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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Un tal Trump (con perdón)

10/11/2020

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       Cuando, en un futuro, los ciudadanos del mundo medianamente ilustrados lean la Historia de los Estados Unidos y la trayectoria y los hechos (y dichos) de Donald Trump, ese personaje que durante cuatro años tuvo el oprobioso honor de ocupar el cargo de Presidente, no saldrán de su asombro.
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        Me explico. A lo largo y ancho de la Historia ha habido ejemplos de personajes brutales, sádicos, innobles, criminales, abyectos, retorcidos, locos…, que han regido los destinos de sus países provocando miseria, desolación y muerte entre sus ciudadanos. En este capítulo de la tiranía tenemos ejemplos de todas las épocas y lugares, de la Antigüedad (Nerón, Calígula); de África (Macías, Ngema, Idi Amín); de Latinoamérica (Pinochet, Trujillo, Videla, Stroessner, Duvalier); de Asia (Pol Pot, Kim Jong-un); de Europa (el rumano Vlad el Empalador, el ruso Iván el Terrible, el belga Leopoldo II, Hitler, Stalin, Ceaucescu)… Esta lista es, evidentemente, incompleta, pero suficiente para mostrar los sufrimientos atroces a los que estuvieron sometidas millones de personas por culpa de la fatal unión de dos circunstancias en una misma persona: crueldad extrema y poder absoluto.
        No obstante, todos estos abominables personajes llegaron al poder sin que sus súbditos tuvieran la menor posibilidad de impedir tan luctuoso hecho; por supuesto, ninguno de ellos fue libremente elegido para ocupar el poder. Preciso es decir, por una cuestión de honestidad histórica, que Hitler sí fue elegido por el pueblo alemán, aunque caben dos consideraciones a este respecto, y es que, en primer lugar, su elección como Canciller fue un acto más de debilidad y torpeza de una derecha que creyó que sería capaz de controlar al líder nazi que un libre y democrático acto electoral; y, en segundo lugar, que, en general, los alemanes no se sintieron como víctimas directas de su brutalidad, pues la saña del genocida se centró, fundamentalmente, en un grupo étnico: los judíos, personas por las que buena parte de los alemanes sentía escasa empatía. Los gitanos ni que decir tienen que “no existían”.
       Pero hay un personaje, con el que he comenzado esta crónica, un tal Trump, que rompe con todos los esquemas sociopolíticos, e incluso mentales, que alberga la mente de una persona normal, carente de extraños trastornos psiquiátricos. Quiero decir que, si bien es cierto que en su elección mediaron actos de piratería informática y brutal manipulación informativa, aparentemente contratados todos ellos y pagados por el equipo de campaña del candidato republicano (nótese que intento evitar la contaminación que genera su nombre), no es menos cierto que en su ascensión al poder, tuvo el apoyo de muchos millones de ciudadanos “libres” (a los que me abstengo de calificar, pues considero que se califican solos).
       Porque, seamos honestos, la sociedad “libre e informada” (dicho sin la menor maldad, solo con un poco de ironía), decide elegir, de vez en cuando, a personajes funestos para que administren sus bienes comunes, pues eso y no otra cosa es lo que hace un dirigente político cuando llega al poder. Por muy inexplicable que resulte, y aunque haya que reconocer que en su elección haya podido haber una conjunción de elementos indeseables (aritmética parlamentaria; búsqueda de mayorías que permitan ocupar poltronas a cambio de ciertos apoyos; pago de favores personales o grupales; intento de arrinconar o de tapar el paso a candidatos de más fuste pero menos maleables; intento de ocultar fechorías pasadas para que no salgan a la luz pública; etcétera, etcétera), uno no entiende (y mira que uno lo ha intentado) cómo ha podido llegar a ocupar el puesto de presidenta de una Autonomía tan importante como la de Madrid un ser tan absurdamente ignorante, cerril y lastimoso como Díaz Ayuso; o que en su día ocupara la presidencia del país un señor con la impericia política, la lentitud mental y la torpeza expresiva de Mariano Rajoy, de quien sus seguidores siempre aducían como muestra de suprema inteligencia que había aprobado las oposiciones de Registrador de la Propiedad; o que los chilenos volvieran a elegir en 2017 a Sebastián Piñera, quien ya había sido presidente de 2010 a 2014, dejando en esos cuatro años muestras inequívocas de su desprecio por la democracia, su ambición desmedida, su mezquindad personal; o que los italianos eligieran en dos ocasiones a un oscuro personaje digno de los bajos fondos mafiosos y posteriormente condenado a inhabilitación perpetua por sus actividades criminales. Esta lista podría ampliarse con parecidos interrogantes.
