La presidenta de la Comunidad de Madrid se despachó ayer con uno de sus característicos exabruptos para enjuiciar y dictar sentencia en cuestión de segundos contra todo el movimiento del 15-M. Utilizo el término exabrupto con plena intención, consciente de su significado, que no es otro que “salida de tono, como dicho o ademán inconveniente e inesperado, manifestado con viveza”. La señora Aguirre –obsérvese con qué inmerecido respeto la nombro– hace uso habitualmente del exabrupto como forma de expresión de su pensamiento (?) político. ![]() Este tipo de dicho –el exabrupto– es breve, como la ideología de la presidenta madrileña, que, habida cuenta de sus objetivos políticos, no necesita más, con la que tiene le basta y le sobra; no requiere preparación académica ni formación intelectual, capacidades de las que la señora Aguirre carece por completo; brota espontáneamente, como las morcillas en medio de un texto teatral, y la presidente sabe, como lo saben los cómicos amantes de la sal gorda, que al público le encantan las morcillas, que se mondan de risa con ellas y se ganan su aplauso facilón, aplauso tanto mayor y más intenso y prolongado cuanto mayor sea el grado de escatología de la morcilla (aclaro que uso escatología en el sentido del término derivado del griego skatos = excremento) y menor sea el nivel de inteligencia y preparación del público al que se destinan; es inconveniente, con lo que la presidente se gana entre sus adeptos la fama de atrevida y lenguaraz, que casa muy bien, en términos de política populista, con ser de derechas de toda la vida: ya se sabe, si un político de izquierdas suelta un taco, es un maleducado; si lo suelta el rey, es porque es muy llano y sencillo; es inesperado, con lo que desconcierta y descoloca a sus interlocutores, los cuales, si son de su cuerda, lo aplauden entusiasmados aunque no lo entiendan, tronchándose de risa siempre, y si son de otra ideología, o sea, bastante más inteligentes, se quedan momentáneamente pasmados, pues su mente no está preparada para el aserto vacuo y absurdo; es aparentemente vivaz, con lo que la protagonista se gana la imagen de ingeniosa, sin que se note demasiado que lo que dice es, de verdad, todo lo que piensa, y que no piensa nada más. Vamos que es algo así como un discurso sacado del acervo intelectual de un alumno de primaria –no demasiado inteligente– excretado con el gracejo de Lina Morgan (y que me perdone la cómica madrileña, que no es mi intención faltarle al respeto). ![]() En fin, todos conocemos las salidas de tono de doña Esperanza (¿por qué me habrán venido a la mente los versos del viejo bolero, “Esperanza, Esperanza, por Dios, // tan graciosa pero no eres buena, // Esperanza, Esperanza, por Dios, // tan graciosa y sin corazón”?). Lo que ya es más duro y penoso es que los exabruptos de la presidenta sean expresados, aunque sea en un discurso que trata de parecer articulado y menos insultante, por el fiscal jefe de la Comunidad de Madrid, don Manuel Moix. ![]() Moix y Aguirre Ciertamente, el señor Moix no dice, como hace Aguirre, que los integrantes del Movimiento 15-M sean “camorristas y pendencieros”. ¡Faltaría más! Eso lo puede decir ella porque, además de mentir, es una deslenguada. Pero lo que hace el fiscal jefe es más grave, si cabe. Después de todo, como fiscal, su tarea debe ser la defensa de los intereses de los ciudadanos (aclaro, de todos los ciudadanos), nunca asumir la defensa de posiciones políticas concretas, en este caso de la derecha. Veamos qué cosas dijo el señor fiscal madrileño. ![]() Afirmó, sin que se le descolocara la toga por ello, que “los indignados están ignorado el principio fundamental de la convivencia democrática”. Uno se pregunta ante semejante aserto: ¿Y cuál es el principio fundamental de la convivencia democrática? Llegó rápido el señor Moix a aclarar nuestra duda: el principio fundamental es que “ningún derecho, ni siquiera los derechos reconocidos como fundamentales, es absoluto”. Ante esta frase, uno comienza a ponerse en guardia. Es una frase que recuerda viejos tiempos, viejas argucias y viejos sofismas. Porque el término “absoluto” tiene diversos matices, y todo depende de cuál sea el matiz que esté usando el señor jurista al aplicarlo al concepto “derechos”. Si lo usa con el sentido de “completo, categórico”, carece totalmente de razón, pues los derechos fundamentales (como el derecho al trabajo, a una vivienda digna, a la salud, a la libertad de expresión, a la libertad de opinión) no pueden ser jamás incompletos ni relativos; si lo dice en el sentido de “ilimitado”, tiene razón, siempre que no estemos hablando de derechos fundamentales, pero es tan grande la obviedad, que no tiene sentido afirmarlo como una declaración digna de ser transmitida a los medios de comunicación. Así que uno sigue esperando a ver si el flamante fiscal jefe da nuevas pistas para saber adónde quiere ir a parar, o, mejor dicho, adónde nos quiere llevar con su argumentación. Iré desgranando las perlas cultivadas con que nos regaló don Manuel. He aquí: “En una sociedad democrática no se puede ocupar la vía pública porque se quiera” ¡Gran sofisma! ¡Una verdad relativa que oculta mil mentiras engañosas! ¿Quiere decir el señor Moix que no deben ocupar la vía pública aquellos que no piensen como él? O probablemente piense como lo hacía en sus tiempos Fraga Iribarne cuando dijo aquello de “la calle es mía”. Habría que decirle al señor Moix que cuando se produce la ocupación de la vía pública no se hace por vocación callejera o porque se quiera fastidiar a los demás ciudadanos, sino porque se ha comprobado que no existen cauces lícitos (de acuerdo con la normativa vigente) para conseguir que los dirigentes políticos atiendan las demandas justas y razonables de una parte muy importante de la sociedad. Me pregunto si el señor Moix se molestó en leer las estadísticas que recogían el amplio apoyo que la sociedad española otorgaba al Movimiento 15-M. Señor Moix: la calle es de todos los ciudadanos, de TODOS, y nunca en exclusiva de jueces, ni de dirigentes políticos, ni de fiscales. Cuando la gente sale y ocupa la calle (pacíficamente y sin violencia) es porque los gobernantes (jueces y fiscales incluidos) han colmado su paciencia. Y las normas de convivencia nunca pueden convertirse en una mordaza o en un cepo para impedir la libre expresión del hartazgo, el cansancio o la indignación. Yo, al menos, no se lo recomendaría al señor Moix: en la historia, las revoluciones producidas por la sordera de los gobernantes se han llevado por delante torres más altas que la representada por el señor fiscal jefe de Madrid. Ah, y cambiando de tercio, no he oído nunca al señor Moix hablar sobre la insoportable ocupación de todas las vías madrileñas y hasta del Metro, esta pasado verano, por las hordas papales. ![]() Desahucio Criticó acerbamente don Manuel al 15-M por “ocupar masivamente la vía pública, obstaculizar corporaciones locales o parlamentos autonómicos democráticamente elegidos o impedir ejecutar resoluciones judiciales firmes”. La obstaculización de ayuntamientos o del Parlamento catalán fueron episodios mínimos, magnificados por la actuación desmesurada de la policía y “animada”, como se ha podido comprobar en documentos colgados en las redes sociales, por elementos infiltrados por la propia policía. En todo caso, fueron, dentro de las acciones del 15-M, sucesos mínimos y sin trascendencia. La última parte es la que le duele al señor Moix, como miembro del cuerpo jurídico del Estado. Se refiere a las diversas ocasiones en que los indignados han impedido que la policía, amparándose en sentencias injustas y vergonzosas, dictadas por jueces indignos e injustos (aunque la letra de la ley les dé la razón), llevara a cabo la orden de desalojo que dejaba “en la puta calle” (permítaseme la ordinariez) a familias sin recursos (en muchas ocasiones con menores de por medio) por no haber podido pagar la hipoteca que los bancos demandantes habían concedido alegremente. No nos dice nada el señor Moix de la naturaleza de esas “resoluciones judiciales firmes”. Deja ese dato en el limbo informativo por que no asomen sus orejas y se vea de qué pata cojea el burro. Afirma don Manolillo (le voy perdiendo el respeto conforme avanzo) que quienes hacen esas cosas (manifestarse ocupando la calle, impedir desalojos injustos) quedan deslegitimados porque “exteriorizan su ignorancia sobre los valores que deben inspirar la convivencia democrática”. Ya hemos llegado. Ya los (nos) ha llamado