EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Idas y venidas

de un homo viator

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De copas por las bodegas de Yarra Glenn

17/10/2010

 
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La mañana era espléndida, el sol radiante, la temperatura suave. Salimos a una hora civilizada –las 10.30 de la mañana–, sin prisas, dispuestos a saborear una jornada distinta en un entorno también diferente al de los días anteriores. En el coche, un cómodo monovolumen japonés conducido por John Ford, ese día nuestro anfitrión, fuimos dejando atrás, unas tras otras,  las múltiples barriadas residenciales que envuelven la ciudad central de Melbourne: primero las   áreas antaño obreras hasta que se inició el boom inmobiliario; luego, las barriadas obreras; después las de clase media seguidas de las de clase media-alta; por último, las más alejadas del centro, más económicas, habitadas mayoritariamente por nuevos matrimonios jóvenes… (aceptando, por supuesto, que en la anterior clasificación caben muchas excepciones y variaciones, pues habría que mencionar los barrios con mayor intensidad demográfica de inmigrantes, o de chinos, italianos, griegos o hispanos). 

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Una vez dejadas atrás las zonas urbanas, el campo, siguiendo el curso del río Yarra, se abre a una sucesión casi ininterrumpida de suaves colinas verdes sobre las que se asientan extensas fincas agrícolas y ganaderas,  cuyos prados están salpicados por las siluetas negras, blancas, rojizas o bicolores de centenares de vacas jamás estabuladas (¿por qué será que la imagen de las vacas transmite esa profunda sensación de paz?, ¿será porque nunca sufren de estrés?) y  cuyas lindes quedan marcadas por densas hileras de árboles, mientras que en ambas riberas del río, se concentran los cultivos de hortalizas y frutales. Después de unos kilómetros, las colinas se transforman en anchísimos campos, en suave descenso hacia el río, cubiertos de viñedos: estamos adentrándonos en el nuevo y fascinante mundo de los vineyards y los domains (los viñedos y las bodegas), que anuncian su presencia con grandes carteles colocados a la orilla de la carretera.

En los últimos años, ha habido una curiosa transformación en las costumbres sociales de los australianos: se ha producido un marcado descenso en el consumo de la cerveza y un acusadísimo aumento del consumo de vino. No es que ahora los australianos desdeñen la cerveza, que, por otra parte, es excelente; lo que ocurre es que la gente joven, en especial profesionales, artistas y estudiantes, ha descubierto la bondad del vino y, sobre todo, la calidad extraordinaria de los vinos del país, que compiten ya en igualdad de condiciones con los mejores caldos del mundo. Cuando uno  entra en una tienda de vinos y licores, puede observar que la sección de cervezas está relegada a una zona secundaria del establecimiento, mientras que los estantes de vinos ocupan “la primera línea de playa”, con ofertas de todas las bodegas importantes del país y de todas las variedades de uva.

El recorrido de Yarra Valley, sobre todo cuando hacemos la primera parada en el Domain Chandon, viñedo y bodega de capital francés, me trae a la mente la película Entre copas, en la que los protagonistas celebran la despedida de soltero de uno de ellos recorriendo los viñedos californianos. Las bodegas australianas se han convertido en una animada ruta de turismo interior. Parejas, familias y grupos organizados llegan cada fin de semana para visitar las distintas fincas vinícolas, probar unos cuantos vinos y comer en alguna de ellas, pues, en un alarde de modernidad y visión de negocio, casi todas ellas cuentan con un buen restaurante (en algunos casos atendido por un joven chef imaginativo, como fue nuestro caso). 
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Un alto en el camino: el santuario de animales de Healesville

Camino de nuestra siguiente bodega, aprovechamos para visitar un famoso santuario de animales autóctonos australianos: Healesville Animal Sanctuary. Podríamos definirlo como un pequeño zoo, pero con la salvedad de que aquí no hay animales exóticos (aunque lo son para nosotros), sino únicamente ejemplares de la fauna autóctona. Además, está organizado con un criterio fundamentalmente educativo, muy orientado a los más jóvenes, y dispone de una magnífica clínica para curar a los animales que los ciudadanos encuentran heridos en el campo o la carretera. Nuestra visita fue relativamente corta, pero muy entretenida: dimos de comer a los wallabies; contemplamos a los koalas, dormidos en lo alto de sus ramas preferidas después de “colocarse” a fondo con hojas de eucaliptos; recorrimos el acuario, donde, pese a vivir en una profunda oscuridad que recuerda el fondo de los ríos donde habita en  libertad, el rey es el ornitorrinco, el animal más primitivo del mundo; contemplamos una exhibición de aves de presa…, y Maite y yo echamos de menos no tener con nosotros a Lucas, que hubiera disfrutado lo indecible en este lugar.

