EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Sobre manifestaciones y manifestantes

12/4/2011

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Define la RAE la palabra manifestación, en una de sus acepciones, como “reunión pública, generalmente al aire libre, en la cual los asistentes a ella reclaman algo o expresan su protesta por algo”.
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Dejemos a un lado la capacidad de las manifestaciones para conseguir que se satisfagan las reclamaciones que en ellas se plantean o para que se corrijan los hechos que motivan las protestas vehementemente emitidas por  los manifestantes. Eso es harina de otro costal. Analicemos simplemente la pertinencia de tales actos públicos.

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¿Cuándo es lógica y pertinente una manifestación? (Insisto en que no me planteo si puede o no ser útil.) Cuando ocurren determinadas cosas indeseables, censurables o lesivas para los intereses de la mayoría de la ciudadanía (o para una parte importante de la misma) o que simplemente atentan contra los valores, creencias o principios ampliamente manifestados por esa mayoría, sin que existan otros medios, caminos o vehículos participativos para lograr modificar los comportamientos de quienes tienen la respuesta a tales reclamaciones o protestas, por lo general algún alto organismo legislativo, judicial o gubernamental. Esta es, al menos, mi visión de las manifestaciones. 
Puedo afirmar que, a lo largo de mi vida, he asistido a unas cuantas, mayormente durante la dictadura, y sólo en circunstancias muy concretas y por razones muy profundas, en democracia, por ejemplo, para protestar contra la guerra de Irak, puesta en marcha por el deleznable trío de las Azores y para manifestar mi indignación por la burla que de la justicia están haciendo algunos “magistrados” del Tribunal Supremo en la farsa jurídica que han montado para cargarse al juez Garzón.

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Dejaré de lado las carnavaladas grotescas montadas por quienes todos sabemos en contra del aborto y el matrimonio entre personas homosexuales, y en apoyo de “la fe y la moral cristianas”, con asistencia de abundantes obispos y arzobispos disfrazados con sus uniformes completos (sotanas, mucetas y birretes púrpura, y roquetes blancos) y con presencia incluida del papa en gran pantalla gigante. No había razón alguna para semejantes exhibiciones de caspa católico-romana, pues las familias cristianas tienen pleno derecho a ejercer libremente sus ideas cristianas, nadie les coarta para que cumplan con sus obligaciones religiosas, sus mujeres no están obligadas a abortar, y aquellos de entre sus correligionarios que sean homosexuales, pueden ofrecer a su dios su perpetua castidad… ¡aunque también pueden pecar y luego confesarse!
En resumen: aquello no fue una manifestación; fue una utilización espuria de un espacio público que, convertido en gigantesco púlpito, hizo de la calle que es de todos una iglesia ultramontana e intolerante. 

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Voy a centrarme en dos manifestaciones recientes para tratar de ejemplificar mi planteamiento. La primera de ellas ha sido manipulada, oportunista, hipócrita y carente de toda pertinencia. Me refiero a la “organizada” por algunas asociaciones de víctimas del terrorismo (no todas; sólo las de siempre, y todo el mundo sabe a cuáles me refiero). El objetivo de la manifestación era  múltiple: “exigir la derrota de ETA e impedir  su impunidad” (nunca antes ningún gobierno había logrado tantos éxitos, detenciones, condenas y encarcelamientos de etarras); “impedir que ETA esté presente en las elecciones del 22 de mayo” (el gobierno ha hecho todo lo posible por impedirlo cuando ha entendido que ETA trataba de burlar el cumplimiento de la Ley de Partidos, y, en todo caso, la decisión última la tienen los jueces; ¿quiere la derecha, en este caso, presionar e influir en las decisiones de los tribunales de justicia?); “exigir que no haya más mentiras ni más treguas-trampa” (¿estaba la manifestación dirigida contra ETA o contra el gobierno?; que se sepa, fue ETA quien planteó la última tregua y quien decidió no respetarla). 

