Jueves dicen que santo Llueve con fuerza y luego asoma tímidamente el sol entre nubes de paso. Los trigos ya verdean agradecidos al agua de abril haciendo que, durante unas semanas, el paisaje estepario del altiplano turolense adopte el disfraz de una suave pradera nórdica. El pueblo todavía parece vacío, como suele estar en los días desapacibles de invierno. En unas horas se llenará de familias, de bullicio y, cómo no, de coches, que son el signo inequívoco de que se ha producido un trasvase temporal de población: dicen que es la semana santa. Tras la comida, no puedo evitar la tentación de ver el Telediario de la 1. Es un hábito y, a qué negarlo, una debilidad. Mejor no lo hubiera hecho. El contenido del noticiario me llena de indignación. Para abrirlo y cerrarlo, y como noticia fundamental del día, el resultado del partido de la Copa del Rey ganado al Barcelona por el Real Madrid. Resúmenes, opiniones, repeticiones del gol, de la euforia madridista, entrevistas a jugadores, extractos de las declaraciones de los entrenadores. ¡Todo un reportaje futbolístico! Entiendo que un encuentro entre estos dos clubes es algo más que un partido de fútbol. Si, además, está en juego la Copa del Rey, mucho más. Si añadimos que la rivalidad entre ambos clubes se ve exacerbada en los dos últimos años por el hecho de la innegable superioridad barcelonista en lo que a títulos se refiere, la cosa ya adquiere tintes dramáticos. Si tenemos en cuenta que se van a volver a enfrentar dos veces más en los próximos días, el asunto adquiere trascendencia nacional. Pero de ahí a que un partido de fútbol acapare el 20 o el 30 por ciento del tiempo de un Telediario hay un abismo. Algunos medios están entrando de lleno en el terreno del absurdo y el despropósito. Se puede aducir que el día de jueves santo hay pocas noticias. Argumento falaz. Es posible que nuestros políticos se vayan de vacaciones y nos dejen unos días en paz, lo que es de agradecer. Pero no por eso se para el resto del mundo. Alguien puede también alegar que este partido tenía una importancia que trascendía lo meramente deportivo. Argumento peligroso. De aceptarlo, estaríamos en la onda del franquismo, cuando se utilizaba el fútbol (entre otras artimañas) para desviar la atención de la gente de temas más “delicados”. Además, lo último que necesitamos en España, donde ya nos movemos suficientemente en el fango de la confrontación entre derechas e izquierdas (es un decir en ambos casos), es azuzar otro enfrentamiento entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán. Un partido de fútbol, por mucha Copa del Rey que se juegue, es sólo eso: un partido de fútbol, y dedicarle casi 20 minutos de la programación de un Telediario es, simplemente, vergonzoso. No voy a sugerir qué otras cosas se podrían haber programado, en caso de no disponer de suficientes noticias nacionales. Para eso están los profesionales. ¡Que piensen ellos, que para eso se les paga…, con dinero público! Viernes, dicen que también santo Viene a mi mente el recuerdo de las semanas santas de mi infancia de niño católico, creyente casi fervoroso y disciplinadamente triste en estos días que rememoran –año tras año, siglo tras siglo– la muerte de un tal Jesús de Nazaret, un tipo que debió de ser un buen colega bastante inconformista y con dos cojones (se enfrentó a todas las fuerzas vivas, las judías y las romanas; echó a los mercaderes del templo a latigazos (banqueros, especuladores financieros); no rehuyó el contacto con los leprosos; y tuvo amores con una hermosa prostituta llamada Magdalena), pero cuyas enseñanzas –si es que acaso él trataba de ensañar nada y no se limitaba simplemente a ser coherente y demostrarlo con su conducta– han sido mezquinamente aprovechadas, malinterpretadas e impuestas por la fuerza por una secta cuyos líderes han amasado una fortuna a base de recomendar la humildad, exigir la obediencia e imponer sus doctrinas fuerza de hoguera cuando ha sido preciso. La hoguera podía ser real (autos de fe) o virtual (el infierno, que ahora parece que no existe). Pero no es mi intención elaborar un discurso teológico (o antiteológico). Ocurre simplemente que, al sentarme al ordenador para contar mis impresiones de estos días “festivos” de conmemoración de la muerte del hijo de un dios, me he asomado a mis recuerdos y me he percatado de que, por mucho que le