Cuando utilizamos un adjetivo para calificar a una persona o a un grupo de personas, no solo buscamos situar a la persona en cuestión dentro de una categoría determinada, bien sea simplemente para describirla, o bien para elogiarla o vituperarla, sino que, sin darnos cuenta, podemos estar haciendo una muy elocuente semblanza de nuestra propia personalidad. Las palabras que usamos para calificar a los demás nunca salen gratis ni son inofensivas. Al igual que pasa con las pistolas, las palabras también las carga el diablo.
En los últimos días –no puedo precisar con exactitud porque cuando la veo aparecer, cambio de canal o quito la voz, aunque me consta que es verídico– la innombrable todavía presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid, calificó a las personas que se ven obligadas a hacer cola para conseguir comida de “mantenidas”. Descalificar a quienes pasan hambre desde un puesto de responsabilidad gubernamental es de una bajeza inmoral intolerable, sobre todo en los actuales momentos de crisis que vivimos. Debería ser misión de cualquier gobierno evitar a toda costa las situaciones de indignidad producidas por la pobreza. Y, si esta, por desgracia, se produce, es su obligación conseguir que nadie quede sin lo imprescindible para vivir (casa, alimentos, calefacción). Es evidente que, desde la perspectiva del más descarnado y abyecto neoliberalismo, la pobreza, el desamparo –salvo contadísimas ocasiones– son achacables a quienes los sufren: ausencia de esfuerzo y estímulo, desidia, vagancia, improductividad (a los inútiles e improductivos, ya se sabe, hay que eliminarlos, como predicaba Hitler), inconformismo (por exigir un sueldo legal y no aceptar ofertas abusivas). Pero la señora Ayuso no se conforma con ser una voraz neoliberal y, siguiendo uno de sus frecuentes impulsos pizpiretos y saliéndose del guión que su asesor áulico (M.A.R.) le recomienda, calificó a estas personas de “mantenidas”. Lo hizo, como hace tantas cosas, sin pararse a pensar lo que realmente estaba diciendo. Pero no de forma gratuita, no de forma ingenua. No. Lo hizo retratándose, dejando salir de su halitoso hocico la maldad de colmillo retorcido del fariseísmo religioso. Ne se conformó con tacharlos de “vagos”, no. Eso sería poco. Había que añadir un estigma. ¿Y qué estigma podía tener más a mano que acusarles de renunciar a su dignidad a cambio de una soldada? Porque, ¿para qué usan los biempensantes la palabra “mantenida” (y obsérvese que lo pongo en forma femenina, pues en masculino no tendría el mismo sentido y la misma fuerza acusatoria)? Para describir a la mujer que se entrega sexualmente a un hombre a cambio de que este la “mantenga”, o sea, lo que vulgarmente se define como una puta. Para la señora Ayuso, esas personas, de todas las edades y géneros, que se ven obligadas a hacer una cola ignominiosa para recibir una ayuda que les permita dar de comer a sus familias, no solo son seres vagos, perezosos, inútiles… Además de todo eso, son “putas mantenidas”. Y lo peor de todo es que habrá personas que se consideran buenas, generosas, tolerantes, justas, incluso cristianas, que el día 4 votarán a esta escoria humana. |
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April 2022
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