EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Idas y venidas

de un homo viator

Buenos Aires, sin más

21/11/2010

 
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Buenos Aires, de entrada, no causa sorpresa. Es una ciudad que va destapando su identidad, sus rincones, sus peculiaridades y secretos, poco a poco, sin producir sobresalto. Y sus rincones y secretos son múltiples y variados. Pero, en  un primer momento, todo lo que uno va viendo suena familiar, como algo ya visto y, sobre todo, “ya oído”.
Cuando escribo estas líneas estoy ya de regreso en Madrid. Quiero cerrar este largo recuento de nuestro viaje explicando cuál ha sido mi impresión global de Buenos Aires (no digo de Argentina, porque conocer la capital no significa en absoluto conocer el país; más bien todo lo contrario).

Primer contacto: San Telmo

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Nos habían dicho que no debíamos dejar de ver la “feria” de San Telmo (entiéndase feria con el sentido de “rastro”). Y tenían razón. San Telmo es un bonito barrio popular en el que, los domingos, se instala un rastro interesantísimo de arte, antigüedades, artesanía y, por supuesto, baratijas, como en todo mercadillo que se precie. Pero en San Telmo hay artesanía muy digna a buen precio; hay arte variado –bueno, menos bueno y francamente malo, o sea, que ya no es arte–, vendido por los propios artistas a precios muy inferiores a los que se vende su obra en lugares como Buenos Aires Design (esto lo pudimos comprobar personalmente); y hay antigüedades de todos los precios y calidades, aunque para éstas, es preciso disponer de tiempo a fin de ver, comparar y negociar, pero se puede encontrar alguna que otra ganga si uno es un avispado buscador de gangas.

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El mercado de San Telmo está rodeado por una gran variedad de restaurantes, tabernas y cafetines llenos de sabor tradicional, de turistas… ¡y de ruido! Tomamos un estupendo matambre en el Café de la Feria contemplando la variada fauna que entra y sale del establecimiento. La música suena por todas partes y las mesas se desalojan y se vuelven a ocupar incesantemente. Muchos vendedores tratan de atraer compradores utilizando todo tipo de ingeniosos recursos (principio de la mercadotecnia), por ejemplo, disfrazándose de las formas más variopintas, con pelucas amarillas, faldones de colores, narices de payaso, enormes tetas de plástico… el caso es llamar la atención y lograr que el comprador potencial se aproxime; el resto corre de su cuenta: labia no les falta…

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En un rincón de la plaza de San Telmo, una pareja veterana baila tangos. Deben de llevar toda la vida haciendo lo mismo en el mismo lugar. Él, casi setentón, mira a la piba (casi setentona también, teñida de un rubio escandalosamente falso y con los labios de un carmín encendido) de arriba abajo con el rabillo del ojo, como perdonándole la vida, con el chaleco bien abrochado y apretado en la cinturilla, el sombrero ladeado y la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, con gesto achulado. Bailan, y lo hacen bien, como de memoria. El público aplaude, suenan monedas y caen billetes (de no más de 5 pesos) en la cestita colocada al efecto.Luego, alguna que otra mirona atrevida le pide al bailarín que le enlace el talle y baile con ella. Eso tiene su precio (10, 20, 30 pesos, dependiendo del entusiasmo con que el maestro elogie las más que dudosas dotes que para el tango muestre la espontánea), y la cestita se va llenando para satisfacción de la rubia oxigenada, que aprovecha las lecciones que da su morocho para descansar despatarrada en una sillita baja y sonreír displicente ante la mujer que le ha robado el abrazo del bailarín.

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A la salida del mercado, una orquesta tradicional de tangos toca en la calle y anuncia su actuación para esa misma noche en una sala de espectáculos cercana. Cuatro bandoneones, piano, violín y dos guitarras inundan el barrio con sus notas desgarradas. Suenan de maravilla y apetece quedarse toda una tarde escuchándolos. El cantante es un chico joven con una voz preciosa. Se nota que ha estudiado canto. Modula las frases con elegancia y el público se muestra entusiasmado. Venden CD con sus grabaciones y, por supuesto, me llevo dos (previo pago, naturalmente).
San Telmo queda como el recuerdo de una tarde muy grata para inaugurar nuestra breve estancia en Buenos Aires.