ignorantes. ¿Y qué es lo que ignoramos? Pues nada más y nada menos que “los valores que deben inspirar la convivencia democrática”. ¿Y cuáles son esos valores? Por deducción de lo dicho anteriormente por el señor fiscal, imagino que la obediencia, el respeto a la autoridad y el sometimiento ciego y mudo a la (in)justicia. Pues no, señor Moix, opino que los valores que deben inspirar la convivencia (si hay convivencia, forzosamente ha de ser democrática; si no, lo que hay es compartición forzosa de una zona geográfica común, llámese Madrid, España, convento o cárcel) han de ser: la verdad, la honestidad, la rectitud, la justicia, el respeto (al conciudadano, no a la autoridad competente), el respeto a la diferencia, la búsqueda del bien común… Señor Moix, ponga la mano en el fuego y diga en conciencia si cree que alguna de estas virtudes adorna la frente de nuestro sistema democrático actual, y no olvide que si miente puede quemarse. Sigue adelante el fiscal: “Bajo la apariencia de inocentes movilizaciones que se pretenden formas de democracia directa se esconde la deslegitimación de nuestro sistema representativo”. ¿Y por qué no? ¿Por qué se tiene tanto miedo a la crítica al sistema representativo? ¿Ha sido acaso sancionado con la etiqueta de sistema perfecto e inmejorable? Si el sistema representativo falla, si se demuestra que es incompleto, o sea, imperfecto, ¿qué hay de malo en desenmascararlo, denunciarlo tratar de cambiarlo? ¿Por qué existe ese miedo enfermizo a que pueda mejorarse lo existente? Todo es susceptible de mejora. Sobre todo el sistema judicial, señor Moix, aunque ahí a usted le duela. Y en el sistema judicial incluyo el cuerpo fiscal. Nuestro sistema representativo es legítimo –qué duda cabe–, pero no es intocable. Absolutamente todas las leyes, si han sido promulgadas por un cuerpo legislativo elegido por el pueblo, son legítimas. Pero lo son mientras están vigentes. Eso no quiere decir que no puedan modificarse e incluso derogarse. Y esto no las deslegitima con carácter retroactivo. Nuestro sistema representativo, en muchos sentidos, hace aguas. Es, en muchos sentidos, injusto. Y, desde luego, sabiendo cómo se les pega el culo al asiento a los gobernantes, jueces, fiscales y demás tropa, para cambiar el sistema (que significaría para todos ellos una pérdida de prerrogativas y derechos de pernada –metafóricamente hablando–, es preciso tomar la calle, hacerse oír, y hacerlo todos muy unidos y de forma muy constante. Si eso nos deslegitima, señor Moix, acepto mi culpa, pero no me arrepiento. Termina don Manolo: “Los llamados indignados se consideran autorizados para definir quién es el pueblo y lo que niegan es el propio sistema democrático”. ¡Mal comenzamos, fiscal! Quienes hemos estudiado el comportamiento de la lengua sabemos muy bien la intención oculta tras una frase aparentemente inocua e inocente. “Los llamados indignados…” es una expresión que manifiesta un inequívoco menosprecio. Pero, atento, Manuel, que no insulta quien quiere, sino quien puede. No olvide usted que, entre esos indignados, hay gente muy valiosa, mucha más valiosa que un mero fiscal jefe de Madrid, con mucha más experiencia, con muchas más lecturas y conocimientos y, sobre todo, con mucha más humanidad. En mi opinión, en la época que estamos viviendo, quien no se sienta indignado en mayor o menor medida, es por una de estas dos razones: la primera, porque pertenece al estamento de los que están felizmente chupando del bote y no quiere que lo desalojen del asiento en el que tiene acceso al chupete; la segunda, porque es incapaz de pensar, bien sea por falta de inteligencia, bien sea por exceso de grasa cerebral (atrofia de las meninges producida por abundancia de alimentos mentales como la telebasura, la futbolería profunda, el consumismo irredento, las malas compañías…).
Y voy a dejarlo aquí. Quien quiera entender, que entienda. Y quien no, allá él (ella) con su conciencia. Pero, al menos, que las cosas queden claras, porque algunos piensan que, bien con soltando exabruptos o bien elaborando sofismas con lenguaje pseudointelectual, ya han puesto una pica en Flandes. |
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April 2022
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