La iglesia española (no añado lo de católica porque me parece innecesario) ha dado otro paso en su empeño por pasar con nota muy alta a la “historia de la infamia”. El motivo de este comentario es la iniciativa de un grupo ultrafranquista y ultracatólico para solicitar que se inicie el proceso de canonización de Franco. Dicha iniciativa está encabezada al parecer por una tal Pilar Gutiérrez, hija de un exministro de Franco, frecuente invitada a tertulias televisivas destinadas a estómagos fuertes para poner el aderezo más retro y cutre a unos alimentos informativos que ya de por sí llevan un inconfundible aroma fascista. Alguien me podrá decir, “Oye, que no se puede decir que esa señora representa a toda la iglesia española”, y quien lo diga tendrá razón. Realmente, resultaría casi inconcebible que en un país europeo –con todas los comentarios irónicos y sarcásticos que cada uno desee añadir– hubiera un número tal elevado de seres tan brutalmente descerebrados, disparatados e irracionales como para llegar a imaginar a Franco en los altares. Digo esto obviando el hecho de que más de un personaje vil y aborrecible (al menos en mi opinión) ha logrado entrar en la nómina de los elegidos de dios para sentarse a su diestra con licencia para hacer milagros, por ejemplo, san Josemaría Escrivá de Balaguer. Por mucho que haya llegado a degradarse una institución, y no cabe duda alguna que la degradación moral de la iglesia católica a lo largo de los siglos ha sido espectacular, parece a todas luces inimaginable que llegase a hacer un hueco en sus altares para honrar la memoria de un asesino sanguinario. Del mismo modo que a algunos representantes del santoral se les añade algún atributo que da cuenta de su vida, como san Simeón el Estilita (porque era anacoreta), san Juan Evangelista (porque escribió un evangelio), o santa Pelagia, virgen y mártir (porque la mataron sin llegar a catarlo), a San Francisco Franco habría que añadirle, “el genocida”, y eso no quedaría ni medio bien. Además, hacer santo a Franco podría convertirse en eso tan actual que se define como “efecto llamada”, y no sería extraño que comenzasen a surgir peticiones de procesos de canonización para san José Stalin, san Adolfo Hitler, o san Vlad el Empalador, que hay gente para todo. Pero volvamos a los inicios, que se nos va el santo al cielo, nunca mejor dicho. Cuando acuso a la iglesia española de haber dado un paso adelante en la historia de la infamia no lo hago a humo de pajas. Y no lo digo porque la petición de canonización haya sido firmada, además de por la citada Pilar Gutiérrez, por más de cinco mil momias del franquismo conservadas en formol ideológico, sino porque, presentada la petición a todos los obispos españoles, estos hayan respondido a tan descabellada propuesta con un atronador silencio. ¡Muy bien!, dirán algunos. Han hecho lo que debían. Y yo digo: ¡Pues no, señor! Si los obispos españoles tuvieran en sus mentes y en sus corazones el menor atisbo de dignidad y vergüenza, deberían haber reaccionado y, armados de iracunda indignación, haber condenado públicamente semejante petición por considerarla un insulto a su dios, una blasfemia intolerable. Pero los obispos españoles prefirieron guardar silencio. A los obispos, en general, y a los españoles, en particular, no les gusta agitar la calma de las aguas, pues si las aguas se agitan, podría zozobrar la nave en la que tan cómoda y relajadamente navegan. Después de todo, hay cientos de miles de ciudadanos sociológicamente franquistas a quienes probablemente no se les ocurriría pedir la canonización de Franco, pero que llevarían muy mal que los señores obispos, a quienes tantos favores otorgó su líder ideológico, pusieran su nombre (y su obra) en tela de juicio. Bastante sufrieron ya teniendo que tragar la amarga píldora de su “ignominiosa” exhumación del valle de los caídos. Por último, a modo de reflexivo epílogo, adjunto la foto de la promotora de tan descabellado propósito santificador: Pilar Rodríguez. Azafata, psicóloga, hippie, viajera, madre soltera luego casada y divorciada, franquista hasta la médula desde el día que conoció a Franco en persona y, al igual que Saulo, vio la luz de la verdad que la envolvía y cayó de su caballo (o de su yegua) convertida para siempre en ardiente y fanática seguidora. "Tenía un carisma que me estremeció. Era muy viejecito y delgadito, pero tenía un aura. Es un poco como lo que se sentía la gente con Juan Pablo II" Viéndola en la foto tan relajada, con cara de abuela bonachona y rodeada de gatos, nadie diría que su mente alberga tan disparatados propósitos. Nadie diría que vive extasiada con el recuerdo de un asesino. No tiene cuernos ni rabo, y parece una señora normal, como tantas que podemos cruzarnos por la calle sin que nos produzcan el menor sobresalto.
Pero, ojo, no hay que fiarse de su aspecto. Con los nostálgicos del fascismo ocurre como los zombies de las películas de terror. Que cuando te quieres dar cuenta, ya es demasiado tarde. |
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April 2022
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