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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

¡Me cisco en la justicia!

9/2/2012

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Leo esta mañana en El País una noticia que me sobrecoge: “El Poder Judicial investiga al juez que interrogará a Urdangarin dentro de 16 días”. Es extraño, pero, a estas alturas de la película, todavía me queda capacidad de asombro…, y de sentir rabia y asco. Por momentos, he llegado a creer que estaba curado de espanto. Y no sé si esa capacidad de sentir asombro, rabia y asco es algo bueno o malo.
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     Siento que me repito, que no aporto nada nuevo en este debate, que los espasmos de mi estómago en ansia vomitiva no sirven para nada, que soy una vocecilla insignificante que se pierde en el horizonte de un inmenso desierto… Pero no puedo resistir la tentación de vocear mi indignación una vez más. ¿Hasta dónde puede llegar la indignidad del sistema judicial de este país, que ya ni me atrevo a llamar por su nombre? (La indignidad del sistema político, no digamos el mediático, hace tiempo que tocó techo.)
     El sistema judicial español se ha convertido en objeto de amarga crítica de los más prestigiosos medios periodísticos mundiales y de las más respetables instituciones judiciales europeas, americanas y australianas (hablo de las que tengo constancia, y las africanas y asiáticas no las conozco). Cierto es que la naturaleza roqueña de nuestros organismos de justicia (inasequibles al desaliento, como decía su mentor ideológico Franco, quien, con esta frase, demostraba además que era un zote lingüísticamente hablando, ya que no se puede ser “inasequible”, sino, en todo caso, “inmune” al desaliento) hace que ninguna crítica les afecte, que ninguna condena les preocupe, que ningún juicio adverso llegue a sus impermeables cerebros.
      No teníamos bastante con los muchos casos en que nuestra justicia alcanza grados insoportables de desprestigio y bochorno, de los que el caso Garzón, aun no siendo el único, es el más notable por su repercusión internacional dadas la vodevilesca participación de una nutrida tropa franquista y un montón de políticos, empresarios y abogados corruptos que lo ha propiciado. No era suficiente con contemplar la escandalosa actuación del PP durante todos estos años para torpedear la renovación del CGPJ y del Tribunal Constitucional. No bastaba con ver la rapidez con que se ha cambiado al Fiscal General para así poder renunciar a recurrir la incomprensible (aunque no en Valencia) sentencia del caso Camps. Nada de lo dicho era suficiente. Teníamos que tomar un plato más, aunque nuestro estómago esté ya saturado de bazofia.
       Tengo que interrumpir mi deshilvanado discurso porque acabo de escuchar por la radio la noticia, no por esperada menos infamante, de la inhabilitación de Garzón durante 11 años.
       No puedo ni siquiera comentar razonada y razonablemente la noticia. Lo esperpéntico de su contenido me inhabilita para pensar de forma comedida, lo sé. Solo veo rostros abyectos y sonrisas torvas de colmillos retorcidos, asomando fuera de unas togas que deberían de estar colocadas siempre sobre hombros de personas rectas, honestas e intachables. Por las bocamangas recubiertas con puñetas de puntillas asoman sospechosas y sucias garras de buitre.  Son “sus señorías”, aunque creo que se sobrentiende. Inmerecido título el de “señorías” para semejantes seres. Pongo freno a mis deseos de insultar. Ni siquiera me complace la idea de imaginarlos en su triste realidad de hombrecillos que, al levantarse por esta mañana, en calzoncillos y sin afeitar delante del espejo, con la tripilla colgante y las tetillas fofas, desprovistos de los elementos rituales que les dan aire de respeto, tenían que saberse seres despreciables porque eran conscientes de que estaban mintiendo, de que habían actuado contra los principios que juraron respetar, porque sabían que habían dictado sentencia injusta. No importa. Se habrán vestido con traje y corbata impecables, se habrán subido al coche y le habrán dicho al chófer: “Al Tribunal, Pepe”, y por el camino habrán ido componiendo el imprescindible rictus de severidad que exige el cargo, pero no habrán podido borrar del todo la leve sonrisa canalla que afloraba en la comisura de sus bocas. Habrán entrado a la sede del Tribunal con los latidos del corazón al galope sabiendo que iban a leerle a un hombre una sentencia condenatoria mirándole a la cara y pensando: “¡Jódete, rojo cabrón!”
      Y peor aún que esos seres que se autodenominan magistrados, está el pueblo español. Un pueblo mayoritariamente aboñigado, enclenque, tumoroso, empequeñecido, fofo, ramplón… ¡y silencioso!  Un pueblo que tiene bastante con disponer de dinero para llenar el depósito del coche, para tomarse unas cañas (jijijaja), para contar chistes y despatarrarse de risa, para decidir que el más cabrón es Mourinho (o Guardiola) dependiendo de filias o fobias, para quejarse del gobierno (de Zapatero, que es lo que se llevaba hasta hace unas semanas, del de Rajoy nadie dice nada), para ver si puede conseguirse un buen ERE, para hablar del frío que hace…
      No quiero mirar la televisión. Me niego a soportar las declaraciones de los políticos, que conozco de antemano sin haberlas escuchado (y me juego la pensión de varios meses a que acierto plenamente). Gallardón, con su siempre oportunista “gallardía” y voz grave, afirmará que el gobierno nunca entra ni va a entrar a comentar las disposiciones judiciales. El PSOE dirá que es lamentable lo que le ocurre a Garzón, pero que tiene que acatar la sentencia. CiU, nisiquiera comentará lo de Garzón, simplemente dirá que acata la sentencia…, como hace siempre. Quizás a IU se le caliente un poco más la boca, pero sin hacer sangre. Etcétera, etcétera…
       Y me pregunto. ¿Siempre hay que respetar las sentencias? ¿Siempre hay que acatarlas? ¿No hay ninguna otra vía que ataje y ponga coto a tanto despropósito, a tanta ignominia?
      No es el momento, lo sé. Pero llevo meses, años, diciendo que en España, pese a la publicidad que nos hicieron y nos hicimos a nosotros mismos, no se hizo la Transición adecuadamente. Debió irse a la ruptura, aunque hubiera sido más larga y más dolorosa. La izquierda entregó todos sus barcos en la batalla con tal de sentirse aceptada. La derecha amagó una entrega de barcos (para saberse perdonada y homologada), pero dejó en la retaguardia a su más firme valedor: la judicatura. Y cada día está más claro que el sistema judicial de nuestro país representa la forma más viva del franquismo irredento. Ahí están para actuar de valedor de los más indefendibles valores de la derecha. Para defender a los políticos corruptos. Para defender y resr las leyes más retrógradas (aborto, código penal), para condenar a la inhabilitación a los jueces que se desmanden. Y para poner firmes a los jueces que traten de llevar ante los tribunales a los miembros de la familia real. Nada les detiene. Son el ejército invencible de la derecha.
       Solo puedo levantar mi voz inútil para lanzar un grito que no sirve de nada. Casi ni me produce desahogo: ¡¡¡Me cisco en la justicia española!!!

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