El Tigre. Paseo por el delta

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Uno no puede dejar de visitar El Tigre y cualquiera que haya estado en Buenos Aires estará de acuerdo con toda seguridad. El modo mejor y más barato para ir es en tren. Es el mejor método porque en el recorrido se van viendo numerosas barriadas de muy distinto pelaje y condición social; es el más barato porque el transporte público en Argentina lo es. Se debe tomar el tren en la estación de ferrocarriles de Retiro y llegar hasta Mitre (el billete de ida y vuelta cuesta unos 2 ó 3 pesos). Este tren, que constituye un transporte habitual sobre todo de las clases trabajadoras, está viejo y sucio, pero la experiencia vale la pena. En Mitre se toma otro tren, este mucho más moderno y limpio, conocido como “tren turístico de la costa”, que termina en El Tigre. El billete de ida y vuelta cuesta alrededor de 6 pesos, y el viajero puede, como sucede con los autobuses turísticos, bajar en cualquier parada del recorrido y volver a subir más tarde.Desde que subimos a este tren turístico, vemos cómo cambia el paisaje urbano, que da paso a viviendas unifamiliares grandes, modernas, con amplios jardines y generosas zonas deportivas. Conforme nos acercamos al Canal y a la zona del delta, de nuevo el entorno urbano se degrada para dar paso a algunas infraviviendas.

Desde aquí voy a dar un consejo a quien pueda leer estas líneas y tenga intención de visitar Buenos Aires. No se debe contratar el paseo en barco en la propia estación; hay que acercarse al muelle, y ver y comparar ofertas de las distintas compañías que realizan paseos por el delta. Y nunca se debe escuchar y contratar los servicios de un matrimonio que tiene un pequeño quiosco (boat excursions) en la estación. Él se llama Fernando, dice ser asturiano llegado a Argentina a los dos años, tiene mucha labia, es simpático, pero es un farsante. Nosotros caímos en el engaño y contratamos el paseo en su zodiac.  No es que no diéramos el paseo por el delta; lo dimos y fue muy bonito, pero, aparte de que el precio que nos pidió fue exagerado (compartimos el paseo con una pareja vasca encantadora), desgranaré alguna de las sorpresas que nos tenía deparadas el ínclito Fernando, tras desaparecer y dejarnos en manos de un zodiaquero (si se me permite el término). 1. Nos aseguró que en el río, con la zodiac no hay problema de salpicaduras de agua.  ¡¡¡Mentira!!! Cuando se atraviesa el río Paraná al entrar en la segunda sección del delta, hay olas como en el mar, ¡y acabamos calados! 2. Nos aseguró que podríamos decidir dónde y cuándo parar a comer en una de las diversas parrillas que hay en las islas. ¡¡¡Mentira!!! Tenían ya planeado que llegásemos a una hora tardía a un lugar donde, en una casa vieja, sucia y sin condiciones sanitarias de ningún tipo, el "zodiaquero" pensaba hacernos él mismo una carne a la parrilla. O sea, era una auténtica encerrona que tienen perfectamente planeada para sacar más dinero a los incautos. Nos negamos en redondo a quedarnos allí, y la conclusión fue que no pudimos comer nada en todo el día hasta la hora de cenar.  3. Apenas salíamos de la casa de los horrores, la zodiac se quedó sin combustible en medio del río. La hija del barquero, que tenía su casa allí mismo, vino en nuestro auxilio en barca y nos trajo cinco litros de combustible. Pero no fue suficiente y a mitad de camino de regreso, nos volvimos a quedar tirados. Esta vez, nuestro sublime barquero tuvo que amarrar el bote e ir caminando hasta el surtidor. Y nosotros tuvimos que esperar casi una hora. ¡¡¡Si alguien llega a ir a El Tigre y encuentra al “asturiano” Fernando, dueño de la “empresa” de zodiacs, por favor, que le diga de mi parte que es UN HIJO DE LA GRAN PUTA!!!
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Pese a todo, debo decir que navegar durante cuatro (casi cinco) horas por el delta delos ríos Paraná, Uruguay y La Plata es toda una experiencia. La población de El Tigre es de dos tipos: los isleños, que habitan en la zona todo el año y que sufren unas condiciones de vida tremendamente duras, pues cada año hay un momento en que el nivel de las aguas sube más de un metro (las casas están todas asentadas sobre pilotes) y les deja los jardines y las huertas anegados (cuando baja el nivel del agua, todo lo que queda es una montaña de barro que hay que limpiar), y los que tienen una casa para ir de vacaciones o para alquilar a turistas. La única forma de moverse por el delta es en barco, pues no hay carreteras ni caminos interiores. Las tiendas son barcazas que se desplazan por los ríos y se acercan a los embarcaderos –cada casa tiene el suyo propio– a vender sus mercancías. Los niños van al colegio en barco, y los mayores lo hacen directamente en kayak.  Hay casas humildes, viejas y desvencijadas, modernas, de diseño, espectaculares, clásicas y vulgares, grandes y pequeñas, pero hay que reconocer que la belleza del conjunto es innegable, sobre todo por lo que tiene de espectacular y peculiar.  Como dato curioso, nos cruzamos incluso con un viejo barco de carga que debió haber ido al desguace y que, en vez de eso, ha sido “okupado” y vive en él una comuna de chicos jóvenes dedicados a la elaboración de artesanía, o eso dicen…