pese a quien le pese, el catolicismo en este país es puramente testimonial. Hay creyentes cabales, qué duda cabe, pero son una ínfima minoría. El resto de los que no se declaran ateos o agnósticos son gente que mantiene la costumbre de asistir a rituales religiosos de forma esporádica (bodas, funerales…) o a actos que se mueven entre la tradición y el espectáculo (ofrenda del país al apóstol Santiago, ofrendas de flores a diversas vírgenes, procesiones, la rompida de la hora con bombos y tambores en el Bajo Aragón…). La realidad sociológica de la religión la he observado de cerca aquí, en un pequeño pueblo (como cientos de pueblos parecidos en toda España), desde la ventana de nuestra casa, justamente enfrente de la iglesia. He visto llegar a la gente a los oficios religiosos: una veintena de personas con una media de edad de más de sesenta años, con una representación juvenil inexistente y una presencia mínima de hombres (apenas tres o cuatro). Entretanto, en el bar del pueblo no cabía un alma. Y la noche anterior, más de un centenar de jóvenes bailaban y tomaban cerveza en lo que han dado en llamar “fiesta de primavera”, invento reciente destinado a llenar de ruido y animación la semana santa, que, de otra forma, sería un aburrido periodo vacacional. Si los gobernantes españoles supieran leer esta realidad en vez de basarse en los datos estadísticos oficiales de quienes se declaran católicos (hay mucha gente religiosamente indiferente a la que se hace cuesta arriba decir que “no son católicos”, sobre todo cuando responden a una encuesta), hace tiempo que habrían hecho algo ineludible y que en algún momento habrá que hacer: denunciar el concordato con la iglesia católica. Sólo así, desde la verdadera separación iglesia-Estado se podrá hablar de un país laico. En este momento España es un batiburrillo “catolilaico”. Es más, cuando eso ocurra, por mucho ruido que decidan armar las huestes integristas, no pasará nada. Es más, estoy convencido de que una mayoría muy amplia de españoles estarán muy conformes de que se dé ese paso y se pongan las cosas en su sitio, o sea: los sermones deben darse desde el púlpito; el dinero para el mantenimiento de la iglesia, del culto y de los curas debe proceder del bolsillo de los creyentes; las leyes votadas en el Parlamento deben ser respetadas por todos los ciudadanos, incluidos los obispos; Televisión Española no debe transmitir la misa dominical, lo considero una afrenta y un despropósito; la decisión de renunciar a determinados derechos civiles (aborto legal, matrimonio entre homosexuales) deberá tomarla cada ciudadano libremente de acuerdo con su conciencia, pero sin tratar de imponer esa renuncia a los demás; la educación religiosa debe impartirse en dos ámbitos, el de la familia y el de la parroquia, nunca en el escolar… Todo lo anterior son verdades de cajón y meros ejemplos no exhaustivos. Todas esas cosas se practican en otros países europeos de tradición histórica católica. Por ejemplo, en Francia. Y no ocurre nada. Todo lo contrario. Al Vaticano no se le ocurriría –no se atrevería a hacerlo– patrocinar, impulsar y participar en actos de claro desafío a la soberanía del pueblo manifestada en el Parlamento, como lo han hecho en varias ocasiones de forma vergonzosa en Madrid, encabezados por el señor Rouco Varela, arzobispo de la capital. Además, no hay más que leer las encuestas de opinión más recientes y ver qué valoración dan y en qué posición sitúan los ciudadanos a la iglesia católica entre las distintas instituciones y organismos del país: le dan un suspenso y la colocan en los últimos puestos, cerca de los políticos y los banqueros (¡¡¡no se equivocan!!!) y más o menos con la misma (nula) credibilidad que los jueces. Estos pensamientos han venido a mi mente contemplando a los fieles católicos del pueblo, desde la ventana del pequeño despacho donde escribo estas líneas, mientras sacaban de la iglesia una cruz de algo más de un metro (en este pueblo no hay “pasos” ni imágenes artísticas, ni saetas, ni capirotes) y la paseaban por unas cuantas calles, mientras el cura y sus parroquianas entonaban (desentonaban) unos cánticos rancios, monótonos y desacordes. Nadie les miraba en su recorrido. La gente que no va a la iglesia es muy discreta: prefiere no molestar y se mantiene dentro de su casa hasta que los ritos procesionales regresan a