EL BLOG DE MIGUEL VALIENTE
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Idas y venidas

de un homo viator

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Y de nuevo Melbourne

27/10/2010

 
El viernes 22, a las 21.00h llegan los Pedros y Merche. Los recojo en el aeropuerto y los acompaño a su hotel en Spencer Street. Poco más que reseñar.
El sábado dedicamos la mañana a pasear a los recién llegados por la zona sur de la ciudad, The Docks, el Mercado Victoria y Swanston Street. Entramos en la antigua estación Melbourne Central del metropolitano y nos quedamos atónitos ante un espectáculo arquitectónico de lo más sorprendente y original. Por encima del lugar donde está la estación subterránea, se levantaba el edificio de la antigua fábrica de municiones para armas de fuego (shot factory). Es un precioso edificio industrial del siglo XIX, de ladrillo rojo, con una alta torre cuadrada y una chimenea. Y digo que “es” un edificio, y no  que “era” un edificio, porque allí sigue, íntegro, restaurado y reconvertido parea usos comerciales, pero todo él incrustado en el interior de un edificio moderno, erigido a modo de estuche del antiguo, con una gran cúpula de cristal por encima de la torre de la vieja fábrica, que hoy día alberga una moderna tienda de ropa juvenil. La combinación de estilos, materiales y soluciones arquitectónicas es de una gran belleza, y viene a demostrar cómo estilos tan dispares como éstos pueden convivir armónicamente si hay alguien con la inteligencia y la sensibilidad necesarias para concebirlos.
Pasamos luego a visitar la Biblioteca Nacional de Victoria, que ocupa un  gran edificio de estilo neoclásico precedido de una amplia escalinata. Cuando estamos a punto de entrar haciendo unas fotos, senos acerca un chico joven español que se ofrece a sacar la foto para que podamos salir todos en ella. Es un chaval de Zaragoza, del barrio de La Paz; se llama Víctor Barral, y está trabajando de camarero para sacarse un dinerito que le permita prolongar su estancia unos meses y mejorar de este modo su inglés. Le pedimos su e-mail para dárselo a Fernando y que se pongan en contacto. Dice que estará encantado en darle pistas de cómo lograr un trabajillo (ilegal pero habitual) para sobrevivir en Australia y aprender el idioma.  Entramos luego a visitar la Biblioteca y nos sorprende la belleza, la amplitud y la luminosidad de su sala central de lectura, de forma octogonal,  con tres pisos de galerías y una gran bóveda acristalada que da luz a las paredes blancas llenas de libros.
Son ya las 14.30h y nos vamos a comer al restaurante Beer de Luxe, en Federation Square. El camarero es un tipo majísimo: dice cuatro o cinco palabras en español, pero, lo que es más importante, nos selecciona un menú delicioso para compartir, acompañado de una sabrosísima cerveza de Victoria, una Crowne Lager. Es un lugar absolutamente recomendable para quienes se decidan a visitar Melbourne.

La tarde la dedicamos a dos temas: primero a participar en un programa de la radio 3ZZZ, emisora comunitaria que ofrece programas en español, realizados por locutores voluntarios. Nos hacen una entrevista a lo largo del programa de una hora; luego, a ensayar un poco la conferencia que tenemos que dar al día siguiente en el Teatro Kaleide del Royal Melbourne Institute of Technology.  No la hemos leído completa desde hace semanas en Madrid y tenemos que hacer ajustes. Todos estamos cansados. Terminamos la lectura casi a las doce de la noche.

Domingo en Ballarat

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Nunca habíamos ido a Ballarat en nuestra época de vida en Melbourne. Era uno de esas visitas que siempre se iban injusta y absurdamente postergando. Alquilamos un Holden Torago (Opel australiano) de 8 plazas para viajar más libremente (y también de forma más económica) y a las 9.30 tomamos la carretera del noroeste, camino de la “ciudad del oro”, donde vive Ana Sangiau y su compañero, Herb. Son 110 kilómetros de distancia los que separan ambas ciudades. El recorrido en coche lleva en torno a hora y media. Y es que aquí se respetan escrupulosamente los límites de velocidad. En todo el viaje de ida y vuelta, apenas son tres o cuatro los coches que nos adelantan superando descaradamente los 110 kilómetros de velocidad máxima en las autopistas y autovías australianas, al menos en Victoria.