       En otras palabras, que la capacidad de los ciudadanos “libres” para autoflagelarse no debe ser en ningún caso menospreciada. Y en un sistema “plenamente” democrático, basta con que haya una mayoría de personas con esa tendencia suicida para que todos estemos bien jorobados. Y yo estoy convencido de que, por desgracia, la mayoría de la población, aunque sea una mayoría exigua, 1. es cortoplacista; 2. piensa poco; 3. es conformista y conservadora; 4. está escasamente o nada formada; 5. carece de ideología y no tiene formada una opinión política propia; 6. piensa solo en sus intereses personales –esencialmente económicos– y el bien común le parece solo una frase bonita, no digamos ya los derechos de los demás, sobre todo si son inmigrantes, o sea, “bultos sospechosos”; 7. se deja embobar fácilmente por las proclamas pseudopatrióticas y el ondear de banderas; 8. en el peor de los casos, piensa que dios proveerá y pone su confianza en la divina providencia; 9. está convencida de que, por mal que esté, lo suyo (su familia, su casa, su ciudad, su nación) es lo mejor del mundo y debe defenderlo hasta la muerte; 10. cree ciegamente en lo que le cuenta su programa favorito de la televisión.
       Este decálogo es plenamente aplicable a una mayoría –ya no tan exigua– de ciudadanos de Estados Unidos, esos que, en un alarde de prepotente y ciega supremacía se autodefinen como “americanos”, arrojando al océano (o al infierno) de la nada a millones de canadienses, mexicanos y resto de habitantes de Centro y Sudamérica. Solo así puede explicarse que en 2016 un tal Trump fuera elegido para regir los destinos de Estados unidos –y, de paso, jeringar, agobiar, incordiar, perjudicar, martirizar (y añadan ustedes los verbos que les plazcan) al resto de la población mundial, pues bien sabido es que las acciones (y/u omisiones) del gigante norteamericano, por suerte o por desgracia, influyen de manera decisiva en el devenir de casi todos los países (me pregunto si quizás Corea del Norte, Nepal o Mongolia, por ejemplo. constituyen excepciones a la regla).
        Porque Trump no les fue impuesto a los estadounidenses. Lo eligieron. Cierto es, por rebajar algo las tintas oprobiosas, que además de la decisión de los votantes más carcas y reaccionarios, también hubo en 2016 una alevosa intervención de manos oscuras (pagadas por Trump y gestionadas por Putin) para alterar y manipular la intención de voto de muchos ciudadanos, actuación que estuvo a punto de costarle a Trump la destitución (impeachment), pero de la que fue ignominiosamente salvado por su mayoría en el Senado.
