EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Enfoques y opiniones

de un homo civicus

Zapatero, a tus zapatos

1/3/2011

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Siempre me gustó esta expresión desde que era niño. Quizá influyera en ello el hecho de que mi abuelo materno era zapatero –de zapatos a medida y de remiendos, que en la España de la posguerra uno no podía andarse con tiquismiquis si quería sacar adelante  decentemente a una familia–, pero lo cierto es que me gusta cómo suena y lo que significa. Esto, no obstante,  sin llegar a adoptar la postura elitista de exigir que sólo los (supuestos) “expertos” puedan emitir opiniones sobre un tema cualquiera. Ni siquiera el escultor Apeles, presunto autor de la expresión, la utilizó a la primera de cambio, cuando el zapatero  que tenía su taller cerca del ágora le criticó la falta de realismo de la sandalia que portaba el personaje de una de sus esculturas. Fue a la segunda ocasión, cuando ya Apeles había aceptado la crítica y corregido el defecto, y el zapatero, animado por el éxito de su primer comentario, se atrevió a criticar otros aspectos en los que no intervenía el calzado. Ahí Apeles ya no pudo contener su amor propio y le soltó la frase de marras, con toda razón.
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En nuestros días, hay muchos zapateros que no se contentan con emitir opiniones, dictámenes y frases sentenciosas sobre temas que nada tienen que ver con el calzado, asunto de cuyos secretos artesanales algunos son maestros. Sé que quizás me repito al hacer esta afirmación (aunque nuestra vida es una permanente repetición de frases, acciones y actitudes), pero no hay más que conectar la radio o la televisión cualquier día de la semana y cualquier semana del mes y cualquier mes del año, para comprobar la cantidad de gente que opina ”de todo” con un aplomo y con una hipotética solvencia que en absoluto se compadece con sus reales conocimientos. Y aun en este punto debería matizar, pues no quiero que interpretéis mis afirmaciones con lo que no es su intención significar (o sea, que no quiero que agarréis el rábano por las hojas). Cualquier persona puede opinar sobre lo que le venga en gana, faltaría más. Pero en privado, y siempre que no trate de dar lecciones a quien sabe más que él sobre el tema de que se trate. Hacerlo en público es derrochar atrevimiento, cuando no  memez, y si es, encima, cobrando, desfachatez.

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En nuestro país abundan los atrevidos, los memos y los desfachatados. En unos casos, dan sonora noticia de su existencia de forma involuntaria, bien es verdad. Para brindarles la oportunidad están los medios de comunicación. En otras ocasiones, son ellos mismos, los zapateros de turno, quienes llaman la atención de los medios para dejar constancia de sus atrevidas e intemperantes opiniones.

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Un ejemplo del primer caso, es decir, de alguien a quien los medios le han empujado a hacer de zapatero, lo tenemos en Fernando Alonso, magnífico chófer (persona que, por oficio, conduce un automóvil, según la RAE) de carreras (o, por ser más exactos, de Fórmula 1). Aprovechando una rueda de prensa celebrada por algún asunto relacionado con las carreras de coches, un avispado periodista (no sé de qué sexo) le preguntó su opinión acerca de la decisión del gobierno de reducir a 110 km/hora la velocidad máxima permitida en las autovías. La pregunta sobraba, pues la opinión de Alonso a este respecto carece por completo de pertinencia. Es tan irrelevante preguntar a Fernando Alonso sobre este asunto para darlo como noticia televisiva, como lo sería preguntarle a Rubalcaba acerca de la conveniencia de parar en boxes para cambiar los neumáticos en caso de que, a mitad de carrera, empiece a llover. Fernando Alonso dio una respuesta estúpida. No dijo que ese asunto le correspondía decidirlo al gobierno, y punto. Tampoco se limitó a decir que a él la medida le parecía innecesaria, si es que es eso lo que piensa. Lo peor fue la explicación que dio para explicar su disconformidad: conducir por una autovía a 110 km/h puede provocar atascos (¿por qué?) y, a los conductores, sueño (se supone que por aburrimiento). Fernando Alonso estuvo torpe y dejó escapar una oportunidad de dar una respuesta acorde con su personalidad de joven deportista respetuoso con las normas de conducción. Demostró falta de madurez para saber reaccionar de forma oportuna ante preguntas incómodas, y entró al trapo. Pero el gran fallo estuvo más en los medios que en él. Primero por la memez del periodista (o la periodista) que le planteó la pregunta. Segundo, y más grave, por la necedad del responsable de redacción de la cadena de televisión (yo lo vi en TVE 1) que lo dio en el Telediario como noticia de interés.

