No me apetecía hablar de política, pero voy a hacerlo, si bien de forma tangencial, pues la anécdota que voy a referir tiene más que ver con comportamientos humanos (malos), cuando la visceralidad y el odio por el oponente político alcanza cotas preocupantes. ![]() Hasta hace algún tiempo, había un principio generalmente aceptado, según el cual las personas trataban de evitar la manifestación más o menos tajante de opiniones políticas o religiosas cuando hablaban con personas de quienes les constaban unas creencias o posicionamientos radicalmente contrarios a los suyos. Era una cuestión de buena educación, ni más ni menos. No es que no se pudiera hacer un comentario o una valoración personal acerca de un asunto muy concreto relacionado de forma más o menos directa con la política; pero las manifestaciones extremosas se evitaban con tacto y delicadeza. Y si, por circunstancias imprevistas, se producía una situación en que era inevitable la exposición de ideas muy contrapuestas, apenas expuestas éstas y acordada la diferencia de opiniones, se pasaba cuanto antes a otro tema menos conflictivo. De esta forma, era incluso posible que personas muy alejadas ideológicamente pudieran mantener un aceptable lazo de amistad entre sí, o al menos una cordial relación social. ![]() Me temo que en España, esta sana actitud puede tener sus días contados. La brutalidad vociferante con que los pregoneros de la derecha expresa sus críticas y sus acusaciones (justas y, sobre todo, injustas e injustificadas), el pábulo que se da a toda clase de injurias e imputaciones, están llevando a un sector muy importante (en número) de la sociedad española a actuar con desconsideración y falta de respeto, despotricando contra todo lo que represente una acción, una idea, una iniciativa del actual gobierno, o contra todo lo contrario, pues la crítica feroz así manifestada no necesita apoyarse en ninguna postura concreta: nace pura y simplemente de la aversión y la intransigencia. ![]() Viene a cuento todo esto de una conversación que acabo de mantener con una persona cuyo nombre omitiré por razones obvias, pero a quien conozco hace muchos años. Sin llegar a ser amigos íntimos, con esta persona y su pareja –a quienes a partir de este momento llamaré X e Y– hemos mantenido a lo largo de los años una buena relación llena de cordialidad y hemos compartido momentos muy agradables. Existía al principio una cierta coincidencia ideológica que, con el paso de los años y como consecuencia de diversas circunstancias y vicisitudes de su vida (incremento de nivel económico y social, creación de nuevas relaciones con personas pertenecientes a la derecha sociológica, búsqueda de posibilidades de “ascender” y relacionarse con la crème), se acabó convirtiendo en una pura disidencia. Esto, no obstante, no afectó demasiado a nuestra relación personal con X e Y. Se produjo un inevitable distanciamiento, pero no una ruptura. Las ocasiones en que nos encontrábamos, conscientes de las diferencias de opinión existentes entre nosotros, éramos capaces de mantener un tono de grata relación apoyándonos en las cosas que nos unían y dejando a un lado respetuosamente las que nos separaban. Hasta hoy. ![]() Mi última conversación con X ha sido lamentable y desagradable, y si no ha llegado a un punto de no retorno (que me temo que se acabará produciendo) ha sido porque, en un momento dado, he podido cambiar el rumbo de la conversación, mejor dicho, del monólogo. Apenas traspasada esa primera fase de saludos y cordialidades varias, X ha aprovechado la coyuntura de haber mencionado yo mi feliz jubilación para arremeter contra el gobierno –algo para lo que entiendo que tiene derecho, aunque no le concedo el sentido de la oportunidad, pues no venía a cuento– a cuenta del reciente acuerdo social sobre las pensiones, siguiendo por la evidente desvergüenza de todos los políticos –socialistas, claro– y condenando la inoportunidad de la ley antitabaco, etc. ![]() Lo peor no eran las supuestas críticas expuestas, que en tono razonable podrían defenderse aportando argumentos. Lo peor era el tono. Lo reprobable eran los insultos, descalificaciones y ofensas lanzados, que denotaban un odio hondo, un odio que salía de lo más profundo de las vísceras. Lo inaceptable era que, conociendo mis puntos de vista, estaba lanzando las frases condenatorias, los insultos como si fueran dardos envenenados. Pero iré más lejos. No creo que esta persona tratase realmente de herirme a mí, personalmente. Es que me estaba ignorando; es decir, apartaba de un manotazo mis ideas, mis convicciones y mis creencias. Esta persona ha llegado a borrar de su conciencia que hay gente como yo (como tantos miles), cuyos planteamientos vitales son radicalmente distintos de los suyos. No existimos. ![]() Este es el punto fundamental de mi reflexión. Esta persona es una imagen perfecta de la conducta de la derecha de este país. No trato ni de meter en el mismo saco a todas las personas con una ideología conservadora ni de defender a “todos” los políticos de la izquierda (la supuesta o la real). Simplemente, hay un hecho comprobado, y uno no tiene más que dejar abierto el oído en la calle, en el autobús, en la cola de la panadería, en el quiosco de la prensa: la derecha, mayoritariamente, está crecida; mejor dicho, está agigantada. Y no es eso lo malo. Lo malo es que esa absurda convicción de tener el triunfo en la mano les lleva, al menos a una gran mayoría, a vociferar sus opiniones de forma insultante. La violencia verbal de la prensa de derechas; la agresividad de los ataques personales en los medios e incluso en el Parlamento; las mentiras indemostrables lanzadas por los líderes de la derecha sabiendo que el momento actual hace que el país sea campo abonado para que prospere cualquier injuria o cualquier calumnia…, todo ello contribuye a crear un clima por momentos irrespirable. Y que no me pidan que adopte una postura equidistante. ¡Me niego! He expresado en más de una ocasión mi escasa simpatía por el sistema actual de partidos. Y me ratifico en mi postura. Algo distinto es que me quieran forzar a aceptar que, sociológicamente, la gente de izquierdas y la gente de derechas, en términos generales, son iguales. ¡Lo rechazo categóricamente! Nuestra derecha política, salvando honrosas excepciones, que las hay, es franquista y cavernícola. Y para curar ese mal en nuestro país, hace falta algo más que una transición política. Hace falta una transformación educativa profunda…, y que pasen otras dos generaciones. O sea, ¡paciencia y barajar! |
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April 2022
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