EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Visto y oído hoy

30/1/2011

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Visto
Seamos creyentes, agnósticos, ateos o, simplemente, indiferentes, es evidente que nuestra vida social está saturada de actividades y acontecimientos que tienen su origen en la religión.  Y también nuestro idioma (“sabe Dios…”, “¡ojalá!”, “¡por Dios!”, “no quiera Dios”, “señor, señor… ¡qué cruz!”, “¡la madre de Dios, qué bestia es este tío!” “¡anda, la hostia!”…).  A título personal, yo, que me muevo constantemente entre el agnosticismo, el ateísmo y la indiferencia, según me pilla el cuerpo y el estado de ánimo, no doy demasiada importancia a esa impronta religiosa en mi entorno vital: está ahí, y nada más.
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No me molesta en absoluto que haya una serie de fiestas locales o, incluso, nacionales que lleven el nombre de un santo, una virgen o una conmemoración de naturaleza religiosa (en el caso de España habría que reducir este último concepto a “naturaleza católica”). Después de todo, el catolicismo ha conformado la esencia y el devenir históricos de España. Y respeto profundamente que quien la tenga, viva su fe de forma consecuente.
Ahora bien, otra cosa es que la manifestación de esa fe y sus correspondientes ritos y liturgias se trasladen “en vivo y en directo”, como se dice ahora con esa expresión estúpidamente redundante, al ámbito público. Ahí no sólo discrepo, sino que me pongo de uñas y, en ocasiones, de bastante mala leche.  ¿Acaso no constituye un espectáculo bochornoso, en pleno siglo XXI y en un país supuestamente laico, escuchar al  presidente de Galicia y al rey entonar (leer) la famosa ofrenda al apóstol Santiago –por cierto, con unos textos que son capaces de hacer enrojecer de vergüenza ajena a cualquier persona con un mínimo sentido del ridículo–, o escuchar el absurdo debate que se produjo en relación con el rendimiento de “honores militares” a la hostia consagrada en la fiesta del Corpus en Toledo, por poner sólo dos de los más conocidos ejemplos?
Viene esto a cuento de la foto, que reproduzco, con la que Heraldo de Aragón informa de los actos celebrados ayer en la ciudad de Zaragoza, mi ciudad, para honrar a su patrón, San Valero, el rosconero. Hago un inciso para afirmar que este último y pastelero título sería suficiente para unir en la celebración del día de la ciudad a todos los zaragozanos, creyentes o no, pues los roscones de Zaragoza, con o sin nata, con su intenso aroma a agua de azahar, son el acompañamiento más sabrosos que pueda imaginarse para tomar un buen café con leche o un chocolate calentito y espeso, como mandan los cánones. Ahora bien, ¿por qué tiene que disfrazarse el alcalde de la ciudad para participar, en tanto que representante del consistorio y por tato de todos los zaragozanos –católicos, musulmanes, budistas o ateos–,  para participar en la procesión y en la “celebración de la eucaristía” en la basílica del Pilar, portando en la mano la vara de mando? Vaya en buena hora el señor alcalde al Pilar, y confiese, rece y comulgue con recogimiento y devoción, pero hágalo a título personal y no en representación de la ciudad ni de los zaragozanos, entre los que  nos encontramos muchos que somos ajenos a estas zarandajas devotas.  Claro que si hace ahora casi dos años el señor Belloch ya propuso dedicar una calle al nada preclaro Escrivá de Balaguer, fundador de la secta ultraconservadora del Opus Dei, con escándalo de miles de aragoneses, su exhibición católico-rosconera no debe extrañar a nadie. Pero, seamos honestos, ¿qué dirían muchos (la inmensa mayoría) de los que hoy no entienden que estas muestras de fervor católico en sus representantes políticos sean rechazables si vieran a éstos, en el desempeño de su función representativa, rezando en una mezquita, quemando incienso como ofrenda a Buda o haciendo una pública defensa y alabanza del ateísmo en una conferencia filosófica? Seguro que entonces se rasgaban las vestiduras, fueran éstas sotanas, hábitos o impolutos ternos.