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Continuamos el camino de copas

Finalmente, llegamos a Domain Yering, lugar que John y Tere ya conocían y cuya visita, cuidadosamente programada, fue todo un éxito. Realizamos una nueva cata (a modo de aperitivo) y pasamos al restaurante, donde disfrutamos de un exquisito almuerzo. El comedor era un lugar de gran belleza, pues sus paredes acristaladas se convertían en un escenario único, con una enorme pradera arbolada al fondo de la cual estaba la casa principal de la finca. Unos tomaron solomillo y otros, un suculento entrecot de buey, acompañados de unas fresquísimas ensaladas de hortalizas de la finca, todo ello regado con un magnífico Shiraz, que es probablemente la variedad de uva que mejor se acomoda a la tierra y el clima de la zona y que da algunos de los mejores vinos de Australia.
De regreso a Melbourne, decidimos regresar rodeando los barrios del norte para entrar por Eltham, donde han comprado su casa Juan y Melinda (que están ahora de viaje por Europa), y por Bundoora (¿necesito explicar que fue nuestro barrio durante 8 años?). Dada la dificultad de la ruta por carreteras secundarias, puse en funcionamiento mi GPS, en el que previamente a nuestro viaje había cargado el mapa de Australia. ¡Y funcionó a la perfección! Atravesando los barrios de la periferia nordeste de Melbourne, que son de una gran belleza paisajística, entramos, al cabo de dos horas de recorrido, en la calle Grimshaw…, y, de repente, como una aparición, justo donde la calle desembocaba, frente a nuestros ojos incrédulos y emocionados (los de Maite y los míos), 69 Cameron Parade, ¡¡¡nuestra antigua casa!!! El color rojo de los ladrillos, las ventanas blancas con el mirador acristalado, la acacia del jardín delantero… nos daban la bienvenida después de 31 años, y yo tuve que hacer un esfuerzo no para contener las lágrimas, que éstas afloraron, sino para hacerlo de una forma digna. Fue una experiencia maravillosa: tantas experiencias vividas, tantas ilusiones y anhelos tras sus paredes, tanto afán por construir una barbacoa con mis manos, tantas reuniones con los mejores amigos, tantas canciones, tantos Papá Noel que asustaban a Érica “al llegar por el jardín”, tanto trabajo en el huerto, tantas esperanzas de futuro (afortunadamente cumplidas e incluso superadas luego en España)… Regresamos a Melbourne cayendo la tarde, con el corazón lleno de hermosas sensaciones, con un profundo sentimiento de nostalgia, pero de una nostalgia positiva, porque acabábamos de visitar el lugar donde se inició nuestra vida de familia. Y el resto de nuestra vida ha sido –y sigue siendo– deliciosa. Eso sí, cuando lograba conciliar el sueño esa noche, escuchando los ruidos de la calle Collins, eran pasadas las dos de la mañana.
Mónika&Jose
16/10/2010 20:14:34

Parece que seguís pasándolo en grande en vuestro "macro-viaje"!!
Leemos tu blog desde nuestra monotonía ya en el trabajo diario y nos come la envidia. De hecho leyendo vuestras vivencias pensamos: Yo de mayor quiero ser como Don Miguel... (yo por si acaso voy copiando poco a poco tu peinado).
Nos alegramos de haber compartido con vosotros parte del viaje y de que todo os vaya bien. Seguid disfrutando.
Un fuerte abrazo a los dos.

Adrián
18/10/2010 09:11:26

Snif... Estoy solo así que no necesito mantenerme digno. :)


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