera que lo contrario, o sea, ser ateo o agnóstico, equivale a ser persona poco fiable e indigna de confianza. Yo no desprecio a los creyentes, ni mucho menos. Considero que pueden ser personas honradas y fiables, aunque entre los creyentes haya habido multitud de ladrones, asesinos, pederastas y toda clase de delincuentes. Pero intelectualmente, me siento mucho más cómodo entre personas que han llegado a sus propias conclusiones en el ámbito filosófico y teológico, y que han aceptado el hecho concluyente de que nuestro mundo se termina aquí y que no están dispuestas a echar mano de manos divinas salvadoras para vivir un poquito menos angustiadas.
         Así que al señor Junqueras le doy un consejo. Sea usted todo lo creyente que le dé la gana, pero no sea usted prepotente y no insulte a quienes no compartimos su fe, no digo independentista, sino religiosa.
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