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Idas y venidas

de un homo viator

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Fin de semana en Wilson’s Promontory

17/10/2010

 
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Nuestro primer recuerdo de Wilson’s Promontory se remonta más o menos a abril o mayo de 1973. Un grupo de alumnos de español decidió organizar en este maravilloso parque nacional un fin de semana de acampada. Nosotros éramos jóvenes e insensatos; los alumnos eran aún más jóvenes e insensatos que nosotros; nuestras exigencias de lujo y confort eran mínimas; nuestras ganas de conocer algo del campo y la naturaleza de Australia enorme; nuestros medios económicos, escasos. Con este bagaje y mucha ilusión nos desplazamos en dos o tres coches un grupo que, si no recuerdo mal, debía estar compuesto por unas 8 ó 10 personas con un par de tiendas de campaña para hacer acampada libre, cosa que puede seguir haciéndose siempre que se respeten las normas de respeto al medio ambiente. Poco más recuerdo de aquella excursión de hace 38 años, salvo que a Maite, que estaba muy embarazada de Érica, en mitad de la noche, la cama en la que dormía, que debía ser una tumbona de playa, se le dobló y la pobre se cayó hacia atrás con las piernas en alto, muerta de risa, sin poder levantarse con su enorme barriga. Esto, claro está, es historia…

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Nuestra visita de ahora a Wilson’s Promontory tiene otra perspectiva…, ¡y nosotros otra edad! Vamos a la casa de vacaciones de Peter y Valerie Gerrand, nuestros buenos amigos australianos desde hace un montón de años. Vamos en dos coches para viajar más cómodos. Salimos el viernes, con cielo oscuro, temperatura fría y lluvia, y así va a mantenerse la mayor parte del fin de semana, aunque el sábado vamos a tener ratos de sol suavecito y agradable. O sea, “disfrutamos” de un clima típicamente melbourniano (4 estaciones en un mismo día, y a veces en unas pocas horas). 

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Llegamos a la casa de Pedro y Valeria (hace muchos años que ellos mismos han españolizado sus nombres), una construcción básicamente de madera aupada entre un bosque de árboles autóctonos, cuya terraza posterior se abre a una pradera en la que pastan dos o tres toros y un par de caballos, y al fondo el mar. La casa, por dentro, aun siendo muy amplia y cómoda, es elegantemente sobria, casi minimalista, pero la estructura y los suelos de madera la hacen muy cálida y acogedora.  Y lo que la hace más acogedora es la hospitalidad de nuestros anfitriones: a primera hora de la mañana, con el desayuno, Peter nos tiene preparado en pantalla el programa de noticias de TV1; por la tarde, cuando llegamos cansados de caminar, enciende la chimenea y allí, en medio del silencio del campo, unos leen, otros ven la tele y quien simplemente escucha música cuidadosamente seleccionada por Pedro o Valeria: Granados, Albéniz, Bach… Fuera, lentamente anochece…

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Realmente, aún no estamos en el parque nacional de Wilson’s Promontory, sino enfrente de él. La casa está en el extremo de una pequeña bahía, Waratah Bay, sobre el cabo Liptrap, y Wilson’s Promontory queda justo en el otro extremo de la bahía, a pocos minutos en coche. La tarde de nuestra llegada, no hacemos más que bajar hasta la playa, en el lugar donde, hasta 1926, hubo un próspero poblado que se dedicaba a la producción de cal, producción que se abandonó porque el transporte desde aquí a Melbourne hacía que no fuera rentable, pues llegaba a un precio mucho más barato desde Portland. Hoy, sólo quedan algunos vestigios de lo que fueron los prósperos hornos de cal del siglo XIX. 

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La mañana del sábado la dedicamos a visitar con detenimiento Wilson’s Promontory. A partir del punto donde comienza el parque, ni una sola construcción rompe la armonía salvaje del promontorio; salvo los visitantes del parque, muy escasos este sábado porque el tiempo parecía que no iba a acompañar, este inmenso saliente boscoso de varios centenares de hectáreas, dedicado a la conservación de las numerosas especies arbóreas, constituye el hábitat natural de wallabies, koalas, wombats, oposums y toda clase de especies de la fauna local. Desafortunadamente, solo acertamos a divisar un pequeño canguro alejándose a grandes saltos de nuestra presencia.

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Llama la atención la abundancia de distintos ejemplares de una especie de árbol, natural del sur de Australia (aunque se pueden encontrar algunas familias aisladas en Australia Occidental y en el lejano norte): las banksias. Estos árboles, que proporcionan una madera sólida y de gran densidad, son fácilmente identificables por la forma y el color de sus flores-frutos, una especie de enorme piña que se abre de tal forma que recuerda un amontonamiento de almejas o mejillones a medio abrir, de un color entre marrón, verde y negro; junto a estas “piñas”, una flor que tiene la forma de un cepillo de largos pelos para fregar botellas. En todo Wilson’s Promontory hay miles de banksias, que se mezclan con los característicos eucaliptos y con miles de arbustos de flores que ya comienzan a llenar de color el paisaje. Sobresalen en especial unos arbustos, muy usados para hacer de lindes de las granjas, cuyas flores blancas se abren en la parte más alta del arbusto, dando la sensación de que todo el paisaje está nevado. Tan es así, que en Australia a estas plantas se las denomina snow-in-summer .