Lo primero que hacemos al llegar a Ballarat es ir a visitar Sovereign Hill, la vieja ciudad del oro, situada en una colina, en la parte más alta de la ciudad moderna. Es a un tiempo museo y parque temático sobre la ciudad pionera que, en las primeras décadas del siglo XIX atrajo al conjunto más variopinto de seres humanos enloquecidos por la fiebre del oro. Y es que aquí abundaba el preciado metal. Aparecía con abundancia en superficie, arrastrado entre los sedimentos del río. Cuando comenzó a escasear en superficie, se abrió una mina, donde se obtuvo el pedrusco de oro más grande jamás encontrado en la historia de la minería: 60 kilos de oro de gran pureza. Sólo a principios del siglo XX se abandonó la mina porque la obtención del mineral era más costosa que lo que se lograba con su venta. Hoy la mina está convertida en museo, al igual que todo el pueblo antiguo, que se conserva con auténtico mimo. Pueden verse las casas de los pioneros, incluso las tiendas de campaña de los primeros buscadores de oro; toda clase de tiendas, desde la de ropa del hogar a la de alimentación; está también el templo chino, pues a Ballarat llegaron centenares de ciudadanos del país asiático, algunos a buscar oro, y otros –como buenos chinos– a vender comida y otros productos a los otros buscadores; no faltan la comisaría y la oficina de correos; a un extremo de la calle está la herrería y al otro, el hotel… Los visitantes que desean dar en paseo en carro de caballos pueden hacerlo en lo que fue la antigua diligencia. Y cada 20 ó 30 minutos, la patrulla de la policía colonial, con sus casacas rojas y sus antiguos fusiles, recorren el poblado marcando el paso al ritmo que imprime el redoble del tambor. Y lo mejor de este lugar es que no se trata de un mero parque temático al uso para ser solo contemplado; las tiendas, el café, el hotel, todos los establecimientos están en perfecto estado de uso. O sea, que en la tienda de ropa se sigue vendiendo ropa; en el café se siguen dando comidas; en el teatro (por cierto, una preciosidad de edificio y de decoración), se siguen ofreciendo espectáculos todas las tardes; y en las habitaciones del hotel, decoradas como en el siglo XIX, uno puede alojarse si decide pasar más de un día de visita.
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Después de recorrer Sovereign Hill durante un par de horas, nos vamos a comer a un delicioso pub situado en la calle principal de Ballarat. Ambiente de domingo, local abarrotado, buena comida. Por suerte ha quedado una mesa grande libre en la que nos acomodamos los siete. Debo aprovechar para decir que se trata de una ciudad muy atractiva. De pequeño tamaño, tiene infinidad de casas, todas ellas muy bien cuidadas, de estilo victoriano, Las calles son amplias, luminosas. Y al final de la calle principal, está el lago. Hasta el año pasado nos dicen que estuvo durante tres años totalmente seco como consecuencia de la peor sequía en muchas décadas. Este año tenemos la suerte contemplarlo repleto de agua y con un montón de veleros sobre sus aguas. Vamos a tomar café al Yacht Club, a orillas del lago. Allí actúa con su banda de jazz Herb, espléndido intérprete de trombón de varas y ocasional cantante. La banda está compuesta, además, por un trompeta, un banjo (también cantante), un clarinete/saxo, un trombón bajo y un batería. El lugar es frecuentado por un buen puñado de socos del club que van allí a comer, escuchar música y bailar. La edad media, 55-60 años, pero con un humor excelente. El líder de la banda anuncia que van a interpretar, a petición nuestra, Down by the river side, y pide un aplauso de acogida para los amigos españoles que les visitan hoy. Aplauso cerrado y entusiasta. La gente incluso se acerca a nuestra mesa a charlar con nosotros y a interesarse por nuestro viaje. Es gente encantadora. Pasamos un par de horas deliciosas.

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Luego vamos a casa de Ana y Herb, donde Ana ha preparado un sabrosísimo pollo al curry y Herb nos ofrece un buen vino de Victoria.  Ha venido también Natichu. Sobremesa, café, conversación y, a eso de las 19.30h, nos ponemos en marcha para no regresar demasiado tarde a Melbourne.