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Lo cierto es que los eslóganes que más y con mayor entusiasmo se corearon fueron, entre otras lindezas, los de “Zapatero embustero” y “Rubalcaba a prisión” (le gustan mucho a la derecha española –siempre le han gustado– los juicios sumarísimos, rápidos y con condena prevista de antemano; lo raro es que no pidieran directamente, recordando otros tiempos no tan lejanos,  el paseo y el fusilamiento, ya sabéis: “Rubalcaba, cabrón, al paredón”.
De esta manifestación, carente de la mínima pertinencia y oportunamente ideada para desgastar más al gobierno ante la inmediatez de las elecciones municipales y autonómicas, merece la pena destacar algunas presencias y alguna ausencia.
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Entre las primeras, me llamó poderosamente la atención la presencia de Basagoiti, pues, dado el cariz del acto, su asistencia me pareció un acto de deslealtad con sus compañeros de gobierno en el País Vasco. Basagoiti conoce mejor que nadie la falsedad de las imputaciones que, desde su partido, se le hacen al gobierno central, y no concuerda para nada su presencia entre los alborotadores con su actitud normalmente razonable y respetuosa. ¿Obedecía a presiones del partido? Si es así, fue una lamentable demostración de debilidad y falta de autonomía. ¿Creía en el planteamiento de los organizadores? Sí esa es la razón, debería abandonar de inmediato la coalición de gobierno con el PSV. ¿Fue una decisión torpemente calculada? En tal caso, debería pedir disculpas públicas a sus socios, en especial a Patxi López. 
No comentaré la presencia en la manifestación de la señora que se ve al fondo de la fotografía. Hace tiempo que decidí borrar de mi lista de personas dignas de ser recordadas a la líder de UPD, persona que, del mismo modo que pasó más de un año cobrando su nada despreciable sueldo de eurodiputada del PSOE mientras machacaba a su partido en todas las tertulias radiofónicas del país, pero sin dimitir, ahora aprovecha cualquier posibilidad de desgastar al PSOE (lo que en otras condiciones podría ser legítimo) si considera que puede recoger los votos que vayan cayéndose por el camino. Digamos que “a los oportunistas que se dejan la dignidad por el camino, ni agua”.

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No me llamaron la atención otras presencias. Las de siempre. Los voceros del PP. De todas las tendencias. Incluida la participación educadita y con buena oratoria del alcalde de Madrid (debidamente descorbatado para la ocasión). O la ex primera dama con su sonrisa de dientes hacia fuera (parece pensar: “¿se atreverá Gallardón a seguir bajando la mano a zonas más reservadas estando las cámaras de televisión enfrente?). O la “diva” manchega con los labios firmemente apretados para matar la sonrisa que quiere brotarle dios sabrá por qué (aquí sí que apostaría a que la mano de González Pons ha llegado a escarceos que buscan posiciones de avanzadilla por la retaguardia, aprovechando los empujones). De este último sujeto tampoco quiero hablar para no encender mi encendida visceralidad. ¿Los veis? No están de manifestación. Están de verbena campestre y cachondeo, desbordados de satisfacción por la algarada antigubernamental. Lo cierto es que ETA les importa un rábano. Demasiado saben ellos que el gobierno tiene bien controlada a la banda. Lo que importa es el ruido, el follón mediático, el trágala…

