La Humanidad realizó una dura travesía de 22 siglos, desde la edad dorada de la democracia ateniense, época que vino a durar dos centurias, hasta la llegada de las nuevas democracias liberales en el siglo XIX. Para el común de los mortales, fueron 22 siglos dominados, en mayor o menor grado, por oscurantismo, ausencia de libertades, fanatismo, persecuciones, sometimiento a la voluntad tiránica de reyes, nobles y prelados, amén de guerras, hambrunas y enfermedades. En algunos lugares y en algunos momentos pudo producirse algún asomo de suavización de esas condiciones de vida, pero siempre fueron rayos de luz pasajeros. Añadiré que, a pesar de tan nefastas condiciones, hombres y mujeres de distintas épocas – estas últimas en la medida en que el imperante y brutal dominio machista se lo permitió– fueron siempre capaces de dar muestra de su inmensa riqueza creadora, dejando para la posteridad maravillosas obras literarias, musicales, pictóricas, arquitectónicas, y ofreciendo destellos de una grandeza que no eran don divino, sino fruto de su capacidad creativa, que ni el oscurantismo religioso ni el despotismo político fueron capaces de anular.
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