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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Pertinencia del debate monárquico

4/3/2012

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Los editoriales del diario El País suelen ser meditados y estar cuidadosamente redactados. ¡Casi siempre!  Así me lo parece incluso cuando no comparto cien por cien sus argumentos. Pero en ciertas ocasiones, y este domingo ha sido una de ellas, al editorialista (sea éste persona o equipo de personas) le gusta pontificar, o sea, exponer opiniones con un tono de innecesaria suficiencia. 
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     Refiriéndose al asunto judicial en que está implicado el yerno del rey, decía el editorial de El País: “A raíz de estos sucesos, algunos han pretendido que la familia real se encuentra cuestionada por la opinión pública. (…) Otros pretenden alimentar un debate sobre la jefatura del Estado que no es más que una contorsión intelectual y mediática que la sociedad española debe rechazar con toda contundencia.”  Al decir que “algunos han pretendido”, se adivina un tono abierta e innecesariamente desdeñoso, dando por supuesto que la inmensa mayoría de los españoles ni siquiera se plantean la posibilidad de cuestionar a la familia real. Somos muchos los españoles de izquierdas que sí cuestionamos la monarquía.
     Evidentemente lo hacemos por motivos políticos y con criterios profundamente racionales, democráticos y serenos. Los hechos relativos a la imputación de Urdangarín no constituyen la base argumental para hacer una crítica o un cuestionamiento de la monarquía. Pero es evidente que ponen a ésta bajo el foco público y esto hace que el tema de la monarquía entre, inevitablemente, a formar parte del debate político. Y decir, como hace El País, que insinuar que ese debate “no es más que una contorsión intelectual y mediática que la sociedad española debe rechazar con toda contundencia”  es una afirmación impertinente cargada de prepotencia y pedantería. ¿Dónde está la contorsión intelectual? ¿Qué tiene tal debate de anómalo o de forzado, que son los adjetivos que caracterizan a cualquier contorsión? ¿Por qué debe la sociedad española rechazar con toda contundencia un debate perfectamente pertinente, cualquiera que sea la razón que lo suscite?
      Sigue diciendo el editorial: “El Rey y su heredero encarnan la legitimidad constitucional de la Monarquía. Los hechos imputables al yerno del Monarca no tienen que ver con la forma de Estado que libremente fue asumida por los españoles durante la Transición política.”.  Demasiado marco para foto tan pequeña. ¿Es preciso un editorial para decir semejantes obviedades? Es evidente que el rey y el príncipe encarnan la legitimidad constitucional, pero a esa afirmación tan innecesaria por irrebatible habría que añadirle una coletilla: “por el momento”. Nada, ni siquiera un régimen político sólidamente asentado, es inmutable y perenne. La segunda afirmación es más fútil todavía. Por supuesto que los hechos imputables a Urdangarín no tienen que ver con la forma de Estado. Lo que me parece un truco de prestidigitador barato es añadir que los españoles asumimos tal forma de Estado libremente durante la Transición. Es una forma de tratar de santificar el invento monárquico. Y lo de libremente sería altamente discutible. En primer lugar, cuando los españoles votaron la Constitución de 1878, la monarquía –incluida la figura de Juan Carlos, que, no lo olvidemos, fue elegido, educado y puesto en el trono por Franco–, iba dentro del paquete del Sí o del NO. Y no estaban los tiempos para andarse con melindres o para hacer ascos a cualquier cosa que sonase a libertades. Los españoles habrían votado Sí, incluso si el monarca investido hubiera sido el nefasto Fernando VII. Por otra parte, desde 1978 hasta hoy, han pasado casi 34 años. Quiere esto decir que cualquier español que tenga menos de 50 años –o sea, la gran mayoría de la población políticamente activa– no ha elegido, ni libre ni de ninguna otra forma, la monarquía como forma de Estado. Los españoles de entre 18 y 51 años deberían poder refrendar o rechazar y enmendar lo que en su día decidieron los españoles de más de 51 años y muchos otros españoles que ya han fallecido.
       Incide de nuevo el editorial de El País en su crítica acerba contra cualquier intento de establecer un debate sobre la monarquía. Dice textualmente: “Solo la frivolidad, el populismo y el amarillismo periodístico, o la mezcla de los tres, permiten confundir la crítica que merece el comportamiento no ejemplar de Iñaki Urdangarin con un debate sobre el futuro de la Monarquía. (…) España no necesita de un debate artificial sobre la jefatura del Estado, en un momento además en que todas las energías deben dirigirse a superar los desafíos que plantean el empobrecimiento de nuestra economía, la tasa de desempleo, la sequía del crédito o el previsible deterioro del clima social. O sea, yo debo de ser un frívolo o un tonto que se deja manipular por el populismo o por el amarillismo periodístico. Hago examen de conciencia y llego al convencimiento de que la frivolidad no es uno de mis defectos o vicios más destacables. Por el contrario, suelo meditar a fondo mis ideas y cuestionar mis convicciones, cosa que no suele hacer un frívolo. Paso al concepto de populismo, y me pregunto, ¿el populismo de quién? ¿Habrá caído el diario El País en la ligereza de confundir intencionadamente el populismo –utilización espuria de argumentos políticos que apelan a los sentimientos más simples de las clase populares– con una creciente exigencia de revisión de la forma del Estado entre una buena parte de la población (“pueblo”)? Me temo que sí. Por otra parte, negar la oportunidad de que se aborde un debate basándose en la “mayor” importancia que revisten otros problemas es un viejo truco, por cierto bastante frailuno. No cabe duda de que, en este momento, la discusión sobre la pertinencia de la monarquía no constituye la principal prioridad del país. Pero eso no quiere decir dicha discusión no se deba poner en marcha. ¿O acaso una persona que tiene problemas laborales y dificultades económicas debe desterrar de su vida cualquier interés o pensamiento que no tenga que ver con sus penurias?

Parece que, casi al final, el mencionado editorial quiere dar la de cal y afirma que, no obstante todo lo dicho, “nuestra Monarquía necesita modernizar sus pautas de funcionamiento”. Pero somos muchos miles de españoles quienes pensamos que no es solo una cuestión de modernización de la monarquía, sino de si la monarquía es la forma de Estado deseada por la mayoría de los españoles. La respuesta, para no constituir un insulto a la inteligencia y un desprecio a los cientos de miles de españoles que no eligieron ser regidos por un rey, sino que éste les vino dado por la elección de “otros” españoles, debería ser la sincera y serena apertura de un debate honesto y racional al respecto.

Y para terminar, que me permita el editorialista de El País afirmar que, por supuesto, los hechos relativos al yerno del rey pueden ser un detonante perfectamente válido. No fuimos los españoles quienes decidimos que Urdangarín formase parte de la casa real. Y somos, en cambio, muchos los españoles que pensamos que su esposa, la infanta Cristina debería ser, como mínimo, interrogada por el juez, pues, de forma libre y consciente –salvo que haya que aceptar que es retrasada mental– asumió responsabilidades, firmó documentos  y gozó de un dinero aparentemente ganado de forma oscura y poco o nada honesta. Y no va a ser imputada simplemente por ser la hija del rey. Eso, tal como yo lo entiendo, afecta a la monarquía. ¿Debo dejar de pensar en republicano simplemente porque unos señores decidieron por mí hace 34 años que la dinastía de los Borbones era lo mejor que podía pasarme como español? Y, sobre todo, ¿debo dejar de plantearlo –y exigirlo– públicamente porque el debate que de ello se deriva sea incómodo paras ciertos sectores o poco oportuno en la coyuntura actual? 
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