Puerto Madero: modernidad y estilo

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Hay que pasar una mañana y almorzar (o una tarde y cenar) en Puerto Madero. Lo que se ha hecho en esta antigua zona de viejos almacenes es algo muy parecido a lo que se ha hecho en Londres con los docklands o lo que han hecho en Melbourne en el South Bank. Se han aprovechado unos edificios sólidos y feos (y carentes ya de su anterior utilidad) para reconvertirlos en una moderna y atractiva zona de ocio. Al otro lado del río, que cruzan varios puentes –entre ellos el modernísimo y elegante puente de las Mujeres–, han construido modernos edificios que alojan oficinas, bancos y sedes corporativas de importantes empresas internacionales. De paso, se puede realizar una curiosa visita al Buque Fragata “Presidente Sarmiento”, que está anclado en el centro de Puerto Madero y ha sido convertido en museo.

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La librería El Liceo

Una visita a Buenos Aires quedaría muy empobrecida si no visitásemos esta impresionante librería situada en la Avenida de Santa Fe 1880, muy cerca ya de la avenida 9 de Julio.Las fotos que incluyo más abajo dan cumplida idea de lo que encierra este lugar emblemático de la capital bonaerense, aunque quizás el aspecto más destacable es la actitud de las personas que frecuentan la librería. Los clientes habituales (y los turistas) van allí a comprar libros, por supuesto, pero también, y es lo más llamativo, a “estar entre libros””, a deambular por entre los cientos de estantes, a sentarse a hojear, si no a leer tranquilamente sentados en los numerosos asientos, algunos de ellos en las pequeñas plateas de lo que fue el teatro del Liceo. Y lo que en tiempos fue el escenario, es hoy una tranquila y acogedora cafetería donde llama la atención el silencio que reina en ella, como si fuera un homenaje al dios libro.

La Boca –
Caminito que el tiempo ha borrado…

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¿Podría decirse que una visita a Buenos Aires está completa si no se visita Caminito? Evidentemente, no. El problema es llegar a las dos o tres calles que hoy, gracias al turismo, se salvan de la tremenda degradación urbanística y social que sufre el barrio de La Boca, hasta el punto de que todo el mundo en la capital advierte al visitante del peligro de aventurarse por él a pie, sobre todo a partir de ciertas horas.
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A finales del siglo XIX y principios del XX, el barrio de La Boca era el lugar de llegada a la Argentina de los barcos que traían inmigrantes, sobre todo italianos. Estos se fueron instalando como pudieron en las calles aledañas al puerto. Construyeron sus viviendas como pudieron, usando planchas de madera y chapa pintadas de colores para alegrar su entorno. Algunos prosperaron y se enriquecieron, y lograron levantar casas elegantes de varias plantas. Todo eso es lo que el actual Caminito trata de salvar como homenaje a aquellas gentes que arriesgaron todo –a veces ganaron; muchas otras perdieron– por tener una vida más digna. Pero quede claro que lo que queda es un rincón turístico, al que hay que llegar en autobús o en taxi, donde se puede comer, tomar fotografías, comprar recuerdos, y luego volver a salir en un medio de transporte seguro antes de que anochezca. El resto, desde el viejo muelle hasta la cancha de Boca, mejor olvidarlo.