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En cuanto al segundo caso, el de los zapateros que opinan sobre asuntos ajenos a sus zapatos, tenemos el ejemplo de las declaraciones de Rouco Varela, el renovado líder de los obispos españoles, en relación con las redes sociales.  Que a Rouco no le gustan las redes es algo archisabido; si no que se lo pregunten a la monja que expulsaron del convento el otro día por “navegar” demasiado. Pero dudo mucho de que el señor arzobispo tenga un conocimiento profundo y real de la presencia y la importancia de las redes sociales entre los jóvenes de todo el mundo. Las inconexas y absurdas declaraciones de Rouco me han hecho reír al recordar el viejo chiste del vasco que vuelve de misa y su mujer le pregunta de qué ha hablado el cura en el sermón. “Del pecado, pues.” “Pero ¿qué es lo que ha dicho del pecado, hombre?”, insiste la esposa. Y la lacónica respuesta del marido es: “Que no era partidario, oyes.” Pues bien, Rouco Varela  no es partidario de las redes sociales. ¿Por qué? He aquí, sucintamente, algunos de sus argumentos.   1 Porque propician una estilo de vida "virtual" y vacío de encuentros y relaciones verdaderamente personales.  Cuidado, señor Rouco, que no hay nada más virtual que la propia idea de Dios y la vida eterna. En cuanto a la afirmación de que no propician encuentros y relaciones “verdaderamente personales”, por un momento he tenido la sensación de que al señor arzobispo se le ha ido la pinza y está proponiendo a los jóvenes que tengan “relaciones más reales”, o sea, más físicas, o sea, ¿más sexuales?  2 Porque los  jóvenes están expuestos a la influencia desorientadora del relativismo y de una actitud guiada por la indiferencia hacia el bien. Me parece que el señor líder episcopal hace un uso tramposo del idioma y de los conceptos. No sé qué relación puedan tener las redes sociales con el relativismo (que en sí mismo tampoco es necesariamente malo, sino una mera posición filosófica). Las redes sociales fomentan la aceptación de que en el mundo existen muchas posibles opiniones, posturas y convicciones, todas ellas igualmente válidas, y que en el respeto y la aceptación de todas ellas radica la libertad y el respeto a la persona, sin entrar a dilucidar y debatir si hay o no hay verdades universales que puedan y deban ser aceptadas por todos. A Rouco y sus colegas les gustaría la imposición de sus verdades universales. La segunda parte de su afirmación, la que hace referencia a “actitudes guiadas por la indiferencia hacia el bien” me parece pura palabrería tramposa. No hay nada en las redes que reduzca, ahogue o anule el sentido del bien. Más bien al contrario, señor Rouco. En ningún otro lugar de la sociedad –desde luego no en su iglesia– se producen y se intercambian tantas iniciativas sociales a favor de la paz, el medio ambiente y la defensa de los derechos humanos como en las redes sociales. El señor Rouco se ha quedado probablemente en la epidermis de los intercambios picantes de contenido más o menos sexual…, ¡como siempre! ¿Recordáis los que estáis próximos a mi edad y practicasteis el catolicismo y sus ritos, de grado o por fuerza , la típica pregunta del confesor cuando dabas por terminada la retahíla de pecados: “Hijo, has pecado contra el sexto mandamiento? ¿Has tenido pensamientos impuros? ¿Has realizado tocamientos pecaminosos?”  Estaría muy bien que el señor Rouco y sus sacerdotes –desde el púlpito o desde las páginas de sus revistas parroquiales o episcopales– les hablaran a sus fieles de la santidad, del amor al prójimo, de las obligaciones de todo católico, en fin, de sus cosas, pero hablar de las redes sociales con pretensiones teológicas es hacer lo del zapatero de Apeles: criticar cosas de las que no se tiene ni idea.

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De nuevo, en este caso, tan culpable como el señor arzobispo son los medios de comunicación. ¿Desde cuándo constituye  una noticia de interés social conocer la opinión de un arzobispo católico –o de un pastor mormón o un rabí judío o un imán musulmán– acerca de las redes sociales? Si al menos convocara una rueda de prensa que permitiera, mediante preguntas inteligentes, contrastar sus conocimientos y sus intenciones reales…, ¡todavía! Pero lo malo de nuestra prensa y nuestros medios es que siguen enviando sus unidades móviles y gastando (en el caso de RTVE) dinero del contribuyente para recoger declaraciones vacías, carentes del menor interés y, por consiguiente, perfectamente prescindibles.
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