EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
  • Enfoques y Opiniones
  • Idas y Venidas
  • Apreciaciones Críticas
  • Laboratorio literario

Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Las nieves del Kilimanjaro, una película cargada de emociones

5/8/2012

Comentarios

 
Imagen
     Me anima mi querida y jovencísima amiga Carolina --excelente periodista y actriz de dulce voz-- a dar mis impresiones sobre una película, Las nieves del Kilimanjaro, que tuve el placer de ver gracias a su recomendación, pues, de no ser así, es posible que me la hubiera perdido.  Ni siquiera me atrevo a insinuar que esto que escribo se parezca en absoluto a una crítica, labor que respeto pero por la que no siento especial simpatía. Creen algunos críticos (muchos)que su trabajo –y su opinión– es tan importante, si no más, que el objeto de su análisis. Yo solo pretendo, sin la menor pretensión, contar las sensaciones que la cinta dejó en mí, y lo hago respondiendo a la estimulante incitación de Carolina.
     Considerada en su conjunto, Las nieves del Kilimanjaro es una película de vocación político-social, muy en la línea de un Ken Loach a la francesa. Pero no contiene un sermón, sino un retablo que mueve al análisis. Nos encontramos inmersos en una Marsella azotada por la crisis (económica y de valores), como tantas ciudades industriales europeas. Hay paro, hay juventud sin futuro, hay un profundo enfrentamiento social (“La crise, c’est eux; la solution,  c’est nous”; “La crisis son ellos; la solución somos nosotros”, gritan las pancartas en las paredes del puerto.  
      Siguiendo el zoom que nos propone el director, Robert Guédiguian, nos acercamos a un punto concreto de esa Marsella: una empresa portuaria en la que, como es habitual en estos tiempos, se está llevando a cabo una reducción de personal. Y acercando más la imagen al punto al que el cineasta nos quiere llevar, nos encontramos con el protagonista de la cinta, Michel, un trabajador a la antigua usanza, una rara avis para estos tiempos que corren: un hombre orgulloso de ser un trabajador, de pertenecer a la “clase obrera”, un sindicalista y, lo que es más importante, un ser con principios, honrado a carta cabal y consecuente con sus ideas. Michel, con su amigo Raoul, están sacando por sorteo los 20 nombres de los trabajadores que van a ser “sacrificados” para mantener en marcha la empresa. Lo hace dolorido, abrumado, pero convencido de que es la única solución que queda para salvar los puestos de trabajo de los demás (aunque luego ese punto de vista se demuestre, como mínimo, insuficiente y erróneo).  Michel no ha querido aprovechar su situación de sindicalista para evitar el despido; al contrario, él mismo extrae la papeleta con su nombre, cuando podía no haberla introducido en la caja. Se ha autoinmolado. Michel se ha convertido en un héroe, como el que lo fue de su niñez, Batman, cuyas fotos retira de la pared cuando recoge sus pertenencias para abandonar la empresa. De momento, ya tenemos al “héroe”. Más tarde, conoceremos al villano.
      A partir de este momento, el director va a poner el foco de atención en la vertiente personal y humana del héroe. Su entorno, su hogar,  su vida familiar, su amor por su esposa, Marie-Claire, ella también heroína de la historia… Pero este giro narrativo es, sin duda, engañoso. Por mucho que el guión nos ponga al tanto de los años felizmente compartidos por la pareja protagonista, aunque nos presente a sus hijos con algunos detalles minuciosos de auténtica orfebrería narrativa y nos introduzca en la fiesta de su aniversario, la película nos cuenta solo lo justo e imprescindible acerca de estos aspectos íntimos. En realidad, el director nos pone frente a una nómina cuidadosamente elegida de personajes que actúan como prototipos de los distintos grupos sociales más representativos de la fauna social. Así, crea un cuadro sociopolítico revestido de drama intimista. Y lo hace con suaves pinceladas, sin brochazos que quizás convertirían su cinta –que es un hermoso cuadro impresionista– en un burdo panfleto.  La historia de la familia, el regalo de un viaje a África que reciben Michel y Marie-Claire en la entrañable fiesta de su aniversario, la fiesta con tarta gigante de pastelitos de nata, los discursos familiares, las canciones, son, como el propio título de la película, una mera excusa para hablarnos de algo mucho más importante: la pérdida de valores.
     Los héroes (la integridad y la honradez frente a todo y frente a todos)