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El sendero que elegimos al llegar al parque es el más corto, apenas de 3 kilómetros, por la posibilidad de que llueva (aunque al final acabará luciendo tímidamente el sol). Es uno de los muchísimos senderos que pueden tomarse para recorrer el parque. Este desciende suavemente hasta el mar, por el lado contrario al de la bahía que vemos desde la casa de Pedro y Valeria. En realidad Wilson’s Promontory se abre a dos bahías. Es un paseo delicioso, aunque el regreso sea un poco más duro de recorrer, pues es cuesta arriba, pero lo conpletamos sin problemas… ¡y con  buen apetito!


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Vamos a a Foster, un pequeño pueblo encantador (apenas diez o doce casas, todas ellas dedicadas a alguna actividad comercial), y comemos en un lugar de esos que es difícil encontrar en un lugar que no sea Australia, o quizás en EE UU. Se trata de la galería de arte Celia Rosser que es, al mismo tiempo el restaurante Banksia, ambos negocios regentados por el hijo de Celia, una señora encantadora de unos 75 años, que tiene la cuidada galería repleta de sus trabajos, todos ellos reproducciones realizadas con la minuciosidad del botánico, de las distintas variedades y familias de banksias, árboles que lleva años pintando con una limpieza y una calidad extraordinarias. Debe de tener gran renombre en Australia a la vista de los precios de sus trabajos, pues, pese a que se trata de litografías, su precio no baja de 1.500 dólares un cuadro original que hay en un lugar de honor está valorado en 39.000 dólares. En un rincón de la sala principal de la galería, un estrado y un piano de cola: Pedro y Valeria nos dicen que, en invierno, es habitual que se ofrezcan conciertos de piano, de jazz o de música clásica), lo que no deja de asombrar tratándose de un lugar tan alejado de la “civilización”. Tomamos un delicioso almuerzo ligero (en mi caso, una patata asada al horno con varios quesos y acompañada de una abundante y deliciosa ensalada de hortalizas crudas), y valos a visitar otro pueblecito de lo más curioso y atractivo: Fish Creek.

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Este pequeño pueblo ofrece más curiosidades (si cabe) al viajero: en su pequeño centro comercial, que es casi lo único que hace que este conglomerado de edificios sea un pueblo, encontramos otra galería de arte con taller de enmarcado de cuadros y una preciosa y cuidadísima librería de lance, en cuyo ambiente silencioso y tranquilo uno desearía perderse durante varias horas hojeando libros antiguos y, simplemente, respirando el olor del viejo papel. Nada más acercarme al primer estante, en lugar destacado veo un libro cuyo título llama mi atención: Swords of Spain.  Abro una página al azar y, en medio del texto en inglés, me encuentro esta estrofa

Levántate, pamplonica // y da de la cama un brinco, // que van a dar ya las cinco, // y el encierro es a las seis.

El libro habla y analiza el tema de los toros, desde un punto de vista literario y muy anglosajón. Dentro, numerosas fotografías antiguas en blanco y negro de toreros y escritores. Sin dudarlo, adquiero el libro y se lo regalo a Pedro y Valeria para que tengan un recuerdo de nuestra estancia. Y salgo de la librería con un curioso cosquilleo, como deseando regresar alguna vez a seguir curioseando entre sus estantes.

El domingo por la mañana nos ponemos en camino de vuelta a Melbourne, donde nos esperan John y Tere Ford en su casa para meternos para el cuerpo una buena barbacoa. Así que el regreso lo hacemos casi de un tirón, salvo una parada en un delicioso café-restaurante  en Neemiyan para tomar un café calentito con un delicioso bollo inglés relleno de frutos secos y bien untado de mantequilla. Curiosidad: en una de las paredes del café, un cartel de publicidad de la película de Isabel Coixet, Mapa de los sonidos de Tokio. . , para rematar un fin de semana absolutamente delicioso, un toque exótico: de repente, cuando avanzamos entre frondosos robles, pinos y eucaliptos, por nuestra izquierda, a un  centenar de metros, surge la figura de un animal que comienza a atravesar la carretera tranquilamente hacia la derecha. Cuando llegamos a su altura, casi tenemos que frenar por completo para no atropellarlo: es un koala que ha decidido cambiar de árbol y que, medio dormido, nos observa entre sorprendido y atolondrado.  

Cuando termino este post, hemos llegado ya a Melbourne; hemos disfrutado de una suculenta barbacoa, precedida de unas exquisitas ostras de Australia del Sur, con un buen Cabernet Merlot de ese mismo Estado. John, como no podía ser menos nos ha puesto de fondo música española: los primeros discos de Serrat con poemas de Hernández y de Machado. Y han vuelto a mi recuerdo las múltiples noches de cena en nuestra casa de Bundoora o en la casa de John y Tere en Sunbury, cuando, terminada la cena, el café y la conversación, debíamos recorrer, los unos o los otros, los cerca de cuarenta o cincuenta kilómetros que separaban nuestros barrios. Pero éramos tan jóvenes y teníamos tantas ilusiones... Debo decir que tanto para ellos como para nosotros, la mayor parte de nuestras ilusiones de han cumplido. Y hoy nos hemos encontrado de nuevo en su casa de Melbourne, en la calle Fletcher para constatarlo.

Mañana, a primera hora, tomaremos el avión rumbo a la Australia Central. Espero poder seguir contando cosas muy pronto. Hasta entonces…

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21/10/2010 18:30:56

pepon
21/10/2010 18:35:49

buf! me lo he leido por capitulos! Yo he visto fotos de cuando ibais de acampada.. Recuerdo que joge y yo nos quedamos de piedra viendo a nuestro padre con una buena botella de wisky en las manos con una amplia sonrisa de picaron!


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