El 14 de abril de 1931, en una lección de sensatez ejemplar, sentido histórico y oportunidad política, el pueblo español le dijo a Alfonso XIII, abuelo del actual rey de España, que era hora de que hiciera la maleta y dejara el país; que los españoles ya no soportaban más abusos y caprichos regios; que el tiempo de las monarquías había llegado a su final; que la dinastía de los Borbones había causado ya demasiados daños al país, sobre todo a partir del regreso a España del bisabuelo de Alfonso XIII, el funesto Fernando VII; que España quería modernizarse y entrar en una nueva era; que el país era republicano. ![]() No es hoy el momento de hacer un análisis sobre la absoluta inoportunidad de la monarquía y la conveniencia de que vuelva la República. Hoy, los que nos sentimos republicanos, volvemos la vista a aquel 14 de abril y, por un lado, añoramos la eclosión popular de alegría desbordante que vivieron nuestros abuelos; y, por otro, contemplamos, entre el hartazgo y la estupefacción, el espectáculo de despropósitos con que nos regla casi cada semana la casa real española. Y con cada nuevo sobresalto, con cada nueva payasada, con cada nuevo esperpento, nos surge (al menos a mí me surge) la misma pregunta: ¿Hasta cuándo? ![]() Ya no me pregunto “por qué”. Esa pregunta tiene unas cuantas fáciles respuestas, y solo daré tres: 1) porque así lo dispuso Franco; 2) porque la izquierda, teóricamente republicana, no tenía en los años de la Transición ninguna fuerza para exigir otra alternativa; 3) porque una gran parte de los españoles pensaron (pensamos) que Juan Carlos era el mal menor… Por eso solo me pregunto “hasta cuándo”. ¿Cuánto tiempo más soportará el país las numerosas torpezas de los miembros de la casa real sin que se suscite a escala nacional el debate sobre la inconveniencia de la monarquía? ¿Cuánto tiempo más deberá pasar para que la mayoría de los españoles se convenzan de que la monarquía hereditaria es un anacronismo, un sinsentido, un daño colateral del franquismo, una excrecencia residual de una historia vieja, rancia y condenada a la desaparición? ![]() Afortunadamente para los que nos sentimos profundamente republicanos, la propia casa real se está encargando de hacer la labor sucia en favor de la República y en contra de sus propios intereses. Son los propios miembros de la familia real los que están labrando su propio desprestigio. Hasta ahora, la prensa había sido tremendamente tolerante con los desaciertos que se producían en el entorno del rey. A nadie le molestaba demasiado que, pese a su desparpajo populista, el hecho de escuchar al rey hablar –y sobre todo leer– en público causara un fuerte sentimiento de vergüenza ajena; al fin., no se le había elegido por su capacidad oratoria. Nadie le censuró su borbónica y conocida afición por las faldas; después de todo, ya se sabe que la promiscuidad sexual ha sido desde muy antiguo la debilidad de los Borbones. Nadie sacó a relucir en su momento las malas compañías del rey en temas financieros, pese a que fue notoria su íntima amistad con un hombre que, a sus múltiples títulos nobiliarios (caballero de la Orden Militar de Santiago, caballero de Honor y Devoción de la Soberana Orden Militar de Malta, caballero del Real Cuerpo colegiado de Hijosdalgos de la Nobleza de Madrid, entre otros) uniera el hecho de haber sido condenado y encarcelado por varios delitos de apropiación indebida (casos Wardbase, Grupo Torras y Grand Tibidabo); y nadie lo sacó a relucir, pese a que estaba ampliamente extendida la sospecha de que Colón de Carvajal había estado administrando la fortuna personal del monarca. ![]() Para redondear estas “pequeñeces”, la casa real ha contado con la ayuda inestimable de sus dos yernos. Uno, Urdangarín, ha salido un chorizo, que aprovechaba su más que proximidad con la familia real para, como se dice vulgarmente, poner el cazo. Por su parte, su mujer, la infanta Cristina, aparecía ante la opinión de los españoles o bien como corresponsable de los trabajos de charcutería financiera de su marido o bien como la tonta del bote, que no se enteraba de nada y no sabía de dónde procedían los pingües beneficios con que ambos adquirían propiedades inmobiliarias, regalos costosos, viajes lujosos y todas esas pequeñeces de las que todos los españoles disfrutamos a diario sin que se nos mueva la pestaña. ![]() El otro yerno, simplemente, es el débil mental del grupo. Resultaba poco estético, con su cara de pánfilo, sus atuendos indescriptibles y sus memeces varias (no añadiré aquí, pues carezco de la necesaria y fiable información, lo que se decía acerca del que parecía ser su vicio más secreto: las rayas, y no del pantalón precisamente). Así que los reyes se lo quitaron de en medio. La muy cristiana familia real se acogió al derecho civil al divorcio, ¡pelillos a la mar! Por mucho que le pesara a Rouco Varela, que, al final, les perdona todo a los miembros de la regia familia, y que incluso acepta casar al heredero con una divorciada. Todo sea por el bien de España y por el de la monarquía más católica del mundo. La última anécdota del señor Marichalar con su hijo y nieto mayor del rey ha sido absurda y, afortunadamente para el niño, de mínimas consecuencias, salvo el hecho de haber puesto de nuevo a toda la familia real en ridículo bajo el foco de los medios, con otra actuación al margen de la ley. Además, el soriano ha dado pie a la aparición en las redes sociales de los mejores y más sabrosos chistes del año. ![]() Por fin, hoy nos llega la gran noticia: nuestro flamante rey es un repugnante cazador de elefantes. Y lo digo con todas las palabras. Y con toda la carga crítica que puede ponerse en una acusación. ¿Cómo se puede ser tan imbécil –hoy en día, cuando hay una conciencia crítica en todo el mundo en contra de la caza de ciertas especies– comp para irse de incógnito a África en viaje privado a cazar elefantes? Ya se sabía, pese a que la censura había impedido su publicación, que Juan Carlos es amigo de pegar tiros a todo lo que se mueve. Pese a esa prohibición, las fotos (como las que adjunto) han ido apareciendo en las redes. Yo no puedo respetar a un hombre que olvida la dignidad del puesto en que los españoles –a veces contra su voluntad– le han puesto, y se dedica en sus ratos libres a matar elefantes. Me produce una repugnancia profunda. Me irrita. Me da asco. ¿Puedo, independientemente de que la monarquía me parece obsoleta y absurda, aceptar tener como jefe del Estado a un señor como Juan Carlos de Borbón? Evidentemente, la respuesta es no. Espero que empiece a moverse la conciencia nacional. Espero que dentro de poco tiempo surja con fuerza el debate sobre la conveniencia de restaurar la República. Y que no me vengan con martingalas diciendo que este no es el momento oportuno, que el país tiene otras cosas más importantes y prioritarias que atender. ¡Bobadas! Precisamente es en momentos de crisis cuando todo debe analizarse y debatirse: la monarquía; la relación con la iglesia; la ley electoral…, muchas cosas que contribuyen a que el país funcione cada vez peor.
¡Abajo la Monarquía! ¡¡¡Viva la República!!! |
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