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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

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11/1/2011

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El señor obispo de San Sebastián, señor Munilla, en unas declaraciones hechas  el pasado domingo con motivo de la celebración de su primer aniversario al frente del clero de Guipúzcoa, defendió “las virtudes de la humildad, paciencia, respeto y castidad”, pues en su opinión son “indispensables para que no se animalice la relación del hombre con la mujer”.
Vayamos por partes, que la cosa tiene más miga que un pan candeal de dos kilos.
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Primera pregunta: ¿son las cuatro virtudes mencionadas por el señor clérigo realmente virtudes? Yo no lo afirmaría, aunque en una primera lectura el lector poco avisado pueda quedarse tan conforme. Pues ¿podemos clasificar como virtud aquello que no sería sino una obligación? ¿Y  no es una obligación ser respetuoso, supuestamente con los demás, o sea, con nuestros semejantes? Si yo conduzco siguiendo al pie de la letra todas las reglas de tráfico podré ser calificado de conductor respetuoso, pero no de conductor virtuoso. No hay virtud en respetar las ideas, los derechos y las libertades de los demás; hay, en todo caso, un obligado y necesario cumplimiento de las normas de convivencia. Y, por lo que respecta a la castidad (actitud de quien se abstiene de todo goce carnal), ¿es tal actitud virtuosa? ¿por qué? Definir como virtuosa la castidad es como afirmar que la sana práctica del sexo es una manifestación de vicio. Y no, señor Munilla, no es así. El goce sexual, que probablemente usted haya conocido alguna vez en su vida (aunque sólo haya sido de carácter onanista), es bueno, saludable, divertido, humano… ¡y hasta divino! Y sólo es malo y pernicioso cuando se práctica abusando del otro y contra su voluntad, algo de lo que saben mucho en la iglesia católica. Claro, probablemente es por eso por lo que tanto predican la castidad… ¡y tanto la incumplen algunos (muchos) clérigos!
Segunda pregunta: ¿cuál es la autoridad moral del obispo de San Sebastián en concreto y de los obispos en general para recomendar la práctica de estas virtudes?  Hay un viejo refrán,  cuyo tenor exacto  no recuerdo, pero cuya sustancia es la siguiente: “hay que seguir los consejos que los curas dan desde el púlpito, pero no imitar su conducta”. 
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Comencemos por la humildad. ¡Qué barbaridad! La de ideas tremendas que me vienen a la mente cuando oigo a un obispo hablando de humildad.  Define así la RAE la humildad: Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. Pues bien, seamos honestos y demos al César lo que es del César y al obispo Munilla lo que es del obispo Munilla. En su homilía de presentación como obispo de Donostia, el nuevo pastor del rebaño católico donostiarra comenzó con esta frase:  Me presento ante vosotros pobre y humilde […]. Decía mi abuela, que era muy sabia pese a sus carencias académicas: “Dime de qué presumes…”  Ver sus fotos es revelador del grado de humildad del obispo: su galanura (en el sentido de exhibición de galas), su porte, sus ropajes almidonados, su báculo… En cuanto a lo de “pobre”, tendremos que dar por buena su palabra en tanto no tengamos constancia de cuál es su patrimonio mobiliario e inmobiliario. 

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Pasaré brevemente por el tema de la paciencia, virtud que era muy ensalzada en mi infancia católica para destacar la santidad de algunos de sus miembros canonizados, que soportaron estoicamente las asechanzas del demonio y la persecución de sus enemigos, aunque debo admitir que, de niño, pese a mi mansedumbre y credulidad infantil, la visión de aquellos “santos varones” poniendo la otra mejilla o diciendo como San Lorenzo en la parrilla: “Dadme la vuelta, que por este lado estoy ya asado” no me provocaban admiración sino sorna y cuchufleta. Puede que se refiera el obispo a la paciencia que tiene (o que necesita) para resistir las críticas demoledoras que provocó su nombramiento para una diócesis tan “delicada”, en tanto que obispo ultraconservador y antinacionalista. Así que, en vista de que no va a poder evitar estar en el ojo del huracán, el señor Munilla hace de la necesidad virtud y proclama la paciencia como una de las cuatro virtudes esenciales del buen cristiano.  Yo aprovecho su recomendación para destacar hasta qué punto los no católicos debemos hacer acopio de paciencia para soportar las andanadas de la iglesia católica contra nuestras libertades y contra la independencia de la sociedad civil. Por ejemplo, yo no soy católico pero soy tremendamente paciente con personajes que intentan atentar contra mis derechos, como el señor Rouco Varela, su homólogo Cañizares, o el inefable titular de Granada, que fue capaz de dejar salir de su boca la brutalidad siguiente, al condenar el aborto: "Matar a un niño indefenso, y que lo haga su propia madre, da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella". Y todo dicho en nombre de dios. ¿No hace falta mucha paciencia para soportarlo?

