Leo un mensaje que acaba de recibir mi mujer. Se lo envía una integrante de uno de esos grupos de “amigos” de whatsapp que tanto abundan estos días. En muchos de ellos, alguien nos incluye creyendo hacernos un favor pero, en realidad, solo sirve para que nos machaquen con toda clase de basura: noticias que ni nos van ni nos vienen; falsas advertencias de virus inexistentes; chistes ocasionalmente divertidos pero que, las más de las veces, tan solo divierten a un determinado número de integrantes del grupo en virtud de su muy concretas ideologías y creencias (políticas, religiosas o de cualquier otra especie). El problema que nos plantean estos grupos de amigos con escasas afinidades, si es que hay alguna, es que el denominado “administrador“ del grupo nos incluye en él creyendo hacernos un favor y lo único que consigue es ponernos en el incómodo dilema de actuar de forma grosera y borrarnos del grupo, con el consiguiente e inevitable riesgo de ofender a alguien, o tragarnos toda la bazofia que inunda nuestro sufrido móvil. Son algunas de las servidumbres a que nos someten la moderna tecnología y sus esforzados adeptos. Me da pie lo anterior para contar cuál ha sido el mensaje que mi mujer ha recibido y que nos aporta un excelente ejemplo de lo que apunto más arriba. Corrió, hace ya doce años, un bulo por las redes, según el cual la escritora Lucía Etxebarría había dicho en una supuesta entrevista emitida por una emisora de radio que “murciélago” es la única palabra en español que tiene las cinco vocales. Parece ser que ella nunca había dicho semejante cosa, pero la anécdota tuvo éxito y devino viral. Permítaseme un inciso para decir que algunas de las múltiples “leyendas urbanas” que circulan por ahí no responden a un hecho real sino que son un puro invento, y que su éxito depende, en buena medida, de lo ajustadamente que retratan al sujeto que protagoniza, y en cierta medida, es víctima dela falsa noticia. No conozco personalmente a Lucía Etxebarría. Como escritora no me interesa en absoluto y, como persona, me causa un poco de risa por sus ridículas y absurdas declaraciones declarándose a sí misma y a su hija como superdotadas, aduciendo incluso como prueba irrefutable de tan cándida afirmación –para mayor motivo de sonrojo– pertenecer a la sociedad MENSA, que agrupa a aquellos ciudadanos que se consideran a sí mismos poseedores de un coeficiente intelectual superior al de la media de ciudadanos. Con ello queda todo dicho.
Pues bien, hace ya doce años, José Fernando Blanco Sánchez escribió una hábil carta al director de ABC en la explicaba que había oído a Lucía Etxebarría decir que “murciélago” es la única palabra en español que tiene las cinco vocales. La carta de Blanco Sánchez, en un intento de ridiculizar a la escritora, incluía otras treinta palabras pentavocálicas, como euforia y peliagudo., a título de ejemplo. Poco después, la web Sólo sé que no se nada, dando una respuesta a la multiplicación de visitas a la carta de Blanco, ofrecía una lista con 42.266 palabras en español que contienen las cinco vocales, como aceitunero, descuartizo, informulable, preludiaron o sudorífera. Todo lo anterior, desde un punto de vista léxico, es secundario. Carece totalmente de interés. Lo que sí resulta llamativo es que a día de hoy, doce años de producirse el nacimiento de la falsa leyenda del error de Lucía Etxebarría, error que parece que nunca se produjo, se siga enviando este whatsapp como si lo que en él se cuenta acabase de ocurrir. Me da pie este sucedido para hacer algunas consideraciones al respecto. La primera es que el concepto de novedoso en el terreno de los whatsapps o de las noticias que la gente cuelga en Facebook o Twitter no depende de que lo narrado ofrezca una primicia informativa sino de que quien la envía o cuelga (y quien la recibe o lee) tengan algún conocimiento sobre el tema noticioso, cosa que frecuentemente no ocurre. La segunda es que, con excesiva frecuencia, la gente da por bueno lo que lee sin hacer el menor esfuerzo indagador para saber si le están dando gato por liebre y le están contando milongas. Y lo que es peor, si le están haciendo tragar mentiras que pueden conllevar graves juicios de valor y atentados contra la honorabilidad de alguna persona inocente. La tercera es que, fiados en la confianza que tenemos depositada en el emisor, si lo que nos cuenta nos parece divertido u original, nos precipitemos a hacer el ridículo transmitiéndolo a otras personas que sí pueden estar informadas y, en consecuencia, sacar una idea poco halagüeña de nosotros. La cuarta, y más importante, es lo cándidos y fácilmente manipulables que somos en nuestro uso de los dispositivos de tecnología de las comunicaciones. Y lo peor es que quienes manejan estos medios, no para divertirse o entretenerse, sino para influir en nuestras opiniones, lo saben. Y ellos no actúan ni inocentemente ni por desconocimiento. |
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