     Michel y Marie-Claire son una pareja entrañable en todos los sentidos. No solo siguen amándose y respetándose tras treinta años de matrimonio, sino que, además, mantienen su ideología, sus creencias y sus principios con una integridad digna de admiración. Son tan íntegros, tan decentes, que provocan desconcierto. A mí, como espectador, incluso lograron hacerme sentir incómodo, pues en el fondo de mi alma me pregunté si no habría hecho yo mismo alguna de las cosas de las que se avergüenza y arrepiente Michel y que por primera vez causan una brecha en su matrimonio: abofetear, en un comprensible y humano arranque de rabia al miserable (eso sí, esposado en comisaría) que les ha asaltado, robado y golpeado abusando de la amistad que la pareja le había brindado. Pero, en tremendo contraste  con la vida real, en el caso de Michel y Marie Claire, la integridad y la honradez  triunfan, de la mano del amor. Los protagonistas adquieren de ese modo la categoría de héroes y se convierten en ejemplo paradigmático de lo que el ser humano nunca debería dejar de ser: alguien portador de valores, pero sin motivación religiosa. La moral desprovista de moralina. El bien frente al mal. El sentido de justicia desprovisto de caridad. La integridad en estado puro.
     Los seres bondadosos hasta cierto punto (la comodidad personal)
     Raoul, el mejor amigo de Michel, y su esposa. Son personajes prototípicos, seres muy de carne y hueso, muy como la gran mayoría de espectadores. Son buenos, generosos, siempre han compartido –al menos en teoría– los ideales de Michel y Marie-Claire. Pero ante una situación extrema, se refugian en su concha para proteger su seguridad y están dispuestos a dejar de lado sus principios, a buscar excusas, a encontrar otros culpables y, sin traspasar la raya roja de lo permisible, a traicionar incluso a sus amigos. Son como miles y miles de personas con las que convivimos a diario. Al final de la cinta, el director decide salvarlos y los hace participar de la “gloria de los héroes”. Siempre hay tiempo para rectificar. Si no los hemos perdido del todo por el camino, los valores los llevamos dentro.
    El antihéroe (la búsqueda de coartadas para justificar lo injustificable)
    El villano oficial. El malo de la peli. De nuevo, el director da su pincelada didáctica. Alcanzar la categoría de pequeño miserable está –valga la redundancia– al alcance de cualquiera. Solo es preciso haber nacido en un lugar inadecuado, en un momento inoportuno, de unos padres indebidos. El resto es solo cuestión de una lenta cocción. Pero Guédiguian es un cineasta inteligente y no quiere dar una clase de sociología barata. Y viene a decirnos que el ser humano es capaz de analizar y corregir incluso su propia desgracia. Nuestro villano es un tipo inteligente, capaz de entender la diferencia entre el bien y el mal (es capaz de robar a un camarada, pero cuida lo mejor que puede y da cariño a sus hermanastros pequeños). Cuando comete una mala acción, cuando delinque, intenta justificarlo atacando a su víctima (“tú no eres un trabajador, eres ya un burgués de mierda, con tu buena casa, tu coche y tu indemnización por despido”), La frialdad de su análisis demuestra que su delito no es fruto de la desesperación, sino una meditada estrategia para lograr aquello que parece despreciar: el dinero. De nuevo estamos ante otro personaje arquetípico: un delincuente al que debemos compadecer, un ser cuya rehabilitación social debemos intentar, pero que no podemos evitar que nos provoque un profundo desprecio y que es merecedor de un castigo (no una venganza) por parte de la sociedad.
     El villano en estado puro (la maldad)
     Es el compinche y, al parecer, el mentor en delincuencia del anterior. Apenas nos da tiempo a conocerlo. Su presencia en la cinta es testimonial. Pero basta para que, de una breve pincelada narrativa, el director nos haga ver que este tipo de seres existen a nuestro alrededor. En el mundo hay –siempre ha habido y seguirá habiendo– gente esencialmente mala (queda patente en la escena del asalto al hogar de Michel y Marie-Claire cuando se le ve golpear con saña innecesaria a sus víctimas). Roba para vivir bien a costa de los demás. No tiene ningún escrúpulo.
    La falsa víctima (el egoísmo elevado a la enésima potencia)