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Tampoco me llamó la atención la ausencia: me refiero a la de Rajoy, la del probable futuro presidente del gobierno de España. ¡Qué mofa y qué befa! (me refiero a que pueda llegar a semejante puesto una persona como él, sin contenido, sin discurso, sin ideas). Mariano Rajoy, y que me perdone Iñaki Gabilondo si da la impresión de que estoy copiando su editorial “La voz de Iñaki” del lunes 11 de abril, pero es que comparto al cien por cien su argumentación, o es un hipócrita redomado o un cobarde de tomo y lomo. Dice en el Congreso y ante los medios que apoya la política antiterrorista del gobierno; sin embargo, permite que su partido apoye una algarada en la que se acusa al mismo gobierno de ser poco menos que socio de ETA. A eso lo llamo ser un perfecto hipócrita. Además, ha dejado que su partido destape la caja de los truenos contra el gobierno y ve que eso ha despertado el ardor guerrero de las huestes de la ultraderecha que le va a dar probablemente la llave para gobernar. Ahora tiene miedo a ir contra esa corriente de fuerza que cada día le exige más encono, más insultos, más enfrentamientos, más odio. No ha medido la longitud del salto. Y está sobrevolando el vacío. Tiene que acabar el salto, so pena de estrellarse. Algún día, si gobierna, tendrá que contentar a quienes no se van a conformar con buenas palabras, silencios o promesas  sin sustancia... No sabe con quién se juega los cuartos. Pero la suya es una actitud cobarde. Ese será posiblemente el presidente que tenga este país: un hipócrita cobarde.  Gabilondo, en el editorial “La voz de Iñaki” anteriormente mencionado, suaviza los adjetivos y los deja en “incongruente pusilánime”. ¡Me vale!

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¿Y cuál sería la segunda manifestación, la que, en mi opinión, es pertinente y totalmente justificada? La que llevaron a cabo los jóvenes el pasado día 7 para protestar por la situación en que se encuentra una gran parte de la juventud, sin trabajo y con escasas perspectivas de lograrlo. Y no es cuestión de falta de preparación; estamos hablando de la que probablemente es la juventud más y mejor formada de las últimas generaciones. Me consta que hubo transeúntes que lanzaron críticas al paso de la manifestación porque, seguramente, pensaban que, al  tratarse de gente joven, estaban montando ruido y causándoles molestias a ellos, probos ciudadanos.  A esos transeúntes les habría gustado más que esos jóvenes hubieran estado en la otra manifestación contra el gobierno. No eran conscientes de que estaban ejerciendo un derecho legítimo y que estaban exigiendo una acción política al gobierno. Al día siguiente, los periódicos de derechas (o sea, casi todos) destacaban el hecho de que se hubieran producido pequeños altercados. En  casi todas las manifestaciones se da algún problema con algún incontrolado. Pero no fue esa la tónica, ni mucho menos. 

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Hay dos aspectos de esta manifestación que me gustaría destacar: el primero es que esta manifestación fue el primer acto público protagonizado por nuestros jóvenes que tiene su origen en las redes sociales. No se dan cuenta los gobernantes occidentales –y hablo en general, no sólo de nuestros gobernantes– de la fuerza de esas redes sociales, de su tremenda capacidad de convocatoria. Que no se piensen que la lucha de la juventud por exigir cambios profundos en nuestra estructura socio-política se va a limitar a las acciones en el norte de África. Esas acciones, a no tardar mucho, alcanzarán a Europa. ¡Que se vayan preparando los gobiernos. Y, sobre todo, que vayan preparando respuestas. Los jóvenes van a exigirlas.

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El segundo aspecto es que me llamó la atención uno de los eslóganes más alegremente coreado en la manifestación. Iba dirigido a la Casa Real y, de paso, a las instituciones.  “¡Queremos un pisito como el del ‘principito’!” Es una reclamación lógica y comprensible. Aun a sabiendas de que no va a ser atendida. De ahí precisamente la gracia del eslogan. El pueblo a veces acierta de lleno en algunas de sus ocurrencias. Sobre todo, si se piensa que la vivienda de los príncipes de Asturias ocupa una superficie de mucho más de 1.000 metros cuadrados útiles (construidos, se entiende; jardines y piscina aparte).

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Bueno, conformémonos dentro de unos pocos días con celebrar íntima y personalmente –quienes así lo deseemos y sintamos, claro está– la fiesta de la República, esa señora tan hermosa y denostada que ya había comenzado a aportar a nuestro país avances políticos, sociales y culturales que, por culpa del aciago levantamiento de los militares fascistas, desaparecieron y han tenido que esperar más de cincuenta años en volver, y algunos aún los estamos esperando, por ejemplo, un auténtico laicismo del Estado. 
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¡Feliz 14 de abril, amigos!
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