su hábitat natural, la iglesia. Sábado, dicen que de gloria Hoy ha sido un día de absoluto sosiego. No ha habido periódicos y yo no he encendido el televisor. Nada ha turbado la paz del campo que me rodea: ni (malas) noticias ni procesiones ni películas trasnochadas que, imagino, han seguido inundando las pantallas de los hogares españoles con su épica pseudohistórica o pseudorreligiosa de cartón piedra (Ben Hur, Quo Vadis…). Es el día de las Letras, de Cervantes, de Shakespeare…, Además, es san Jorge, patrón de tantos lugares, entre ellos, Aragón, Cataluña, Inglaterra… Parece que entre los cristianos tuvo especial relevancia su capacidad para vencer dragones, a pesar de que todo el mundo sabía que los dragones no existen. En ese sentido, me gusta más la idea de san Jorge que la de otros santos, pues a la imaginería religiosa incorpora un elemento legendario surgido de la fantasía: el dragón. Es mucho mejor, más llevadero, que esos santitos que elevan los ojos al cielo con beatitud y cara de bobo, juntando las manos en actitud de orar, mientras tras sus cabezas brota el halo de santidad. Así que hoy he dedicado el día a las letras, y lo he llenado de música y lectura: por la mañana, Paco de Lucía y Diango Reinhardt; parte de la tarde, Bela Bartok. La otra parte de la tarde, paseos por la carretera bañada por un sol tibio. Para leer, recuperación de un libro espléndido de nuestra historia: El laberinto español. Qué bien leyó y entendió nuestra historia reciente Gerald Brenan. ¡Con qué lucidez amó a España y con qué visión certera destacó sus virtudes y sus tremendos defectos! Cuánto mejor nos iría si los españoles, en especial los políticos, conocieran mejor nuestro pasado, no sólo el más reciente... Venimos desde hace un montón de siglos tropezando con la misma piedra... Pascua
Me gusta la Pascua catalana. Los catalanes, dejando de lado la resurrección de Jesucristo y otras zarandajas, se centran en “la mona” de Pascua, ese pastel que regalan los padrinos y madrinas a sus ahijados y que cada vez se fabrica de forma más elaborada y con más complejos y alambicados adornos de chocolates y dulces de todo tipo. Los catalanes tienen un formidable sentido práctico de la vida, pero con un marcado sesgo cultural. Este año, en el que el 23 de abril ha coincidido con el final de la semana santa, es evidente lo que quiero decir: junto al regalo de la mona (postre que representa el sentido práctico de la vida), hemos tenido el día de san Jorge, en el que se regala tradicionalmente un libro y una rosa (toque cultural). De regreso a la ciudad, no he podido evitar entrar de nuevo en contacto con las noticias. En el ámbito internacional, Libia sigue donde estaba (en todos los sentidos), pero ahora al puzzle árabese añade Siria, que abre un nuevo e inquietante interrogante: ¿quién dará el primer paso, si es que alguien lo da, para imponer al líder sirio las mismas exigencias y condiciones que a Gadafi?. En el ámbito nacional, todo debe de seguir igual que la semana pasada, pues en la primera noticia con que me doy de bruces nada más comenzar el telediario de hoy, lunes, veo con sobresalto a la infatigable (aunque fatigosa) Cospedal, “exigiendo” al gobierno que impugne las listas de Bildu, so pena de poner en peligro el pacto antiterrorista. Esto demuestra dos cosas: que el PP sigue donde estaba hace unos días y donde ha estado siempre: en la incongruencia, la falsedad y el chantaje; y que pactar con el PP es una forma absurda de colocarse uno mismo una camisa de fuerza que acabará por ahogarte. En el ámbito local, constato con horror que los periódicos (y los partidos) ya han comenzado con el baile de las encuestas: porcentaje de votos; posibilidades de pactos poselectorales; victorias y derrotas... ¡Qué hartazgo y qué aburrimiento! Me confirmo en mi decisión de hace unos días de dosificar prudentemente la cantidad de esta pócima que mi organismo es capaz de digerir sin riesgo grave para mi salud física y mi sanidad mental. De momento, el único elemento noticioso que merece mi atención e interés es la entrega del Cervantes a Ana María Matute. Tengo que rescatar esta semana algún libro de la gran autora para entrar en materia. Martes por la mañana. La semana dicen que santa no es más que un recuerdo. ¡Ya estamos de nuevo metidos en harina! S.O.S. |
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