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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Y dios movió la tierra

12/5/2011

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Hace ocho días exactamente, comíamos con unos amigos en Lorca, de camino a Águilas. Yo no creo en esas zarandajas del destino; creo en las coincidencias y las casualidades.  Si el terremoto se hubiera adelantado unos días, o si hubiéramos tenido nuestra cita de Águilas unos días más tarde, nos habría pillado el sismo comiendo unas deliciosas verduritas a la plancha de la huerta murciana. Todo es cuestión de buena o mala suerte en un momento determinado.
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La trágica noticia de Lorca me ha sugerido unas cuantas ideas sobre las que he estado reflexionando esta mañana.

La primera –muy obvia– es que estos acontecimientos, que pese a ser absolutamente “naturales” causan tanta pesadumbre, aportan cierto grado de proporcionalidad a los demás hechos que suceden a nuestro alrededor. Cuando la enfermedad o la muerte ponen su punto de mira en nuestro entorno familiar, nuestra reacción inmediata es valorar las pequeñas cosas que nos rodean y que normalmente tendemos a subestimar. A eso lo denominamos “dar a las cosas la importancia que tienen en realidad”. 

Con los desastres naturales, ocurre lo mismo. Viendo lo ocurrido ayer en Lorca –casas derruidas, familias enteras deambulando sin rumbo por la ciudad con la mirada perdida, recuerdos de vidas enteras enterrados bajo los escombros, rostros de dolor…–, los demás sucesos –nacionales o internacionales– no sólo perdían su habitual importancia, sino que sonaban absurdos, nimios, inoportunos… La inoportuna decisión de Dinamarca de restablecer el control en sus fronteras parecía, de repente, una miserable decisión política de tamaño liliputiense. La celebración estruendosa del triunfo liguero del Barcelona estaba fuera de lugar. Los actos de campaña electoral –hoy cancelados en un gesto de “magnanimidad” política–sonaban incluso obscenos.  La entrega a la virgen de la Almudena de la Copa del Rey realizada por la plantilla en pleno del Madrid, después de llevársela con una camiseta firmada a la señora Aguirre, en condiciones normales habría sido un acto ridículo (para qué carajos querrá una virgen la Copa del Rey; la señora Aguirre sí, es marketing del bueno), pero en medio del sufrimiento y la catástrofe de Lorca constituía un insulto a la inteligencia y al buen gusto… Para qué seguir…
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Muerte, dolor...
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Júbilo inoportuno...
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Memez y mercadotecnia política
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La segunda reflexión tiene que ver con los propios fenómenos (desastres) naturales. Tenemos una relación poco sana con la naturaleza. Quizás debería decir que es una relación inadecuada. Por un lado, la maltratamos y abusamos de ella constantemente. La llamamos “madre naturaleza”, pero no la respetamos. Me recuerda la naturaleza a esas madres –las hay– cuyos hijos son unos auténticos chulos de putas y abusan de ellas, les sacan todo el dinero que tienen, las insultan, les pegan y acaban con su vida. La diferencia es que la naturaleza tiene peor carácter y menos paciencia que esas madres sufridoras (entre otras cosas porque no es una madre). En cambio, cuando nos ponemos poéticos (cursimente poéticos, quiero decir), convertimos a la naturaleza en una cortesana adornada de todas las bellezas, le dedicamos odas, arias, sonatas, sonetos (hasta con estrambote), y nos olvidamos de que la belleza de un ocaso (del que a mí me gusta disfrutar, por supuesto) no es sino el resultado de una serie de fenómenos de reflejo y refracción de la luz, y que muchos de los hermosos colores que vemos en el cielo son el resultado de la suciedad o la turbulencia de la atmósfera. La naturaleza (la Tierra) no es ni una madre doliente ni una cortesana enjoyada. Es una esfera que flota en medio del espacio cósmico con unos comportamientos (terremotos, maremotos, sunamis, sequías, tornados, ciclones) que no tienen nada de románticos ni de divinos. Responden a unas leyes que nosotros (o sea, los seres humanos) no regimos; a lo más que podemos aspirar es a no cabrear demasiado a los elementos que causan los desastres).

Mi tercera reflexión es la del oportunismo político en todo momento y situación. Entiendo que en Lorca tuvieran que estar presentes los responsables políticos de las áreas o departamentos implicados en las tareas de apoyo, limpieza, desescombro, sanidad, protección civil… No me parece mal que la gente quiera mostrar su afecto, su proximidad y su deseo de ayudar a los afectados por el desastre, pero ¿realmente la presencia de líderes políticos a mansalva sirve de algo? ¿O es que tienen que ir a hacerse la foto de rigor? ¿Comparten realmente el pesar, las incomodidades, la angustia, la falta de alimentos con los damnificados, o van allí, charlan un rato con algunas personas, se hacen la foto y luego se van a un restaurante de Murcia a comer? Prefiero no personalizar dando nombres y dejarlo en una mera sospecha colectiva.
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Mi cuarta reflexión fue fruto de una imagen: la caída del campanario de una iglesia. ¿Era un aviso del dios católico a quien estaba dedicado el templo por la maldad de todo un pueblo al que ha querido castigar en su conjunto, como hizo con Sodoma y Gomorra? ¿No hablan los cristianos (y los musulmanes) constantemente de un dios bondadoso, misericordioso, omnipotente y protector? Pues menos mal que tiene misericordia, que protege y que tiene todo el poder, que si no…  ¿A qué viene ahora la misa que quiere celebrar el obispo de Cartagena, a la que van a asistir los príncipes de Asturias? ¿Darle las gracias por el terremoto? ¿Pedirle que tarde muchos años en mandar otro? ¿Son los terremotos fenómenos autónomos de la voluntad de ese dios (y de otros dioses), puesto que parece que nos los controla(n)?

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Y dios movió la tierra bajo sus pies y la campana cayó del campanario
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