Lo hemos visto en infinidad de películas. Un reportero se acerca a un político conocido (o a cualquier otro personaje que sea objeto de especial interés público), se gana su confianza y consigue que le haga algún comentario “comprometido” de forma oficiosa (lo que ya todo el mundo conoce como off the record). El entrecomillado de comprometido indica que se trata de un comentario que solo puede –o debería– hacerse de forma privada, pero nunca en público. Pasado un tiempo –generalmente, corto– lo dicho al “reportero amigo” aparece publicado en grandes titulares y es inmediatamente usado como arma arrojadiza contra el personaje en cuestión, quien habrá pecado de irreflexivo, incauto, cándido o, simplemente, bisoño y carente de experiencia. Es lo que le ocurrió a Irene Montero cuando, con ocasión de la famosa manifestación del 8M, le comentó a una periodista avispada y con escasos escrúpulos que era normal que hubieran acudido menos personas de las que se esperaba, y que ello era probablemente consecuencia de las noticias que llegaban a España sobre el coronavirus. Como cabía esperar, dado el grado de agresividad, cainismo y desfachatez en que se ha montado la (ultra)derecha, a los representantes de PP y Vox les ha faltado tiempo para abundar en sus absurdas –yo diría grotescas– acusaciones de “homicidio” al Gobierno. El siguiente paso será acusar a Pedro Sánchez y sus ministros de genocidio, y así el esperpento estará plenamente servido.
En cuanto se supo que en Canarias había un alemán contagiado, antes de que el gobierno impusiera el estado de alarma ya había gente que andaba por la calle con pavor a acercarse a otras personas. Recuerdo en concreto que el día 12 de marzo, cuatro días después de la Manifestación feminista y dos días antes de decretarse la cuarentena, me crucé, en los jardines de nuestra urbanización, con un vecino que me saludó sin detenerse y alejándose más de tres o cuatro metros de mí, para regocijo de las otras personas con las que yo conversaba en ese momento. En aquellas fechas, la gente comentaba lo que estaba ocurriendo en China, en menor medida en Italia y, lo que se sospechaba que podría llegar a ocurrir en nuestro país. El periodismo amarillo en general, y muy especialmente el “cloaquero” que ahora impera en España, no se anda con sutilezas. Sabe que la gente, mucha gente, aunque afortunadamente no toda, espera que le sirvan carnaza. Es un público adicto a la casquería, el insulto, los chismes, la comida bazofia. Siempre hay un medio –ya sea prensa escrita, televisada o radiofónica– dispuesto a servírsela. Y nunca faltan reporteros de calle (no los llamo periodistas porque en principio respeto esa profesión) prestos para obtener menudillos sabrosos mediante abuso de confianza, o sea, con falta de deontología (el off the record debe respetarse siempre, del mismo modo que se debe respetar que un periodista mantenga el anonimato de sus fuentes) gracias a la inexperiencia e ingenuidad de un profesional con poca brega en estos terrenos. Conste que estoy diferenciando entre la frase –a mita de camino entre desahogo y confidencia– dicha privadamente a alguien en cuya honestidad y discreción se confía y el exabrupto o la salida de tono soltados de forma inoportuna en la proximidad de micrófonos abiertos. En estos últimos casos no hay engaño ni desleal abuso de confianza. Todos recordamos el "¡Vaya coñazo que he soltado!" de Aznar en la UE; o cuando un micrófono captó un comentario José Bono, siendo presidente de Castilla-La Mancha, diciendo que el entonces primer ministro británico, Tony Blair era un "gilipollas". Sea como sea, que la prensa de un país centre su atención en un comentario personal filtrado a los medios de forma rastrera dice mucho y alto acerca de esa prensa. Y que ese mismo tema constituya uno de los principales temas de debate planteados a voz en grito en el Congreso de los Diputados por la oposición de derechas deja una imagen bastante lastimosa de la escena política de este país. Como resumen y a modo de corolario, recomendaría a los políticos cuya trayectoria no les ha dado la oportunidad de foguearse en estas lides que tuvieran en cuenta estos tres principios fundamentales a la hora de manejarse con “periodistas, reporteros y buscadores de perlas”:
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