    El mundo está lleno de falsas víctimas. Personas que culpan de todos sus males a la sociedad (la cual puede ser parcialmente culpable, por supuesto) pero que actúan movidas por un egoísmo ciego y brutal. El prototipo de esa clase de personaje es la madre del ladrón y de sus dos hermanastros. Es una mujer que se reclama víctima de su suerte, de los hombres que se han cruzado en su vida y que es incapaz de reconocer el menor atisbo de culpa en sí misma. De nuevo, el director nos presenta a este personaje con dos breves pinceladas, dos diálogos que la describen con enorme precisión, una en su casa con sus hijos y otra con Michel, cuando va a tomar un barco para “huir” abandonando a su suerte a sus dos hijos pequeños. Si el prototipo anterior era el del mal por el mal, este representa el egoísmo más crudo desprovisto de cualquier aderezo o atenuante.
     Las víctimas (el sufrimiento causado por el abandono y la injusticia)
     Los dos hermanastros del ladrón. Aquí están las víctimas reales de toda la historia. Dos seres indefensos, brutalmente agredidos por la vida. Abandonados a su suerte, ocasionalmente atendidos por su hermanastro mayor, desprovistos de amor maternal, carentes de una alimentación adecuada… Son, si no se le pone remedio, futuros delincuentes desprovistos de ningún sentido del bien y del mal. El mensaje del director es evidente: la sociedad actual está propiciando que brote y prospere el germen del mal, del odio, de la violencia. Estos dos niños son, todavía, seres recuperables para la vida. Y ellos van a ser el propósito salvador de nuestros héroes, aun a costa de la incomprensión y el abandono de quienes son sus “seres queridos”. Una enorme lección: la entrega desinteresada sin motivaciones religiosas, solo por principios.
     Los pequeños miserables (la indiferencia ante el dolor y ante el amor)
     Las primeras escenas parecen aportar una relación familiar idílica: la de Michel y Marie-Claire con sus hijos. En la fiesta de aniversario, el regalo, las canciones, los besos, los abrazos, las lágrimas (sinceras y emocionadas) casi llegan a convencernos de que el  amor paterno-filial es inmune al deterioro, a la duda, al egoísmo. Así es hasta que los miembros de la familia se ven enfrentados a una situación límite. (“¿Cómo podéis ocuparos de los hermanos de quien os ha robado y golpeado? ¿Qué os importan esos críos? ¿Cómo podéis meter a esa gente en vuestra casa?”) Los hijos de Michel y Marie-Claire no son esencialmente malos; son esencialmente egoístas y, sobre todo, carecen de valores, los valores de sus padres. Aquí, el director da otra pincelada social. Hay ocasiones en que nuestra preocupación por ser coherentes con nuestros principios nos hacen olvidar que, además, hay que transmitirlos. Michel y Marie-Claire han sido, y siguen siendo, ejemplares en muchos sentidos. Pero, siguiendo un “mal” característico de nuestra época, se han esforzado por dar a sus  hijos todo, por hacerles la vida (demasiado) fácil. Ahora deben pagar un precio muy duro por ello: el alejamiento, la incomprensión. Las lágrimas de emoción de la fiesta de aniversario se han tornado en agrios reproches y acusaciones que, con toda seguridad, van a ser todo un cañonazo en la línea de flotación del amor entre padres e hijos.
    La voz amiga (filosofía de vida y poesía como forma de salvación)
     Para que no faltase nada, el director introduce un personaje que constituye un hermoso contrapunto al ambiente demoledor de las viviendas donde se hacina el lumpen marsellés. Es el camarero con el que Marie-Claire entabla una bella y fugaz (aunque luminosa) amistad. Puede parecer un personaje metido con calzador, pero no lo es. La poesía nunca estorba, y aquí aún menos. Este personaje es un estallido de vida, de alegría, de luz. Y ver la luz en medio de las tinieblas es muy consolador. Ya sea tomando una taza de chocolate caliente o una copa de vino griego que calienta el corazón. Recurrir a la poesía no es nunca una cobardía, sino el más acogedor refugio para las almas atormentadas por los tiempos que vivimos.
     En resumen: ¡Película muy recomendable!
Comentarios

    Subscribe to Newsletter

    Archives

    Octubre 2020
    Septiembre 2020
    Agosto 2020
    Julio 2020
    Junio 2020
    Diciembre 2019
    Noviembre 2019
    Octubre 2019
    Mayo 2019
    Abril 2019
    Febrero 2019
    Septiembre 2018
    Julio 2018
    Junio 2018
    Mayo 2018
    Abril 2018
    Febrero 2018
    Enero 2018
    Septiembre 2017
    Junio 2017
    Mayo 2017
    Abril 2017
    Marzo 2017
    Julio 2013
    Junio 2013
    Septiembre 2012
    Agosto 2012
    Julio 2012
    Junio 2012
    Mayo 2012
    Abril 2012
    Marzo 2012
    Febrero 2012
    Enero 2012
    Octubre 2011
    Septiembre 2011
    Agosto 2011
    Julio 2011
    Junio 2011
    Mayo 2011
    Abril 2011
    Marzo 2011
    Febrero 2011
    Enero 2011
    Diciembre 2010
    Septiembre 2010

  • Enfoques y Opiniones
  • Idas y Venidas
  • Apreciaciones Críticas
  • Laboratorio literario