La Recoleta, el barrio Salamanca de Buenos Aires

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El barrio de La Recoleta vale la pena recorrerlo a pie. Aquí no vamos a tener problemas de seguridad: todo está limpio, inmaculado y bajo permanente vigilancia. Las jacarandas ya en flor recortan sus ramas violeta contra la blanca elegancia de los grandes edificios y mansiones de principios del siglo pasado en un alarde de poderío económico todavía vigente y real para ciertos sectores, los menos.

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Hablar de La Recoleta es hablar de su famoso cementerio. La verdad, no sé por qué un cementerio puede llegar a ser famoso. Si es por la importancia de sus “moradores”, la verdad es que todos ellos dejaron de ser realmente importantes cuando pasaron a ocupar allí su espacio mortal; si es por la riqueza escultórica de sus panteones, debo reconocer que hacen falta otros ojos para captar esa belleza, que a mi me produce una sensación de tristeza infinita independientemente de la bondad escultórica de sus monumentos. No me atrae la necrofilia, ni siquiera me divierte encontrar epitafios ocurrentes o divertidos. La Recoleta es un amontonamiento (literalmente hablando) de calles y calles de mausoleos con escenas que van de la ternura un poco casposa de un padre italiano que llora inconsolable, con unos versos bastante ripiosos, la muerte de su hija de 26 años, inmortalizada en una escultura de piedra acompañada de su perro, a la ostentación absurda del panteón de un general al que le han colocado dos soldados de piedra haciendo guardia a la puerta, pasando por la inefable y hortera ingenuidad de la familia de un boxeador (que debió de ser famoso), del que mandaron esculpir una estatua colocada ante su panteón, vistiendo su bata y botas de boxeo... El panteón de la familia Duarte, donde está enterrada Evita, es, claro está, el más visitado. Pero luce triste, en tonos gris oscuro, al que dan color unos pocos ramos de flores blancas y rojas. En resumidas cuentas, es uno de esos lugares que uno visita más por “obligación” (teóricamente no puedes dejar de verlo), que por devoción.

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Es, sin duda, muchísimo más agradable y gratificante visitar, en el mismo barrio de La Recoleta, el complejo Buenos Aires Design, que, en el marco de un edificio antiguo y rodeado por el Museo de Arte Moderno, la iglesia del Pilar, el Auditorio Buenos Aires y el Centro Cultural Recoleta, recoge en tres plantas lo mejor del diseño en muy diversos campos: mobiliario, ropa, interiorismo y decoración, juguetería, etc. Y hay que reconocer que en el campo del diseño, los argentinos, en concreto los porteños, son excelentes. Es una visita que vale la pena. Para descansar, hay varios cafés y un par de restaurantes, también de diseño, naturalmente.

Pueden hacerse muchos otros recorridos para complementar una buena visita a la capital, caminando un poco a la buena de dios, sin prisa, parando a comer en cualquier restaurante de los muchos que abundan (aunque yo recomendaría “El Chiquilín”para un buen ojo de bife a la parrilla, en la esquina de las calles Sarmiento y Montevideo; y “Los Inmortales”, en Corrientes 1369, para una buena pizza). Las calles Corrientes, Lavalle, Sarmiento, Córdoba y, sobre todo, la avenida Santa Fe, partiendo de la casa Rosada y terminando en el Congreso, son un reportaje vivo de la importancia y prosperidad de la capital bonaerense a mediados del pasado siglo. Hoy mantiene un reflejo de su pasada grandeza y, en la medida de lo posible, trata de recuperar su viejo esplendor. Hasta qué punto lo conseguirá es difícil de vaticinar, pues el presente y el futuro del país están en manos no siempre idóneas políticamente hablando.
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Como comentario de cierre, voy a dar dos pinceladas que no son de carácter laudatorio, pero que responden a la realidad que hemos visto y que hemos sentido.