       Sea como sea, sin necesidad de disponer de todos los elementos de juicio que el propio Trump ha ido construyendo paso a paso, día a día, error tras error, estupidez tras estupidez, insulto tras insulto, brutalidad tras brutalidad, salvajada tras salvajada desde que accedió a la Casa Blanca, ¿acaso no se dieron cuenta los estadounidenses de la clase de persona a la que estaban llevando a ocupar la Presidencia? ¿Tan ciegos están? ¿Tan brutalmente reaccionarios e ignorantes son? ¿No se dieron cuenta de que era un machista putero y misógino, que alardeaba de “agarrar a las mujeres del coño” para demostrar su varonil supremacía? ¿No sabían que era un multimillonario desaprensivo del que ya se sabía que, entre otros desmanes, había cometido el delito más perseguido en EEUU, como es haber defraudado a Hacienda, como Al Capone? ¿No les provocó la menor sospecha (risas aparte) su ridículo tupé teñido y saturado de gomina y laca? ¿No se dieron cuenta, con solo oírle unas pocas intervenciones públicas, que era un ignorante prepotente? ¿Acaso no había dado muestras en múltiples ocasiones de su racismo y su desprecio por los más débiles?
        Desde que accedió a la Casa Blanca, nunca tuve la impresión de ver en Trump al presidente de EEUU, sino a un señor que, en una fiesta con banquete y mucha bebida, se atribuye ese papel y sale a hacer chistes ante un público de amiguetes que le animan y ríen cada ordinariez con aplausos y risotadas. Porque ¿quién en sus cabales podía imaginar que, de verdad, semejante espécimen podía ser presidente de los Estados Unidos de América? Sin duda, ha habido, en ocasiones anteriores, presidentes deleznables. Unos por su cortedad intelectual (léase Reagan y, sobre todo, Bush); otros por sus descaradas actividades criminales (léase Nixon), pero con eso y con todo, cuando los mencionados aparecían en televisión, uno sabía que eran eso, “el presidente”, aunque resultasen ser presidentes aborrecibles o despreciables. Pero Trump era como el borrachito de turno haciendo su número. De ahí que le encajase tan bien el hilarante montaje que corrió por las redes y del que os copio el link para que podías reíros a gusto. Desde aquí le pido disculpas a Chiquito de la Calzada, ser humano mucho más amable, divertido e inofensivo que Trump. (https://tiempodecanarias.com/noticia/planeta/video-or-trump-pecador-de-la-pradera-se-convierte-en-chiquito-de-la-calzada)
       Pero la reflexión principal acerca de este personaje es la preocupación profunda que causa ver cómo un país tan poderoso ha caído en la incomprensible torpeza/estupidez/vileza/desatino de elevarle a la más alta magistratura del Estado. Un país que elige a Trump como presidente tiene un diagnóstico muy preocupante. Y más teniendo en cuenta que, cuando algunos representantes veteranos y nada sospechosos de progresismo del sector republicano comienzan a desligarse del personaje funesto, dejándolo arrinconado en la Casa Blanca mientras suelta sus amenazantes proclamas, parece asentarse en buena parte del país lo que se ha dado en denominar el “trumpismo”, es decir, que millones de estadounidenses han decidido elevar a la categoría de movimiento ideológico lo que no son más que cuatro propuestas desaforadas de un fantoche descerebrado, cuya única motivación para postularse en la carrera presidencial, aparte de su gigantesca megalomanía, era construirse una barrera de inmunidad para sus fechorías financieras.
       A modo de epílogo. Los desastres de su legislatura ya están hechos. Algunos pueden ser reversibles, como la previsible vuelta al Acuerdo de París para luchar contra el cambio climático o el desmantelamiento del vergonzoso muro de la frontera mexicana. Otros podrán serlo a largo plazo, como lograr un Tribunal Supremo equilibrado ideológicamente. La tarea de Biden será larga, dura, difícil, sobre todo si, como se prevé, el Senado sigue dominado por los republicanos. Pero lo peor está aún por ver. Y son las barbaridades que este ser demente, en su actual estado de rabia y desesperación, es capaz de hacer de aquí al 20 de enero, fecha en la que tiene que dar paso al presidente electo. Entre otras, enardecer a los más exaltados y violentos de sus seguidores, algunos de los cuales ya se han mostrado en público fuertemente armados, para llevar la violencia a las calles.

        ¡Crucemos los dedos por que eso no ocurra!
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