El día de la conferencia

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El lunes va a ser un día intenso, lo sabemos. Hasta las 16.00 horas en que estamos citados para preparar con el técnico las luces y el sonido en el teatro y hacer un ensayo general, queremos aprovechar al máximo el día de sol delicioso que nos ofrece Melbourne, sin que sirva de precedente. Así que nos vamos a pasear por el Southbank, contemplando la animación que reina en la orilla sur del Yarra, pese a ser un lunes. Aquí, en cuanto luce un poco el sol, aunque la temperatura no sea demasiado alta, la gente se desprende de ropa y se tira sobre el césped a disfrutar de los rayos primaverales. Tenemos suerte y podemos comer en uno de los múltiples restaurantes que se asoman al río. Aunque son muchos, están todos llenos y animadísimos. Tomamos en pescado delicioso con una copa de Merlot, un café para estar despiertos y nos vamos los dos Pedros y yo al teatro a preparar el montaje de la tarde.

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A las 18.30, con dos tercios del teatro ocupados, el cónsul de España hace la presentación de la conferencia dramatizada (que es como se ha terminado por denominar la actuación). En la pantalla, se proyecta el programa, en el que destaca el precioso dibujo realizado por Carlos Granda. La conferencia se desarrolla sin sobresaltos: los textos encajan perfectamente con las imágenes. Al final de los 70 minutos que dura la dramatización, el público asistente se muestra encantado, incluso entusiasmado. Esto me trae a la mente el recuerdo de tantas actuaciones teatrales en los años 70. Se abre una breve sesión de preguntas y respuestas, y los pocos que se deciden a hacer alguna pregunta o algún comentario –más tarde nos enteramos que a algunas personas les ha dado corte hablar en público–, es para preguntar “cuándo vamos a preparar y traer otra actuación. Luego, viene el encuentro (y, en ocasiones, el difícil reconocimiento debido a los inevitables y profundos cambios físicos) de algunas personas de la comunidad de habla española a las que no he visto en 31 años, o más: Pedro Díaz, profesor de español natural de Vilanova i la Geltrù; Antonio Ros; na profesora que tomó el relevo de mi trabajo como profesor del curso de intérpretes; Alfredo Muñoz…, de algunos no recuerdo los nombres. Tenemos que someternos a nuna nueva entrevista para la otra emisora de radio, la SBS, la radio étnica estatal. En suma, un sentimiento muy grato de satisfacción generalizada. Cerramos la jornada con una cena excelente en el restaurante Mezzo, un lugar muy recomendable, situado en la parte alta de la calle Little Bourke, muy cerca del barrio chino. Regamos la cena con un garnacha, yo diría que excelso, también de los viñedos victorianos. Ha sido un nuevo día repleto de emociones. Veremos lo que el cuerpo es capaz de resistir.

Últimas emociones

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Ayer por la mañana, dimos un largo paseo hasta Carlton para que nuestros amigos pudieran ver el lugar donde trabajó Maite durante varios años, en la esquina de Lygon Street y Faraday Street. El barrio estaba lleno de estudiantes y las terrazas repletas de gente comiendo aprovechando la tanda de días soleados que estamos disfrutando. A la hora de la comida, tuvimos el gran acierto de entrar en uno de los pubs-restaurantes más tradicionales de la zona. No sólo es un clásico; es una parada obligada. En primer lugar, el edificio que ocupa fue diseñado a principios del siglo pasado por un famoso arquitecto australiano cuyo nombre en este momento no puedo recordar, pero es un local precioso, que combina lo antiguo: estructura, vigas, altura de los techos…, con un aire muy actual. El dueño, una persona encantadora, que fue alcalde de Melbourne en los años 90, en cuanto se enteró de que tenía clientes de España, vino a ofrecernos una copa de cava de aperitivo. Luego, se pasó la comida acercándose a nuestra mesa a charlar con nosotros, nos contó su experiencia cuando visitó España con su mujer (y consumió en Córdoba 20 botellas pequeñas de manzanilla en una sola noche), y antes de marcharnos nos obsequió con una copa de vino dulce de postre (que aquí llaman fortified wine), cosecha de 1956, que había elaborado su padre (el hijo, de quien hablo, pasa ya de los 70 años). Era un vino delicioso que cerró una comida espectacular. Recomiendo vivamente la visita a este restaurante a cualquier persona que venga a Melbourne. Es el Jimmy Watson’s, y está en el 333 de Lygon Street, y si quiere reservar, el teléfono es el (03) 93473985.