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Tras lo anterior, podríamos pasar por alto el tema del respeto, cualidad o actitud humana que no considero virtud, sino obligación social y moral. Aun así, me gustaría hacer algún breve apunte al respecto. ¿Cuándo ha dado muestras la iglesia católica –por medio de sus obispos y jerarcas– de un respeto profundo por los demás? ¿Respeta la iglesia a los pobres, que fueron el principal objeto del amor de su fundador? Yo diría que no. Mi visita al museo Vaticano (que me produjo profunda repugnancia y rechazo) me convenció de que la iglesia católica podría, mediante la enajenación de sus inmensas riquezas, amontonadas en unos cuantos miles de metros cuadrados, eliminar el hambre del mundo. No hacerlo es una muestra de falta de respeto hacia los pobres y también de falta de respeto hacia la inteligencia de la sociedad cuando dice respetarlos. ¿Respeta la iglesia a las otras religiones y a los no creyentes? Evidentemente no. Este punto no requiere análisis ni explicación. No hay más que recordar sus atrabiliarias manifestaciones populares para exigir la derogación de leyes aprobadas por el Parlamento, máximo representante de la voluntad popular. ¿Respeta la iglesia a las mujeres? Siempre las ha ignorado y menospreciado. He aquí algunos ejemplos de lo que afirmo. Y no se me diga que las frases que anoto deben ser consideradas en un contexto histórico y social determinado. La iglesia nunca las ha condenado ni desaprobado.
San Pablo: Las mujeres guarden silencio en la asamblea, no les está permitido hablar; en vez de eso, que se muestren sumisas. Si quieren alguna explicación, que pregunten a sus maridos en casa, porque está feo que hablen mujeres en las asambleas” (…) “Quiero que las oraciones las digan los hombres. Por lo que toca a las mujeres, que vayan convenientemente arreglas, compuestas con decencia y modestia; adornada con buenas obras”. “La mujer que escuche la enseñanza, quieta y con docilidad. A la mujer no le consiento enseñar ni imponerse a los hombres; le corresponde estar quieta, porque Dios formó primero a Adán y luego a Eva. Además a Adán no lo engañaron, fue la mujer la que se dejó engañar y cometió el pecado”
San Agustín:  "La mujer es un ser inferior y no está hecha a imagen y semejanza de Dios. Corresponde, pues, a la justicia así como al orden natural de la humanidad que las mujeres sirvan a los hombres... el orden justo sólo se da cuando el hombre manda y la mujer obedece".
San Jerónimo: "Si la mujer no se somete al hombre, que es su cabeza, se hace culpable del mismo pecado que un hombre que no se somete a Cristo". “Nada más impuro que una mujer con el periodo. Todo lo que toca lo convierte en impuro”
San Juan Crisóstomo (Crisóstomo = pico de oro en griego): "Las mujeres están hechas esencialmente para satisfacer la lujuria de los hombres".
San Ambrosio: "La mujer sólo es fuerte en el vicio y daña la valiosa alma del varón". “Adán es igual al alma. Eva es igual al cuerpo".
Santo Tomás de Aquino: "La mujer es un defecto de la naturaleza, una especie de hombrecillo defectuoso y mutilado. Si nacen mujeres se debe a un defecto del esperma o a los vientos húmedos (sic). Sólo es necesaria para la reproducción." 
Estos interesantísimos ejemplos, sólo unos pocos de los muchos que podrían darse, corresponden a teorías que la iglesia nunca ha condenado y de las que jamás se ha retractado. Por tanto, puede afirmarse que la iglesia no respeta a la mujer. Ni tampoco respeta a los homosexuales, a los que, en claro desafío a las modernas y científicas teorías médicas, la iglesia sigue considerando “enfermos que pueden curarse de sus desviaciones”. El propio Munilla escribía un artículo en 2006, en el que afirmaba: “No hay otro camino de liberación para las personas homosexuales que la lucha por corregir sus propias tendencias enfermizas y desviadas”. ¡¡Todo un manual de ciencia y sentido común!!

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Pasemos de nuevo a la castidad ¿Por qué insiste el señor obispo en la castidad? Acaso sólo esté hablando al clero donostiarra, que es el colectivo que tiene contraído ese, para mí incomprensible, voto de abstinencia, en cuyo caso mi pregunta sería inoportuna. Pero no: los obispos siempre hablan a toda la feligresía. Y si es así, tienen todo el derecho del mundo a exigir lo que crean oportuno en pos de la santidad. Pero, ¿por qué ese ensañamiento con la sana sexualidad?, ¿por qué empeñarse en fomentar la castidad?, y, lo peor de todo, ¿por qué la sexualidad, que según la doctrina del obispo debería disfrutarse como una hermosa creación del Sumo Hacedor, se presenta como una muestra de animalidad? ¿Cree el señor obispo que sus padres, cuando lo procrearon, estaban actuando más como animales que como personas? (Debo hacer una aclaración: siempre me ha parecido una sublime tontería la aplicación del concepto de animalidad para condenar alguna actitud humana, porque, en general, los animales se comportan de forma más natural y sana que los hombres –incluidas las mujeres en este último término–.

No hago  más preguntas porque el monseñor no va a contestarme. Y, en el fondo, yo ya tengo las respuestas, que seguro no iban a ser de su agrado. ¡Amén!

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