La primera es la desastrosa impresión que deja en el visitante el tema de la basura. La ciudad de Buenos Aires vive, sobre todo a partir de las últimas horas de la tarde, inundada de basura. Me explico. Los vecinos, los comerciantes, los camareros sacan a la acera la basura en grandes bolsas de plástico, sin separar los residuos orgánicos de los reciclables. A los pocos minutos un auténtico ejército de personajes salidos de no se sabe dónde (aunque parece evidente que son los habitantes de los centenares de villas-miseria de la capital), comienzan a destripar las bolsas y a llevarse el papel y el cartón, por un lado, y las latas y las botellas de plástico, por otro –excuso decir que lo hacen a mano desnuda, o sea, con un altísimo riesgo de contraer cualquier tipo de infección. En el proceso, la basura queda literalmente esparcida por toda la ciudad hasta que, a eso de las 10 de la noche, pasan los camiones de recogida, que se la llevan, aunque dejando un reguero de porquería que es finalmente retirada a primeras horas de la madrugada por otro batallón de barrenderos. En suma, esto hace pensar que el gobierno permite semejante desgobierno precisamente para que todo un enjambre de desheredados pueda vivir de la basura. Claro, con una imagen del centro de la ciudad realmente desagradable (y en ciertos puntos nauseabundo) a unas horas en que muchos ciudadanos y turistas salen de restaurantes y espectáculos para ir a sus casas u hoteles. En ciertos lugares, la basura permanece amontonada durante días enteros en medio de algunos céntricos jardines o en la línea de demarcación entre dos barrios de estilo bohemio y mucha marcha, como son Palermo Soho y Palermo Hollywood, especialmente queridos por Jorge Luis Borges. 

Y paso a la segunda pincelada. Uno se va de Buenos Aires con la desagradable sensación de que, mezclados con una población mayoritariamente simpática, atenta y hospitalaria, convive un variopinto retablo de truhanes y delincuentes: estafadores, carteristas, afanadores, engañadores, asaltantes, navajeros... Y son los mismos bonaerenses los que denuncian la situación y advierten al visitante de los riesgos que corre y de las precauciones que debe adoptar para evitarlos. Nosotros nos hemos ido con esa sensación de la que hablo, y, aunque uno no quiera, eso deja un regusto entre ácido y amargo a una visita que debería y podría ser mucho más dulce.

Un ejemplo concreto y un consejo también muy concreto para quien vaya a visitar Buenos Aires: cuando vayáis a pagar con dinero en efectivo –en tiendas, restaurantes y, sobre todo taxis–, si lo hacéis con uno o varios billetes de cien pesos, debéis, antes de entregarlos a la persona que os cobre, anotar (siquiera mentalmente) los tres últimos dígitos de la serie. Lo ideal es llevar copiados los números de serie de los billetes de más de 50 pesos. Suele suceder que el camarero o el taxista, después de darnos la espalda con nuestro billete en la mano, regresa o se da la vuelta diciendo: “Perdón señor, pero este billete que me dio es falso, lo siento”. Naturalmente, uno, que es honrado, se queda consternado y tieso como un palo, pide disculpas y entrega otro billete de curso legal. Nos acaban de dar el cambiazo y nos han soplado cien pesos. Pero la historia puede ir más allá. El taxista (fue mi caso), ante mi insistencia en que el billete procede de un cajero de banco donde he sacado varios billetes más, añade: “Pero, señor, le han engañado, qué hijos de puta..., está pasando mucho últimamente, debería usted denunciarlo al Banco de la Nación. ¿Cuántos billetes le dieron en el cajero? ¿Me permite verlos? Uno que es honrado (o sea, gilipollas) y actúa de buena fe, le muestra los billetes, y el auriga del taxi, que es también diestro prestidigitador, le vuelve a dar el cambiazo, esta vez con 6 billetes de 100 pesos cada uno. Yo sé que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero quiero aportar esta experiencia por si a alguien le sirve.

En resumen, me ha gustado mucho Buenos Aires. Hubiera podido gustarme más de no mediar estas dos pinceladas. Y pienso volver porque Argentina es más, mucho más, que su capital.
Ramiro
9/12/2010 23:46:43

Lo tendremos en cuenta si alguna vez vamos


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