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Pero por la noche se produjo la “despedida y cierre” de Melbourne, cuando dimos los últimos abrazos y nos dijimos los últimos adioses (o penúltimos) en casa de Natichu Sangiau y de Charles, su marido, que actuó en perfecto anfitrión con su cuidado español y su permanente amabilidad. La fiesta, organizada precisamente para eso, para ver con tranquilidad al “cogollo” de amigos y despedirnos de ellos “hasta la próxima visita”, comenzó a las 7 de la tarde. Allí estaban la madrileña Angela (Frank, su marido, que asistió a la conferencia el día anterior, no pudo venir); Teresita Perdomo, infatigable, incansable, animada y animosa, cantarina; María Eugenia, la boliviana ex secretaria del Departamento de Español con su marido Willy; mis ex alumnas Rosaria (no sé qué apellido lleva ahora porque se casó y divorció de un nicaragüense; en mi época se llamaba Ruberto, pero ese era el apellido italiano de su primer marido, así que se queda como Rosaria), Ana Salamanca y su marido, también ex alumno Roberto (alias, Bluey), hoy profesor de la Victoria University; John y Tere Ford, nuestros medio hermanos de Melbourne (John nos dio la sorpresa de venir acompañado de su madre, la elegante y dulce Sylvia, que, pese a estar aquejada de un principio de Alzheimer, nos reconoció y se mostró muy contenta de volver a vernos); y por supuesto, toda la familia Sangiau con sus consortes e hijas… Una delicia de reunión. Comida abundante, vino también abundante, alegría desbordante. Al final, apareció por allí una guitarra traída “a propósito” por no sé quién. Surgieron las canciones, las de siempre. Todo el mundo estaba asombrado de ver cómo los ex alumnos conocían todas las canciones y todas las letras (sobre todo Roberto) que entonaba las primeras estrofas con auténtico entusiasmo. Y hubo una sorpresa: cantó a capella Katie, la hija de Natichu. ¡Qué voz, qué sensibilidad, qué dulzura…! Dicen sus padres que es un don del que goza desde muy pequeña, pero que ella sólo quiere explotarlo para su disfrute personal y el de sus amigos, pero que no quiere ser cantante profesional. ¡Qué pena, lo que se va a perder el público!

A las 11.30 de la noche comenzaron las despedidas. Son imposibles de narrar. Las emociones se viven, pero no pueden transmitirse. Porque decir que cada abrazo arrancaba lágrimas de todos los ojos y que todos llevábamos un nudo en la garganta que apenas nos permitía articular un adiós que no estuviera entrecortado por la emoción, sería una descripción corta e inexacta.
Hoy hemos dedicado nuestro día a digerir las emociones. Hemos comido al lado del Observatorio del Jardín Botánico con John Ford y Peter Gerrand, infatigables en su tarea de guías-anfitriones-amigos. Hemos ido a ver la casita (cottage) del que fuera primer gobernador de Victoria, Charles La Trobe,  allá por los años 1850. Luego, hemos ido a dar nuestros últimos paseos por la playa de St Kilda, hemos tomado una cerveza en un pub al borde el mar y hemos tratado de grabar en nuestra retina las última imágenes de esta ciudad que se ha vuelto a quedar metida dentro de nuestros corazones. ¡Nos llevamos a Melbourne profundamente metida en el corazón! Y sólo las alegrías que nos esperan al regreso compensan y superan (con creces) la pena que nos produce alejarnos de ella.
Mañana, a primera hora de la mañana volamos a Sydney.  Y yo os seguiré contando.
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Eri
26/10/2010 21:04:31

Vale... voy a tragar saliva. Buuuuffff

El Yernísimo
26/10/2010 22:58:34

Bueno, bueno, ¡cuántas emociones, cuantas vivencias, qué intenso todo, madre!
Lo que más me gustó, sin duda, la cara de Maite en la foto del aplauso del público después de la "conferencia dramatizada"
Habrá que ir liberando un par de días en la agenda para la sesión fotográfica que nos espera a la vuelta...

Eri
26/10/2010 23:19:40

Sí, la verdad es que la cara de mamá no tiene desperdicio :-) No sé si fue una mala instantánea o que estaba llorando a moco tendido...


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