No conocía Skid Row. Perdonad mi puta ignorancia culpable. Así son las cosas. Uno cree saberlo casi todo y resulta que desconoce muchas, demasiadas cosas importantes. Hoy me he enterado de la existencia de esta inmensa área urbana, en la que la miseria más vergonzante crece en sus acercas como una herida purulenta. Uno tiende a pensar que las mayores concentraciones de sintecho tienen que estar, por lógica, en ciudades de India, Paquistán o Haití, y a poca gente se le ocurre imaginar que una de las mayores concentraciones de pobres de puedan darse –como de hecho ocurre– en el corazón de Los Ángeles, en la rica California, en el país de Dios, como los estadounidenses más carcas y reaccionarios llaman, con sarcástica unción religiosa a Estados Unidos (God’s country). Todos hemos podido contemplar, con todo su devastador realismo, la realidad de la pobreza en que vive un porcentaje nada desdeñable de personas en el país norteamericano, sobre todo en Nueva York. El cine nos lo ha mostrado cientos de veces. Y lo ha hecho sin rubor, sin edulcorarlo ni ponerle caretas. En ocasiones, incluso es posible que hayamos pensado que todo eso no pase de ser un montaje escenográfico, una ficción más. Hemos visto cientos de películas en las que aparecen los representantes del lumpen profundo neoyorquino, los que busca el calor de las bocas de metro o el de las fogatas junto a las que pasar la noche sin morir congelados, unidos por la tétrica condición de menesterosos, de mendigos, de enfermos abandonados por la familia y la sociedad, de inmigrantes sin casa, trabajo ni futuro pero esperando inútilmente que se produzca el ansiado milagro del American way of life. Pero esto no es Nueva York, donde todo es posible, desde la miseria apocalíptica hasta el más edulcorado happy end, de los más sangrientos asesinatos de la mafia al triunfo de “la ley y el orden”, por supuesto a base de puños y pistolas. No. Esto es California, el Estado del bienestar, del cálido sol a orillas del Pacífico, del más distendido laissez-faire, el lugar donde nadie puede imaginar que existan carencias y penurias. Pues bien. Ahí está Skid Row, curioso nombre para denominar el lugar adonde van a parar los detritos sociales. No es un barrio de chabolas y tiendas de campaña. Eso no. A los desechos sociales no les permitirían agruparse formando una “ciudad de la alegría” que se pudiera detectar mediante satélite. Solo les dejan ir formando una hilera a lo largo de las aceras de 54 manzanas de viviendas, bloques abandonados, solares con casas en construcción, algunas tiendas. Son como una prolongada legaña, una secreción de moco social pegado a las paredes, en las que, de tanto en tanto, entran, y de las que salen, unos seres que no tienen otra cosa que hacer que caminar sin rumbo, pedir limosna, buscar algún hipotético trabajo, remover basuras en busca de restos aprovechables o, simplemente, estar tumbados a la espera de un milagro o de la muerte. Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido esta última foto, la de la bandera. ¿Qué demonios hace ahí la bandera estadounidense? ¿Es un grito desesperado de un sintecho para hacer una inútil proclamación de patriotismo que le pueda salvar de la miseria? ¿Es un sarcasmo cruel? ¿Es el último grito desgarrador de un veterano que, después de luchar por alguna causa incomprensible en un país lejano, ha acabado tirado en la calle y sigue manifestando con esa bandera su amor por su madrastra? ¿Es una forma sarcástica y cruel de demostrar que incluso la miseria pertenece al Estado? Para mí, todas las banderas tienen un cierto componente extemporáneo y superfluo. Pero esta de la foto, sin duda, se lleva la palma.
Por cierto, ¿consideráis innecesario añadir que la mayor parte de los “habitantes” de Skid Row son negros o latinos? |
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April 2022
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