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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

¿Qué hacemos con los "viejos partidos"?

5/9/2017

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Se ha puesto de moda hacer una afirmación con la que mucha gente, incluso alguno que se proclama progresista de izquierdas, parece coincidir. Esa afirmación, consistente en asegurar con absoluta convicción que los partidos tradicionales están agotados y que hay que buscar una nueva línea de actuación política, suele hacerse adoptando al manifestarla un tono de suficiencia y seguridad casi insultante. La última vez que escuché esta declaración –esta misma mañana (9 de mayo de 2017) oyendo las noticias de la SER–  fue en boca de Manuel Valls, Primer Ministro francés, quien declaraba su intención presentarse a las próximas elecciones legislativas fuera del Partido Socialista y dentro del nuevo partido de Macron. Mi primera reacción fue pensar: “Para eso, amigo Valls, no necesitas realizar ningún desplazamiento ideológico porque hace mucho tiempo que actúas como liberal, no como socialista”.
​Es curioso que  en ese movimiento generalizado hacia la derecha, perfectamente orquestado por los medios de comunicación de la derecha neoliberal y que viene extendiéndose por todo el ámbito político global, pero sobre todo europeo, lo que se intenta dejar claro es que los males de nuestro tiempo son producto de la iniquidad y vileza intrínsecas de los “partidos tradicionales” y de sus ideas, estilos y actuaciones, que están ya totalmente periclitados. Quieren los que manejan la dirección del pensamiento universal crear una sola línea válida de acción política: la neoliberal. Y que todo lo demás se arroje a la escombrera de los desechos ideológicos. En una  hábil y artera maniobra de distracción, están dispuestos a echar a la basura a los viejos partidos de derechas por lo que tienen de desaseo estético, eso sí, para reemplazarlos por unos partidos de derechas de aspecto más pulcro y aparentemente higiénico, desembarazados de viejas consignas de aroma fascistoide. Se trata de que “los nuevos partidos hegemónicos” que acaben controlando el poder en todo el nuevo mundo civilizado sean lo menos parecidos posible a un partido político, y se comporten como consejos de administración o, mejor aún, como sucursales del Grupo Bilderberg, en el que solo tengan cabida potentados económicos, grandes empresarios, banqueros, propietarios de grandes medios de comunicación y algún que otro representante de la realeza europea por aquello de dar una alegre y desenfadada nota de color. Ocasionalmente, podría aceptarse la presencia de algún escritor, artista o académico que hubiera previamente hecho renuncia a expresar libremente ideas contaminantes y perniciosas, algo así como un Vargas Llosa, por poner  un ejemplo arquetípico sin necesidad de caer en la escabrosa tentación de nombrar personajes como Alaska-Mario Vaquerizo, Urdaci o Inés Sastre.
Evidentemente, para que este movimiento que busca apoderarse del gobierno de los principales países del mundo triunfe, hay que minar el terreno en el que se asientan los partidos tradiciones y lograr así, poco a poco, su desprestigio. Y para eso disponen del arma ideal: los medios de comunicación. Toda mentira, bulo, chisme, falacia o mera invención que se repita una y otra vez en letra impresa y se difunda oralmente a través de la radio y la televisión acaba adquiriendo patente de verdad y actuando como un karma, en el que la cosa repetida actúa como causa, y la opiniones logradas son sus efectos.
Tiene la nueva y poderosa derecha un aliado impagable, y es el deterioro que ciertamente han sufrido los partidos tradicionales, deterioro que nada tiene que ver con las ideas que nacieron para defender, sino con las personas que los han manejado de forma espuria y bastarda y que han acabado destruyendo su credibilidad. Pero en la mente de la gente lo que se produce es una especie de mutación en el código genético del concepto partido político. Y lo que es a todas luces evidente –que los partidos se han comportado de forma alevosa y han acabado siendo algo muy alejado de sus presupuestos iniciales– pasa a tener una nueva y mentirosa lectura: que las ideas que dicen defender los partidos –en este caso, especialmente los partidos de izquierdas y, en el caso español, léase PSOE– son rechazables o, cuando menos, se han vuelto obsoletas. Mucha “gente de bien”, o al menos bienintencionada, anda diciendo con pasmosa soltura: “Ya no hay izquierdas y derechas; se trata de conceptos superados, antiguos, inútiles”. ¡O sea, que lo están consiguiendo!
Naturalmente que hay izquierdas y derechas. Y las habrá mientras haya gente que pase hambre; mientras haya enfermos que no pueden recibir la atención médica debida; mientras haya ancianos y personas dependientes que deban recurrir a la caridad; mientras haya quien sufra injusticias por razón de su ideología, sexo o creencias; mientras se siga rechazando al refugiado que busca un lugar en que rehacer su vida y la de su familia; mientras la mujer no ocupe dignamente su lugar en el mundo en igualdad con el hombre; mientras unos pocos –en torno al 1 por ciento de las personas del mundo– posean tanto dinero como el 99 por ciento restante; mientras más de 700 millones de personas vivan en situación de extrema pobreza; mientras sean los intereses financieros los que muevan  las decisiones de los gobiernos más poderosos del planeta; mientras dichas decisiones se adopten en función de los intereses de las industrias petrolíferas, armamentísticas, inmobiliarias, farmacéuticas o petroquímicas; mientras el poder de la información (y la desinformación) esté en manos de una docena de grandes empresas… Mientras esas cosas sucedan, el mundo estará dividido en derechas e izquierdas, porque la injusticia social podrá acallarse y cubrirse con un tupido velo, pero nunca será un concepto obsoleto.
Puede que los partidos tradicionales sean obsoletos, pero las ideas no lo son. ¿Deben entonces desaparecer? No. Deben transformarse. Deben actuar de forma distinta a como lo han hecho los de siempre. Deben reinventarse, volver a nacer. De otra forma, con otra gente. Y, sobre todo, con otra gente que actúe de forma distinta, nunca como clones de lo antiguo. Y, sobre todo, deben actuar de forma conjunta y coordinada para contraatacar con alguna posibilidad de éxito. La derecha ya lo está haciendo. El enemigo que hay enfrente es poderoso. Es un enemigo formidable y carente de escrúpulos. Para colmo, tiene un atractivo banderín de enganche al  que se han ido apuntando políticos de aspecto aparentemente pulcro y aseado con un pasado supuestamente progresista: Macron y Valls son dos ejemplos evidentes de un país que estos días ha sido noticia porque esa nueva derecha ha logrado el dudoso “éxito” de evitar el ascenso de la ultraderecha neonazi. En nuestro país no hay que escarbar demasiado para sacar a la superficie muchos ejemplos similares; están en la mente de todos.
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