Oído

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Escuchaba esta mañana la radio y oí a uno de esos tertulianos (entre otras profesiones lucrativas) que amenizan y dan lustre a nuestras mañanas, tardes y noches radiofónicas y televisivas decir algo así: “Es que la noticia se extendió rápidamente gracias al boca a oreja”. Ya había yo escuchado anteriormente a un ínclito ejecutivo empresarial –la mejora de cuya capacidad de comunicación escrita me había encargado su empresa que lograse–, defender que eso, “el boca a oreja”,  era lo correcto, y no “de boca en boca”, como dice la gente que no se para a pensar y carece de preparación (en palabras del ínclito ejecutivo). Aunque cuidé mucho mis formas con el ínclito ejecutivo, por aquello de que se puede decir lo que uno piensa sin necesidad de ofender, le hice ver, con una breve explicación, lo erróneo de su opinión. Añadiré que me temo que perdí el tiempo. 
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Es evidente que cuando se dice que algo se extiende “de boca en boca”, estamos utilizando una imagen muy plástica para dar a entender la rapidez y la amplitud de cobertura que tiene esa comunicación. Porque, permítaseme la obviedad, son las (numerosas) bocas las que transmiten el dato informativo, el chisme, la nueva o el cotorreo. Todo sonido articulado emitido por una boca tiene necesariamente como destinatario una oreja (o mejor dicho, dos orejas en perfecto equilibrio y sincronización). Por lo tanto, decir que algo se transmite “de boca a oreja”, además de una simpleza es una evidente redundancia conceptual. Pero alguien, probablemente una persona con cierto grado de reconocimiento social (algo que hoy no resulta demasiado difícil), tuvo la feliz idea de lanzar un día esta nueva expresión como si fuera un auténtico hallazgo lingüístico. La frase tuvo éxito y ahí estamos ahora ante una legión de personas repitiendo con convicción esa pequeña estupidez.
Esto tendría mayor o menor importancia, si no fuera porque el lanzamiento, la aceptación y posterior divulgación generalizada de otros errores –parecidos y peores– es una constante que está causando pequeños estragos en nuestra hermosa lengua. Decía mi admiradísimo Lázaro Carreter que, cuando él era joven, “de la demostración de un mal uso o desconocimiento de la lengua se derivaba un descrédito social, mientras que hoy eso no genera ninguna crítica”. Tenía razón el gran maestro. Hoy nadie se sorprende (no digo ya que nadie se indigna) viendo los brutales errores gramaticales que pueden encontrarse en textos escritos por estudiantes universitarios.
La lengua es algo vivo: cambia, se modifica, evoluciona, adquiere términos nuevos, deja otros olvidados porque quedan obsoletos… Hasta ahí, estoy plenamente de acuerdo. Incluso entiendo que se produzca una cierta colonización del español con términos ingleses, pues los avances técnicos se producen con tal rapidez que no habría tiempo de ir buscando neologismos en español para dar respuesta a tales imparables avances. Aun así, siempre que puedo, digo que he enviado un mensaje por correo electrónico, en vez decir que lo hago por e-mail, por poner un ejemplo.
Lo que me saca un poco de quicio es ver el deterioro que se está produciendo en nuestra lengua como consecuencia de los lamentables ejemplos lingüísticos a que nos someten los medios de comunicación, que, nos guste o no, siguen siendo para la mayoría de la gente modelo de corrección en la forma de hablar y escribir. No querría singularizar en una sola profesión, pero afirmo con total convencimiento que muchos periodistas (no todos, afortunadamente, pero sí una legión de presentadores-redactores y corresponsales al pie de la noticia), la mayoría de los políticos y un altísimo número de empresarios y ejecutivos, en una palabra, las personas a quienes con más frecuencia se les pone un micrófono ante la boca, tienen una formación lingüística muy deficiente. Además, o no les importa o no son conscientes de su carencia. Y, para colmo de males, no parece que esto tenga remedio. Por eso, es inevitable que, dada la rapidez e inmediatez con que los medios llegan hasta el último rincón del país, el mal se extienda inexorablemente cual si fuera un virus.
Me pregunto a quién correspondería poner remedio a semejante situación.
Si es que la tiene…


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